lunes, 30 de junio de 2014

LA BARINAS POSIBLE



LA BARINAS POSIBLE

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL ILUSTRE CONCEJO MUNICIPAL DE BARINAS CON MOTIVO DE LOS 404 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE LA CIUDAD

(Barinas, 25 de mayo de 1981)

Era el año de 1577.
Envuelta entre la bruma y la neblina de la cordillera, aspirando el perfume eterno de los frailejones andinos, una caravana de hombres baja por la montaña verde y fría, entre pedruscos y florecillas moradas.
Adelante, encabezando la legión, viene el capitán Juan Andrés Varela, comisionado por el gobernador Francisco de Cáceres para descubrir, conquistar y poblar los llanos que se extienden a partir del piedemonte. Lo acompañan otros hombres, fascinados por la aventura y la codicia. Allí están el capitán Francisco Graterol, uno de los fundadores de Mérida, combatiente feroz y compañero del capitán Pedro Bravo cuando ambos enfrentaron al Tirano Aguirre. También figuran el capitán Hernando Cerrada o Martín Hernández o Francisco Villalpando, todos venidos de Mérida, audaces y valerosos, tanto o más como su jefe Juan Andrés Varela.
La expedición ha salido de Mérida, un poblado fundado hace apenas unos 19 años al pie de las nieves eternas que se posan a lo alto de las montañas. Han tomado rumbo al este, hacia Mucuchíes y Las Piedras, por el páramo de Santo Domingo, tierra de caquetíos y jirajaras, una ruta tortuosa que más tarde llamarán Los Callejones.
A unas 16 leguas la expedición se detiene, mientras el viento silba a su alrededor, a orillas del brioso río, espumoso y empedrado, que caracolea bajando hacia las llanuras que se miran desde lo alto. Sobre una terraza plana y amiga, entre flores rojas y amarillas, el descanso permite descubrir el sitio cuyo valor estratégico reconoce inmediatamente el capitán Varela. Sabe que ese lugar le ofrece entrada y comunicación con Mérida y Trujillo, y protección y defensa ante la ofensiva de los indios de la región.

“Y luego incontinenti el Dho. Sor. Capitán se apeó del cavallo y estando a pie con su espada desnuda en la Mano y en la otra una rodela, tornó a decir las mismas palabras en alta vos que dicho tenía, y viendo que no había nadie que se lo contradijese dixo que en señal de posesión y por posesión se paseaba por allí y con la espada en la Mano comenzó a cortar de las yervas…”

Quien así escribe es la mano nerviosa de don Juan Pérez de Sotomayor, escribano de la legión, mientras garabatea rápidamente el Acta de Fundación. Acababa de nacer, en ese instante, Altamira de Cáceres, el 25 de mayo de 1577 *.
Pero, aparte del ritual y las formalidades, aquello no es un pueblo, ni siquiera una aldea. Apenas se ha construido una pequeña choza de madera y paja, que más tarde el propio Juan Andrés Varela bautizará como “Iglesia de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza de Santiago”, un nombre probablemente inmodesto para la primitiva y rústica construcción. Más allá se levanta otra choza que será la sede del Cabildo. Y después, como de costumbre, se repartirán las tierras y las encomiendas de indios a los vecinos presentes: Miguel Baltazar de Bedoya, García de Carvajal, Juan Páez, Martín Hernández, Alonso de Velazco.
La nueva población fundada, en verdad, no tendrá mucha suerte. Al poco tiempo, algunos vecinos comienzan a abandonarla, camino de sus familias e intereses, ubicados en Mérida. Hasta el propio Capitán Varela regresará a aquella ciudad, dejando el mando de Altamira de Cáceres en manos de su lugarteniente Martín Hernández.
Medio siglo más tarde, en 1628, la población será mudada a la Mesa de Moromoy, “un sitio muy cómodo y capaz, donde espero ha de tener mucho aumento en lo temporal y espiritual…”, según le escribe al Rey el gobernador Juan Pacheco Maldonado, al darle a conocer la noticia de la fundación de Nueva Trujillo de Barinas, hoy Barinitas.
Pero tampoco en esta meseta hubo suerte. En 1674 el pueblo fue víctima de temblores y terremotos, mientras la pobreza, por otra parte, se extendía entre sus pobladores. Las actividades agrícolas y pecuarias se redujeron alarmantemente y de nuevo la gente empezó a abandonar la población, para establecerse más abajo, en las llanuras del Troncón.
Aquí, en este último sitio, nacerá San Antonio de Los Cerritos, población que por Real Cédula del 4 de diciembre de 1762 llevará el nombre de Barinas, la misma Muy Noble y Muy Leal que hoy crece aceleradamente hacia su progreso. Aquí detuvo su periplo de “ciudad viajera”, como la ha llamado Virgilio Tosta. Bajó de la sierra hasta estas llanuras de sol y calor, siempre cortejada por su inmenso cielo azul y a la diestra de su inseparable compañero de ruta, el río Santo Domingo.
Y hoy, sobre esta tierra generosa, por atenta y cordial invitación de su Ayuntamiento, nos reunimos nuevamente para celebrar los 404 años de su fundación, un largo trecho de nuestra historia que ahora recordamos para seguir haciéndola, con mayor tesón y esfuerzo, en los días que están por venir.

