miércoles, 25 de julio de 2018

EN EL BICENTENARIO DEL NATALICIO DE SIMON BOLÍVAR

Discurso de Orden de GEHARD CARTAY RAMÍREZ, diputado al Congreso de la República de Venezuela
ante el Concejo
Municipal del distrito Sosa del
estado Barinas

(Ciudad de Nutrias, 24 de Julio de 1983)

Nunca se pensó que la tranquila cuadra caraqueña donde nació Simón Bolívar, hace hoy doscientos años, entraría en la Historia Universal aquél 24 de julio de 1783.
El cuarto hijo de la familia Bolívar irrumpía al mundo predestinado a conducir la más trascendente revolución del continente latinoamericano. Su existencia, anunciada por los llantos infantiles apenas salido del claustro materno, tiene ya dos siglos entre nosotros y se extenderá hasta el final de los tiempos, como ocurre siempre con quienes logran traspasar el difícil umbral de la inmortalidad.
Aquel niño, recogido tiernamente en el regazo de la madre adolorida, protegido del frío de la Caracas aldeana de entonces, entra a la vida desguarnecido e indefenso, sin presagiar en modo alguno la gloria a la que se hará merecedor durante y después de su agitada existencia. Pertenece a una familia aristocrática, llegada a Caracas hace más de doscientos años, con raigambre española y cuantiosos medios de fortuna.
La suya no será, sin embargo, una infancia feliz. Cuando el pequeño Simón apenas cuenta dos años de edad muere su padre y luego, a los nueve años, fallece su madre. Vendrán después tutores y maestros, escogidos entre los mejores de Caracas. No en balde, Andrés Bello y Simón Rodríguez serán sus más importantes preceptores, tanto en la educación formal como en la siembra de ideas revolucionarias y transformadoras.
A los quince años, el joven Bolívar viaja a Europa por primera vez. Conoce a España y Francia y se casa en Madrid en 1802. Regresa a Caracas ese mismo año. Sin embargo, su temprana viudez lo obliga al año siguiente, en 1803, a retornar a Europa y allí vivirá tres años y ocho meses. Conoce entonces Francia, Italia, Austria, Bélgica, Holanda y Alemania. También visita Estados Unidos y regresa a su ciudad natal en 1807. Con su prodigiosa inteligencia, Bolívar recoge conocimientos y experiencias para su futura actuación como estadista y guerrero.
Tras el movimiento independentista de 1810, Bolívar -acompañado de Bello y López Méndez- vuelve nuevamente a Europa, esta vez a Inglaterra. Viaja en misión diplomática, como representante del nuevo gobierno.
Cuando regresa a su tierra, ya estará templado su carácter, madura su inteligencia y decidida su voluntad en favor de la titánica lucha por la libertad de América. El Bolívar frívolo que gastó inmensas fortunas entre mujeres, fiestas y placeres de Europa, cede ante el Bolívar revolucionario y austero que necesitará como conductor el proceso de liberación. Estamos ahora ante el pensador, el ideólogo, el genio militar, el líder y el estratega de una empresa ambiciosa y audaz como pocas en el mundo.
La Primera República tendrá en él un leal servidor de las armas. No desempeñará entonces ningún cargo importante. Cuando aquella cae por la fuerza de las circunstancias y se entrega luego el mando de las fuerzas patriotas a Francisco de Miranda, el futuro Libertador continúa en un discreto segundo plano. Aunque no lo convence la conducción del veterano Generalísimo, asume plenamente delicadas funciones militares. Son los días en que toma a Valencia siendo apenas un joven coronel. Son los días en que el terremoto de Caracas desafía su ira juvenil y él -con palabras de ocasión que luego le atribuyeron y que tal vez buscaban apaciguar los ánimos- promete que “si la Naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Son los días en que siendo jefe político y militar de la plaza de Puerto Cabello sufre su primera derrota militar ante las fuerzas realistas de Monteverde.
Luego vendrá la confusión total, el caos y finalmente la capitulación del General Miranda. El brillante militar que capitaneó legiones victoriosas en los campos de batalla de Europa, no acierta como conductor de las escasas tropas patriotas. Son muchos los errores de una revolución que, por otra parte, carecía de respaldo y apoyo popular. Con Miranda cae la República, y luego de capitular ante Monteverde, resuelve salir de Venezuela, con destino a Curazao. Cuando llega al Puerto de La Guaira es apresado por un grupo de jóvenes oficiales y de civiles, encabezados por Bolívar. Aquel fue un capítulo penoso y confuso, que decidió el fatal destino del Precursor de la Independencia. Al parecer, Miranda y Bolívar nunca tuvieron buenas relaciones. Miranda fue entregado entonces a los realistas, y algunos historiadores han asegurado que de inmediato el oficial español Domingo de Monteverde le concedió al futuro Libertador un salvoconducto para salir al exterior. Miranda, por su parte, fue llevado a España, donde morirá cuatro años después en las mazmorras del Fuerte de las Cuatro Torres en La Carraca, cerca de Cádiz.   
