martes, 5 de marzo de 2013

LA DEMOCRACIA QUE QUEREMOS

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
 EN LA SESIÓN DEL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO IRIBARREN DEL ESTADO LARA, CON MOTIVO DE CELEBRARSE EL DÍA DE LA JUVENTUD

(Barquisimeto, 12 febrero de 1980)

Nos reunimos hoy para conmemorar los 166 años de la Batalla de La Victoria.
Aquella soleada mañana del 12 de febrero de 1814, bajo el cielo azul de los verdes valles de Aragua, sucedió un hecho singular de la Historia Patria: la contribución decidida, enérgica y egregia de la juventud venezolana a la causa de la Independencia. Tuvo esa epopeya la más intensa carga de simbolismo de todas las batallas republicanas. Se trataba de la lucha por un ideal, la libertad, y a esa cita acudieron presurosos los jóvenes guerreros del momento. Fue su aporte, en nombre de todos nosotros, los jóvenes de hoy y de mañana, al objetivo final de la victoria sobre el invasor español.
Por eso hoy también celebramos el Día de la Juventud. Se quiso perpetuar así la fecha inolvidable del 12 de febrero de 1814. Porque aquello no fue un suceso cruento y violento más de la guerra entre España y Venezuela. Fue, tal vez, uno de sus capítulos más importantes. Fue una batalla cuya trascendencia no puede medirse solamente desde el punto de vista de la estrategia militar. Tal vez ni siquiera por las consecuencias políticas de la victoria de Ribas y sus muchachos sobre José Tomás Boves y sus huestes. Su importancia sólo puede calibrarse, antes que nada y por sobre todo, por el sentido de compromiso de aquellos jóvenes con la Historia de los días futuros de la Patria en trance de nacer. 

***
Actos como este no tendrán sentido si los asumimos como cosa simple, ritual y repetida. Aquí, en este instante, no tendría sentido aplicar la vieja frase según la cual “lo pasado, olvidado”. Aquí nuestro pasado no puede olvidarse, sino que debe recordarse siempre porque la amnesia de los pueblos los convierte en cuerpos muertos e inermes, faltos de su propia identidad nacional.
Pero, digámoslo con franqueza, lo importante no es recordar, sino la manera cómo se recuerda. No se trata de “recordar” buscando en el pasado la excusa vergonzante para eludir las tareas del presente. Se trata, sí, de recordar los esfuerzos del ayer para impulsar nuestros pasos en la lucha de hoy y de mañana.
Me halaga y me honra enormemente que la ocasión para rememorar este nuevo 12 de febrero sea justamente ante el Concejo Municipal del Distrito Iribarren, cuya gentil invitación para que haga algunas reflexiones esta mañana debo agradecer profundamente.  
Particularmente me satisface que este encuentro fraterno sea aquí en Barquisimeto, ciudad procera del país y centro de luces y de inquietudes de todos los tiempos. Aquí han nacido hombres y mujeres que honran y dan lustre al gentilicio venezolano. De aquí han partido a otras partes, a dar ejemplo de trabajo y afán por Venezuela.
Por eso me compromete esta ocasión en que nuevamente tomamos en las manos el libro de la Historia para recordar lo pasado en su dimensión de gloria y de lección.
 En uno de sus más hermosos poemas, con sentida sugerencia de invitación a hacer futuro tomando impulso y empuje del ayer luminoso, así nos lo propone Andrés Eloy Blanco:

Mira, devuélvete por la Historia un instante
Y atrás toma la fuerza de seguir adelante…

Evoquemos, pues, un poco de Historia, como lo proponía el poeta en sus versos.

