domingo, 24 de marzo de 2013



EN LA TIERRA DE SUS LUCHAS, GENERAL ZAMORA

Discurso de Orden pronunciado por el diputado
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
 ante el Concejo Municipal del Distrito Barinas

 (Santa Inés, 10 de diciembre de 1982)

Aquí estamos, nuevamente, en la tierra de sus luchas, General Zamora.
Hemos venido a conmemorar un nuevo aniversario de aquella fiera batalla de Santa Inés, el pueblo que desde entonces entró en la historia patria.
Mire Usted, General, como todo sigue casi igual, como nada ha cambiado desde entonces.
El pueblo sigue siendo pequeño, acogedor y paciente, como todos los pueblos llaneros. Allí están los árboles centenarios que lo vieron pasar a Usted y a su tropa de valientes. Allí sigue ondeando el río, murmurando voces que sólo el llano sabe traducir. Y debajo de esta sombra placentera, alrededor de la Plaza que ahora lleva su nombre, la gente sigue esperando justicia y pan, las mismas cosas por las que Usted luchó hasta que cayó mortalmente en San Carlos.
Pero aquí también sigue viva la esperanza, General Zamora. La gente no se ha dejado apesadumbrar por el pesimismo y los negadores de siempre. El pueblo sabe que no todo está hecho y que en el futuro habrá que ganar nuevas batallas contra el hambre, la miseria y el escepticismo. Pero sigue en pié de lucha, con el mismo ánimo y el mismo coraje de los hombres que entonces lo acompañaron con fe a Usted, General del Pueblo Soberano.
Aquí estamos, pues, evocando aquellos días de diciembre de 1859, cuando Usted libró una batalla que cambió el curso de la práctica militar y de la guerra en Venezuela y el continente.
Pero no nos enorgullece la guerra, General. La guerra no puede ser motivo de orgullo para los hombres. Nos enorgullecen su coraje, su voluntad y su testimonio. Porque Usted ha sido uno de los pocos revolucionarios que no se dejó arrinconar en el limbo de la teoría y de las especulaciones, como sucede a tantos fatuos e hipócritas que presumen de revolucionarios. Usted fue a la brega por el pueblo y por una revolución que todavía no ha sido plenamente justificada ante la Historia por quienes vinimos después.
Por eso estamos aquí, con el libro de la Historia en las manos.

***

Cuenta José León Tapia que días antes de la batalla, Usted salió de Barinas hacia la Mesa de Cabascas, cerca de Guanare, a conseguirse con el futuro Mariscal Falcón. Eran cuñados y amigos, a pesar de que habían hecho surgir entre ambos rivalidades y mezquindades por el liderazgo de la Causa. Pero allí se entendieron, sirviendo de mediador José Desiderio Trías. Se pusieron de acuerdo para las próximas batallas y Usted, General Zamora, fue desde entonces comandante del ejército, dejando a su cuñado como Presidente en campaña.
Por los caminos polvorientos del llano se vino con su gente hacia Barinas, atravesando ríos y quebradas, oliendo el mastranto de la sabana y espantando a los pájaros con el ruido de su caballería. En Barinas amaneció con su tropa el 27 de octubre y desde entonces se dedicó febrilmente a preparar su estrategia. Cuando llegó a Santa Inés, la gente del gobierno no sabía dónde estaban Usted y su ejército. Los habla confundido y mientras el general Pedro Ramos, del ejército godo, se dirigía hacia El Real, ya Usted estaba aquí cerca, mandando a construir las trincheras y veredas desde donde sus 3000 hombres derrotarían a las huestes de Caracas.
Los tiros comenzaron el 9 de diciembre cuando la caballería de León Colina abrió fuegos en La Palma, cerca de Santa Inés. Pero la cosa fue realmente al día siguiente, el 10 de diciembre, como lo inmortalizó el Escudo de Barinas. Usted se levantó temprano ese día, General, y con el alba y el rocío de la sabana, discutió su estrategia con el Estado Mayor. Lo acompañaban entonces el joven Guzmán Blanco y Level de Goda, ambos lugartenientes suyos.
Después distribuyó sus hombres en las trincheras. Allí, en la que mandó a excavar a la salida del pueblo, puso a Rafael Petit y sus 200 hombres. Más allá el ingeniero Charquet, el hombre que dirigió el trabajo de campo, defendía otra vereda. Y más allá, a la entrada de la sabana, en el Trapiche de San José, José Desiderio Trías, Juan José Mora y el general Francisco de Paula 0rtíz, esperaban sus órdenes al frente de la soldadera.
Como a las 10 de la mañana comenzó la batalla. Si lo que dicen los libros es cierto, Usted debe recordar, General, cómo fueron cayendo las tropas del gobierno. Caían unos tras otros, sin saber de dónde les disparaban, muriendo sin atisbar lo que pasaba. A todas estas, la lucha era más fiera allá en el cañaveral del rio. El enemigo estaba confundido. Estaba perdiendo la batalla, creyendo, al mismo tiempo, que la ganaba.
Hacia la tarde Usted dirigió la ofensiva final, pasando por encima de montones de muertos y de armas tiradas, entre el polvo y el humo que componen la neblina de la guerra. Ya en la noche, Usted había conseguido la victoria. El adversario se retiraba en desorden, maltratado el orgullo caraqueño y oligarca de sus generales.
Y amaneció de fiesta la sabana, embanderada de amarillo y de alegría, mientras Usted tocaba el clarín frente al cielo azul de Santa Inés.

