EL
ASESINATO DE UN PAÍS Y SU FUTURO
Gehard
Cartay Ramírez
Mientras
el régimen mantiene montado su circo “antiimperialista” -como una cortina de
humo para tapar la colosal tragedia que vivimos en Venezuela-, el asesinato de
miles de venezolanos a manos del hampa sigue avanzando“a paso de vencedores”.
Me
refiero al holocausto de más de 250 mil venezolanos muertos por la delincuencia
desde 1999. Advierto -de entrada- que tal situación no es nueva, pues siempre
hubo entre nosotros una delincuencia asesina, pero nunca como ahora, y menos si
se toma en consideración el monstruoso saldo de víctimas fatales desde hace ya
16 años.
Una
tragedia que ha podido ser evitada y no lo fue. Una situación que nos avergüenza
ante el mundo civilizado. Una perversión que nos hace lucir ante los demás
países como una sociedad salvaje y sin gobierno, donde no se respeta el primero
y más importante de los derechos humanos, como lo es la vida.
Cierto
es que, aunque se nos pueda ver desde afuera como un país salvaje, es obvio que
no lo somos. Porque a pesar de que la delincuencia asesina se haya desbordado
desde 1999 (sin que el régimen haga algo, no sólo para controlarla, sino -más
aún- para liquidarla, como es su deber), la verdad es que el pueblo venezolano,
en su conjunto, siempre ha sido un pueblo amante de la vida y no de la muerte,
de la paz y no de la violencia.
Las propias estadísticas, macabras y
escalofriantes, comprueban que se está asesinando a un pueblo trabajador y honesto,
a gente sencilla y humilde, a venezolanos de a pie que salen a la calle a
laborar y muchas veces consiguen la muerte a manos de malandros armados. En
otras ocasiones, los matan en sus propias casas, sin que falten las balas
perdidas de cualquier enfrentamiento entre bandas armadas que han cegado las
vidas de pacíficos compatriotas en el seno de sus hogares. Y no son pocos, por
cierto, los niños y las madres que han muerto en tales circunstancias.
Esas estadísticas revelan también un hecho
escandaloso, que avergüenza a cualquier sociedad humana: la delincuencia está
asesinando al futuro del país, y conste que esta no es una simple expresión
retórica. Los datos de Organizaciones No Gubernamentales que hacen seguimiento
a esas muertes revelan que el 72 por ciento de los asesinados son jóvenes entre
15 y 29 años de edad.
Se
trata de una terrible y cruel realidad. Muchos de esos jóvenes, que pudieran
haberle servido al país en distintas facetas, mueren siendo promesas de futuro,
lo que le hace perder a Venezuela lo más valioso de su capital humano, de cara
al porvenir.
Y
aunque duela decirlo, y ello resalta la gravísima crisis humana y moral que nos
sacude, lo más lamentable es que muchos de quienes los asesinan son también
jóvenes. Terrible tragedia, que revela también la otra faceta sórdida y
dantesca del drama de la inseguridad que sufrimos los venezolanos: un país
dividido por el odio sembrado desde hace tres lustros. Un país dividido entre
jóvenes que quieren ganarse limpiamente el provenir y otros que han tomado el
atajo del delito.
El otro
agravante es que ahora no sólo se atraca a la gente, sino que la matan. Antes,
el hurto o el robo pocas veces conllevaban el asesinato. Hoy, el desprecio por
la vida que se le ha sembrado al delincuente trae consigo el disparo homicida.
Y se lo comete con saña: el 63 por ciento de las víctimas reciben, en promedio,
más de cinco tiros en cada caso, según las estadísticas que vengo citando.
Esas mismas cifras revelan que existen 15
millones de armas ilegales en manos de los delincuentes, obtenidas
-seguramente- de los organismos oficiales que en Venezuela, como se sabe,
monopolizan la venta de armamento.
Todo el mundo sabe que aquí, al menos en la
última década, manda la delincuencia en todas partes, en tanto que el régimen
usa sus fuerzas policiales y de seguridad para perseguir a la dirigencia
opositora. Mientras, los asesinos de los 250 mil venezolanos muertos desde 1999
están en libertad en su mayoría o, si acaso fueron condenados, lo más seguro es
que estén en la calle. Ya se sabe que en este país tampoco funciona la
justicia, salvo para poner tras las rejas a los opositores democráticos.
¿O es
que acaso alguien puede negar que en Venezuela se está produciendo una guerra
genocida, ejecutada por la delincuencia contra el resto de los venezolanos ante
la incapacidad, la complicidad, la ineficacia y la insensibilidad de las
autoridades respectivas?
Y ello
para no hablar de los centenares de muertos por organismos policiales y
paramilitares en las manifestaciones de protesta pacífica que se han producido
desde hace una década, la mayoría, como se sabe, jóvenes estudiantes, de
quienes la patria esperaba su valiosa contribución en el futuro.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 31 de marzo de 2015.