Bolívar sale del país, vía Curazao, rumbo a Cartagena. Allí escribirá su famoso Manifiesto explicando el fracaso de la insurgencia en su país. Allí también reunirá los aportes necesarios para su Campaña Admirable, iniciada el 14 de mayo de 1813, a través de la cual redimirá a su país -por primera vez- de la opresión española, mediante una gesta que le significará el titulo de Libertador, otorgado por la Municipalidad de Caracas el 14 de octubre de 1813.
Será efímera, sin embargo, esa rendija de libertad. Al poco tiempo caerá la Segunda República, a manos del asturiano José Tomás Boves, el único realista a quien sigue el pueblo, y de Morillo y sus 10.000 soldados excelentemente equipados.
Bolívar escapa nuevamente a Cartagena. De allí viaja a Jamaica, donde escribirá también otro documento profético. Sigue viaje a Haití, donde es bien recibido. Comienza a preparar la Expedición de Los Cayos. En 1816 llega a las playas de Margarita. Fracasa en su intentona y regresa nuevamente a Haití. Petión, su Presidente, le reitera su apoyo logístico y político. Así, estimulado y confiado en el futuro, el Libertador se prepara para la batalla final, la misma que lo coronará de gloria en las verdes sabanas de Carabobo el día de la victoria definitiva de la Patria.
Ahora el guerrero se traduce en estadista. Su lenguaje será más social que político: decreta por primera vez la libertad absoluta de los esclavos y legisla sobre la distribución de las tierras para los combatientes. Bolívar reorganiza el gobierno, dicta leyes, fija políticas. El formador de Repúblicas, apaciguado en este tiempo el genio militar, echa las bases del país que ha liberado.
Así, el 15 de febrero de 1819 pronuncia el célebre Discurso ante el Congreso de Angostura, probablemente el más importante que pronunciara en su vida. Expone entonces sus particulares y controvertidas ideas sobre el gobierno: su republicanismo centralista, distante del federalismo; el Senado Hereditario, idea un tanto exótica y ajena a las formas democráticas, por cierto; su filosofía del Poder Moral; la necesidad de la alternancia y el relevo en el poder (“…nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo Ciudadano el Poder. El Pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”); su temor permanente ante los abusos de la libertad y la ignorancia de las masas (“Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción); y otras profundas reflexiones sobre la sociología y la psicología del aquel pueblo en formación que serán los venezolanos. Se trata, en suma, de un discurso contrario a toda forma de demagogia, con algunas verdades incómodas sobre las capacidades del pueblo como actor de su destino y otras cuantas advertencias en torno a su futuro.    
Pero no ha llegado aún el descanso para su espada ni para su inteligencia. Desde Angostura, el Libertador piensa en la libertad de América. Organiza El Paso de los Andes y libera entonces a la Nueva Granada.
En 1822 emprende la Campaña del Sur. Liberará a Ecuador y a Perú en los campos de Pichincha, Junín y Ayacucho. Bajo su nombre y por iniciativa del joven Mariscal Antonio José de Sucre, nacerá Bolivia, avanzada sureña del gran país con que el Libertador sueña.
En los próximos años, Bolívar intenta consolidar su obra. Dirige la diplomacia colombiana, redacta y presenta el proyecto de Constitución para Bolivia y convoca el Congreso de Panamá. Sin embargo, al regresar del Sur, gobierna dictatorialmente, justificándose en el estado de anarquía, conspiraciones y deslealtades que consigue por todas partes. Tendrá también otra ocurrencia absurda: proponer una Presidencia Vitalicia, contraviniendo así sus advertencias en tal sentido, hechas en el Discurso de Angostura. Por desgracia, son los años postreros de su carrera política y militar.
En este contexto, todo parece conspirar contra su proyecto de constituir la Gran Colombia, bautizada así por algunos historiadores, aunque nunca fue su denominación oficial. En cada país surgen los caudillismos y los intereses de las dirigencias y las comunidades locales. Páez y Santander no ocultan sus desavenencias. Cada uno, a su manera, se deja influenciar por las oligarquías que los rodean y halagan.
Asume el Libertador, tal vez tardíamente, el control de la gran nación en proyecto. Pero sabe que su gran utopía está condenada de antemano al fracaso. Resignado y convencido de que la realidad y la terquedad de los hechos harán naufragar su proyecto, desiste del mismo.
Dos años después, conforme a su palabra, entrega el mando y comienza a transitar el ciclo final de su existencia.
El 17 de diciembre de 1830, a la una de la tarde, morirá en Santa Marta el más grande venezolano de todos los tiempos. Que entonces sus enemigos lo hayan calificado de demente, dictador o majadero, palidece al lado del reconocimiento de su gloria por las generaciones de americanos que lo hemos sucedido. Como bien lo dijera el escritor Ramón Díaz Sánchez:

