sábado, 23 de enero de 2016

EL DESAFÍO DE LA DEMOCRACIA



EL DESAFÍO DE LA DEMOCRACIA

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO ZAMORA DEL ESTADO BARINAS

(Santa Bárbara de Barinas, 23 de enero de 1983)

Hoy cumple 25 años la joven democracia venezolana. Por esta fecha, hace ya un cuarto de siglo, el bravo pueblo de Venezuela realizó otra gran faena histórica: echar del poder a un grupúsculo indigno de pillos que humillaron al país y entronizaron una de las más crueles dictaduras que recuerdan los venezolanos.
Todavía persiste en mi mente la hora inicial de aquella madrugada histórica. En la casa de mis padres la radio sonaba a todo volumen, mientras algunos vecinos rodeaban el aparato para escuchar las noticias de Caracas. Quienes apenas éramos unos niños, no podíamos entender lo que sucedía. Mirábamos extrañados como todos se abrazaban felicitándose alegremente al conocerse la huída del déspota. Aquello parecía una noche de Año Nuevo. Las luces de las casas cercanas fueron encendiéndose poco a poco y luego todo fue fiesta y alborozo. Una mano amiga nos llevó a pasear cuando apenas despuntaba el alba. Y en la Plaza Bolívar de Barinas vimos entonces como el pueblo saqueaba el Palacio de Gobierno. Sacaban grandes retratos de aquel adiposo y pequeño dictador y los lanzaban contra las aceras, destrozándolos con furia y pasión. La gente estaba como loca, disfrutando de una libertad que les había sido negada por años y que -al fin- llegaba después de tantas luchas y sacrificios.
Pese a las explicaciones que nos dieron entonces, con los años fue como entendimos cabalmente lo que había sucedido aquella madrugada. En todo este tiempo, mi generación se ha educado en la democracia, conociéndola de cerca y tomando realmente conciencia sobre lo que ella significa. Quienes apenas deambulábamos por nuestro mundo infantil hace 25 años, supimos con el correr del tiempo lo que se logró en tan memorable jornada.
Por eso estamos hoy aquí para conmemorar los primeros 25 años de aquella fecha.

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Yo no vengo esta mañana, sin embargo, a contar la historia de lo que sucedió aquel día. Tantas veces se ha recordado el episodio singular del 23 de enero de 1958, que parece necio e innecesario volver a hacer el recuento de los hechos.
