LA
BARINAS POSIBLE
DISCURSO
DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE
EL ILUSTRE CONCEJO MUNICIPAL DE BARINAS CON MOTIVO DE LOS 404 AÑOS DE LA
FUNDACIÓN DE LA CIUDAD
(Barinas, 25 de mayo de 1981)
Era
el año de 1577.
Envuelta
entre la bruma y la neblina de la cordillera, aspirando el perfume eterno de
los frailejones andinos, una caravana de hombres baja por la montaña verde y
fría, entre pedruscos y florecillas moradas.
Adelante,
encabezando la legión, viene el capitán Juan Andrés Varela, comisionado por el
gobernador Francisco de Cáceres para descubrir, conquistar y poblar los llanos
que se extienden a partir del piedemonte. Lo acompañan otros hombres,
fascinados por la aventura y la codicia. Allí están el capitán Francisco
Graterol, uno de los fundadores de Mérida, combatiente feroz y compañero del
capitán Pedro Bravo cuando ambos enfrentaron al Tirano Aguirre. También figuran
el capitán Hernando Cerrada o Martín Hernández o Francisco Villalpando, todos
venidos de Mérida, audaces y valerosos, tanto o más como su jefe Juan Andrés
Varela.
La
expedición ha salido de Mérida, un poblado fundado hace apenas unos 19 años al
pie de las nieves eternas que se posan a lo alto de las montañas. Han tomado
rumbo al este, hacia Mucuchíes y Las Piedras, por el páramo de Santo Domingo,
tierra de caquetíos y jirajaras, una ruta tortuosa que más tarde llamarán Los
Callejones.
A
unas 16 leguas la expedición se detiene, mientras el viento silba a su
alrededor, a orillas del brioso río, espumoso y empedrado, que caracolea
bajando hacia las llanuras que se miran desde lo alto. Sobre una terraza plana
y amiga, entre flores rojas y amarillas, el descanso permite descubrir el sitio
cuyo valor estratégico reconoce inmediatamente el capitán Varela. Sabe que ese
lugar le ofrece entrada y comunicación con Mérida y Trujillo, y protección y
defensa ante la ofensiva de los indios de la región.
“Y luego incontinenti el Dho. Sor. Capitán
se apeó del cavallo y estando a pie con su espada desnuda en la Mano y en la
otra una rodela, tornó a decir las mismas palabras en alta vos que dicho tenía,
y viendo que no había nadie que se lo contradijese dixo que en señal de
posesión y por posesión se paseaba por allí y con la espada en la Mano comenzó
a cortar de las yervas…”
Quien
así escribe es la mano nerviosa de don Juan Pérez de Sotomayor, escribano de la
legión, mientras garabatea rápidamente el Acta de Fundación. Acababa de nacer,
en ese instante, Altamira de Cáceres, el 25 de mayo de 1577 *.
Pero,
aparte del ritual y las formalidades, aquello no es un pueblo, ni siquiera una
aldea. Apenas se ha construido una pequeña choza de madera y paja, que más
tarde el propio Juan Andrés Varela bautizará como “Iglesia de Nuestra Señora
del Pilar de Zaragoza de Santiago”, un nombre probablemente inmodesto para la
primitiva y rústica construcción. Más allá se levanta otra choza que será la
sede del Cabildo. Y después, como de costumbre, se repartirán las tierras y las
encomiendas de indios a los vecinos presentes: Miguel Baltazar de Bedoya,
García de Carvajal, Juan Páez, Martín Hernández, Alonso de Velazco.
La
nueva población fundada, en verdad, no tendrá mucha suerte. Al poco tiempo,
algunos vecinos comienzan a abandonarla, camino de sus familias e intereses,
ubicados en Mérida. Hasta el propio Capitán Varela regresará a aquella ciudad,
dejando el mando de Altamira de Cáceres en manos de su lugarteniente Martín
Hernández.
Medio
siglo más tarde, en 1628, la población será mudada a la Mesa de Moromoy, “un
sitio muy cómodo y capaz, donde espero ha de tener mucho aumento en lo temporal
y espiritual…”, según le escribe al Rey el gobernador Juan Pacheco Maldonado,
al darle a conocer la noticia de la fundación de Nueva Trujillo de Barinas, hoy
Barinitas.
Pero
tampoco en esta meseta hubo suerte. En 1674 el pueblo fue víctima de temblores
y terremotos, mientras la pobreza, por otra parte, se extendía entre sus
pobladores. Las actividades agrícolas y pecuarias se redujeron alarmantemente y
de nuevo la gente empezó a abandonar la población, para establecerse más abajo,
en las llanuras del Troncón.