La batalla
1814 fue un año difícil para el Ejército Libertador. La irrupción de Boves y sus ocho mil llaneros, impetuosos como la tempestad, puso en peligro la existencia de la República. Aquello era un fenómeno telúrico, ciertamente inexplicable. Aquél era un caudillo popular, seguido por masas humanas depauperadas y, sin embargo, esperanzadas.
Por donde pasa el asturiano pueblos y aldeas quedan desiertos. La gente le sigue, bajo el engaño del botín y la venganza. Boves es como una bendición para los realistas. Se ha convertido en un catalizador de grandes sectores populares, lo cual, en cierto modo, resta calor y empuje a la lucha republicana encabezada por el Libertador Simón Bolívar.
La primera confrontación se produce en La Puerta. El Libertador envía a Campo Elías y tres mil hombres a detener el poderoso ejército de Boves. Pero nada pueden los patriotas. Boves triunfa y ordena la muerte a cuchillo de los soldados republicanos. Se abre entonces el primer flanco en las tropas patriotas.
Mientras tanto, Caracas se estremece ante la proximidad de las hordas invasoras. Pero Bolívar no se conmueve. Su genio militar construye alternativas en la estrategia a seguir. Frío y sereno, alentando a su Estado Mayor, mide sus fuerzas. Decide entonces asediar a Puerto Cabello y fija en Valencia su Cuartel General. Desde allí controla la situación militar. Cuenta con Urdaneta en Occidente y ordena a José Félix Ribas improvisar en Caracas una división para marchar sobre el enemigo. Se insta a Mariño a acudir en auxilio del Centro.
Con siete batallones, un escuadrón de dragones y cinco piezas de campaña, José Félix Ribas llega a ocupar La Victoria, amenazada por los realistas. Bolívar le ha confiado esta misión, sabedor del carácter tenaz e incontrastable del joven militar. Ha buscado en Ribas un adversario de temple y fiereza, culto e inteligente, para enfrentarlo a la ferocidad y barbarie que caracteriza a Boves.
Allí está entrando por las angostas calles de La Victoria el ejército de Ribas. Son rostros jóvenes, frescos y rozagantes, cuya apacible vida de estudiantes ha interrumpido la cita con la Patria. Vienen de Caracas y son pocos los que cuentan con experiencia en el manejo de las armas. Pero tienen valor y les sobra coraje. Son los estudiantes de la Universidad que han abandonado las aulas para empuñar el fusil. En el trayecto de la capital hasta La Victoria, algunos han aprendido a utilizar las armas y escuchado los toques de guerra. Se han confundido ya con las tropas de línea y deseosos de que avance el tiempo en procura de enfrentamiento.
Boves, al conocer la noticia, se detiene dos días en Villa de Cura para reorganizar sus escuadrones. Su ejército lo constituyen toscos llaneros y esclavos que blasfeman de la revolución que los hará libres. Hay también peninsulares y canarios que reniegan de la lucha patriota.
Llega, por fin, el 12 de febrero. Boves marcha sobre La Victoria y a las siete de la mañana llega a los aledaños del pueblo. Los destacamentos republicanos apostados en Pantanero no resisten la fiereza de los escuadrones realistas. Avanza el enemigo y toma posesión de las alturas que dominan la ciudad. Algunos, incluso, entran al poblado.
Ribas se ve obligado a retirarse a la Plaza Mayor, desde donde planifica la defensa. Instruye a los militares veteranos para que ocupen las entradas principales. La torre de la Iglesia se adorna de jóvenes y bayonetas y a lo alto ondea la bandera republicana.
Ya se divisan, envueltas en nubes de polvo, las hordas de Boves. Se inicia la encarnizada lucha. El fuego de Morales, segundo jefe realista, alcanza las primeras filas de patriotas.
Parece increíble, pero quienes allí luchan entre sí son venezolanos en su gran mayoría. La presencia de Boves, y su carisma de caudillo, ha enfrentado a los llaneros con los jóvenes caraqueños. Una sin razón histórica que sólo la guerra puede explicar.
El combate continúa con igual fiereza. Ribas, el jefe patriota, alienta aquí y allá, ordena y manda a sus tropas. Lo hace tocado con el rojo gorro frigio -símbolo de la libertad- que luce en su cabeza desde sus días de “diputado del Gremio de Pardos”, como se auto designaba después del 19 de abril de 1810.
Mientras tanto, algunos realistas ganan terreno hacia la Plaza Mayor. Salvando resquicios y ruinas se apostan en las paredes de algunas casas frente a la plaza, causando bajas considerables al ejército republicano. Boves, por su parte, ordena a su caballería cargar sobre la plaza, pero la defensa de bayonetas los rechaza. Sólo algunos penetran al campo patriota y son liquidados. Se cierra la brecha y se fortalece la defensa.
Llega la noche y Ribas apenas cuenta con dos de las cinco piezas de campaña. Para los patriotas, la situación luce insostenible ante la superioridad numérica del adversario. Faltan pertrechos y escasea la moral entre las tropas.