Conviene destacar, más allá de la anécdota o de la simple crónica, que la caída de Pérez Jiménez forma parte de los tres hechos más relevantes, políticamente hablando, del presente siglo. Los otros dos son en cierta forma eslabones de una misma cadena: la muerte del general Gómez en 1935 y la llamada Revolución de Octubre de 1945. Con la desaparición física del legendario caudillo tachirense, el país abrió una primera rendija a la democracia, obra posible gracias a la habilidad de López Contreras y Medina Angarita. Sin embargo, la indecisión o la falta de claridad para fortalecer aquel tímido proyecto democrático, hizo posible, a su vez, la asonada cívico-militar del 45. Y a esta se debe, sin duda, la concreción constitucional de algunos principios fundamentales de nuestra democracia política.
Entre 1945 y 1948 la democracia incipiente y afiebrada del momento no conoció límites ni cautela. El partido entonces imperante en el poder se dejó ganar por el sectarismo excluyente al pretender arrinconar a sus adversarios ideológicos. Finalmente, y como ya lo habían advertido algunas voces, la alianza cívico-militar se derrumbó al enfrentarse sus elementos y producirse el golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948. Si el 18 de octubre de 1945 se hace posible gracias a la unión de la joven oficialidad militar y de los líderes del partido Acción Democrática, el 24 de noviembre de 1948 enfrenta a los antiguos aliados y desborda los canales democráticos hasta entonces en vigencia. El resultado no pudo ser menos desafortunado: se instaura en Venezuela una feroz tiranía que durante diez años impone la represión y el asesinato como formas de gobierno, mientras sus altos dirigentes saquean el tesoro público y se enriquecen vorazmente con los dineros de la Nación.
El país tuvo que soportar entonces a una cáfila de truhanes envilecidos, de espíritus torvos e innobles, arrellanados en el poder usurpado. Se suprimieron los derechos políticos y las libertades públicas, mientras se expulsaba del país a gruesos contingentes de venezolanos y se poblaban las cárceles con aquellos que habían tenido el coraje de denunciar la vergüenza del momento. Algunos, menos afortunados, murieron a manos de la canalla que infestaba los cuerpos policiales.
Con la aurora del 23 de enero de 1958 se abrieron paso la libertad y la democracia. Se abrieron las cárceles para liberar a los presos políticos y se permitir el regreso de los exiliados y los desterrados. Se estableció la libertad de prensa y se legalizaron todos los partidos políticos. En menos de un año se cumplió un proceso electoral que permitió la elección libre y soberana de un Presidente de la República y de un verdadero Congreso de Senadores y Diputados elegidos por votación popular.
Comenzaba así un nuevo ensayo democrático en la historia venezolana, tan rica en montoneras, falsas revoluciones y cruentos golpes de Estado.

