miércoles, 26 de septiembre de 2018


EL SOCIALISMO COMO FRACASO

Gehard Cartay Ramírez
El actual régimen venezolano se cataloga como “socialismo del siglo XXI, justamente luego de que esa etiqueta ideológica resultara uno de los fraudes históricos más notables de la historia.
No tiene nada de raro, entonces, que esta tragedia que vivimos los venezolanos desde hace varios años también se defina como socialista. Cualquiera que haya leído un poco de historia sabe que el socialismo ha fracasado en todas partes porque fue incapaz de desarrollar un modelo económico que permitiera distribuir la riqueza, promover la iniciativa personal de cada quien y respetar el derecho de propiedad como una conquista humana lograda por el trabajo de hombres y mujeres.
El socialismo fracasó estruendosamente en todas partes, al igual que ha fracasado en Venezuela. Esa es la gran verdad. Primero fue la caída del Muro de Berlín y la liquidación de la Alemania Comunista por haber llevado al hambre, la miseria y al atraso aquella parte del pueblo alemán. Luego vino el derrumbe de la Unión Soviética, la gran mentira del siglo XX, considerada por sus seguidores como el paraíso socialista del mundo. Pero se acabó porque su fracaso económico fue de tal magnitud que, sin que nadie disparara un tiro en su contra, los propios rusos decidieron liquidarla. El efecto dominó no se hizo esperar: como si fueran un castillo de naipes también se acabaron las Repúblicas Socialistas satélites de la Unión Soviética.
Desde la década de los 90, China también abandonó el socialismo como sistema económico, si bien se mantiene, por ahora, un régimen comunista en lo político. Algo parecido ocurre con Vietnam, reconvertido también al capitalismo, luego de 20 años de sistema socialista marxista. A estas alturas, apenas Corea del Norte y Cuba mantienen esquemas socialistas, lo que ha significado su fracaso, tanto en el plano político, como en el campo económico y social. Ambos países son víctimas de férreas dictaduras, donde se irrespetan los derechos humanos, no hay libertades de ningún género y sus pueblos están condenados a ser eternamente pobres y miserables.
La mejor demostración del fracaso socialista lo constituye el hecho indiscutible de que en hoy en Cuba, por ejemplo, la gente huye o trata de huir hacia los Estados Unidos, aún a riesgo de que los devoren los tiburones. Nunca se ha visto que los estadounidenses huyan hacia “el mar de la felicidad” cubana. Todo lo contrario. Lo mismo pasaba entre 1946 y 1989 con la gente de Alemania Comunista que escapaba hacia la Alemania Demócrata Cristiana, pero nunca ocurría al revés. La explicación está en que el socialismo es contrario a las aspiraciones de progreso y superación del ser humano, y por eso siempre estará condenado al fracaso.
En nuestro caso, el socialismo que ofrece el régimen que padecemos desde 1999 está fundado en las mismas limitantes e ingredientes por los cuales ha fracasado en otras partes. Uno de ellos es la conversión de nuestra gente en pedigüeños de dádivas oficiales, a través de las fulanas Misiones. Se anula entonces su capacidad para ser autónomos económicamente, susceptibles, por tanto, de ceder a la presión del régimen cada vez que sea necesario, con bonos y ayudas miserables. Lo mismo pasa con los Mercal y los Claps, siguiendo el esquema de racionamiento cubano, capaz de controlar así a la gente para sus fines políticos y clientelares.
No hay en estos mecanismos socialistas ningún incentivo a la superación de la persona, a su crecimiento económico y social, a su capacidad para tener su propia empresa o actividad de lucro. Sólo se busca que todos sean empleados al servicio del Estado, y no de la sociedad, de sus familias y de sí mismos.
No se persigue crear una sociedad de propietarios -como debe ser-, sino de obreros asalariados en función de las metas del régimen y su cúpula corrupta. Por eso mismo, el régimen destruyó la industria nacional y quebró al sector agropecuario. De esta forma se ha producido un empobrecimiento general, estrangulada la iniciativa personal, impedida la creación y distribución de la riqueza y casi liquidado el derecho de propiedad como uno de los derechos humanos fundamentales en toda sociedad auténticamente participativa.
¿Será esto lo que desean los venezolanos? Yo estoy seguro que no. Este es un pueblo libertario, con capacidades creadoras, sentido de progreso y espíritu de superación. Por eso mismo, no podemos a aceptar que se nos siga convirtiendo en un país más empobrecido, sumido en la miseria, la tristeza y el desamparo como ahora le ocurre al hermano pueblo cubano.
Esto tiene que acabarse pronto, como se acabó en otras latitudes del planeta que también sufrieron la maldición del socialismo.
@gehardcartay
LAPATILLA.COM
Jueves, 20 de septiembre de 2018. 