Pero no se ha perdido todo: por el camino de San Mateo avanza Campo Elías, el héroe de Mosquiteros, para reforzar al ejército patriota que batalla contra Boves. Se rompen las filas realistas ante el empuje del auxilio republicano, mientras Ribas abandona la defensa para pasar a la ofensiva. Mariano Montilla, triunfante, se abalanza sobre los escuadrones enemigos. Boves cede ante el militar patriota. Ahora cargan sobre los realistas los refuerzos comandados por Campo Elías. Ribas sale de la plaza en columna cerrada, dispersa a los lanceros del adversario y se hace dueño del campo de combate.
La batalla se ha ganado. El esfuerzo de la juventud venezolana, con su carga de emoción, idealismo y sangre, ha costado vidas humanas, pérdidas todas ellas irreparables. Pero el sacrificio se corona con el triunfo sobre el enemigo. Los jóvenes republicanos han cumplido su compromiso con valentía y gallardía, y así escriben, con sangre y fuego, una hermosa página de la historia venezolana.

La lección de la Historia
La Venezuela de hoy –si queremos construir la Venezuela del mañana- debe extraer estas lecciones de la Venezuela de ayer. Sólo sabiendo quiénes somos y de dónde venimos podremos marchar con pasos seguros hacia el porvenir.
El 12 de febrero de 1814 nos brinda justamente esa oportunidad de reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestra vocación esencial de pueblo libre. De las páginas ya escritas debemos aprender la lección de nuestro compromiso permanente con la Historia del futuro. Porque la Historia que nos legaron los de ayer, cambiada y remozada por nosotros, será también la que dejaremos a quienes heredarán la Venezuela del mañana.
La añoranza simple y hermosa de lo pasado no tendría sentido, sino proyectamos ese esfuerzo hacia el futuro. “No creo en la Historia Nacional -escribió alguna vez nuestro Mario Briceño Iragorry- como fuente de romántica complacencia; juzgo, en cambio, con sentido jarpersiano, que sus datos como espejo del hombre, nos ayudan a conocernos a nosotros mismos en la riqueza de lo posible”.
Extraigamos, pues, de la Historia su lección. Inspirémonos en su grandeza y en su fuerza mítica y realista. Al igual que los jóvenes soldados de 1814, seamos capaces de ganar la batalla contra las injusticias de nuestra época. No permitamos que el esfuerzo del pasado pueda perderse en nuestras manos. Pero tampoco anclemos nuestras posibilidades en la contemplación estéril del Altar de la Patria. Vayamos entonces hacia adelante, a cumplir aquella otra invitación de Andrés Eloy Blanco, la que nos dejó en sus Poemas Continentales:

Ven conmigo –dijo el poeta. Hablemos del presente.
No más hablar de ayer; el ayer sea
la calma del altar; nuestros mayores
nos agradecerán seguramente
hablar menos de ellos y hacer más por su Idea.

