LA CUADRATURA DEL CÍRCULO
Gehard Cartay Ramírez
Resulta obvio que el chavomadurismo
sólo participará en unas votaciones que le garanticen “el triunfo”.
Pensar lo contrario es
una estupidez, a juzgar por la experiencia en esta materia. Una estupidez similar
a la que vocean algunos opositores que insisten en aquello de participar en
cualquier elección para “no perder espacios” o -candidez infantil, sin duda- en
aquello otro de que “si votamos todos gana la oposición”. Como si Venezuela
fuera una democracia ejemplar y no un régimen de fuerza, violador de la
Constitución y las leyes de la República.
Dentro de este contexto
hay que enjuiciar la reciente amenaza del gorilato castrense, según la cual la
oposición venezolana “no será poder político” mientras ellos estén allí. Lo
grotesco de tan insolente pronunciamiento es que sus voceros se creen por
encima de la soberanía popular, ya que si la oposición ganara las elecciones entonces
ellos impedirían su ascenso al poder. En dos platos: darían un golpe de estado
y desconocerían la voluntad mayoritaria de los venezolanos. Por cierto que ni
siquiera por cubrir las apariencias el inefable CNE madurista se ha pronunciado
al respecto, mucho menos el régimen.
No han faltado, desde
luego, los atorrantes “abogados del diablo” restando la gravedad que encierra
una amenaza de ese tipo por parte de quienes manejan las armas de la República
y tienen el monopolio de la violencia, aparte de controlar el “Plan República”,
es decir, la vigilancia y manejo de actas y votos. Sostienen que se trata de otra
provocación más para alentar el abstencionismo opositor y continuar exasperando
a la dirigencia opositora. De esta manera, los empujan a no participar en las
elecciones de diciembre próximo, con lo cual garantizan que la minoría del
régimen se imponga una vez más.
Típica verdad a medias,
que pueden tragársela ciertos espíritus cándidos, pero no algunas inteligencias
lúcidas. Ciertamente es una provocación para engordar el abstencionismo. ¿Pero
de quién procede esa provocación? Nada menos que de una cúpula militar que ha
dado suficientes muestras de estar al servicio de una parcialidad política y de
atacar, sin disimulo y aviesamente, a la oposición democrática, llegando al
colmo de negarse de antemano a reconocer su triunfo electoral, en caso de que
se produjera. No se trata de cualquier provocación entonces.
Habría que analizar otras
motivaciones de esa amenaza militarista. Nadie puede creer que se trate de una
malcriadez a estas alturas del proceso, después de casi dos décadas de una
participación cada vez mayor del elemento castrense en la conducción y
sostenimiento del régimen y de
intervenir descaradamente en la política partidista y electoral. No se trata de
cualquier provocación, insisto.
De nada ha servido que la
Constitución les prohíba esa forma de actuar. Nada les importa lo que reza el
artículo 328: “La Fuerza Armada Nacional constituye una institución
esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado
para garantizar la independencia y la soberanía de la Nación y asegurar la
integridad del espacio geográfico, mediante la defensa militar, la cooperación
en el mantenimiento del orden interno y la participación activa en el
desarrollo nacional, de acuerdo con esta Constitución y con la ley”.
Tampoco acatan el
siguiente mandato constitucional, expreso y tajante, sin lugar para
interpretaciones distintas: “En el cumplimiento de sus funciones, está al
servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad
política alguna”. Sin embargo, al igual que casi todo el texto constitucional,
este artículo se viola permanentemente en función de un perverso proceso de
ejercicio de poder indefinido, totalmente contrario a la alternabilidad
democrática y republicana.
Por desgracia no hay que
olvidar que nuestra historia ha registrado una larga tradición militarista
desde sus inicios como República. Así, durante el siglo XIX sólo hubo cuatro presidentes
civiles en Venezuela: José María Vargas, Manuel Felipe Tovar, Juan Pablo Rojas
Paúl y Raimundo Andueza Palacio. Los demás fueron generales, imbuidos por la
idea del militarismo, entendido como la preponderancia de los militares en la
concepción y el desarrollo del gobierno y sus ejecutorias.
El siglo XX arrancará bajo las largas tiranías de
los generales Cipriano Castro (1899-1908) y Juan Vicente Gómez (1908-1935). Luego
serán presidentes los también generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina
Angarita, entre 1936 y 1945. A este último lo sustituirá, mediante un golpe de
Estado, una Junta Cívico Militar. Y sólo en diciembre de 1947 Venezuela podrá
elegir por primera vez un presidente civil, el escritor Rómulo Gallegos, por el
voto universal, directo y secreto. Pero lo derrocarán los militares meses
después, en noviembre de 1948. Luego advino la llamada Década Militar
(1948-1958), iniciada por el coronel Carlos Delgado Chalbaud, asesinado en
1950, y continuada por el entonces coronel y después general Marcos Pérez
Jiménez hasta enero de 1958. Desde 1959 hasta 1998 fue cuando sólo hubo
presidentes civiles, aunque el morbo golpista y militarista estaba latente
siempre.
Piense el lector si con estos antecedentes
históricos puede despreciarse la amenaza del gorilato actual.
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