LA ESTAFA DE LA REVOLUCION CUBANA
(y de su sucursal venezolana)
Gehard Cartay Ramírez
Las autodenominadas “revoluciones” en Cuba y
Venezuela -hoy fracasadas plenamente- han significado una involución terrible
para ambos pueblos.
La reciente muerte del dictador Fidel Castro, más
allá del juicio sobre su persona, debe servir para condenar su ominoso legado.
Lo mismo que debemos hacer en Venezuela con la mal llamada “revolución
bolivariana”, propiciada por sus lacayos criollos desde 1999.
Y es que ahora ambos países están peor que antes.
El cambio ofrecido por el castrocomunismo allá y el castrochavismo aquí,
resultó un fraude total. La verdad es que constituyen la mayor estafa
continental de la segunda mitad del siglo XX y la primera década y media del
siglo XXI.
Porque hay una verdad meridiana: Cuba ha empeorado
como nunca, desde que los Castro llegaron al poder. Y es que hasta 1959, aquel
país, aún bajo una dictadura feroz como la del general Fulgencio Batista, vivía
un franco proceso de crecimiento económico. Lo demuestran todas las
estadísticas de entonces, si se las compara con las de la dictadura
castrocomunista.
Cuba era entonces una de las economías más
prósperas del continente, con un ingreso per cápita superior a casi
todos los demás países del hemisferio, bajas tasas de analfabetismo, el mayor
número de médicos en América Latina, grandes avances en salud y la mejor
ingestión de calorías (2.870) por habitante, así como extensas redes eléctricas
y modernos medios radiotelevisivos entonces.
Todo aquello quedó atrás con la llegada de Castro
al poder. Quien haya visitado Cuba puede comprobar esta tragedia. Aún quedan
muestras de ese pasado, especialmente en su capital y a pesar de la ruina de
muchos monumentos. No obstante, estos hablan de una Cuba que en la primera
mitad del siglo pasado había logrado metas de progreso y bienestar, abandonados
tan pronto llegó Castro al poder.
Pero antes había, además, una clase media pujante,
un importante movimiento de profesionales y un proceso de industrialización y
producción agropecuaria que se vieron empañados por la incapacidad de la clase
política opositora de los años cincuenta para enfrentar la tiranía batistera
(por cierto, apoyada inicialmente por el Partido Comunista Cubano) y la corrupción
galopante a todos sus niveles. Lo que vino luego fue peor, y aún están pagando
las consecuencias. Suena familiar en el caso venezolano.
Por supuesto, aquello no era un paraíso entonces,
pero tampoco el infierno de hoy. La Cuba de los años cincuenta tuvo aspectos
terribles, entre ellos, los casinos de la mafia estadounidense, con su secuela
de drogas, prostitución y corrupción política desde el poder. Lo que sucedió
luego, y especialmente en estos últimos de revolución castrocomunista, no es
muy diferente. Las drogas, el turismo sexual, los casinos encubiertos y la
corrupción política de la actual oligarquía oficialista, nada tienen que
envidiarle a los tiempos de la dictadura de Batista. Sin embargo, hoy no
existen los logros positivos de aquella época. Todo lo contrario.
La estafa de la revolución cubana sólo ha podido
mantenerse gracias a la habilidad del régimen para conseguir siempre
quien financie su desastre. Así fue como se chulearon a la Unión
Soviética, hasta que esta se derrumbó en 1990. Vino luego una década aún más
terrible para el pueblo cubano, pues no había nadie que pagara los costos. Y en
un golpe de suerte para ellos, y de desgracia para Venezuela, llegó Chávez al
poder en 1998.
De inmediato, y de manera irresponsable y criminal,
este y su combo asumieron el financiamiento del desastre cubano: cien mil
barriles diarios de petróleo, regalados desde hace más de una década, así como
obras de electrificación y educación pagadas por el Estado venezolano, mientras
aquí el régimen desmejoraba cada vez más nuestra calidad de vida. Por si fuera
poco, entregaron a Venezuela a Fidel Castro y su combo, convirtiéndolos en los
verdaderos amos del país.
Obviamente, a causa de toda esta tragedia, la
historia no absolverá a Fidel Castro, sino que lo condenará inexorablemente.
Aquél gánster estudiantil, oportunista político, mediocre guerrillero vencedor
de un ejército de pacotilla como el de Batista, asesino y criminal vesánico, no
lo podrá absolver su otra personalidad bipolar de “encantador de serpientes”,
carismático y fabulador.
Su último gran logro, el del carterista político
que antes había birlado al comunismo soviético, fue haber cautivado a un
golpista venezolano irresponsable que le dio parte de nuestros petrodólares
-como si hubieran sido los suyos- para que prolongara la agonía de una
revolución de hambre y miseria, y luego copiarla aquí, convirtiendo a Venezuela
en otro infierno.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 29 de noviembre de 2016.