Brindemos, como lo proponía el poeta, homenaje permanente a los Padres Libertadores con el resultado de nuestros hechos y de nuestras acciones. Porque a los jóvenes no se les puede olvidar que aún faltan muchas jornadas por librar, tan difíciles e importantes como de la de La Victoria de 1814.

La coyuntura actual
Una de esas batallas, tal vez la más importante que nos toca librar a la generación actual, es la de luchar contra los males que aquejan a la Venezuela actual y que –si no lo hacemos- pueden afectar a su porvenir. Son aún muchas las taras que deforman al país de hoy, frente a las cuales los conformistas y los conservadores cierran los ojos y buscan el mejor acomodo de sus intereses.
Tarea fundamental en esta lucha la constituye la derrota de los males que afectan a nuestra democracia. A escasos 22 años de su nacimiento, nuestro sistema democrático sufre ya de achaques y defectos que es menester corregir a tiempo. No se trata de una crítica despiadada y destructiva. Se trata de leales y claras advertencias a quienes tienen la responsabilidad de cultivar su perfeccionamiento.
No vamos a incurrir en el error de menospreciar el camino andado en estos años. Debe reconocerse que desde el punto de vista de su duración en el tiempo el sistema democrático ha sido exitoso. Lo demuestra el hecho de que nunca antes en nuestra historia habíamos disfrutado de un período tan prologado de respeto a nuestras libertades fundamentales -con las naturales excepciones que confirman la regla- consagradas en la Carta Magna.
Parecieran, igualmente, haber sido derrotadas aquellas tesis sociológicas y políticas que pregonaban la validez del gendarme necesario. Las formas de gobiernos dictatoriales, justificadas por la bellaquería intelectual de algunos pensadores e historiadores, que las presentaban como “únicos caminos” para dirigir la vida de pueblos levantiscos como el nuestro, fueron enterradas por la voluntad de las mayorías venezolanas. Ojalá pudiera acontecer lo mismo en otras latitudes latinoamericanas y más allá.
 Pero la democracia tiene que corregirse a sí misma sus fallas y omisiones. Tal vez sea el único sistema que permite renovarse desde adentro. La crítica, el diálogo, el pluralismo y la libre confrontación de ideas, garantizan que podemos y debemos señalar sus lunares y defectos, a tiempo y antes de que sea tarde.
Si algo debemos decir los jóvenes es precisamente que no estamos contentos con esta democracia, aunque reconocemos sus virtudes y garantías. Lo que rechazamos es su ineficacia en muchos aspectos de la vida nacional. Sentimos que debemos defenderla en cuanto nos garantiza la libertad de expresión y de pensamiento. Pero no se nos puede pedir que nos contentemos simplemente con eso. Sería una necedad que nos sintiéramos satisfechos si limitáramos a la democracia dentro del marco de las libertades individuales. Respetamos a quienes lucharon por esos principios, pero estamos comprometidos a ir más allá si es   que queremos que la democracia llene las expectativas del venezolano común.
Justamente por eso, los jóvenes condenamos las lacras que afectan al sistema democrático y a los virus que se cultivan en su seno. Entre esos males, uno de los peores es la incapacidad del sistema para extender los beneficios de la democracia política al campo económico. De nada nos sirven los enunciados teóricos que proclaman el derecho de todos los venezolanos a la educación, al trabajo, a la salud, a vivir dignamente, si en la práctica todavía hay legiones de compatriotas que no tienen acceso a la riqueza, a la cultura y a la participación. Hay que combinar los derechos individuales con la satisfacción de las necesidades reales y sentidas de la población. Lo contrario sería incurrir en la equivocada tesis totalitaria que desprecia la libertad porque garantiza el pan.
Querernos libertad, sí, pero también pan. Queremos democracia política, sí, pero también democracia económica.
El reto de los nuevos tiempos es lograr que la democracia funcione, y funcione a plenitud. La democracia puede potenciar las posibilidades del pueblo para transformar la realidad de hoy y construir una nueva sociedad justa y solidaria. Si lo logra, puede neutralizar al ejército de escépticos que cada día deja de creer en la democracia. Pero para ello es necesario pasar de las palabras a los hechos, de los discursos a las obras, de la teoría a la práctica.
 La democracia que queremos debe ser eficaz en realizaciones, en obras de beneficio público, progreso en la calidad de la vida, en la defensa de los consumidores y de los trabajadores, en estimulo para los productores y los industriales, en avance de la igualdad y de la justicia, en honestidad administrativa y en implacable castigo para los corruptos.