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25 años es tiempo justo para hacer un balance de sus logros y fallas, de sus aciertos y errores. Merece la pena destacar el hecho importantísimo de que nunca antes los venezolanos habíamos disfrutado de un período tan prolongado de libertades públicas como hasta ahora. Esta circunstancia cobra especial relieve si se la compara con otros países del Continente que a cada rato sufren la epilepsia de los golpes de Estado, los regímenes de fuerza y el desconocimiento de la voluntad popular como medio de acceso legítimo al poder constituido.
Los venezolanos hemos vivido ciertamente en todos estos años una experiencia excepcional convertida ahora en un ejercicio diario y rutinario, que muchas veces poco importa y en ocasiones se le enjuicia en términos injustos y subjetivos.  
Los hombres de mi generación somos lo suficientemente maduros como para intentar un balance objetivo y sereno de estos 25 años de democracia. Tal vez la circunstancia de no haber sufrido en carne propia los excesos de la dictadura, nos permite enjuiciarla sin prejuicios ni apasionamientos. Lo mismo podríamos decir sobre el ensayo democrático. El no haber actuado como protagonistas en la dura lucha contra la opresión y la tiranía, a causa de nuestra corta edad para entonces, no nos obnubila la razón como para creer ingenuamente que la democracia es perfecta y no exige cambios y transformaciones radicales. La propia historia se ha encargado de ubicarnos en el tiempo justo para revisar lo realizado, sin caer en posiciones abyectas que denostan y ofenden a la democracia y buscan su sustitución por los recovecos de la conspiración y la subversión; ni mucho menos en aquellas otras actitudes conformistas que piensan -tal vez por razones de edad o de abulia frente al futuro- que nada debe cambiar porque ya todo está logrado.
Ambas concepciones son erradas por la misma circunstancia de su ultranza. Obedecen a criterios de fanatismo o a intereses mezquinamente subalternos.
A quienes reniegan de la democracia tenemos que decirles que no todo ha sido en vano en estos años. No puede soslayarse que su principal logro es justamente el fortalecimiento de la democracia política en el país. El pueblo participa en la elección de las autoridades que conforman los Poderes Públicos. Así ha venido escogiendo con entera libertad a Presidentes de la República, senadores y diputados nacionales y regionales, y a representantes municipales. A cada período constitucional se ha unido la renovación legal y legítima de los escogidos, todo lo cual configura un vigoroso robustecimiento de la democracia representativa contenida en la Carta Fundamental de 1961.
En otros campos, sería una temeridad absurda negar los avances del país bajo el régimen democrático. En materia educativa, por ejemplo, los logros son francamente positivos si se los compara con lo realizado durante el régimen de facto depuesto en 1958. Ahora disponemos de más y mejores universidades e institutos de educación media, primaria y preescolar. Ha mejorado el nivel de la enseñanza, a pesar del fenómeno masificador que hoy amenaza la calidad de nuestra enseñanza. Lo mismo podemos decir en materia de salud y seguridad social, sin obviar, como es natural, las fallas que aún persisten en todos estos aspectos.
Desde el punto de vista económico también se han experimentado algunas mejorías. El nivel de vida de los trabajadores y sus sistemas de previsión y protección no son los mismos de hace 10 o 15 años. La industrialización, todavía débil en un país arropado por su producción petrolera, se abre paso cada día y tiende a crecer en magnitudes importantes. La industria petrolera ahora es manejada por nosotros mismos, sin haber perdido eficacia y eficiencia, aunque todavía conserve patrones mentales alejados de la propia realidad nacional.
También se han registrado avances en lo social. Se han multiplicado las oportunidades de ascenso económico y social para la mayoría de la población, y la mejor demostración de esa realidad puede encontrarse en la progresista y pujante clase media venezolana. Se han obtenido resultados alentadores en materia de vivienda, obras públicas e infraestructura. Ya no somos el país rural de hace 25 años. Somos un país modernizado, con una democracia política estable, y a pesar de los logros señalados, con serios problemas de crecimiento económico y social.