***

¿Qué podría yo decir en homenaje a nuestra ciudad y de su grandeza, como no sea recordar su historia pasada, ofrecer nuestro concurso actual, el de sus hijos, para su desarrollo futuro y pedir a Dios porque el futuro recompense sus esfuerzos y logros?
Esta Barinas nuestra ha vivido una historia de altibajos y sobresaltos como pocas ciudades venezolanas. Por ser una ciudad progresista de más de 10.000 habitantes a comienzos del siglo 19, su mejor ofrenda a la revolución independentista fue la de entregar su brillo y su esplendor a la causa libertadora. En ella estuvo el general Bolívar en 1813, cuando conducía su Campaña Admirable. Y a ella volvió años después en 1820 y 1821, cuando entonces era “una triste aldea pajiza”, arrasada por la guerra y la violencia. Aquí estableció el Libertador su Cuartel General y por una de esas casualidades de la Historia, en este mismo suelo, donde anunció el armisticio con Morillo, también anunciará un año después la reanudación de la guerra, exigiendo a los patriotas: “Mostraos tan grandes en generosidad como en valor”. Y desde aquí, tal vez en una noche de desaliento e incomprensión, también escribirá su renuncia a la Presidencia, “cansado de mandar ocho años esta república de ingratos”.
Esta Barinas es la misma que, asombrada y sorprendida, presenció la legendaria hazaña del catire José Antonio Páez aquella noche en que recobró su libertad perdida, huyendo de la Cárcel Colonial, hoy convertida en Casa de la Cultura, no sin antes dejar en su vetusto portón la marca de su sable y de su audacia. Frente a esta vieja cárcel, el ejército de las ánimas hizo correr despavoridos las huestes sanguinarias de Puy para facilitar la proeza del Centauro Llanero y la vida de un centenar de prisioneros, “destinados a morir en el silencio de la noche, a manos de los verdugos españoles”.
Esta Barinas es la misma que vio entonces pasar una y otra vez sus “cinco jinetes del apocalipsis”: las guerras civiles, el hambre, las enfermedades, los caudillismos y los malos gobiernos, y cuya larga noche de vicisitudes en el siglo pasado alcanzó a ver, sin embargo, destellos de luz en la política, la cultura y la educación con la creación, en 1851, de una Escuela Normal, la erección del famoso Colegio “Simón Bolívar” en 1852, y la acción civil y civilizadora de Napoleón Sebastián Arteaga y su periódico liberal “La Antorcha Barinesa”, entre 1840 y 1850.
Esta Barinas es la misma que vio luchar al general Ezequiel Zamora en su cruzada guerrera contra los privilegios y la opresión y por la libertad e igualdad de todos, hermosas banderas detrás de las cuales marcharon legiones de desposeídos, hambrientos de justicia social. Por desgracia, durante este dramático episodio de la Guerra Federal, ninguna otra ciudad sufrió tanto como la nuestra, cuyos restos prácticamente desaparecieron otra vez bajo las llamas de la pasión y la violencia políticas.
Esta es la Barinas que soportó estoicamente la soledad, la miseria y el atraso de comienzos de siglo, aquella que hizo escribir a algún poeta estos versos entre tristes y amargos:

