viernes, 5 de abril de 2013

FRENTE AL FUTURO

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO BOLÍVAR DEL ESTADO BARINAS

(Barinitas, 12 de febrero de 1983)


Contento, como se siente en casa propia, hablo esta tarde desde la ilustre Tribuna del Concejo Municipal del Distrito Bolívar.
Sé que se trata de un compromiso mayor decir unas palabras en esta ciudad de Barinitas. La historia, las gentes y las luces que han nacido por estas tierras obligan a elevarse interiormente para compensar la generosidad de Ustedes al permitirme esta magnífica oportunidad para reflexionar en alta voz.
Barinitas es tierra elevada, empinada sobre la pendiente llanera que se inclina hacia el Apure. Tendida como está a los pies de la cordillera andina, recoge en sus tierras aledañas y en sus gentes esa cordialidad y gentileza propia del hombre de las montañas. Pero recibe también, por el abra que la comunica al llano, la calurosa y alegre compañía del hombre de las tierras planas. Barinitas es, pues, encrucijada de serranía y llano, síntesis hermosa y simbólica de dos espíritus nacionales, de dos maneras de ser venezolanos y de dos nobles caracteres de la psicología nacional.
Esta es la Barinitas de siempre, respetada, querida y estimada por los barineses, a pesar de las rencillas parroquiales que antaño surgieron y que aún forman parte del modo de ser arisco y agresivo que llevamos por dentro los venezolanos. La Atenas de Barinas llegaron a llamarla en las épocas en que un empalagoso modernismo buscaba en cada rincón de nuestros países el símil que nos llevara a compararnos con otros Continentes. Pero Barinitas no necesitaba adjetivos prestados, ni sustantivos de imitación. Ella sóla se bastaba para proyectar por sí misma su condición de ciudad culta y sensible a las más variadas manifestaciones artísticas y culturales. No en balde aquí nacieron Alfredo y Enriqueta Arvelo Larriva, poetas de alto valor nacional, a cuya obra se le han brindado los mayores reconocimientos por parte de la inteligencia y la cultura del país. Alfredo, por cierto, cumplirá cien años de haber nacido el próximo 25 de mayo y, a tal efecto, yo aprovecho esta singular circunstancia para invitar a la Municipalidad y al pueblo bariniteño y barinés en general, a conmemorar tan significativa fecha en los términos más justos y trascendentes a su memoria de venezolano excepcional.
Desde esta ciudad de relevantes hijos y de historia que trasciende, venimos este 12 de febrero a conmemorar un nuevo aniversario de la Batalla de La Victoria y, por consiguiente, a celebrar el Día de la Juventud Venezolana.

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Se atropellan los recuerdos para hablar de aquella fiera batalla del 12 de febrero de 1814.
Lo que sucedió aquel día no tiene nada que envidiarle a cualquier epopeya anterior o posterior. No solamente se trataba de una simple batalla militar. En La Victoria se enfrentaron ese día dos fuerzas telúricas que después han continuado su lucha permanente: la juventud contra la barbarie. Aquélla, simbolizada por José Félix Ribas, uno de los más brillantes guerreros al servicio de la causa libertadora. Y la barbarie, representada por José Tomás Boves, realista cruel y sanguinario, al decir de los historiadores de antes y de ahora.
La paradoja de toda aquella confrontación fue todavía más singular. Boves era, en cierta forma, el caudillo ignorante y perverso, mercenario de aquellos tiempos, que arrastraba tras su carisma de líder populista a las masas desposeídas y ansiosas de justicia y pan. Rivas, por el contrario, era el joven militar ilustrado, representante de la Venezuela libertaria que emergía entonces contra la opresión española, causa muchas veces incomprendida y huérfana del apoyo de los grandes núcleos humanos a quienes más tarde favorecería, y a los que luego interpretaría fielmente, con su estirpe de pueblo, el catire José Antonio Páez.
Estas dos fuerzas extraordinarias fueron las que lucharon bravamente en un día como hoy, hace ya ciento sesenta y nueve años. Como tenía que ser, los jóvenes vencieron a los bárbaros. Tras largas horas de combate, la batalla, iniciada con el alba, culminó bien entrada la noche. La gesta heroica de La Victoria valió la pena. El sacrificio y la muerte de jóvenes promesas, abrieron paso a las legiones de la libertad encabezadas por Simón Bolívar. Y se derrotó el mito de que el pueblo sólo seguía a los bárbaros. Aquél día, los jóvenes señalaron el camino para que el pueblo humilde y hambriento de entonces hiciera suya la causa de la Independencia.

