miércoles, 6 de noviembre de 2013

EL HOLOCAUSTO VENEZOLANO
Gehard Cartay Ramírez
Maduro se preocupa porque ha perdido seis mil seguidores en Twitter, pero no le importan los más de 200.000 venezolanos asesinados desde 1999.
Allí está retratada la indolencia de este régimen. A ellos sólo les conciernen sus intereses personales, económicos y de grupo. Lo demás no está entre sus prioridades. Por eso, la vida y los bienes de los venezolanos les importan un carajo.
Pero hay más todavía. Su proyecto neototalitario pasa por sembrar el odio y el temor entre los venezolanos. Por eso, tan temprano como el 4 de febrero de 1999 -dos días después de haber tomado posesión como presidente-, Hugo Chávez “legitimó” la violencia y el delito al afirmar, demagógica e irresponsablemente en cadena nacional de radio y televisión, que quien robara por hambre estaba justificado en su proceder, como si ser pobre fuera sinónimo de delincuente.
Fue entonces cuando se abrió la “Caja de Pandora”. Ciertamente, que el primer mandatario de la nación dijera tal exabrupto no era otra cosa que una abierta instigación a delinquir. Ya sabemos lo que vino luego: una permanente siembra del odio entre los ciudadanos de este país, contraponiendo a los pobres contra los ricos, estigmatizando a unos y justificando a otros, todo ello en un ejercicio de lucha de clases estúpido y criminal, máxime si tal era el discurso del presidente de la República.
Y allí está la cosecha de esa siembra de odio y violencia: más de 200.000 asesinatos a manos del hampa y la delincuencia en estos 15 años del actual régimen. Por efectos de imitación y sintiéndose justificados por la autoridad, delincuentes de todas partes arreciaron sus crímenes contra personas y bienes, en una vorágine que ha terminado siendo un holocausto que hoy enluta miles de familias venezolanas.
En paralelo, el régimen no ha querido librar un combate a fondo contra la inseguridad creada por su propio discurso violento. Todo lo contrario: ha convertido a la delincuencia en su aliado más eficiente a la hora de sembrar miedo entre la población. Por eso mismo, las autoridades mantienen esa especie de blandengue y cómplice actitud ante la ofensiva, cada vez más poderosa, de los delincuentes contra la familia venezolana.
Por esas razones de fondo es que ni el extinto presidente, ni su sucesor le han dado importancia a la lucha contra la inseguridad, a pesar de ser el problema más acuciante a juicio de los venezolanos, según lo confirman todas las encuestas. No obstante su verborragia interminable, el anterior nunca se refirió a este asunto y mucho menos se ocupó de combatir la delincuencia. Su discípulo tampoco lo ha hecho, ni lo hará. La estrategia es clara: mantener a la gente encerrada en sus casas y tratar de controlar las calles con sus bandas armadas y los malandros que le sirven de apoyo.
Por si fuera poco, el monopolio de las armas ahora lo tienen el Estado y la delincuencia. En el medio, desasistidos, indefensos y sin otra protección que la de la Divina Providencia, los ciudadanos de a pié no tienen acceso a ningún tipo de armas y las autorizaciones al respecto son un privilegio para los amigos del proceso.
En este contexto, quienes pierden son los ciudadanos honestos, carne de cañón de la inseguridad que a diario cobra su ración de muertos a manos del hampa. Y lo peor es que pareciera que nos hemos acostumbrado a ello. Ya nadie, o tal vez pocos, se escandalizan ante esta guerra contra la ciudadanía por parte de la delincuencia, que suma más muertos que el conflicto armado en Colombia en sus 50 años de existencia.
Pero cuando esta tragedia nos roza de cerca obviamente nos indigna y duele aún más. Eso es lo que ocurrió este viernes pasado, cuando fue asesinada al volante de su vehículo y en presencia de su hijo menor -que resultó herido- una muy querida amiga y ex colaboradora nuestra, la señora Ana María Calivá de Vera, esposa del ingeniero Marcial Orángel Vera, quien fuera director de Obras Públicas en el gobierno regional que encabecé entre 1993 y 1996.
Ana María fue siempre una persona muy especial, activa, emprendedora, trabajadora insigne, invariablemente alegre y servicial con los demás. Fue esposa y madre ejemplar, entregada a su familia con dedicación y devoción inigualables. Una vida como la suya, tan útil y valiosa para la sociedad, fue sin embargo segada por un asesino de los tantos que andan por allí en medio de la más absoluta impunidad.
Adolorido e indignado ante su asesinato, me pregunto cuántas muertes más producirá la impunidad del régimen frente al delito y su incapacidad para terminar con este terrible holocausto que ha cobrado ya la vida de centenares de miles de buenos venezolanos. 
   @gehardcartay
(LA PRENSA de Barinas- Martes, 05 de noviembre de 2013)