Discurso de Orden de GEHARD CARTAY RAMÍREZ, diputado al Congreso de la República de Venezuela
ante el Concejo
Municipal del distrito Sosa del
estado Barinas
(Ciudad de Nutrias,
24 de Julio de 1983)
Nunca se pensó que
la tranquila cuadra caraqueña donde nació Simón Bolívar, hace hoy doscientos años,
entraría en la Historia Universal aquél 24 de julio de 1783.
El cuarto hijo de la
familia Bolívar irrumpía al mundo predestinado a conducir la más trascendente
revolución del continente latinoamericano. Su existencia, anunciada por los
llantos infantiles apenas salido del claustro materno, tiene ya dos siglos
entre nosotros y se extenderá hasta el final de los tiempos, como ocurre siempre
con quienes logran traspasar el difícil umbral de la inmortalidad.
Aquel niño, recogido
tiernamente en el regazo de la madre adolorida, protegido del frío de la
Caracas aldeana de entonces, entra a la vida desguarnecido e indefenso, sin
presagiar en modo alguno la gloria a la que se hará merecedor durante y después
de su agitada existencia. Pertenece a una familia aristocrática, llegada a Caracas
hace más de doscientos años, con raigambre española y cuantiosos medios de
fortuna.
La suya no será, sin
embargo, una infancia feliz. Cuando el pequeño Simón apenas cuenta dos años de
edad muere su padre y luego, a los nueve años, fallece su madre. Vendrán
después tutores y maestros, escogidos entre los mejores de Caracas. No en balde,
Andrés Bello y Simón Rodríguez serán sus más importantes preceptores, tanto en
la educación formal como en la siembra de ideas revolucionarias y transformadoras.
A los quince años,
el joven Bolívar viaja a Europa por primera vez. Conoce a España y Francia y se
casa en Madrid en 1802. Regresa a Caracas ese mismo año. Sin embargo, su
temprana viudez lo obliga al año siguiente, en 1803, a retornar a Europa y allí
vivirá tres años y ocho meses. Conoce entonces Francia, Italia, Austria,
Bélgica, Holanda y Alemania. También visita Estados Unidos y regresa a su
ciudad natal en 1807. Con su prodigiosa inteligencia, Bolívar recoge
conocimientos y experiencias para su futura actuación como estadista y
guerrero.
Tras el movimiento independentista
de 1810, Bolívar -acompañado de Bello y López Méndez- vuelve nuevamente a
Europa, esta vez a Inglaterra. Viaja en misión diplomática, como representante
del nuevo gobierno.
Cuando regresa a su
tierra, ya estará templado su carácter, madura su inteligencia y decidida su
voluntad en favor de la titánica lucha por la libertad de América. El Bolívar
frívolo que gastó inmensas fortunas entre mujeres, fiestas y placeres de
Europa, cede ante el Bolívar revolucionario y austero que necesitará como conductor
el proceso de liberación. Estamos ahora ante el pensador, el ideólogo, el genio
militar, el líder y el estratega de una empresa ambiciosa y audaz como pocas en
el mundo.
La Primera República
tendrá en él un leal servidor de las armas. No desempeñará entonces ningún
cargo importante. Cuando aquella cae por la fuerza de las circunstancias y se
entrega luego el mando de las fuerzas patriotas a Francisco de Miranda, el
futuro Libertador continúa en un discreto segundo plano. Aunque no lo convence
la conducción del veterano Generalísimo, asume plenamente delicadas funciones
militares. Son los días en que toma a Valencia siendo apenas un joven coronel.
Son los días en que el terremoto de Caracas desafía su ira juvenil y él -con
palabras de ocasión que luego le atribuyeron y que tal vez buscaban apaciguar
los ánimos- promete que “si la Naturaleza se opone, lucharemos contra ella y
haremos que nos obedezca”. Son los días en que siendo jefe político y militar
de la plaza de Puerto Cabello sufre su primera derrota militar ante las fuerzas
realistas de Monteverde.