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Para los jóvenes de ahora hay una nueva Batalla de La Victoria en cada desafío que se nos presente.
Sólo que ahora la lucha no se libra por la fuerza ni con las armas, sino con la inteligencia y el estudio. Pero los desafíos de esta hora son tanto o más fascinantes como aquellos de 1814. Hay muchas cosas por transformar y en todas ellas la juventud tiene que jugar un papel estelar. Ya no nos corresponde, como a aquellos jóvenes de 1814, luchar para ganar la libertad suprimida. Ahora nos toca construir un nuevo país para que -sin perder la libertad ganada- podamos darle más contenido de eficacia y de justicia a las avances obtenidos y por obtener.
Los jóvenes de hoy somos optimistas. Practicamos un sano realismo para no dejarnos tentar por las falsas ilusiones que conducen a los fracasos. No aceptamos, por esto mismo, a los negadores de siempre, a quienes predican el fatalismo y pregonan el desastre futuro.
No creemos en quienes superponen sus fracasos políticos y personales por encima de los mismos intereses nacionales. No queremos a quienes andan por allí contagiando pesimismo, tal vez porque saben que serán derrotados por la Venezuela pujante y prometedora que encarnan los jóvenes de este bravo pueblo.
Con ese optimismo razonable tenemos que asumir las tareas presentes y futuras. Sabemos que Venezuela es un país de insospechadas posibilidades, tierra buena para el esfuerzo y el trabajo creador. Sus numerosos y valiosos recursos naturales, unidos a su más importante capital, su gente, colocan a este país en envidiable posición frente a la actual y la venidera coyuntura mundial.
Lo que exigen los jóvenes es el diseño de un proyecto nacional que permita combinar todas nuestras capacidades para enfrentar los problemas y adelantar las transformaciones que demandan las nuevas realidades de hoy.
Venezuela tiene extraordinarias ventajas estratégicas para acometer con coraje ese proyecto ambicioso y audaz con que soñamos sus líderes jóvenes de hoy.
El país dispone de diversas variedades geográficas y climáticas, así como de insospechadas riquezas minerales y energéticas localizadas en su subsuelo, la más importantes de las cuales, la llamada Faja Petrolífera del Orinoco, plantea inimaginables posibilidades de explotación y comercialización desde el punto de vista petrolero. Tenemos, así mismo, y a pesar de los depredadores insatisfechos todavía, inmensas reservas territoriales y madereras que convenientemente explotadas pueden ser aprovechadas por las venideras generaciones.
Somos, además, y valga la pena recordarlo este 12 de febrero, un pueblo joven. Los venezolanos somos gente tentada por las innovaciones, por sus posibilidades, y -lo que es más importante- por sus objeticos de progreso. Tenemos aún mucho por hacer. En esta visión progresista nos conforta nuestra carencia de traumas históricos y sociales, que si bien han afectado a otros países de larga historia, no existen en nuestra formación como comunidad nacional.
No hemos padecido, por otra parte, problemas de integración social. Si alguna vez las diferencias de orden racial impidieron nuestro avance, la llamada Guerra Federal -en medio de su vendaval de verbalismo y de promesas incumplidas- borró este tipo de contingencias. Por eso mismo, nuestro proceso histórico no registra traumas significativos.
Debe destacarse -a reserva, por supuesto, de la inconformidad que hemos planteado en diversas oportunidades sobre el particular- nuestro alentador proceso de afirmación democrática. 25 años de ininterrumpido ensayo democrático, otorgan al proyecto venezolano una particular significación de madurez que debe hacernos racionalmente optimistas frente al futuro.

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Existen los problemas, claro está, de toda nación en desarrollo y nadie podría atreverse a negarlos. Hace escasos años, bajo una conducción errática y grandilocuentemente incapaz, el país vivió los locos años de la abundancia. Lo tuvimos todo a manos llenas entonces. Lo que nos falló fue un liderazgo conciente de que después de la abundancia se asomaría la crisis que tercamente nos advirtió con elocuencia de buen profeta Juan Pablo Pérez Alfonso.
Los recursos petroleros venezolanos, gracias al alza de sus precios en los mercados internacionales, fructificaron en sumas mil millonarias de dinero como si se tratara de un nuevo milagro de la multiplicación de los panes que nos recuerda el Evangelio. Sin embargo, y como lo ha apuntado amargamente Arturo Uslar Pietri en alguna ocasión, tal vez hubiera sido mucho pedir que esa súbita abundancia se manejara con prudencia y buen cálculo de inversiones y resultados.
Ahora nos enfrentamos a los desastrosos resultados de aquella irresponsable gestión de quienes alguna vez tuvieron el descaro de llamarse a sí mismos “los hijos de Bolívar”.
Ya no volverán, al menos en lo inmediato, aquellos días de desenfreno financiero. Venezuela, por tanto, debería prepararse para enfrentar una nueva situación, muy distinta por cierta, a la que parece estar terminando por estos días.  Y si bien es cierto que un país petrolero como el nuestro estará siempre sometido a los vaivenes de los precios internacionales del crudo, lo aconsejable sería, aunque volviéramos a los tiempos de abundancia, sacar las lecciones de la presente crisis. En otras palabras, hacer realidad la vieja consigna uslariana de sembrar el petróleo, o esa otra, nunca cumplida ni siquiera por quien la propuso, de administrar la abundancia con criterio de escasez. En todo caso, y aunque los efectos de las nuevas circunstancias tal vez tardarán algún tiempo en presentarse con todo su rigor, las generaciones de relevo tenemos que saber que será a nosotros a quienes corresponderá montarse en el potro de las dificultades y dominarlo reciamente, como un buen jinete llanero sabría hacerlo.
Habrá que moderar los comportamientos consumistas en extremo de algunos venezolanos. Habrá que gastar menos. Habrá que importar menos. Habrá que producir más. Habrá que trabajar más. El reto no es otro que conducirnos con sobriedad y austeridad, con disciplina y con esfuerzo para que el trabajo bendiga sus frutos generosos y buenos.
Habrá que hacer un esfuerzo realmente colosal ahora que la fiesta parece terminar. El país no está aún preparado para afrontar este cambio de situaciones. Por eso, justamente, se requiere una alta dosis de conciencia y patriotismo para salir airosos de esta dura prueba a que nos somete el dios petrolero que hasta ahora nos hizo felices, flojos a imprevisores.
El desafío está ante nosotros. Y sin embargo, ¡qué fascinante empresa para los jóvenes de hoy, líderes del mañana, esta lucha contra las dificultades que nos llamó a vencer el Libertador Simón Bolívar en alguna hora angustiosa!
La fecha no podía ser más propicia para estas dolorosas reflexiones. No volvamos a mirar nuevamente al pasado, como no sea para aprender la lección de sus errores. Miremos hacia el futuro y desafiémoslo con el coraje de que podamos ser capaces los nuevos hijos de la Patria.
Muchas gracias.