El ha sido una luz. ¡Cuán maravillosa experiencia! Rodeado en su cuna de bienes materiales, muere pobre de ellos, pero, ¿es que son más felices los que ven su sepulcro rodeado de aquellos bienes? Lo del morir, como lo del vivir, son hechos, o sentimientos o ideas, relativos. Se vive y se muere en mayor o menor proporción según las obras, no según las riquezas acumuladas. Él, por ejemplo, vivirá mucho más que los seres egoístas que le persiguen. La cercanía de la descarnación -eso que vulgarmente se llama muerte- le rodea de una claridad y le comunica una gran lucidez. Ahora lo comprende todo mejor. Su corazón está vacío de odios y de rencores porque su espíritu y su conciencia están llenos de claridad”.


***

En apretada síntesis, empresa difícil tratándose de la vida y obra de Simón Bolívar, hemos bosquejado los más importantes aspectos de la trayectoria vital del Libertador.
 Se me podría decir, sin embargo, que la vida de Bolívar la conocemos más o menos los venezolanos, casi desde la temprana edad de la infancia. Y es cierto. Sin embargo, y para decirlo con palabras ajenas, “hay cosas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan”.
Bolívar, el Padre de la Patria, es ejemplo que debemos evocar los venezolanos de ayer, de hoy y de mañana.

“La vida de Bolívar -ha dicho el Presidente Luis Herrera Campíns- fue un culto a la constancia, sostenida por una ardiente fe en las posibilidades humanas y en su propia potencialidad de constructor de Repúblicas. No lo fatigó nunca la derrota ni lo envaneció la victoria”.

Precisas y exactas palabras del actual Presidente de los venezolanos para describir en su justa medida al más universal de los hijos de Venezuela.

En torno a su figura -ha dicho el ex Presidente Rafael Caldera- los países americanos adquirimos plena conciencia de que invocar su nombre es obligarnos solidariamente a una tarea en la que tenemos mucho que alcanzar y no poco que rectificar”.