Aquí,
en este último sitio, nacerá San Antonio de Los Cerritos, población que por
Real Cédula del 4 de diciembre de 1762 llevará el nombre de Barinas, la misma Muy Noble y Muy Leal que hoy crece
aceleradamente hacia su progreso. Aquí detuvo su periplo de “ciudad viajera”,
como la ha llamado Virgilio Tosta. Bajó de la sierra hasta estas llanuras de
sol y calor, siempre cortejada por su inmenso cielo azul y a la diestra de su
inseparable compañero de ruta, el río Santo Domingo.
Y
hoy, sobre esta tierra generosa, por atenta y cordial invitación de su
Ayuntamiento, nos reunimos nuevamente para celebrar los 404 años de su
fundación, un largo trecho de nuestra historia que ahora recordamos para seguir
haciéndola, con mayor tesón y esfuerzo, en los días que están por venir.
***
¿Qué
podría yo decir en homenaje a nuestra ciudad y de su grandeza, como no sea
recordar su historia pasada, ofrecer nuestro concurso actual, el de sus hijos,
para su desarrollo futuro y pedir a Dios porque el futuro recompense sus
esfuerzos y logros?
Esta
Barinas nuestra ha vivido una historia de altibajos y sobresaltos como pocas
ciudades venezolanas. Por ser una ciudad progresista de más de 10.000
habitantes a comienzos del siglo 19, su mejor ofrenda a la revolución
independentista fue la de entregar su brillo y su esplendor a la causa
libertadora. En ella estuvo el general Bolívar en 1813, cuando conducía su
Campaña Admirable. Y a ella volvió años después en 1820 y 1821, cuando entonces
era “una triste aldea pajiza”, arrasada por la guerra y la violencia. Aquí
estableció el Libertador su Cuartel General y por una de esas casualidades de
la Historia, en este mismo suelo, donde anunció el armisticio con Morillo,
también anunciará un año después la reanudación de la guerra, exigiendo a los
patriotas: “Mostraos tan grandes en generosidad como en valor”. Y desde aquí,
tal vez en una noche de desaliento e incomprensión, también escribirá su
renuncia a la Presidencia, “cansado de mandar ocho años esta república de
ingratos”.
Esta
Barinas es la misma que, asombrada y sorprendida, presenció la legendaria
hazaña del catire José Antonio Páez
aquella noche en que recobró su libertad perdida, huyendo de la Cárcel
Colonial, hoy convertida en Casa de la Cultura, no sin antes dejar en su
vetusto portón la marca de su sable y de su audacia. Frente a esta vieja
cárcel, el ejército de las ánimas
hizo correr despavoridos las huestes sanguinarias de Puy para facilitar la
proeza del Centauro Llanero y la vida de un centenar de prisioneros,
“destinados a morir en el silencio de la noche, a manos de los verdugos
españoles”.
Esta
Barinas es la misma que vio entonces pasar una y otra vez sus “cinco jinetes
del apocalipsis”: las guerras civiles, el hambre, las enfermedades, los
caudillismos y los malos gobiernos, y cuya larga noche de vicisitudes en el
siglo pasado alcanzó a ver, sin embargo, destellos de luz en la política, la
cultura y la educación con la creación, en 1851, de una Escuela Normal, la
erección del famoso Colegio “Simón Bolívar” en 1852, y la acción civil y
civilizadora de Napoleón Sebastián Arteaga y su periódico liberal “La Antorcha
Barinesa”, entre 1840 y 1850.
Esta
Barinas es la misma que vio luchar al general Ezequiel Zamora en su cruzada
guerrera contra los privilegios y la opresión y por la libertad e igualdad de
todos, hermosas banderas detrás de las cuales marcharon legiones de
desposeídos, hambrientos de justicia social. Por desgracia, durante este
dramático episodio de la Guerra Federal, ninguna otra ciudad sufrió tanto como
la nuestra, cuyos restos prácticamente desaparecieron otra vez bajo las llamas
de la pasión y la violencia políticas.
Esta
es la Barinas que soportó estoicamente la soledad, la miseria y el atraso de
comienzos de siglo, aquella que hizo escribir a algún poeta estos versos entre
tristes y amargos:
Con extremo dolor el
alma mía
te ve infeliz,
postrada y abatida,
tú, que altanera,
levantaste un día
llena de orgullo tu
cabeza erguida.
Esta
es la Barinas que pugna por sobrevivir años más tarde, cuando sus viejas calles
olvidan los nombres altisonantes y fatuos de las montoneras de ocasión para
cambiarlos por los apellidos heroicos que hicieron la Patria: Bolívar, Sucre,
Páez, Briceño Méndez, Arismendi, Pulido, Plaza, Cedeño, Carvajal, Cruz Paredes.