Con extremo dolor el alma mía
te ve infeliz, postrada y abatida,
tú, que altanera, levantaste un día
llena de orgullo tu cabeza erguida.

Esta es la Barinas que pugna por sobrevivir años más tarde, cuando sus viejas calles olvidan los nombres altisonantes y fatuos de las montoneras de ocasión para cambiarlos por los apellidos heroicos que hicieron la Patria: Bolívar, Sucre, Páez, Briceño Méndez, Arismendi, Pulido, Plaza, Cedeño, Carvajal, Cruz Paredes.
Esta Barinas es la misma que cobijó durante varios años al eminente médico Rafael Medina Jiménez. La misma que vio nacer al poeta Alberto Arvelo Torrealba, el niño y el hombre apasionados con el río que corría serpenteando por estas llanuras, el hombre de letras y leyendas, cantador de Florentino y el Diablo, barinés como el que más, y a cuya memoria se le rinde homenaje con la próxima inauguración de un Museo que llevará su nombre.
Esta es la Barinas de claras noches azuladas, bañadas de luna y serenata, que conocieron nuestros antepasados recientes. La Barinas donde entonces todos cultivaban el afecto y la hermandad, mucho antes de que se nos hiciera grande y de que las migraciones internas la poblaran tan densamente. La Barinas cordial y humana de antaño, la misma de aquellos hombres y mujeres, sencillos y buenos, afables en el trato y fáciles en la amistad.
Es también la Barinas pequeña y pueblerina, pero acogedora y romántica que nos ha descrito -con tanta dedicación como constancia- don César Acosta, aquel insigne Cronista de la Ciudad, a cuya memoria y amor por esta tierra debemos páginas perdurables que hablan de nuestro pasado más reciente. Es la Barinas que atestiguó el ejemplo magisterial del bachiller Elías Cordero Uzcátegui, cuya obra de maestro de generaciones aún está presente en el corazón de tantos barineses. La Barinas que nos contara en nuestra niñez la prodigiosa historia fabulada de mi tío abuelo paterno, don Domingo Cartay Rodríguez, con su carga de pasión y emoción por Ezequiel Zamora y Joaquín Crespo y sus revoluciones nacidas en los campos polvorientos de estas llanuras.
Es también la Barinas que hoy muestra su rostro de ciudad rejuvenecida gracias a la obra emprendedora de un Luciano Valero, cuya gestión como gobernante está presente en la transformación de esta ciudad de nuestros días. La Barinas que hoy es sede de una Universidad única en su tipo, verdadero ensayo revolucionario en la educación superior venezolana, y en la que habrán de formarse los profesionales del agro que requerimos para convertirnos en la nación capaz de sembrar en su suelo la semilla de la definitiva transformación venezolana.
Pero también es la Barinas que ha ido cambiando apresuradamente en estos últimos años. La que ha dejado de ser un pueblo pequeño para convertirse en una ciudad de propios y extraños. Nos duele, sin embargo, que poco a poco vaya perdiendo mucho de su personalidad de siempre. Tal vez la idea del progreso implique la transformación de muchas de sus tradiciones. Pero nos negamos a aceptar que el desarrollo nos desarraigue de su modo de ser tan nuestro. Queremos, sí, que sea mejor para nuestros hijos. Lo que deseamos es que esas tantas cosas vertidas sobre nuestra textura de pueblo y esa limpia estirpe de espiritualidad que le dan su personalidad a cada una de nuestras poblaciones venezolanas puedan combinarse de tal forma que no se conviertan en obstáculos para el progreso, sino en ingrediente básico para la mejor ciudad de mañana.

