domingo, 6 de julio de 2014

EL LEGADO DE RAMÓN J. VELÁSQUEZ



EL LEGADO DE RAMÓN J. VELÁSQUEZ
 (Y algunas reflexiones sobre la mediocridad política, otro signo de la crisis actual)
Gehard Cartay Ramírez
Con el reciente fallecimiento del doctor Ramón J. Velásquez, intelectual, historiador, periodista, parlamentario y ex presidente de la República, no sólo ha muerto el último ex jefe de Estado, sino uno de los venezolanos más brillantes del siglo XX y esta parte del XXI.
Su obra como historiador es prolífica y densa. El sólo hecho de haber investigado, recopilado y editado, por ejemplo, las colecciones del pensamiento político venezolano de los siglos XIX y XX, lo consagra como un relevante historiador, amén de su portentosa obra escrita.
 Capítulo aparte merece su destacada actuación como hombre público. Fue ministro de los presidentes Rómulo Betancourt -con quien colaboró estrechamente entre 1959 y 1964- y Rafael Caldera, entre 1969 y 1971. También fue senador por largos años y primer presidente de la Comisión para la Reforma del Estado (COPRE), desde donde dio especial impulso a la descentralización y regionalización de la administración pública.
Por si fuera poco, en 1993 fue designado por el Congreso como Presidente para culminar el período constitucional de Carlos Andrés Pérez. Velásquez dirigió entonces un difícil período de transición, en medio de una singular crisis política e institucional, hasta entregarle la presidencia a Rafael Caldera, elegido en diciembre de 1993.
En lo personal, puedo dar testimonio de su singular actuación como Jefe de Estado, pues me tocó trabajar con él cuando fui elegido como gobernador de Barinas en mayo de 1993, precisamente por los mismos días en que el doctor Velásquez asumió la Presidencia de la República. Aparte de su magistral conducción en aquella compleja transición política, hay que destacar también el impulso preciso, contundente y coherente que le dio al proceso de descentralización. Nunca antes -ni después- se les concedió a los gobernadores electos por voluntad popular mayor poder de decisión y autoridad sobre los organismos del gobierno nacional en sus respectivas entidades federales, al colocar en sus manos la designación de los directores estadales de los ministerios e institutos autónomos, mediante decreto presidencial en agosto de 1993. La experiencia fue positiva y útil en todo sentido, pues permitió una cierta unidad de acciones y propósitos entre el gobierno nacional y los gobiernos regionales. Lamentablemente, aquel ensayo fue efímero y no tuvo la continuidad necesaria.
Puedo agregar que cuando lo conocí, siendo él senador por Táchira y yo diputado por Barinas, nació una amistad que, sin ser cercana, fue cordial y muy provechosa para mí. Lo escuché varias veces hablar sobre diversos temas históricos, ya en el hemiciclo o en las oficinas del recordado editor José Agustín Catalá, ocasiones en las que, como era lógico, era yo quien oía a aquel maestro. Siempre me estimuló a escribir sobre temas de historia contemporánea, al comentar mis trabajos ya publicados.
Velásquez fue uno de los pocos intelectuales que ejerció la presidencia de la República. Junto a él -en ese “dudoso catálogo” de los presidentes venezolanos, como lo calificara Arturo Uslar Pietri -, muy pocos pueden considerarse hombres de intelecto y de Estado. Salvo los casos de José María Vargas, Antonio Guzmán Blanco, Juan Pablo Rojas Paúl, Eleazar López Contreras, Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Luis Herrera Campíns y Ramón J. Velázquez -cuya trayectoria ya citamos-, no hubo otros intelectuales que ejercieran la Presidencia de Venezuela.
No está demás, pues, a propósito de la muerte del doctor Velásquez, agregar una breve reflexión sobre la actual mediocridad política, ese otro signo de la presente crisis venezolana.
La más estruendosa y dañina -por razones obvias- es la que se aloja en la cúpula podrida del actual régimen. Quien funge como su jefe seguramente pasará a la historia como uno de los presidentes con menos luces intelectuales y de atributos de capacidad y liderazgo -Giordani dixit- desde los tiempos de Julián Castro, uno de los peores que hayan ocupado la presidencia de Venezuela. Lamentablemente, otro tanto sucede en la oposición, donde no escasean también pragmáticos de toda laya y dirigentes que aspiran a gobernar sin haberse preparado debidamente.
Nadie, por supuesto, exige al liderazgo político que sus miembros sean académicos, especialistas o doctores. Nada de eso. Rómulo Betancourt, por ejemplo, no egresó de ninguna universidad, pero tuvo una formación intelectual como pocos líderes venezolanos. Porque lo mínimo que puede demandársele a quien aspire las más altas responsabilidades públicas es que se forme a tales fines, lea, estudie y escriba si ello es posible. Que evite llegar a posiciones de poder sin haberse preparado para entenderlas y ejercerlas con acierto y responsabilidad.
 Y este es, en parte, el legado que nos deja Ramón J. Velásquez, honroso ejemplo de un intelectual de la política.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas, 01 de julio de 2014.