Luego vendrá la confusión
total, el caos y finalmente la capitulación del General Miranda. El brillante
militar que capitaneó legiones victoriosas en los campos de batalla de Europa,
no acierta como conductor de las escasas tropas patriotas. Son muchos los
errores de una revolución que, por otra parte, carecía de respaldo y apoyo
popular. Con Miranda cae la
República, y luego de capitular ante Monteverde, resuelve salir de Venezuela,
con destino a Curazao. Cuando llega al Puerto de La Guaira es apresado por un
grupo de jóvenes oficiales y de civiles, encabezados por Bolívar. Aquel fue un
capítulo penoso y confuso, que decidió el fatal destino del Precursor de la
Independencia. Al parecer, Miranda y Bolívar nunca tuvieron buenas relaciones. Miranda
fue entregado entonces a los realistas, y algunos historiadores han asegurado
que de inmediato el oficial español Domingo de Monteverde le concedió al futuro
Libertador un salvoconducto para salir al exterior. Miranda, por su parte, fue
llevado a España, donde morirá cuatro años después en las mazmorras del Fuerte
de las Cuatro Torres en La Carraca, cerca de Cádiz.
Bolívar sale del país,
vía Curazao, rumbo a Cartagena. Allí escribirá su famoso Manifiesto explicando el fracaso de la insurgencia en su país. Allí
también reunirá los aportes necesarios para su Campaña Admirable, iniciada el 14 de mayo de 1813, a través de la
cual redimirá a su país
-por primera vez- de la opresión española, mediante una gesta que le significará
el titulo de Libertador, otorgado por la Municipalidad de Caracas el 14 de octubre
de 1813.
Será efímera, sin
embargo, esa rendija de libertad. Al poco tiempo caerá la Segunda República, a
manos del asturiano José Tomás Boves, el único realista a quien sigue el
pueblo, y de Morillo y sus 10.000 soldados excelentemente equipados.
Bolívar escapa
nuevamente a Cartagena. De allí viaja a Jamaica, donde escribirá también otro
documento profético. Sigue viaje a Haití, donde es bien recibido. Comienza a
preparar la Expedición de Los Cayos. En
1816 llega a las playas de Margarita. Fracasa en su intentona y regresa
nuevamente a Haití. Petión, su Presidente, le reitera su apoyo logístico y
político. Así, estimulado y confiado en el futuro, el Libertador se prepara
para la batalla final, la misma que lo coronará de gloria en las verdes sabanas
de Carabobo el día de la victoria definitiva de la Patria.
Ahora el guerrero se
traduce en estadista. Su lenguaje será más social que político: decreta por primera
vez la libertad absoluta de los esclavos y legisla sobre la distribución de las
tierras para los combatientes. Bolívar reorganiza el gobierno, dicta leyes,
fija políticas. El formador de Repúblicas, apaciguado en este tiempo el genio
militar, echa las bases del país que ha liberado.
Así, el 15 de
febrero de 1819 pronuncia el célebre Discurso
ante el Congreso de Angostura, probablemente el más importante que
pronunciara en su vida. Expone entonces sus particulares y controvertidas ideas
sobre el gobierno: su republicanismo centralista, distante del federalismo; el Senado Hereditario, idea un tanto
exótica y ajena a las formas democráticas, por cierto; su filosofía del Poder Moral; la necesidad de la alternancia
y el relevo en el poder (“…nada es tan peligroso como dejar permanecer largo
tiempo en un mismo Ciudadano el Poder. El Pueblo se acostumbra a obedecerle, y
él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”); su
temor permanente ante los abusos de la libertad y la ignorancia de las masas (“Un
pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción); y otras
profundas reflexiones sobre la sociología y la psicología del aquel pueblo en
formación que serán los venezolanos. Se trata, en suma, de un discurso
contrario a toda forma de demagogia, con algunas verdades incómodas sobre las
capacidades del pueblo como actor de su destino y otras cuantas advertencias en
torno a su futuro.
Pero no ha llegado aún
el descanso para su espada ni para su inteligencia. Desde Angostura, el
Libertador piensa en la libertad de América. Organiza El Paso de los Andes y libera entonces a la Nueva Granada.