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Esa ciudad posible es la que nos congrega hoy a todos. Su proyección y diseño tienen que hacerse a partir de su situación actual. En verdad, Barinas ha venido insurgiendo últimamente como un innegable centro de atracción en esta zona del país. A ello han contribuido diversos factores. Destaca, entre otros, su privilegiada posición geográfica. Cada vez más, nuestro estado adquiere mayor relevancia como productor agrícola y pecuario. Esa circunstancia ha convertido a Barinas en la capital agropecuaria por excelencia, sin dejar de ser también un centro potencialmente industrial y de servicios. Nos hemos deslizado, imperceptiblemente, hacia un tipo de ciudad moderna, sin que estuviéramos debidamente preparados para ello.
Hay que enfrentar entonces con decisión el futuro de nuestra ciudad. Debemos adelantar con previsión suficiente todo género de acontecimientos relativos a su crecimiento futuro. Esto significa abandonar toda improvisación y no dejarnos tentar por esa vieja costumbre tan venezolana, según la cual tratamos de resolver los problemas en la medida en que se van presentando.
Esta norma tiene mucha validez en materia de urbanismo. Cualquier diseño o trazado de una avenida, de un conjunto residencial o de un centro administrativo o comercial signa por largos años el desarrollo de la ciudad. De allí que sea fundamental para Barinas formular un ambicioso Plan de Desarrollo Urbano, capaz de modelar y regular su crecimiento por lo menos hasta los próximos cincuenta años. Si lo concibiéramos con criterios modernos y previsivos, le evitaríamos a quienes vienen detrás de nosotros que hereden una ciudad anárquica y desordenada.
Un plan así concebido debe sujetarse al principio fundamental de que la ciudad sirve al hombre, y no -como acontece ahora en muchas partes- este a aquella. Quienes practicamos una filosofía esencialmente humanista pensamos que la persona es objeto de partida y punto final. Así como entendemos que la política, la economía y la cultura existen para la persona, pensamos que la ciudad también existe en virtud de ese propósito altamente humano.
Muchas ciudades se han convertido en verdaderas prisiones del hombre moderno, cuya impotencia frente al monstruo de concreto lo hace sentirse más anónimo e infeliz. Sabemos que Barinas está lejos aún de ser una metrópolis con problemas de conducta social desequilibrada, por efectos de los problemas colectivos. Pero esa realidad no nos puede hacer indiferentes frente al objetivo necesario, sobre todo cuando aún estamos a tiempo de modelar una ciudad verdaderamente humana, que pueda ofrecer a cada uno de sus habitantes la cabal satisfacción de sus necesidades y el estímulo solidario para la realización plena de sus facultades y aptitudes.
Con la ciudad, como es de suponer, han crecido también sus problemas. La Barinas de hoy ya no comienza en la Plaza Zamora ni termina en La Carolina -como hace 30 años- o en el Campo de La Mesa, como acontecía 20 años atrás. Ahora la ciudad se extiende hacia todas partes, llegando muy cerca de Punta Gorda o de Los Guasimitos y hasta de La Vizcaína. Es el proceso normal de toda ciudad en crecimiento el que obliga a unir el centro urbano con las aldeas o poblaciones que la rodean.
Lo que más nos angustia como barineses es que el crecimiento ha aumentado también su secuela de marginalidad social. Cada día más y más hombres y mujeres llegan a Barinas en procura de mejores oportunidades. Vienen del campo, ya sea de Los Andes o de los Llanos, o bien de tierras extrañas. Se establecen en los alrededores de la ciudad. Construyen sus ranchos sin atender requisitos de seguridad y sanidad alguna. Así han ido surgiendo nuevos barrios, sin calles ni cloacas, sin escuelas ni parques. De esa manera, la pobreza también crece junto al progreso y nos obliga a todos a luchar por mejorar las condiciones de quienes soportan miseria y angustia, recostados a las orillas de la Barinas de hoy.