***

Desde entonces hasta hoy han pasado ya ciento veintitrés años. Ya Usted no está, General, ni aquellos hombres tampoco. Las trincheras se han enmontado y la tierra ha cubierto los pertrechos que quedaron después de la batalla. Ahora todo es silencio y calma, mientras el viento y los pájaros entonan su canción de siempre.
Hace pocos años, en parranda de ocasión, vinieron por aquí a ofrecerle un parque a Usted, General, a sus hombres y a este humilde pueblo llanero. Se dijeron entonces discursos altisonantes y demagógicos, con su carga de palabras huecas y rimbombantes. La megalomanía entonces imperante en el Poder vino aquí a proclamar una segunda Federación, mancillando estos campos -donde los suyos y los otros- regaron su sangre, con promesas demagógicas que nunca se cumplieron.
Aquellas palabras se las llevó el viento, y Santa Inés sólo pudo ver de lejos la fiesta de bebidas y comilonas conque pretendieron festejar la fecha de la batalla. Ese día, Usted, General, debió sentirse triste y encolerizado ante tanta farsa y tanta mentira.
Contra esa Venezuela hablachenta y ebria de falsas grandezas, es nuestra lucha ahora, General. Contra esa Venezuela licenciosa, sórdida e inútil, dispararemos nuestras armas del esfuerzo y del trabajo creador. Iremos a esas nuevas batallas, con la fe decidida que nos caracteriza a quienes creemos en un futuro mejor.
Déjeme decirle, sin embargo, que después de cien años de su lucha, el país no es el de entonces. Hemos avanzado en muchos aspectos. Ahora somos una democracia, imperfecta, con fallas, claro está, pero un régimen que al fin y al cabo, como dice el lugar común, “es el menos malo de todos”. Nos toca, sin embargo, superarlo, mejorarlo y perfeccionarlo.
Ya no somos, como en su época, tierra de caudillos y montoneras, donde las “revoluciones”, a cada cual la más inútil, se sucedían de manera interminable. Usted recuerda cómo entonces cualquier cacique con pretensiones de grandeza usaba a sus peones para llegar al poder. Instalados allí, como luego sucedería con su lugarteniente Guzmán Blanco, se traicionaban los ideales para entregarse después al disfrute sensual del poder y la riqueza.
Ya no somos, le repito, aquél pueblo arisco de antes. Ahora vivimos bajo un régimen alternativo que cumplirá 25 años en enero de 1983. Y se ha dicho que nunca como ahora el país había vivido un período tan prolongado de estabilidad y respeto a las libertades ciudadanas.
Yo no he venido, sin embargo, a hablarle a Usted de las bondades de nuestra democracia. No pertenezco ni a quienes la niegan ni a quienes les riegan incienso piadosa y calladamente. Estoy ubicado al lado de quienes quieren preservarla, a costa de mejorarla y superarla.
Esa es la angustia de los jóvenes de hoy, General. Queremos una democracia que pueda deslastrarse de los vicios que hoy la azotan: ineficacia, corrupción y falta de sensibilidad social. Queremos una democracia que sirva a todos, y no a unos pocos. Queremos una democracia por sobre las palabras y más allá de las buenas intenciones. Queremos una democracia de verdad. Una democracia al servicio del hombre venezolano, capaz de comprenderlo en sus angustias y satisfacerlo en sus necesidades.
Esta democracia nuestra está pidiendo frescura de ideales, limpieza de principios y rectitud de procederes. No quiere dejarse contaminar por los virus que a cada rato surgen intentando minarla y acabarla. Quiere derrotarlos a todos y por eso mismo está reclamando honestidad y capacidad a sus dirigentes de hoy y de mañana. Y en esta tarea, puede Usted estar seguro de que la futura Historia unirá a gruesos contingentes de venezolanos que quieren ganarse limpiamente el porvenir.
Como Usted, General Zamora, quiso hacerlo, en este mismo sitio, hace ya ciento veintitrés años.
Muchas gracias.