martes, 11 de septiembre de 2018


LA DIASPORA QUE AMENAZA
Gehard Cartay Ramírez
El régimen castrochavomadurista se ha equivocado si creía que promoviendo la terrible diáspora venezolana que estamos presenciando  podía repetir aquí la experiencia castrocomunista de la Cuba de los años sesenta.
Como se sabe, la entonces triunfante revolución cubana estimuló la huida de muchos de sus nacionales, al tomar el poder en 1959. Consideraba, no sin razón, que mientras más opositores suyos se fueran del país, entonces quedaba despejado el camino para imponer su régimen totalitario. Así, en cuanto pudo y de manera expedita, expropió todas las empresas y fincas agropecuarias y dejó en la ruina a miles de propietarios y emprendedores, la mayoría de los cuales huyeron a Miami.  
La insensibilidad e irresponsabilidad del castrochavomadurismo, al creer que se quita un problema de encima mientras más compatriotas emigren, se le convertirá, sin embargo, en un boomerang y sus consecuencias podrían ser letales para la dictadura venezolana si finalmente, como todo pareciera indicar, la inmigración desde Venezuela se irá agravando y convirtiendo en un serio inconveniente para los países que la han venido recibiendo.
No es cualquier cosa esa eventualidad. La venezolana, ahora mismo, es la migración más numerosa que se haya producido en Suramérica y superior, según lo han dicho expertos de las Naciones Unidas, a las causadas en la actualidad por las guerras en el Medio Oriente o la miseria y el hambre en el África, las cuales tienen como destino al continente europeo.    
De ser un país que en el pasado recibió miles de inmigrantes de todas partes, Venezuela ha pasado a ser hoy un país donde millones de sus hijos ahora emigran hacia otras latitudes, huyendo de la tragedia chavomadurista que nos ha arruinado como nación y empobrecido como pueblo.
Son compatriotas que escapan del hambre, la violencia, la inseguridad y la escasez que sufre Venezuela como pocas veces antes. Muchos prefieren adentrarse en un mundo de riesgos y abandonar su tierra, y no seguir siendo castigados por la gigantesca y dramática crisis que sufrimos aquí. Lo grave es que se trata de un fenómeno que tiende a masificarse, tal como ocurre con las migraciones de centroamericanos y mejicanos hacia Estados Unidos, o las producidas en otras latitudes por guerras y fenómenos telúricos.
Se calcula que son más de tres millones los venezolanos que se han marchado, la mayoría de ellos jóvenes profesionales, capaces y en plenitud de condiciones físicas e intelectuales. Hoy, en lugar de haber sido incorporados a trabajar por su país, son, por el contrario, prácticamente echados, al negárseles oportunidades y mejores condiciones de vida para ellos y sus familias.
Se trata de un hecho inédito hasta ahora. Y como consecuencia de la quiebra y la ruina de Venezuela a manos del actual régimen, el país enfrenta lo que algunos especialistas denominan “la descapitalización del conocimiento”, todo lo cual pone en grave peligro el futuro del país.
Pero estos efectos devastadores en lo interno tienen también consecuencias políticas y económicas en lo externo. Resulta obvio que países como Colombia, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá, por citar los que han recibido el mayor contingente de la diáspora venezolana, no se van a quedar de brazos cruzados, mientras el régimen chavomadurista se hace el loco y con el mayor cinismo niega esa terca realidad, afirmando que aquí no hay ninguna tragedia humanitaria y que los venezolanos vivimos en el mejor de los mundos.
Será entonces, a partir de esta realidad geopolítica en el subcontinente suramericano –aparte de otros hechos que vinculan a la dictadura venezolana con graves irregularidades contra la seguridad y estabilidad del hemisferio occidental–, que aquí podría plantearse una intervención de las Naciones Unidas y de la Organización de los Estados Americanos, tanto por la tragedia humanitaria que afecta ahora a Venezuela, como por sus consecuencias directas sobre la región.
Ese podría ser el efecto boomerang que produzca la diáspora venezolana sobre el régimen castrochavomadurista. No se trata de marines invadiendo a Venezuela, sino de fuertes acciones dirigidas a obligar al régimen venezolano a asumir su responsabilidad por haber creado este caos humanitario. Si habrá luego acciones militares concretas, ese es otro problema. Pero, ahora, lo lógico sería una ofensiva continental para ayudar a los emigrantes venezolanos y propiciar, en paralelo, una intervención de los organismos multilaterales  frente a la tragedia humanitaria producida por la dictadura que oprime a Venezuela.
El tiempo dirá si todo esto será posible. Pero de lo sí podemos estar seguros es de que el resto de los gobiernos latinoamericanos tomarán las medidas que les correspondan, en resguardo de sus propios intereses y los de la región.  
@gehardcartay
LAPATILLA.COM
Lunes, 10 de septiembre de 2018.