También nos preocupa el desarrollo ordenado de la ciudad. Tenemos que hacer grandes esfuerzos para evitar que Barinas se nos convierta en una ciudad caótica y anarquizada, como tantas otras ciudades venezolanas. Este riesgo lo podemos enfrentar  y vencer con suficiente antelación, pues aún estamos a tiempo. Supone, en consecuencia, un programa integral de zonificación que incluya racionalmente los sectores residenciales, comerciales e industriales, debidamente demarcados y separados. Si se cumple rigurosamente esta separación de áreas urbanas, todos los sectores se beneficiarán y la ciudad será aún un lugar digno y agradable para vivir.
Otras tareas, sobre las cuales se ha venido insistiendo bajo esta administración, son las relativas a la vialidad de la ciudad. Tarde o temprano, deberán ampliarse algunas de sus arterias centrales de mayor importancia, como la Avenida Medina Jiménez o la Marqués del Pumar, a fin de descongestionar el cada vez más intenso tráfico automotor. Y en materia de vialidad rápida debemos agilizar la ampliación y continuación de la Avenida Industrial, hasta unirla con la parte sur y la parte alta de la ciudad, así como la construcción, ya en proyecto, de una vía alterna a la actual Avenida 23 de Enero. Por supuesto que habrá que construir, igualmente, una moderna avenida que sustituya la actual entrada a Barinas por la carretera que nos une con el vecino Estado Táchira.
Del mismo modo, estamos obligados a garantizar áreas verdes y recreacionales a la niñez y a la juventud barinesas. No debemos permitir que el progreso inhumano nos construya una ciudad de cemento. La urbe moderna reclama áreas verdes y recreacionales, no sólo como lugares de esparcimiento, sino como medio eficaz contra la contaminación de cualquier género.
La ciudad será cada vez más exigente con nosotros mismos. Por ello, debemos pensar en soluciones permanentes en materia de servicios públicos y médico-asistenciales, así como en lo relativo a programas de vivienda y equipamiento de barrios. Debe estar muy clara, en este sentido, la idea de que debemos ayudar en primer término a los que menos tienen, a los más débiles, a los más pobres. A ellos, fundamentalmente, deben dirigirse los esfuerzos para dotarlos de viviendas cómodas e higiénicas, de servicios públicos eficaces y de mejores posibilidades de superación personal y colectiva.
Todas estas urgencias conforman el sustrato humano que le es fundamental a toda ciudad y que, gracias a Dios, están presentes en la conciencia de las autoridades municipales y de los gobernantes actuales.
Tenemos derecho a pensar en una Barinas mejor, pero sobre todo en una ciudad que pueda ofrecer dignidad y comodidad a sus habitantes, es decir, mejorar en verdad sus niveles de calidad de vida. La ciudad, hoy en día, debe ser antes que nada una comunidad humana y espiritual. No se trata de una simple agrupación de individuos, como obviamente parece ser concebida por planificadores y tecnócratas irrespetuosos de la dignidad humana. La ciudad debe combinar sus recursos de orden material con las invalorables exigencias espirituales de su gente.
A esta última, sobre todo, deben estar dirigidos los esfuerzos por mejorar nuestra Barinas de hoy. Sus problemas, como ya se ha dicho, son importantes desafíos a nuestra capacidad como dirigentes. No podemos dejar que nos arropen. Debemos demostrar, por el contrario, que podemos superarlos resueltamente y con éxito. De lo que se trata, entre otras cosas, es de ampliar sus servicios públicos, y entre todos estos, fundamentalmente los relativos al transporte, aseo urbano, viviendas, seguridad, cloacas, agua potable abundante, electricidad y mejoramiento de calles y avenidas. Batallar a fondo por la solución de estas necesidades constituirá el mejor aporte al progreso de la Barinas de hoy y de mañana.
La ciudad que queremos no es una simple ilusión, sino un sueño realizable, como todas las grandes ideas de los visionarios y precursores. No será, por supuesto, una tarea fácil. Requerirá constancia y esfuerzo para superar los obstáculos que se presenten en el camino. Pero debemos pasar por encima de todos ellos, aún cuando puedan escasear los recursos, o los planes y proyectos parezcan difíciles de ejecutar.
De la osadía y voluntad que le pongamos al empeño de construir esta Barinas posible, irá surgiendo la ciudad que queremos. Una ciudad que sea reflejo fiel de la cordialidad y la amistad que siempre nos han distinguido a los barineses. Pero, sobre todo, una ciudad que pueda satisfacer las mejores expectativas de los barineses nacidos aquí y de los barineses venidos de otras tierras.