Esta
Barinas es la misma que cobijó durante varios años al eminente médico Rafael
Medina Jiménez. La misma que vio nacer al poeta Alberto Arvelo Torrealba, el
niño y el hombre apasionados con el río que corría serpenteando por estas
llanuras, el hombre de letras y leyendas, cantador de Florentino y el Diablo,
barinés como el que más, y a cuya memoria se le rinde homenaje con la próxima
inauguración de un Museo que llevará su nombre.
Esta
es la Barinas de claras noches azuladas, bañadas de luna y serenata, que
conocieron nuestros antepasados recientes. La Barinas donde entonces todos
cultivaban el afecto y la hermandad, mucho antes de que se nos hiciera grande y
de que las migraciones internas la poblaran tan densamente. La Barinas cordial
y humana de antaño, la misma de aquellos hombres y mujeres, sencillos y buenos,
afables en el trato y fáciles en la amistad.
Es
también la Barinas pequeña y pueblerina, pero acogedora y romántica que nos ha
descrito -con tanta dedicación como constancia- don César Acosta, aquel insigne
Cronista de la Ciudad, a cuya memoria y amor por esta tierra debemos páginas
perdurables que hablan de nuestro pasado más reciente. Es la Barinas que
atestiguó el ejemplo magisterial del bachiller Elías Cordero Uzcátegui, cuya
obra de maestro de generaciones aún está presente en el corazón de tantos
barineses. La Barinas que nos contara en nuestra niñez la prodigiosa historia
fabulada de mi tío abuelo paterno, don Domingo Cartay Rodríguez, con su carga
de pasión y emoción por Ezequiel Zamora y Joaquín Crespo y sus revoluciones
nacidas en los campos polvorientos de estas llanuras.
Es
también la Barinas que hoy muestra su rostro de ciudad rejuvenecida gracias a
la obra emprendedora de un Luciano Valero, cuya gestión como gobernante está presente
en la transformación de esta ciudad de nuestros días. La Barinas que hoy es
sede de una Universidad única en su tipo, verdadero ensayo revolucionario en la
educación superior venezolana, y en la que habrán de formarse los profesionales
del agro que requerimos para convertirnos en la nación capaz de sembrar en su
suelo la semilla de la definitiva transformación venezolana.
Pero
también es la Barinas que ha ido cambiando apresuradamente en estos últimos
años. La que ha dejado de ser un pueblo pequeño para convertirse en una ciudad
de propios y extraños. Nos duele, sin embargo, que poco a poco vaya perdiendo
mucho de su personalidad de siempre. Tal vez la idea del progreso implique la
transformación de muchas de sus tradiciones. Pero nos negamos a aceptar que el
desarrollo nos desarraigue de su modo de ser tan nuestro. Queremos, sí, que sea
mejor para nuestros hijos. Lo que deseamos es que esas tantas cosas vertidas
sobre nuestra textura de pueblo y esa limpia estirpe de espiritualidad que le
dan su personalidad a cada una de nuestras poblaciones venezolanas puedan
combinarse de tal forma que no se conviertan en obstáculos para el progreso,
sino en ingrediente básico para la mejor ciudad de mañana.
***
Esa
ciudad posible es la que nos congrega hoy a todos. Su proyección y diseño
tienen que hacerse a partir de su situación actual. En verdad, Barinas ha
venido insurgiendo últimamente como un innegable centro de atracción en esta
zona del país. A ello han contribuido diversos factores. Destaca, entre otros,
su privilegiada posición geográfica. Cada vez más, nuestro estado adquiere
mayor relevancia como productor agrícola y pecuario. Esa circunstancia ha
convertido a Barinas en la capital agropecuaria por excelencia, sin dejar de
ser también un centro potencialmente industrial y de servicios. Nos hemos
deslizado, imperceptiblemente, hacia un tipo de ciudad moderna, sin que
estuviéramos debidamente preparados para ello.
Hay
que enfrentar entonces con decisión el futuro de nuestra ciudad. Debemos
adelantar con previsión suficiente todo género de acontecimientos relativos a
su crecimiento futuro. Esto significa abandonar toda improvisación y no
dejarnos tentar por esa vieja costumbre tan venezolana, según la cual tratamos
de resolver los problemas en la medida en que se van presentando.