He allí el reto, el desafío, la obra inconclusa a que nos convoca Bolívar en esta hora.
A distancia, transcurridos algunos años de su epopeya libertadora, los venezolanos no hemos asumido plenamente su ideario, ni puesto en práctica su proyecto político y social, en cuanto pueda tener correspondencia con las particulares realidades de hoy y muy lejos de algunas incidencias ingratas, si se las analiza en la fría perspectiva histórica.
Bolívar sólo existe para algunos cuando conmemoramos fiestas históricas. Entonces se le cita y se le ensalza. Muchas veces -antes, ahora y seguramente después-, voces hipócritas y falsas asumen su pensamiento como bandera y se escudan detrás de su figura para justificar crímenes y ambiciones bastardas, pretendiendo hablar por él cuando sólo las ideas bolivarianas pueden hacerlo. Prostituyen su mensaje y elevan al Libertador a los altares de lo imposible, tal vez para alejarlo de todos, para hacerlo inaccesible, para pretender convertirlo en prisionero de sus concupiscencias o para erigirlo en mito y religión, todas ellas inaceptables en su caso.
Así hemos ido construyendo un Bolívar falso, muy distinto al Bolívar de carne y hueso, con sus virtudes y defectos. Si regresamos a este, si tomamos su vertiente humana y la asimilamos; si dejamos de lado al Bolívar que se saca a relucir en ocasiones de pompa y protocolo o al que se usa con fines políticos rastreros, tal vez entonces podríamos darnos cuenta de cómo hemos vuelto la espalda a sus angustias y desvelos.
Hagamos a Bolívar mensaje e idea para todos los días, en la medida en que uno y otro sean aplicables en nuestro tiempo. Y ese desafío sólo será posible cumplirlo si traducimos sus sabias lecciones y consejos y —más allá de todo eso— en la medida también en que seamos capaces de construir un país que garantice felicidad y bienestar a sus ciudadanos.
Rompamos, pues, esa tradición del Bolívar anclado a la evocación patriotera y a la retórica inútil. Traigámoslo al hoy. Proyectémoslo al futuro en la medida en que ello sea posible, insisto. Y de su obra y su pensamiento, respetemos lo que perteneció a su época y consolidemos lo que pueda pertenecerle al presente. Hay mucho de actual en su mensaje, como también hay muchas cosas que pertenecen al pasado y deben quedarse allí.
Entre las primeras están, por ejemplo, la construcción de una democracia amoldada a nuestra propia realidad; las ideas y acciones para alcanzar nuestro destino como Nación; la lucha por una moral de servicio público y el alcance de un objetivo nacional, son elementos fundamentales de la doctrina bolivariana aún vigentes. No corresponden, por supuesto, a realidades extrañas a la nuestra, ni tampoco puede juzgárseles como exóticas e inalcanzables. Lo que habría que examinar es si los venezolanos de antes y ahora hemos sido capaces de adelantar lo que el genio de Bolívar nos dejó como líneas maestras de nuestra acción como pueblo.
No cedamos paso al fatalismo para aceptar que somos para siempre incapaces de concretar el proyecto del Padre de la Patria en sus aspectos fundamentales aún vigentes e, incluso de superarlo, si fuera el caso. Aceptemos entonces nuestras fallas. Hagamos autocrítica honesta y sincera. Pero basta ya de lamentarnos. Acerquémoslo al futuro, tomados de su mano y seamos dignos de su obra y su pensamiento esencial.
Bolívar está aún esperando nuestro gesto. Y como lo cantaran los versos de Manuel Felipe Rugeles:

Su extraña voz profética se escucha todavía,
más alta que los Andes, más sonora que el mar.
Cada vez que renace la conciencia del mundo,
su mensaje recobra fulgor de eternidad.

***

Agradezco a la Ilustre Municipalidad del Distrito Sosa del Estado Barinas su generosidad por cederme esta tribuna en ocasión de conmemorar el Bicentenario del Natalicio del Libertador y poder expresar nuestros sentimientos hacia quien, sin duda alguna, es el primer venezolano.
Muchas gracias.