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Señores Concejales:
Señoras y señores:
Hoy es un día doblemente significativo.
Estamos conmemorando los 404 años de la fundación de nuestra ciudad y 100 años de haberse declarado al Gloria al Bravo Pueblo como el Himno Nacional de la República de Venezuela. Nuestro Canto Nacional es la mejor invitación para insuflar nuestros espíritus y prepararnos para la siembra del esfuerzo y la mejor cosecha de la esperanza.
Al agradecer esta magnífica oportunidad de hablarle a mi ciudad natal -a la que estamos unidos para siempre-, no puedo menos que expresar mi solidaridad a su Ilustre Concejo Municipal por haberme hecho acreedor a tan inmenso honor. Tengo una especial vinculación con la mayoría de sus miembros, a quienes sé profundamente imbuidos de la mejor vocación de servicio social, y con su Presidente, el doctor Ezequiel Mota, mi hermano de ideales y de compromiso con el futuro.
Barinas nos convoca a todos para seguir adelante, luchando por su desarrollo y bienestar. Esta ciudad de todo nuestro afecto requiere del concurso de todos, por encima de banderías políticas o de intereses de cualquier tipo, para dar lo mejor de nosotros mismos en el cumplimiento del desafío fascinante de su porvenir.
No tardemos en responder a su reclamo.
     Muchas gracias.   
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(*) En 1983, dos años después de haber sido pronunciado este discurso, investigaciones de la historiadora barinesa Mercedes Ruíz Tirado en el Archivo de Indias, España, determinaron que la fecha exacta de la fundación de Altamira de Cáceres, de acuerdo con el acta respectiva, fue la del 30 de junio de 1577.  