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Aún así, a los jóvenes de mi generación, esta democracia no nos satisface a plenitud. No la adoramos como una deidad inmutable e infalible. No la creemos perfecta y acabada. No la sentimos nuestra, amoldada a las inquietudes y desafíos que nos inspiran a la lucha. Por esto mismo, no la ensalzamos ni alabamos irracionalmente, como quienes imaginan ingenuamente qua no vale la pena transformarla y perfeccionarla.
El gran reto de la dirigencia futuro del país será primordialmante convertir a la democracia en un proyecto básicamente eficaz en los planos políticos, social y económico. No puede ser tarea nuestra continuar con esa palabrería hueca que no se traduce en los hechos. No podernos continuar sumidos en la retórica de ocasión, ni en la tranquilidad de conciencia de las buenas intenciones. Debemos pasar a la acción para empujar a la democracia hacia una nueva visión del país, capaz de prepararlo para las grandes tareas del porvenir.
La democracia, si quiere ser fiel a su esencia más profunda, exige ahora serias y sustanciales transformaciones. La participación, que es el signo de los nuevos tiempos, es tal vez la mayor carencia del actual proyecto democrático. Hay que ir más allá de las meras formalidades de la democracia como sistema político y que son causas fundamentales de su estancamiento y excesivo conformismo de hoy. Como alguna vez lo ha dicho acertadamente el ex Presidente Rafael Caldera: “La democracia que sustentarnos busca (...) asegurar la participación permanente del pueblo en el proceso de las decisiones. No nos satisface una mera democracia formal, en la cual el pueblo es llamado cada cierto número de años a escoger entre diversos candidatos para el ejecutivo y los cuerpos deliberantes y después  es relegado hasta la próxima consulta electoral” (*).
Para superar estas desviaciones del ensayo democrático, debemos procurar fórmulas idóneas y precisas. Una primera reflexión en este sentido nos recomienda acercar más al representante con el representado, vale decir, al elegido con el elector. El reclamo de mejorar los mecanismos de elección ahora vigentes debe ser tomado en cuenta de manera muy especial.
En el campo económico debemos luchar por la extensión de los beneficios obtenidos por la democracia política y social. Sigue siendo angustiante la falta de estrategias para obtener mejores avances económicos dentro de la democracia. Por eso debe prestarse atención prioritaria a los sectores más pobres de la población, multiplicando las fuentes de empleo, de estudio y superación.
Hay que limpiar a la democracia de sus taras más envilecidas. Hay que despojarla de su tradicional ineficacia en la prestación de los servicios públicos, de su secular burocratismo parasitario y de quienes la sirven con desgano y flojera. Hay que combatir a sus roscas oligárquicas que pretenden vivir a expensas del Estado sin retribuirle nada. Hay que combatir a los empresarios de la desidia y el oportunismo, para quienes la acumulación de riqueza personal está por encima de la función social de la productividad. Hay que combatir a los sindicalistas que hacen de su oficio un medio para enriquecerse, traicionando a la clase obrera y convirtiéndose en prósperos especuladores del fraude y la estafa contra los intereses de los trabajadores.
La democracia tiene que derrotar a la corrupción si quiere mantenerse como sistema futuro. Probablemente, la corrupción sea el mayor mal que amenaza al sistema democrático. Cada día parece crecer el número de políticos inmorales para quienes lo fundamental es el aprovechamiento personal. Y en ese propósito no vacilan en utilizar sus cargos y posiciones para desmerecer la confianza del pueblo y contribuir al descrédito de la propia democracia.
A 25 años de existencia del régimen que los venezolanos hemos sostenido desde entonces, sea esta ocasión propicia para consignar las reflexiones que hemos hecho desde esta ilustre tribuna popular. Y agradecer al Concejo Municipal del Distrito Zamora, en la persona de nuestro buen amigo y compañero de ruta, don Tobías Arias, la invalorable oportunidad de venir esta mañana a Santa Bárbara a conmemorar el primer cuarto de siglo del proyecto democrático venezolano.
Muchas gracias.