jueves, 12 de julio de 2018


LA CONSTITUCIÓN Y LOS MILITARES
Gehard Cartay Ramírez
La Constitución Nacional es la Carta Fundamental de la República y, con tal carácter, establece los derechos y deberes de sus ciudadanos y precisa el modelo político, económico y social del Estado venezolano. 
Por tanto, su contenido nos obliga a todos sin excepción, y entre ellos están incluidos los miembros de la Fuerza Armada Nacional (FAN). Por eso mismo, cuando se le exige que cumplan sus deberes constitucionales nadie los insta a alzarse, sino todo lo contrario: a ser garantes de las normas constitucionales.
Y esa es, sin duda alguna, una alta exigencia nacional a estas alturas: que garanticen el cumplimiento de la Constitución, violada todos los días por el régimen castrochavomadurista. Pero cuando se le exige a la Fuerza Armada Nacional que garantice la vigencia de la Carta Magna, ella misma debe comenzar cumpliendo con el artículo 328, que la regula como institución castrense, y cuya cúpula viola a cada rato. La Constitución le ordena ser “una institución esencialmente profesional, sin militancia política”, que “en el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”. Más claro no canta un gallo. Entonces, sobra eso de “Chávez vive” o lo de “patria socialista”. Comiencen, pues, por cumplir el artículo 328.
Desde luego que, basada en estas mismas razones -por estar “al servicio exclusivo de la Nación”-, la FAN debería exigirle al régimen que cumpla también con la Constitución y las leyes, respete el Estado de Derecho, garantice la comida así como la seguridad y los bienes de los venezolanos, deje de violar los derechos humanos, libere a los presos políticos y acceda a la celebración de elecciones limpias y transparentes.
¿Será mucho pedir? Por supuesto que no: todo eso está en las normas constitucionales, especialmente en el artículo 2 que define a Venezuela “como un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, lo que ahora obviamente no es.
Hay que recordarle a la cúpula militar de hoy que desde 1958 hasta 1998 las FAN fueron -por expreso mandato de la Constitución de 1961- “apolíticas, no deliberantes y sometidas al poder civil”. Se les inculcó entonces una profunda raigambre constitucional y se las mantuvo alejadas del debate político-partidista. Se respetó -en lo posible- la meritocracia en materia de ascensos, revisados por el Senado, antes de ser aprobados por el Presidente de la República. Y se actualizó entonces a la alta oficialidad en temas de interés nacional, a través del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional durante el primer gobierno del presidente Rafael Caldera.
Entre 1958 y 1999 las FAN como institución tuvieron un comportamiento institucional, con apego a las normas constitucionales. En su momento, respaldaron la democracia republicana frente la subversión guerrillera de la extrema izquierda, patrocinada por el dictador cubano Fidel Castro, y la derrotaron militarmente.
La llegada al poder del actual régimen en 1999 cambió intempestivamente el papel de las FAN. No hay que olvidar, por cierto, que luego de la derrota de las guerrillas en los años sesenta, continuó la infiltración marxista de los cuadros medios de la institución armada (Véase mi libro Los orígenes ocultos del chavismo, Editorial Libros Marcados, 2006). Después siguieron la preparación sigilosa de una logia militar conspiradora y las intentonas golpistas de febrero y noviembre de 1992.
Estos lamentables hechos y la gigantesca crisis nacional creada por el actual desgobierno convierten a la institución militar en un factor decisivo en el desenlace de la actual situación. De allí que los venezolanos le reclamen a la Fuerza Armada Nacional que actúe en función de los principios constitucionales y sea garante efectivo de la institucionalidad democrática, y no el soporte armado de un proyecto político que ha destruido las instituciones, dividido al país y sembrado el odio, aparte de conducirnos a la más severa crisis económica que este país haya podido sufrir nunca antes.
La resolución de la presente crisis de gobernabilidad sólo es posible mediante el cumplimiento efectivo e inmediato de los principios del sistema democrático y del Estado de Derecho que consagra la actual Constitución de la República y, por tanto, la Fuerza Armada Nacional tiene que ser su garante, pues ella ejerce la custodia de las armas propiedad del pueblo venezolano y el monopolio de la violencia.
@gehardcartay
LAPATILLA.COM
Jueves, 12 de julio de 2018
 




