EL DESAFÍO DE LA DEMOCRACIA
DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO ZAMORA DEL ESTADO BARINAS
(Santa Bárbara de
Barinas, 23 de enero de 1983)
Hoy cumple 25 años
la joven democracia venezolana. Por esta fecha, hace ya un cuarto de siglo, el
bravo pueblo de Venezuela realizó otra gran faena histórica: echar del poder a
un grupúsculo indigno de pillos que humillaron al país y entronizaron una de
las más crueles dictaduras que recuerdan los venezolanos.
Todavía persiste en mi
mente la hora inicial de aquella madrugada histórica. En la casa de mis padres
la radio sonaba a todo volumen, mientras algunos vecinos rodeaban el aparato
para escuchar las noticias de Caracas. Quienes apenas éramos unos niños, no
podíamos entender lo que sucedía. Mirábamos extrañados como todos se abrazaban
felicitándose alegremente al conocerse la huída del déspota. Aquello parecía
una noche de Año Nuevo. Las luces de las casas cercanas fueron encendiéndose
poco a poco y luego todo fue fiesta y alborozo. Una mano amiga nos llevó a
pasear cuando apenas despuntaba el alba. Y en la Plaza Bolívar de Barinas vimos
entonces como el pueblo saqueaba el Palacio de Gobierno. Sacaban grandes
retratos de aquel adiposo y pequeño dictador y los lanzaban contra las aceras,
destrozándolos con furia y pasión.
La gente estaba como loca, disfrutando de una libertad que les había sido
negada por años y que -al fin- llegaba después de tantas luchas y sacrificios.
Pese a las explicaciones
que nos dieron entonces, con los años fue como entendimos cabalmente lo que
había sucedido aquella madrugada. En todo este tiempo, mi generación se ha
educado en la democracia, conociéndola de cerca y tomando realmente conciencia
sobre lo que ella significa. Quienes apenas deambulábamos por nuestro mundo infantil
hace 25 años, supimos con el correr del tiempo lo que se logró en tan memorable
jornada.
Por eso estamos hoy
aquí para conmemorar los primeros 25 años de aquella fecha.
***
Yo no vengo esta mañana,
sin embargo, a contar la historia de lo que sucedió aquel día. Tantas veces se
ha recordado el episodio singular del 23 de enero de 1958, que parece necio e
innecesario volver a hacer el recuento de los hechos.
Conviene destacar,
más allá de la anécdota o de la simple crónica, que la caída de Pérez Jiménez forma
parte de los tres hechos más relevantes, políticamente hablando, del presente
siglo. Los otros dos son en cierta forma eslabones de una misma cadena:
la muerte del general Gómez en 1935 y la llamada Revolución de Octubre de 1945. Con la desaparición física del
legendario caudillo tachirense, el país abrió una primera rendija a la
democracia, obra posible gracias a la habilidad de López Contreras y Medina Angarita.
Sin embargo, la indecisión o la falta de claridad para fortalecer aquel tímido
proyecto democrático, hizo posible, a su vez, la asonada cívico-militar del 45.
Y a esta se debe, sin duda, la concreción constitucional de algunos principios
fundamentales de nuestra democracia política.
Entre 1945 y 1948 la
democracia incipiente y afiebrada del momento no conoció límites ni cautela. El
partido entonces imperante en el poder se dejó ganar por el sectarismo
excluyente al pretender arrinconar a sus adversarios ideológicos. Finalmente, y
como ya lo habían advertido algunas voces, la alianza cívico-militar se derrumbó
al enfrentarse sus elementos y producirse el golpe de Estado del 24 de
noviembre de 1948. Si el 18 de octubre de 1945 se hace posible gracias a la unión
de la joven oficialidad militar y de los líderes del partido Acción Democrática,
el 24 de noviembre de 1948 enfrenta a los antiguos aliados y desborda los
canales democráticos hasta entonces en vigencia. El resultado no pudo ser menos
desafortunado: se instaura en Venezuela una feroz tiranía que durante diez años
impone la represión y el asesinato como formas de gobierno, mientras sus altos
dirigentes saquean el tesoro público y se enriquecen vorazmente con los dineros
de la Nación.
El país tuvo que
soportar entonces a una cáfila de truhanes envilecidos, de espíritus torvos e
innobles, arrellanados en el poder usurpado. Se suprimieron los derechos
políticos y las libertades públicas, mientras se expulsaba del país a gruesos
contingentes de venezolanos y se poblaban las cárceles con aquellos que habían
tenido el coraje de denunciar la vergüenza del momento. Algunos, menos
afortunados, murieron a manos de la canalla que infestaba los cuerpos
policiales.