En 1822 emprende la Campaña del Sur. Liberará a Ecuador y a
Perú en los campos de Pichincha, Junín y Ayacucho. Bajo su nombre y por
iniciativa del joven Mariscal Antonio José de Sucre, nacerá Bolivia, avanzada
sureña del gran país con que el Libertador sueña.
En los próximos
años, Bolívar intenta consolidar su obra. Dirige la diplomacia colombiana,
redacta y presenta el proyecto de Constitución para Bolivia y convoca el
Congreso de Panamá. Sin embargo, al regresar del Sur, gobierna
dictatorialmente, justificándose en el estado de anarquía, conspiraciones y
deslealtades que consigue por todas partes. Tendrá también otra ocurrencia
absurda: proponer una Presidencia Vitalicia, contraviniendo así sus
advertencias en tal sentido, hechas en el Discurso de Angostura. Por desgracia,
son los años postreros de su carrera política y militar.
En este contexto, todo
parece conspirar contra su proyecto de constituir la Gran Colombia, bautizada así
por algunos historiadores, aunque nunca fue su denominación oficial. En cada
país surgen los caudillismos y los intereses de las dirigencias y las
comunidades locales. Páez y Santander no ocultan sus desavenencias. Cada uno, a
su manera, se deja influenciar por las oligarquías que los rodean y halagan.
Asume el Libertador,
tal vez tardíamente, el control de la gran nación en proyecto. Pero sabe que su
gran utopía está condenada de antemano al fracaso. Resignado y convencido de
que la realidad y la terquedad de los hechos harán naufragar su proyecto,
desiste del mismo.
Dos años después,
conforme a su palabra, entrega el mando y comienza a transitar el ciclo final
de su existencia.
El 17 de diciembre
de 1830, a la una de la tarde, morirá en Santa Marta el más grande venezolano
de todos los tiempos. Que entonces sus enemigos lo hayan calificado de demente,
dictador o majadero, palidece al lado del reconocimiento de su gloria por las
generaciones de americanos que lo hemos sucedido. Como bien lo dijera el
escritor Ramón Díaz Sánchez:
El ha sido una luz. ¡Cuán
maravillosa experiencia! Rodeado en su cuna de bienes materiales, muere pobre de
ellos, pero, ¿es que son más felices los que ven su sepulcro rodeado de aquellos
bienes? Lo del morir, como lo del vivir, son hechos, o sentimientos o ideas,
relativos. Se vive y se muere en mayor o menor proporción según las obras, no
según las riquezas acumuladas. Él, por ejemplo, vivirá mucho más que los seres
egoístas que le persiguen. La cercanía de la descarnación -eso que vulgarmente
se llama muerte- le rodea de una claridad y le comunica una gran lucidez. Ahora
lo comprende todo mejor. Su corazón está vacío de odios y de rencores porque su
espíritu y su conciencia están llenos de claridad”.
***
En apretada síntesis,
empresa difícil tratándose de la vida y obra de Simón Bolívar, hemos bosquejado
los más importantes aspectos de la trayectoria vital del Libertador.
Se me podría decir, sin embargo, que la vida
de Bolívar la conocemos más o menos los venezolanos, casi desde la temprana
edad de la infancia. Y es cierto. Sin embargo, y para decirlo con palabras
ajenas, “hay cosas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan”.
Bolívar, el Padre de
la Patria, es ejemplo que debemos evocar los venezolanos de ayer, de hoy y de
mañana.
“La vida de Bolívar -ha dicho el
Presidente Luis Herrera Campíns- fue un
culto a la constancia, sostenida por una ardiente fe en las posibilidades humanas
y en su propia potencialidad de constructor de Repúblicas. No lo fatigó nunca
la derrota ni lo envaneció la victoria”.
Precisas y exactas palabras
del actual Presidente de los venezolanos para describir en su justa medida al más
universal de los hijos de Venezuela.
En torno a su figura
-ha
dicho el ex Presidente Rafael Caldera-
los países americanos adquirimos plena conciencia de que invocar su nombre es
obligarnos solidariamente a una tarea en la que tenemos mucho que alcanzar y no
poco que rectificar”.
He allí el reto, el
desafío, la obra inconclusa a que nos convoca Bolívar en esta hora.