He aquí otro de los graves males de la democracia: la corrupción administrativa. Grave daño ha ocasionado en la fe y en la creencia del pueblo la existencia de este cáncer que amenaza con minar la salud de la democracia venezolana. La gente se ha vuelto escéptica e incrédula cuando observa cómo se ha enseñoreado en algunos ámbitos de la Administración Pública el bochornoso espectáculo del cobro de comisiones, sobornos, tráfico de influencias y diversos actos de corrupción de funcionarios públicos. O cuando, en el menor de los casos, la tentación de robar al erario se transforma en una obsesión que puede dominar al servidor público, por alto o bajo que sea su rango jerárquico. Algunos de esos escándalos han alcanzado sonoridad e impacto extraordinarios en la opinión pública, sobre todo por la notoriedad de sus implicados, gente que se ganó la confianza del pueblo, pero se dejó arrastrar por la concupiscencia del poder y se olvidó del deber con las mayorías.
 En cierto modo, el conocimiento de estos casos de corrupción es positivo para la democracia en la medida en que se enjuicie a los culpables y se castiguen ejemplarmente, cualquiera sea su jerarquía política. Pero, ¡cuidado! ... cuidado si una vasta red de complicidades mutuas puede ablandar la justicia y torpedear el enjuiciamiento de los involucrados. Si eso llegara a suceder, estaríamos jugando con candela. Hay que derrotar a los responsables de la corrupción, pero también a los responsables del ablandamiento frente a los corruptos.
 La democracia gana mucho y no pierde nada si logra el precedente de llevar a la cárcel a los ladrones de los dineros públicos. Aquí no puede valer el chantaje de los culpables cuando por su notoriedad, para librarse del castigo, se escudan en la siempre manoseada “estabilidad democrática”. Hay que estar claros de la democracia no se afectará por esta lucha contra la corrupción sino que se fortalecerá, caiga quien caiga.
 En este sentido, ahora el Poder Ejecutivo tiene la obligación de luchar contra la corrupción administrativa, y no tolerarla porque de otra manera terminará siendo su cómplice. Al Poder Legislativo corresponde legislar y controlar implacablemente para erradicar este virus. Y al Poder Judicial toca aplicar las leyes con rectitud, desterrando cualquier contemplación frente al veredicto final. Sólo así puede funcionar la eficacia democrática frente a la corrupción administrativa.
Pero la democracia debe afrontar con éxito también la lucha contra la inversión de valores que distorsiona nuestros patrones de conducta. Debe combatir a fondo el consumismo que ahoga a nuestras clases media y alta y, por qué no decirlo, también a un cierto sector de la juventud. La cuantiosa riqueza de origen petrolero ha acrecentado la tendencia consumista de los venezolanos, esa que nos hace aparecer en el exterior como los sauditas latinoamericanos, bebiendo a chorros el whisky y el petróleo.
Esta misma sociedad de consumo, alentada por el afán desmesurado de ganancias de empresarios inescrupulosos, productores de cosas inútiles, ha propiciado de igual manera esa conducta bochornosa de algunos nuevos ricos. Son los mismos que al salir al exterior le tapan la boca al extranjero con su nuevoriquismo repugnante y ridículo. Ningún favor, por cierto, nos hace esa actitud del famoso “ta’ barato” del nuevo riquismo venezolano de que nos hablara Manuel Alfredo Rodríguez en días pasados. Esa caricatura de Venezuela que trasmiten al exterior quienes así se comportan, ha abierto —en cierto modo— camino a la inmigración incontrolada que desde otros países amenaza con convertirse en un grave problema nacional.
Tenemos que rescatar, por sobre todo, la propia identidad del verdadero venezolano, su espíritu de trabajo, su desgano por la riqueza fácil, su esfuerzo por producir más y mejor. Derrotemos a quienes pretenden hacernos creer que tener más es más importante que ser más. Hagamos que la espiritualidad del hombre, su dignidad y su libertad valgan más, mucho más, que esta sociedad de consumo que hace al hombre esclavo de sus vidrieras, de sus automóviles caros y sus tarjetas de crédito.
Sin embargo, y a pesar de todo, los jóvenes no somos pesimistas. Somos, más bien, profundamente optimistas, sin que por ello no seamos también crudamente realistas. Que no se llama a engaño nadie. Ni los conformistas que aceptan todo como está porque les interesa, ni los irresponsables que hacen gimnasia reaccionaria con la idea de un golpe de Estado contra la democracia constitucional. A unos y otros rechazarnos vigorosamente porque confiamos, al igual que el pueblo, en que la democracia podrá superar sus propias insuficiencias.