Esta
norma tiene mucha validez en materia de urbanismo. Cualquier diseño o trazado
de una avenida, de un conjunto residencial o de un centro administrativo o
comercial signa por largos años el desarrollo de la ciudad. De allí que sea
fundamental para Barinas formular un ambicioso Plan de Desarrollo Urbano, capaz
de modelar y regular su crecimiento por lo menos hasta los próximos cincuenta
años. Si lo concibiéramos con criterios modernos y previsivos, le evitaríamos a
quienes vienen detrás de nosotros que hereden una ciudad anárquica y
desordenada.
Un
plan así concebido debe sujetarse al principio fundamental de que la ciudad sirve al hombre, y no -como
acontece ahora en muchas partes- este a aquella. Quienes practicamos una
filosofía esencialmente humanista pensamos que la persona es objeto de partida
y punto final. Así como entendemos que la política, la economía y la cultura
existen para la persona, pensamos que la ciudad también existe en virtud de ese
propósito altamente humano.
Muchas
ciudades se han convertido en verdaderas prisiones del hombre moderno, cuya
impotencia frente al monstruo de concreto lo hace sentirse más anónimo e infeliz.
Sabemos que Barinas está lejos aún de ser una metrópolis con problemas de
conducta social desequilibrada, por efectos de los problemas colectivos. Pero
esa realidad no nos puede hacer indiferentes frente al objetivo necesario,
sobre todo cuando aún estamos a tiempo de modelar una ciudad verdaderamente
humana, que pueda ofrecer a cada uno de sus habitantes la cabal satisfacción de
sus necesidades y el estímulo solidario para la realización plena de sus
facultades y aptitudes.
Con
la ciudad, como es de suponer, han crecido también sus problemas. La Barinas de
hoy ya no comienza en la Plaza Zamora ni termina en La Carolina -como hace 30
años- o en el Campo de La Mesa, como acontecía 20 años atrás. Ahora la ciudad
se extiende hacia todas partes, llegando muy cerca de Punta Gorda o de Los
Guasimitos y hasta de La Vizcaína. Es el proceso normal de toda ciudad en
crecimiento el que obliga a unir el centro urbano con las aldeas o poblaciones
que la rodean.
Lo
que más nos angustia como barineses es que el crecimiento ha aumentado también
su secuela de marginalidad social. Cada día más y más hombres y mujeres llegan
a Barinas en procura de mejores oportunidades. Vienen del campo, ya sea de Los
Andes o de los Llanos, o bien de tierras extrañas. Se establecen en los
alrededores de la ciudad. Construyen sus ranchos sin atender requisitos de
seguridad y sanidad alguna. Así han ido surgiendo nuevos barrios, sin calles ni
cloacas, sin escuelas ni parques. De esa manera, la pobreza también crece junto
al progreso y nos obliga a todos a luchar por mejorar las condiciones de
quienes soportan miseria y angustia, recostados a las orillas de la Barinas de
hoy.
También
nos preocupa el desarrollo ordenado de la ciudad. Tenemos que hacer grandes
esfuerzos para evitar que Barinas se nos convierta en una ciudad caótica y
anarquizada, como tantas otras ciudades venezolanas. Este riesgo lo podemos
enfrentar y vencer con suficiente
antelación, pues aún estamos a tiempo. Supone, en consecuencia, un programa
integral de zonificación que incluya racionalmente los sectores residenciales,
comerciales e industriales, debidamente demarcados y separados. Si se cumple
rigurosamente esta separación de áreas urbanas, todos los sectores se
beneficiarán y la ciudad será aún un lugar digno y agradable para vivir.
Otras
tareas, sobre las cuales se ha venido insistiendo bajo esta administración, son
las relativas a la vialidad de la ciudad. Tarde o temprano, deberán ampliarse
algunas de sus arterias centrales de mayor importancia, como la Avenida Medina
Jiménez o la Marqués del Pumar, a fin de descongestionar el cada vez más
intenso tráfico automotor. Y en materia de vialidad rápida debemos agilizar la
ampliación y continuación de la Avenida Industrial, hasta unirla con la parte
sur y la parte alta de la ciudad, así como la construcción, ya en proyecto, de
una vía alterna a la actual Avenida 23 de Enero. Por supuesto que habrá que
construir, igualmente, una moderna avenida que sustituya la actual entrada a
Barinas por la carretera que nos une con el vecino Estado Táchira.
Del
mismo modo, estamos obligados a garantizar áreas verdes y recreacionales a la
niñez y a la juventud barinesas. No debemos permitir que el progreso inhumano
nos construya una ciudad de cemento. La urbe moderna reclama áreas verdes y
recreacionales, no sólo como lugares de esparcimiento, sino como medio eficaz
contra la contaminación de cualquier género.
