lunes, 17 de diciembre de 2012

Verdades
CAMBIAR PARA TRIUNFAR
Gehard Cartay Ramírez
“Al pan, pan, y al vino, vino”. La derrota de las fuerzas democráticas este domingo no puede ser edulcorada y menos frivolizada.
Y no se trata de “hacer leña del árbol caído”. Se trata de analizar con objetividad, sin apasionamientos y sin mentiras lo que, a todas luces, resulta un grave retroceso en el camino ascendente que la oposición democrática venía transitando desde 2006.
Porque sería absurdo que “los árboles no nos dejaran ver el bosque”, para continuar utilizando refranes coloquiales. Sería peor no reconocer la magnitud de este nuevo fracaso, continuar en la lucha sin tomar los correctivos quirúrgicos imprescindibles y acostumbrarnos entonces a seguir de derrota en derrota.
Lo que procede es precisamente todo lo contrario: sobreponernos autocríticamente a este resultado adverso, precisar las fallas, corregir los errores y producir un relevo en la conducción de las fuerzas democráticas y sus partidos.
Ya se ha dicho, pero nunca será suficiente repetirlo, que la política -como casi todo- se mide por los resultados. Por eso mismo, en las democracias desarrolladas y plenas, cuando los liderazgos políticos fracasan, lo primero que hacen es abrirles paso a otros, sin que por ello se afecte la continuidad de la lucha.  
Me apresuro a admitir que estas conclusiones son necesariamente tempranas, a escasas 12 horas de conocidos los resultados electorales, y que no tienen propósitos desalentadores, sino la muy clara intención de tratar de contribuir a mejorar nuestras futuras condiciones de lucha frente a un adversario corrupto, inescrupuloso y neo totalitario. Está demás advertir que, en pocos días, se librará una nueva batalla, y esta sí parece casi definitiva en el combate por sacar al país del precipicio donde hoy se encuentra.
Esta circunstancia nos obliga a levantarnos de esta nueva caída electoral tan rápido como sea posible. Y si bien es cierto que no podemos perder tiempo en lamentaciones, debe quedar claro también que lo que sí debemos hacer -insisto- es asumir autocríticamente lo sucedido, precisar sus causas reales, cambiar lo que haya que cambiar y producir un barajo en el liderazgo opositor.
Lo primero que debemos analizar es lo relativo al retroceso sufrido. Hay una clarísima diferencia entre lo sucedido el siete de octubre y lo que pasó este domingo 16 de diciembre, y no es otra que una nueva irrupción de la abstención. Millones de electores que no acudieron a votar por los candidatos democráticos contribuyeron así a su derrota. Y aunque la abstención también perjudicó a los candidatos del régimen, resulta obvio, a juzgar por los resultados, que nos hizo mayor daño a los opositores. En esta materia, el oficialismo demostró mejor capacidad para movilizar a sus votantes, y eso fue un punto a su favor.
Obviamente que la derrota opositora del siete de octubre profundizó la del domingo pasado y, por contraste, consolidó la victoria obtenida por el oficialismo. Sin embargo, no deja de llamar la atención que estados como Táchira y Mérida, donde la oposición democrática ganó en octubre, dos meses después haya perdido por diferencias significativas. Lo mismo puede decirse, pero en sentido contrario, en los casos de Lara, Miranda y Amazonas, donde el régimen ganó entonces y ahora sus candidatos resultaron derrotados.
La segunda observación tiene que ver con la magnitud de los hechos: hoy el régimen controla veinte gobernaciones de estado y la oposición democrática apenas tres, habiendo sido despojada de cuatro (Zulia, Carabobo, Táchira y Nueva Esparta), entre las cuales destacan dos de los estados de mayor población electoral. (En el caso de Barinas, lamentablemente se produjo también un retroceso en comparación con las elecciones de 2008.) No son hechos insignificantes, sino todo lo contrario, que obligan a revisarnos y analizarnos con la mayor sinceridad.
La tercera observación está referida a las condiciones en que hemos participado electoralmente. No podemos seguir tolerando que las mismas se mantengan y hay que luchar por cambiarlas, sujetándolas al cumplimiento de la Constitución y las leyes. Ya sé que esta no es una tarea fácil, pero sería necio no asumirla y, en cambio, terminar resignados al ventajismo corrupto y corruptor del régimen y la complicidad abyecta del Consejo Nacional Electoral frente a sus atropellos y desmanes.
En consecuencia, tenemos que activar una enérgica resistencia popular ante tales hechos y desenmascarar a un régimen dictatorial que, frente al resto del mundo, se presenta como democrático tan sólo porque hace elecciones, pero sin que se repare en qué condiciones de ventajismo, corrupción y desigualdad se realizan estas en Venezuela.
La lucha continúa. Otros liderazgos probados, distintos a los que ya tuvieron su oportunidad hasta ahora, deberán irrumpir en la conducción democrática opositora. Hay necesidad de buscar a los mejores, a los más capacitados y sobre todo a los que nos puedan conducir a la victoria. Ha llegado la hora de la racionalidad crítica frente a lo acontecido, de la irrenunciable esperanza frente al futuro y de la constancia tenaz ante un horizonte que, a pesar de todo, anuncia cambios profundos y muy cercanos en la vida del país.   
P.S. Esta es mi última columna por este año. Martes 25 y martes primero de enero no circulará La Prensa. Por estas razones, desde ahora les envío a los lectores mi cordial saludo de Navidad y Año Nuevo. Hasta pronto, Dios mediante.