La democracia que queremos
Queremos una democracia deslastrada de todas estas imperfecciones y problemas. Una democracia limpia y pulcra, al servicio del venezolano, capaz de brindarle satisfacción a sus necesidades espirituales y materiales.
Queremos una democracia de participación y no de representación. Una democracia en la que el pueblo asuma su rol de actor, y no de espectador, tal como es hoy. Una democracia que facilite el camino hacia una sociedad en la que todos —y no una minoría— tengamos las mismas obligaciones, pero también los mismos derechos.
 La democracia que queremos debe alimentarse con la participación do todos y no de algunos, como ahora acontece. Una participación que se canalice mediante el perfeccionamiento de los mecanismos electorales actuales. Debemos marchar hacia instituciones partidistas fortalecidas por la influencia de sus bases en la toma final de las decisiones que importan a todos, desterrando así sentido oligárquico y elitesco que aún subsiste en nuestras organizaciones políticas.
 La democracia que queremos debe vincular más al elegido con el elector, superando así el alejamiento absurdo que hoy existe. Debemos marchar hacia la creación de organismos de libre elección popular más cercanos al ciudadano, y pensamos que en esa tarea los Concejos Municipales son los llamados a jugar un papel protagónico de primer orden. Así se fortalecerán y perfeccionarán más todavía nuestros ayuntamientos como célula fundamental de la participación del pueblo.
Este 12 de febrero los jóvenes venezolanos volvemos a ser llamados a cerrar filas para una nueva batalla. La Patria nos reclama, en campos de batalla distintos a la guerra, nuevos y mejores sacrificios. Tenemos, como lo ha dicho Rafael Caldera alguna vez, “hambre de verdad, urgencia de renovación, necesidad de acercamiento y solidaridad”. A los jóvenes, los menos comprometidos con el pasado y con el presente, nos esperan nuevas jornadas en los días próximos. Tareas que inexorablemente el destino colocará sobre nuestros hombros por mandato del relevo generacional que ha comenzado a operarse, y frente al cual debemos estar preparados para no producir una nueva cosecha de frustraciones y de engaños.
 Hoy, 12 de febrero, al evocar la gesta de La Victoria y rendir homenaje a quienes ofrendaron su esfuerzo y sus vidas por la causa independentista, los jóvenes sentimos que debemos renovar nuestro compromiso y marchar hacia adelante, a La Victoria de cada época, sin otro objetivo como no sea el de triunfar en el combate por una Venezuela mejor.
 Muchas gracias.







   









ACEFALÍA, USURPACIÓN Y MENTIRAS
Gehard Cartay Ramírez

“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
Artículo 350 de la Constitución.
    