Con la aurora del 23
de enero de 1958 se abrieron paso la libertad y la democracia. Se abrieron las cárceles
para liberar a los presos políticos y se
permitir el regreso de los exiliados y los desterrados. Se estableció la
libertad de prensa y se legalizaron todos los partidos políticos. En menos de
un año se cumplió un proceso electoral que permitió la elección libre y
soberana de un Presidente de la República y de un verdadero Congreso de
Senadores y Diputados elegidos por votación popular.
Comenzaba así un
nuevo ensayo democrático en la historia venezolana, tan rica en montoneras, falsas
revoluciones y cruentos golpes de Estado.
***
25 años es tiempo
justo para hacer un balance de sus logros y fallas, de sus aciertos y errores.
Merece la pena destacar el hecho importantísimo de que nunca antes los
venezolanos habíamos disfrutado de un período tan prolongado de libertades
públicas como hasta ahora. Esta circunstancia cobra especial relieve si se la
compara con otros países del Continente que a cada rato sufren la epilepsia de
los golpes de Estado, los regímenes de fuerza y el desconocimiento de la
voluntad popular como medio de acceso legítimo al poder constituido.
Los venezolanos
hemos vivido ciertamente en todos estos años una experiencia excepcional
convertida ahora en un ejercicio diario y rutinario, que muchas veces poco
importa y en ocasiones se le enjuicia en términos injustos y subjetivos.
Los hombres de mi
generación somos lo suficientemente maduros como para intentar un balance
objetivo y sereno de estos 25 años de democracia. Tal vez la circunstancia de
no haber sufrido en carne propia los excesos de la dictadura, nos permite
enjuiciarla sin prejuicios ni apasionamientos. Lo mismo podríamos decir sobre
el ensayo democrático. El no haber actuado como protagonistas en la dura lucha
contra la opresión y la tiranía, a causa de nuestra corta edad para entonces,
no nos obnubila la razón como para creer ingenuamente que la democracia es
perfecta y no exige cambios y transformaciones radicales. La propia historia se
ha encargado de ubicarnos en el tiempo justo para revisar lo realizado, sin caer
en posiciones abyectas que denostan y ofenden a la democracia y buscan su
sustitución por los recovecos de la conspiración y la subversión; ni mucho
menos en aquellas otras actitudes conformistas que piensan -tal vez por razones
de edad o de abulia frente al futuro- que nada debe cambiar porque ya todo está
logrado.
Ambas concepciones
son erradas por la misma circunstancia de su ultranza. Obedecen a criterios de
fanatismo o a intereses mezquinamente subalternos.
A quienes reniegan de
la democracia tenemos que decirles que no todo ha sido en vano en estos años.
No puede soslayarse que su principal logro es justamente el fortalecimiento de
la democracia política en el país. El pueblo participa en la elección de las
autoridades que conforman los Poderes Públicos. Así ha venido escogiendo con
entera libertad a Presidentes de la República, senadores y diputados nacionales
y regionales, y a representantes municipales. A cada período constitucional se ha
unido la renovación legal y legítima de los escogidos, todo lo cual configura
un vigoroso robustecimiento de la democracia representativa contenida en la
Carta Fundamental de 1961.
En otros campos,
sería una temeridad absurda negar los avances del país bajo el régimen democrático.
En materia educativa, por ejemplo, los logros son francamente positivos si se
los compara con lo realizado durante el régimen de facto depuesto en 1958.
Ahora disponemos de más y mejores universidades e institutos de educación
media, primaria y preescolar. Ha mejorado el nivel de la enseñanza, a pesar del
fenómeno masificador que hoy amenaza la calidad de nuestra enseñanza. Lo mismo
podemos decir en materia de salud y seguridad social, sin obviar, como es
natural, las fallas que aún persisten en todos estos aspectos.
Desde el punto de
vista económico también se han experimentado algunas mejorías. El nivel de vida
de los trabajadores y sus sistemas de previsión y protección no son los mismos
de hace 10 o 15 años. La industrialización, todavía débil en un país arropado
por su producción petrolera, se abre paso cada día y tiende a crecer en magnitudes
importantes. La industria petrolera ahora es manejada por nosotros mismos, sin
haber perdido eficacia y eficiencia, aunque todavía conserve patrones mentales
alejados de la propia realidad nacional.
También se han registrado
avances en lo social. Se han multiplicado las oportunidades de ascenso económico
y social para la mayoría de la población, y la mejor demostración de esa
realidad puede encontrarse en la progresista y pujante clase media venezolana. Se
han obtenido resultados alentadores en materia de vivienda, obras públicas e infraestructura.