La
ciudad será cada vez más exigente con nosotros mismos. Por ello, debemos pensar
en soluciones permanentes en materia de servicios públicos y médico-asistenciales,
así como en lo relativo a programas de vivienda y equipamiento de barrios. Debe
estar muy clara, en este sentido, la idea de que debemos ayudar en primer
término a los que menos tienen, a los más débiles, a los más pobres. A ellos,
fundamentalmente, deben dirigirse los esfuerzos para dotarlos de viviendas
cómodas e higiénicas, de servicios públicos eficaces y de mejores posibilidades
de superación personal y colectiva.
Todas
estas urgencias conforman el sustrato humano que le es fundamental a toda
ciudad y que, gracias a Dios, están presentes en la conciencia de las
autoridades municipales y de los gobernantes actuales.
Tenemos
derecho a pensar en una Barinas mejor, pero sobre todo en una ciudad que pueda
ofrecer dignidad y comodidad a sus habitantes, es decir, mejorar en verdad sus
niveles de calidad de vida. La ciudad, hoy en día, debe ser antes que nada una
comunidad humana y espiritual. No se trata de una simple agrupación de
individuos, como obviamente parece ser concebida por planificadores y
tecnócratas irrespetuosos de la dignidad humana. La ciudad debe combinar sus
recursos de orden material con las invalorables exigencias espirituales de su
gente.
A
esta última, sobre todo, deben estar dirigidos los esfuerzos por mejorar
nuestra Barinas de hoy. Sus problemas, como ya se ha dicho, son importantes
desafíos a nuestra capacidad como dirigentes. No podemos dejar que nos arropen.
Debemos demostrar, por el contrario, que podemos superarlos resueltamente y con
éxito. De lo que se trata, entre otras cosas, es de ampliar sus servicios públicos,
y entre todos estos, fundamentalmente los relativos al transporte, aseo urbano,
viviendas, seguridad, cloacas, agua potable abundante, electricidad y
mejoramiento de calles y avenidas. Batallar a fondo por la solución de estas
necesidades constituirá el mejor aporte al progreso de la Barinas de hoy y de
mañana.
La
ciudad que queremos no es una simple ilusión, sino un sueño realizable, como
todas las grandes ideas de los visionarios y precursores. No será, por
supuesto, una tarea fácil. Requerirá constancia y esfuerzo para superar los
obstáculos que se presenten en el camino. Pero debemos pasar por encima de
todos ellos, aún cuando puedan escasear los recursos, o los planes y proyectos
parezcan difíciles de ejecutar.
De
la osadía y voluntad que le pongamos al empeño de construir esta Barinas
posible, irá surgiendo la ciudad que queremos. Una ciudad que sea reflejo fiel
de la cordialidad y la amistad que siempre nos han distinguido a los barineses.
Pero, sobre todo, una ciudad que pueda satisfacer las mejores expectativas de
los barineses nacidos aquí y de los barineses venidos de otras tierras.
***
Señores
Concejales:
Señoras
y señores:
Hoy
es un día doblemente significativo.
Estamos
conmemorando los 404 años de la fundación de nuestra ciudad y 100 años de
haberse declarado al Gloria al Bravo
Pueblo como el Himno Nacional de la República de Venezuela. Nuestro Canto Nacional
es la mejor invitación para insuflar nuestros espíritus y prepararnos para la
siembra del esfuerzo y la mejor cosecha de la esperanza.
Al
agradecer esta magnífica oportunidad de hablarle a mi ciudad natal -a la que
estamos unidos para siempre-, no puedo menos que expresar mi solidaridad a su
Ilustre Concejo Municipal por haberme hecho acreedor a tan inmenso honor. Tengo
una especial vinculación con la mayoría de sus miembros, a quienes sé
profundamente imbuidos de la mejor vocación de servicio social, y con su
Presidente, el doctor Ezequiel Mota, mi hermano de ideales y de compromiso con
el futuro.
Barinas
nos convoca a todos para seguir adelante, luchando por su desarrollo y
bienestar. Esta ciudad de todo nuestro afecto requiere del concurso de todos,
por encima de banderías políticas o de intereses de cualquier tipo, para dar lo
mejor de nosotros mismos en el cumplimiento del desafío fascinante de su
porvenir.
No
tardemos en responder a su reclamo.
Muchas gracias.
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(*)
En 1983, dos años después de haber sido pronunciado este discurso,
investigaciones de la historiadora barinesa Mercedes Ruíz Tirado en el Archivo
de Indias, España, determinaron que la fecha exacta de la fundación de Altamira
de Cáceres, de acuerdo con el acta respectiva, fue la del 30 de junio de 1577.