A distancia,
transcurridos algunos años de su epopeya libertadora, los venezolanos no hemos
asumido plenamente su ideario, ni puesto en práctica su proyecto político y
social, en cuanto pueda tener correspondencia con las particulares realidades
de hoy y muy lejos de algunas incidencias ingratas, si se las analiza en la
fría perspectiva histórica.
Bolívar sólo existe
para algunos cuando conmemoramos fiestas históricas. Entonces se le cita y se
le ensalza. Muchas veces -antes, ahora y seguramente después-, voces hipócritas
y falsas asumen su pensamiento como bandera y se escudan detrás de su figura
para justificar crímenes y ambiciones bastardas, pretendiendo hablar por él
cuando sólo las ideas bolivarianas pueden hacerlo. Prostituyen su mensaje y
elevan al Libertador a los altares de lo imposible, tal vez para alejarlo de
todos, para hacerlo inaccesible, para pretender convertirlo en prisionero de
sus concupiscencias o para erigirlo en mito y religión, todas ellas
inaceptables en su caso.
Así hemos ido
construyendo un Bolívar falso, muy distinto al Bolívar de carne y hueso, con
sus virtudes y defectos. Si regresamos a este, si tomamos su vertiente humana y
la asimilamos; si dejamos de lado al Bolívar que se saca a relucir en ocasiones
de pompa y protocolo o al que se usa con fines políticos rastreros, tal vez
entonces podríamos darnos cuenta de cómo hemos vuelto la espalda a sus
angustias y desvelos.
Hagamos a Bolívar mensaje
e idea para todos los
días, en la medida en que uno y otro sean aplicables en nuestro tiempo. Y ese desafío sólo será posible
cumplirlo si traducimos sus sabias lecciones y consejos y —más allá de todo
eso— en la medida también en que seamos capaces de construir un país que
garantice felicidad y bienestar a sus ciudadanos.
Rompamos, pues, esa
tradición del Bolívar anclado a la evocación patriotera y a la retórica inútil.
Traigámoslo al hoy. Proyectémoslo al futuro en la medida en que ello sea
posible, insisto. Y de su obra y su pensamiento, respetemos lo que perteneció a
su época y consolidemos lo que pueda pertenecerle al presente. Hay mucho de
actual en su mensaje, como también hay muchas cosas que pertenecen al pasado y
deben quedarse allí.
Entre las primeras
están, por ejemplo, la construcción de una democracia amoldada a nuestra propia
realidad; las ideas y acciones para
alcanzar nuestro destino como Nación; la lucha por una moral de servicio
público y el alcance de un objetivo nacional, son elementos fundamentales de la
doctrina bolivariana aún vigentes. No corresponden, por supuesto, a realidades extrañas a la nuestra, ni tampoco puede
juzgárseles como exóticas e inalcanzables. Lo que habría que examinar es si los venezolanos de antes y ahora hemos
sido capaces de adelantar lo que el genio de Bolívar nos dejó como líneas
maestras de nuestra acción como pueblo.
No cedamos paso al fatalismo
para aceptar que somos para siempre incapaces de concretar el proyecto del
Padre de la Patria en sus aspectos fundamentales aún vigentes e, incluso de
superarlo, si fuera el caso. Aceptemos entonces nuestras fallas. Hagamos
autocrítica honesta y sincera. Pero basta ya de lamentarnos. Acerquémoslo al
futuro, tomados de su mano y seamos dignos de su obra y su pensamiento
esencial.
Bolívar está aún
esperando nuestro gesto. Y como lo cantaran los versos de Manuel Felipe
Rugeles:
Su extraña voz profética se escucha todavía,
más alta que los Andes, más sonora que el mar.
Cada vez que renace la conciencia del mundo,
su mensaje recobra fulgor de eternidad.
***
Agradezco a la Ilustre
Municipalidad del Distrito Sosa del Estado Barinas su generosidad por cederme
esta tribuna en ocasión de conmemorar el Bicentenario del Natalicio del
Libertador y poder expresar nuestros sentimientos hacia quien, sin duda alguna,
es el primer venezolano.
Muchas gracias.