Ya no somos el país rural de hace 25 años. Somos un país modernizado, con una
democracia política estable, y a pesar de los logros señalados, con serios
problemas de crecimiento económico y social.
***
Aún así, a los jóvenes
de mi generación, esta democracia no nos satisface a plenitud. No la adoramos
como una deidad inmutable e infalible. No la creemos perfecta y acabada. No la
sentimos nuestra, amoldada a las inquietudes y desafíos que nos inspiran a la
lucha. Por esto mismo, no la ensalzamos ni alabamos irracionalmente, como quienes
imaginan ingenuamente qua no vale la pena transformarla y perfeccionarla.
El gran reto de la
dirigencia futuro del país será primordialmante convertir a la democracia en un
proyecto básicamente eficaz en los planos políticos, social y económico. No puede
ser tarea nuestra continuar con esa palabrería hueca que no se traduce en los
hechos. No podernos continuar sumidos en la retórica de ocasión, ni en la tranquilidad
de conciencia de las buenas intenciones. Debemos pasar a la acción para empujar
a la democracia hacia una nueva visión del país, capaz de prepararlo para las grandes tareas del porvenir.
La democracia, si quiere
ser fiel a su esencia más profunda, exige ahora serias y sustanciales transformaciones.
La participación, que es el signo de los nuevos tiempos, es tal vez la mayor
carencia del actual proyecto democrático. Hay que ir más allá de las meras formalidades
de la democracia como sistema político y que son causas fundamentales de su estancamiento
y excesivo conformismo de hoy. Como alguna vez lo ha dicho acertadamente el ex Presidente Rafael Caldera:
“La democracia que sustentarnos busca (...) asegurar la participación permanente
del pueblo en el proceso de las decisiones. No nos satisface una mera democracia
formal, en la cual el pueblo es llamado cada cierto número de años a escoger
entre diversos candidatos para el ejecutivo y los cuerpos deliberantes y después es relegado hasta la próxima consulta
electoral” (*).
Para superar estas
desviaciones del ensayo democrático, debemos procurar fórmulas idóneas y
precisas. Una primera reflexión en este sentido nos recomienda acercar más al
representante con el representado, vale decir, al elegido con el elector. El
reclamo de mejorar los
mecanismos de elección ahora vigentes debe ser tomado en cuenta de manera muy
especial.
En el campo económico
debemos luchar por la extensión de los beneficios obtenidos por la democracia
política y social. Sigue siendo angustiante la falta de estrategias para
obtener mejores avances económicos dentro de la democracia. Por eso debe
prestarse atención prioritaria a los sectores más pobres de la población,
multiplicando las fuentes de empleo, de estudio y superación.
Hay que limpiar a la
democracia de sus taras más envilecidas. Hay que despojarla de su tradicional
ineficacia en la prestación de los servicios públicos, de su secular burocratismo
parasitario y de quienes la sirven con desgano y flojera. Hay que combatir a
sus roscas oligárquicas que pretenden vivir a expensas del Estado sin
retribuirle nada. Hay que combatir a los empresarios de la desidia y el oportunismo,
para quienes la acumulación de riqueza personal está por encima de la función
social de la productividad. Hay que combatir a los sindicalistas que hacen de
su oficio un medio para enriquecerse, traicionando a la clase obrera y convirtiéndose
en prósperos especuladores del fraude y la estafa contra los intereses de los
trabajadores.
La democracia tiene
que derrotar a la corrupción si quiere mantenerse como sistema futuro.
Probablemente, la corrupción sea el mayor mal que amenaza al sistema democrático.
Cada día parece crecer el número de políticos inmorales para quienes lo
fundamental es el aprovechamiento personal. Y en ese propósito no vacilan en
utilizar sus cargos y posiciones para desmerecer la confianza del pueblo y
contribuir al descrédito de la propia democracia.
A 25 años de
existencia del régimen que los venezolanos hemos sostenido desde entonces, sea
esta ocasión propicia para consignar las reflexiones que hemos hecho desde esta
ilustre tribuna popular. Y agradecer al Concejo Municipal del Distrito Zamora,
en la persona de nuestro buen amigo y compañero de ruta, don Tobías Arias, la
invalorable oportunidad de venir esta mañana a Santa Bárbara a conmemorar el
primer cuarto de siglo del proyecto democrático venezolano.
Muchas gracias.
-----
(*) Rafael
Caldera, Especificidad de la Democracia
Cristiana, Caracas,
1972.