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(*) Rafael Caldera, Especificidad de la Democracia Cristiana, Caracas,
1972.

jueves, 21 de enero de 2016

EL CENTENARIO DE CALDERA



EL CENTENARIO DE CALDERA
Gehard Cartay Ramírez
El próximo 24 de enero se cumple el centenario del natalicio de Rafael Caldera, un venezolano -dicho sea con todas sus letras- excepcional, como pocos en nuestra historia.
La suya fue una figura polifacética: estadista, político, jurista, sociólogo, laboralista, profesor universitario, académico, poliglota, escritor, constitucionalista y parlamentario, fueron algunas de sus múltiples actividades. En todas y cada una de ellas se destacó de manera brillante.
Sin embargo, su dimensión más conocida ha sido la de líder político y estadista. Ya habrá tiempo para que los historiadores futuros destaquen los otros campos donde también trascendió y brilló el intelecto, la voluntad y el carácter de Caldera. Ya llegará también el momento en que la historia lo juzgue en la distancia del tiempo, más allá de apasionamientos y enconos.
Por supuesto que la brevedad de un artículo de opinión impide analizar a profundidad cada uno de los lados del inmenso poliedro que constituye su legado. Destaquemos entonces, por ahora, al líder político, estadista y pacificador que fue Caldera desde 1936 hasta 1999, cuando entregó su segunda presidencia, obtenida, al igual que la primera, en libérrimos comicios populares.   
Como fundador del Partido Social Cristiano Copei en enero de 1946, Caldera introdujo en nuestro país el pensamiento demócrata cristiano, al tiempo que liderizó un formidable instrumento de lucha popular y política. Pero no sólo eso: convirtió a su partido en una moderna organización de masas y en una de las columnas que sostuvieron el sistema democrático entre 1958 y 1998.
 Su primer período como presidente de la República (1969 -1974) es uno de los mejores en la historia venezolana -si no el mejor- pues su obra fue realmente admirable. Por una parte, pacificó el país, luego de la lucha guerrillera castrocomunista, mediante una audaz política de convencimiento de los guerrilleros derrotados que terminó incorporándolos -a casi todos- a la vida democrática e institucional. Por la otra, aquél fue un gobierno progresista y honesto, con trascendentes logros en materia de obras públicas, en la economía y en lo social.
Su segunda gestión (1994-1999) también tuvo importantes resultados, especialmente su firme decisión de haber mantenido una política de paz, convivencia y estabilidad institucional, luego de las secuelas del Caracazo en 1989 y de los violentos golpes de Estado de 1992. Con la nueva elección de Caldera, la institución presidencial recuperó autoridad y prestigio. No se repitieron intentonas golpistas y se restauró la unidad de las Fuerzas Armadas Nacionales. No hubo desordenes violentos, ni muertos o heridos en manifestaciones públicas, ni violaciones a los derechos humanos, como lo confirmaron organismos internacionales especializados.
Las instituciones democráticas recuperaron su normal desenvolvimiento. Hubo también, al igual que en su primera gestión, paz social y paz laboral, a pesar de que al final de su gobierno se produjo una gravísima caída de los precios del petróleo. Y contra lo que muchos pensaron, Caldera terminó su período presidencial y entregó el poder a quien una mayoría de venezolanos eligió para sucederlo en diciembre de 1998.
 Por cierto que su decisión de haber sobreseído a los golpistas de 1992 ha sido considerada por algunos como un error inexcusable, que trajo como consecuencia automática la llegada al poder del régimen que hoy padecemos. A mi juicio, constituye una equivocación atribuirle a esa medida la posterior elección de teniente coronel Hugo Chávez Frías en diciembre de 1998. Se olvida que aquella decisión de 1994 tuvo un importante apoyo en la opinión pública y respondió al planteamiento mayoritario de los líderes opositores y los principales candidatos presidenciales en 1993.
Pero no fue, insisto, la causa básica para que el militar golpista ganara las elecciones de 1998, pues su aceptación electoral -luego de su sobreseimiento- fue insignificante. Sólo sería en aquel mismo año cuando, apoyado por grandes medios de comunicación, empezó a repuntar hasta alcanzar la victoria. De tal manera que si hay que culpar a alguien porque Chávez haya sido elegido presidente sería a quienes votaron por él.
Además, todas las medidas en beneficio de los militares golpistas se habían iniciado antes. El propio presidente Pérez dictó los primeros sobreseimientos a un numeroso grupo de oficiales que intentaron derrocarlo, lo que demuestra también su talante democrático y conciliador. Posteriormente, el presidente interino Ramón J. Velásquez decretó otros en 1993. Al tomar Caldera posesión como presidente en marzo de 1994, ya habían sido sobreseídos 270 de los golpistas detenidos. Por cierto, poca gente conoce estos hechos.
No tengo duda alguna de que el tiempo, juez implacable, reconocerá en su justa dimensión su obra histórica como gobernante y líder político. Más allá de sus equivocaciones y errores como ser humano que fue, sus virtudes y aciertos serán suficientes para que ocupe un sitial de honor en nuestra historia republicana.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas - Martes, 19 de enero de 2016.