Estas son las tres características del régimen de facto que, insólitamente, se ha apoderado del país desde el 10 de enero pasado.
Hay una indiscutible acefalía presidencial. La persona que fue reelecta el 16 de octubre de 2012 como presidente de la República no ha tomado posesión del cargo, tal como debió hacerlo el pasado 10 de enero, en cumplimiento de la Constitución Nacional. Y es un hecho claro que, a pesar de la expresa desinformación y ocultamiento que ha propiciado el régimen en esta materia, se sabe que esa persona no está en condiciones de asumir la responsabilidad que se le confió.
Sin embargo, y aún cuando su ausencia ya es indiscutible, no se han cumplido los dispositivos constitucionales al respecto, a pesar de que el mismo presidente reelecto señaló el 08-12-2012 que debían cumplirse, si sobrevenía, como en efecto sobrevino, su incapacidad por razones médicas.
Toda esta situación de facto ha permitido a quien fue vicepresidente hasta el 10 de enero pasado usurpar la presidencia de la República, con la complicidad escandalosa del Tribunal Supremo. Ambos, el usurpador y el alto tribunal, han violado la Constitución Nacional de manera inescrupulosa y aviesa. Aquél, porque detenta un cargo para el que no ha sido nombrado ni elegido. Y si bien es cierto que era vicepresidente, ya dejó de serlo, pues su período feneció el 10 de enero pasado. Y el alto tribunal, porque ha propiciado el incumplimiento de la Carta Magna, cuya interpretación está obligada a hacer, pero sin transgredir la letra, espíritu, propósito y razón de la misma, como lamentablemente lo ha hecho.
Estamos, pues, ante un régimen ilegítimo, que nadie ha elegido y, por tanto, contrario a la normas constitucionales. No hay un presidente de la República ejerciendo el cargo legítima y legalmente. Por tanto, no hay quien dirija el Gobierno; ni nadie facultado para nombrar el vicepresidente y los ministros (a quienes también se les venció su período); tampoco tenemos a quien administre la Hacienda Pública Nacional y ejerza como comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional, entre otras atribuciones que la Constitución le concede al Presidente de la República en su artículo 236. Y ello es así, insisto, porque no hay un Presidente de la República en funciones.
  Ya se ha repetido hasta la saciedad que lo que debió hacerse era cumplir con la norma constitucional, es decir, declarar la ausencia absoluta por incapacidad física (Artículo 233), encargar de la presidencia al presidente de la Asamblea Nacional y convocar a nuevas elecciones, tal como lo ordena esta mismo disposición de le carta magna. Nada de eso se hizo. Por el contario, una camarilla usurpadora del poder, que nadie eligió, con la complicidad del TSJ y  de espaldas al país, se ha apoderado del poder de manera inconstitucional.
En paralelo, han ocultado la situación del presidente enfermo, a quien mantuvieron secuestrado en Cuba -en connivencia con la dictadura castrista- y ahora, aparentemente, han traído al país, aunque sigue desconociéndose su estado real. En otras palabras, a la acefalía y usurpación, la cúpula podrida del régimen ha añadido una descarada campaña de mentiras, con lo cual engañan e irrespetan al pueblo venezolano y, muy especialmente, a sus propios partidarios.
Y todo transcurre como si nada. Las mayorías parecen dormidas, inertes, sin capacidad de reacción. Están en desacuerdo con la usurpación del poder por parte de la cúpula podrida del chavismo, pero dejan que tal aberración siga su curso. Los partidos políticos, las sociedades intermedias y la opinión pública en general han demostrado una impotencia alarmante frente a lo que debería haber sido repudiado por la mayoría de los venezolanos, apoyados en el artículo 350 de la Constitución Nacional.
Como decía Juan Pablo II, ya es hora de “despertar y reaccionar”.

LA PRENSA de Barinas - Martes, 05 de marzo de 2013)