martes, 3 de julio de 2018


ANOMIA OPOSITORA
Gehard Cartay Ramírez
Resulta gravísima la anomia que sufre la dirigencia opositora en un momento en que debería estar activa y decidida para sustituir la dictadura que oprime a Venezuela.
Tal situación es inaudita por donde se le analice. Venezuela sufre ahora uno de los regímenes más destructores y letales que haya conocido su historia. En casi dos décadas, un régimen falaz y antipatriótico no sólo ha destruido casi todos los logros que el país había alcanzado hasta su desgraciada llegada al poder en 1999, sino que, por si fuera poco, ha condenado a los venezolanos al hambre y la miseria, no obstante ser nuestro país uno de los más ricos del planeta.
Frente a este cuadro, cada día más agónico, no se observa una reacción contundente y precisa de la dirigencia opositora, para no hablar de su liderazgo, que obviamente no existe ahora. Sus partidos políticos, algunos anémicos, otros confundidos y no pocos divididos, aparecen impotentes ante la desgracia que nos arropa, todo lo cual refuerza la desesperanza que, al estilo castrocomunista, nos induce cada día el chavomadurismo.
Se ha configurado así un dramático vacío de liderazgo, tanto personal como colectivo. No ha surgido hasta ahora alguien que encarne ese liderazgo opositor, combativo, decidido y resuelto a enfrentar al régimen, con todas las consecuencias que lleva implícito ese reto. Pero, igualmente, tampoco aparece por ningún lado, en estos precisos momentos, el liderazgo colectivo que requerimos los adversarios del régimen, para planificar, dirigir y ejecutar las tácticas y los movimientos necesarios para sustituir al actual régimen.
Pareciera que algunos dirigentes opositores se han atemorizado frente a la cúpula podrida del régimen, cáfila de mediocres, ineptos y corruptos que, a pesar de encabezar una dictadura, no se ocupan de gobernar en el sentido exacto del término (proteger la vida y los bienes de los ciudadanos y propender su progreso y desarrollo, para decirlo de la manera más simple). Así, hoy vivimos la paradoja de que no hay liderazgo en el régimen ni tampoco en la oposición, todo lo cual conforma la anomia general del país. Mientras tanto, nos precipitamos hacia una colosal tragedia humanitaria, sin que surja un liderazgo personal y colectivo que sustituya cuanto antes a quienes mal gobiernan y detenga efectivamente la tragedia que hoy envuelve hoy a venezolanos.
Son casi veinte años de ineficacia política y dirigencial. Y todo ello, a pesar de que la sociedad civil ha mostrado varias veces su beligerancia y fortaleza, y centenares de jóvenes han muerto a manos de la más feroz represión que haya conocido el país. Pero la dirigencia opositora le ha fallado en varios momentos decisivos, bien por falta de coraje, como sucedió en las elecciones presidenciales de 2012, o por no haber trazado una estrategia unitaria, efectiva y clara frente a las pasadas “elecciones” de 20 de mayo.
Todas estas equivocaciones opositoras arrancan, a mi juicio, de no haber comprendido desde sus inicios la auténtica naturaleza del régimen, en especial su indisimulado propósito de permanecer por siempre en el poder, exageración que aunque no podrá cumplirse nunca ni aquí ni en otro lado, cuenta ya dos décadas a su favor en Venezuela. Todavía recordamos cómo se entregó cobardemente el Congreso de la República elegido en 1988; o la irresponsable actitud de la antigua Corte Suprema de Justicia cuando avaló la convocatoria de la Constituyente de Chávez en 1999, a pesar de que la misma no estaba contemplada en la Constitución de 1961. Ambas conductas fueron una muestra inicial de la cobardía institucional que permitió a Chávez hacerse un traje a la medida para arrancar su proyecto totalitario. 
La otra gran paradoja la constituye el hecho de que más del 80 por ciento del país rechaza el régimen de Maduro y, sin embargo, a pesar de esa orfandad de apoyo, este último se mantiene sostenido únicamente por la cúpula militar. Todo lo cual explica –a su vez– la desconexión actual entre la fuerza armada y su compromiso sagrado de respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes de la República. Y no sólo eso, sino también su falta de sintonía con el sentimiento mayoritario de los venezolanos. 
Hay que despertar a la oposición de su modorra actual. Hay que sacudirla para vuelva a la lucha y al combate efectivo por la sustitución del chavomadurismo cuanto antes. Pero esa tarea pasa por la inaplazable revisión de los actuales dirigentes opositores, así como por el cambio en la manera de adelantar ese combate por una mejor Venezuela. Todo este tema es digno de un debate abierto y plural. Pero no se puede demorar más. Cuanto antes lo hagamos, menos tiempo tendrá el régimen para seguir destruyendo a Venezuela.
@gehardcartay 
LAPATILLA.COM
Viernes, 29 de junio de 2018.