lunes, 18 de enero de 2016

EL PAÍS SE CAE A PEDAZOS



EL PAÍS SE CAE A PEDAZOS
(… Mientras la cúpula podrida del régimen sólo se preocupa por los retratos de su extinto jefe!)
Gehard Cartay Ramírez
Mientras Venezuela se cae a pedazos, la cúpula podrida del régimen sólo se preocupa por los retratos de su extinto jefe que fueron sacados de la Asamblea Nacional.
Esta soberana estupidez da una idea clara de sus prioridades. Se trata, además, de algo tragicómico. Trágico, porque es absolutamente imperdonable que estando el país sumido en tan grandes calamidades, creadas por este mismo régimen desde 1999, sus jerarcas sólo se ocupen de cosas tan triviales como las fulanas fotos de su jefe único.
Y no deja de ser también cómico que en un país como el nuestro, que debería estar ya entrando al primer mundo, se vean estas muestras primitivas de fetichismo y culto cuasi religioso a alguien, como si esa fuera una fórmula mágica para salir adelante en medio de la colosal crisis que a todos nos golpea. Para completar el absurdo, ahora quieren empapelar el país con más fotos del extinto.
 Por supuesto, todo esto retrata al régimen que arruinó a Venezuela en estos largos 17 años. Lo retrata como una pandilla que coloca sus propios intereses por encima de los intereses de los venezolanos. Siempre ha sido así, por cierto. Esta gente llegó al poder (luego de haberlo intentado por la vía de un sangriento golpe de Estado) mediante unas elecciones donde engañaron a todo el mundo disfrazándose de oveja para esconder a la fiera que llevan por dentro.
¿Qué han hecho en todo este tiempo sino privilegiar sus intereses, saqueando y robando a manos llenas los dineros de todos los venezolanos? Hay suficientes pruebas al respecto, aunque no haya aún ningún investigado y menos alguien enjuiciado, gracias a la impunidad absoluta que les ha proporcionado desde 1999 el sistema judicial corrupto y parcializado que hoy vergonzosamente exhibe Venezuela ante el mundo.
Han sido miles de millones de dólares los que se ha robado la cúpula corrupta del régimen y sus testaferros. Precisamente el diario El Nacional  de este domingo pasado publicó un reportaje al respecto. Allí se destacan 10 escándalos de corrupción “bolivariana” que han dado la vuelta al mundo, sin que nadie del régimen se haya referido a ellos, y mucho menos investigarlos o enjuiciar a sus culpables. Sería, por supuesto, pedirles peras al olmo.
 Bastaría apenas referirse a uno sólo para desnudar la profunda podredumbre oficial: el de los “narco sobrinos” detenidos en Estados Unidos, acusados de traficar 800 kilos de cocaína. Imagine el lector si esto hubiera ocurrido en otro país o en el nuestro, con otra pareja presidencial. Nunca ocurrió antes, por cierto. Pero sucede ahora, y nadie del régimen se ha referido al asunto. Creen que con su silencio pueden tapar el sol con un dedo. El silencio, en este caso, lo hace aún más inmoral, por lo que revela.
O el escándalo de los 25 mil millones de dólares robados a través de CADIVI y denunciado por el exministro Giordani, tutor de Chávez en el pasado y hoy caído en desgracia, y la ex presidenta del Banco Central de Venezuela, Edmeé Betancourt, también chavista. ¡25 mil millones de dólares birlados a los venezolanos por un grupete de testaferros de la cúpula del régimen, y aún no hay nadie preso por este gigantesco saqueo a los recursos públicos!
(Hay más casos de corrupción del régimen, por supuesto. Hay muchos ya conocidos y otros que aún no se conocen, pero que cuando se hagan públicos asombrarán al mundo y dejarán pequeños la corrupción espectacular del Sha de Irán, Chapita Trujillo, Perón, Pérez Jiménez, Somoza o de los hermanos Castro y el rumano Ceaucescu, por citar también dictadores comunistas.)
Pero al gobierno no le preocupan estos asuntos. Le preocupa, sí, que saquen los retratos de Chávez que estaban en el hemiciclo de la Asamblea Nacional. ¡Caramba, qué cosa más importante para la cúpula podrida! Eso sí que les preocupa.
Lo demás no. Tampoco les preocupa el alto costo de la vida, la galopante inflación que sufrimos (la más alta del mundo), la escasez de comida o la crisis de la salud, con gente muriéndose de mengua en los hospitales. Mucho menos les preocupa que no se consigan medicinas o que crezcan la pobreza, la miseria y el desempleo. Nada de eso.
Ah, pero cómo les angustia que Ramos Allup haya sacado de la Asamblea Nacional las fotos del “comandante”. Sus prioridades, como queda demostrado, son otras.
Venezuela les importa un carajo.
   @gehardcartay
El Blog de Gehard Cartay Ramírez
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 12 de enero de 2016.