viernes, 27 de junio de 2014

GIORDANI Y SU AUTOPSIA DEL RÉGIMEN



GIORDANI Y SU AUTOPSIA DEL RÉGIMEN
Gehard Cartay Ramírez

A igual que el doctor Frankestein, que creó su propio monstruo, el exministro Giordani creó el suyo y la semana pasada le hizo la autopsia.
Luego de 15 años actuando como el cerebro económico del  régimen chavista -cuyas nefastas consecuencias sufrimos la gran mayoría de los venezolanos-, el exministro Giordani decidió ahora, con un caradurismo asombroso, denunciar lo que todos sabemos: que la economía venezolana está en ruinas, el proyecto oficial resulta inviable, la corrupción oficial lo arropa todo y Maduro es un presidente sin liderazgo.
Apartando las mentiras con las que pretende reivindicarse, como las de una supuesta reducción de la pobreza; haber desmontado “la máquina de poder que tenían instalados grupos internos y externos que manejaban a su favor el Estado”; o la creación de “un aparato público productivo” (¿?) para construir “una nueva organización social”, entre otras pamplinas, el exministro Giordani pretende exculpar a su pupilo ya difunto y cargarle toda la responsabilidad de la hecatombe actual a quien aquel designó como su sucesor dentro de la monarquía chavista.
Tal apreciación es realmente cínica. Todo este desastre actual -ahora agravado, sin duda- no comenzó hace año y medio. Eso también lo sabemos todos, y no será el ex ministro Giordani quien con sus mentiras “profesorales” nos va a engañar al respecto. Este desastre se inició en 1999, y del mismo son responsables Chávez y Maduro, así como sus cúpulas podridas, de las cuales -insisto- el exministro Giordani fungió como cerebro económico durante estos tres nefastos lustros.
¿Quién que sea conciente puede tragarse las mentiras del exministro Giordani? Aquí todos sabemos que hoy la pobreza es mayor que antes. Sabemos también que una nueva plutocracia corrupta y ladrona es la que maneja el Estado, en complicidad con la dictadura castrocomunista cubana. Sabemos que el régimen chavista destruyó el aparato productivo venezolano; y que tampoco existe ahora “una nueva organización social”, sino una neodictadura militarista de partido único.
Justamente, la autopsia que el exministro Giordani le hace al actual régimen confirma que no existen logros positivos en estos 15 años del chavismo en el poder. Quien lea detenidamente el documento del hasta la semana pasada cerebro económico del régimen encontrará que el exministro Giordani denuncia, entre sus grandes fracasos, el endeudamiento colosal acumulado desde hace más de una década, que supera todos los anteriores; el desastre ruinoso del control de cambios y las sucesivas devaluaciones, a pesar de los altos precios del petróleo; el excesivo gasto público “disperso y dispendioso”; y la corrupción galopante en todos los niveles oficiales.
Pero la escisión más profunda del bisturí del exministro  Giordani, al hacer esta autopsia a un régimen ya cadáver como el actual, la constituye esta perla: “Resulta doloroso y alarmante ver una Presidencia que no trasmite liderazgo, y que parece querer afirmarlo en la repetición, sin la debida coherencia, de los planteamientos como los formulaba el comandante Chávez”. Y remata así su afirmación: “Surge una clara sensación de vacío de poder en la Presidencia de la República” (El Universal, 22-06-2014).
Claro que todo esto ya lo sabemos. Ese personaje oscuro, al que el CNE nombró presidente, es un personaje sin fuerza y sin liderazgo propios, alguien a quien un extraño capricho del occiso comandante escogió como su sustituto, y, por lo visto, sin haber consultado a esa versión chavista de López Rega -aquel brujo asesor de Isabelita Perón- en que devino para Chávez el ingeniero Giordani, al convertirlo en el gurú económico del régimen desde sus inicios.
El documento del exministro Giordani revela que estamos frente a un drama donde todos sus autores se equivocaron desde el comienzo. Se equivocó Chávez al ejecutar un plan de destrucción nacional con el sólo propósito de perpetuarse en el poder, al igual que se equivocó al escoger a su sucesor. Se equivocó el exministro Giordani al convertirse en el supremo augur de este desastre económico, cuyas consecuencias ahora cínicamente denuncia. Y se equivocó Maduro al mostrarse incapaz de producir un cambio de rumbo para evitar que el país siga hundiéndose en esa maldición que llaman “el socialismo del siglo XXI”.
Estamos, pues, frente a un régimen agotado por sus crímenes de lesa patria, que hoy sufrimos los venezolanos de esta hora, pero que también sufrirán quienes vengan después. Porque el mayor crimen del régimen chavista iniciado en 1999 -y del que Giordani ha sido el gran inspirador en materia económica y financiera- es haber desaprovechado una oportunidad estelar para impulsar nuestro desarrollo y progreso como nación y convertirnos hoy en un país arruinado y empobrecido.
Y todo ello resulta tan cierto, insisto, que el propio creador de esta monstruosidad económica y financiera que padecemos es quien acaba de hacerle su autopsia, dejando al descubierto las razones de su inevitable extinción.  
@gehardcartay
 
LA PRENSA  de Barinas - Martes, 24 de junio de 2014.