martes, 12 de marzo de 2013

Verdades
UN LEGADO NEFASTO (I)
Gehard Cartay Ramírez

Lo más grave del nefasto legado del régimen de Hugo Chávez es haber hecho retroceder al país un siglo.
No es poca cosa. Venezuela, que en la segunda mitad del siglo XX había alcanzado importantes logros tanto políticos como económicos y sociales, comenzó, a partir del año 2000, a experimentar atrasos históricos considerables en todas esas áreas, por causa de una ambición desmedida de poder vitalicio, sustentada en criterios anacrónicos y autoritarios, contrarios a la democracia como mecanismo de alternabilidad y relevo.
Fue así como este país volvió sobre sus pasos para retornar a taras y perversiones históricas que suponíamos superadas. Fue así como regresamos al caudillismo clásico que sufrieron los venezolanos en el siglo XIX y los primeros 36 años del siglo XX. La presidencia de la República volvió a ser un poder sin contrapesos, acompañado por un oprobioso culto a la personalidad de quien fue elegido en 1998.
El esquema caudillista no tuvo, sin embargo, los modestos niveles de la dictadura del general Juan Vicente Gómez, por citar el más largo ejercicio presidencial. Todo lo contrario. Apelando a los modernos medios de comunicación social, especialmente la TV, la figura del presidente Chávez se hizo omnipresente, a través de largas cadenas radiales y televisivas y del abuso mediático sistemático.
Desde entonces, miles de horas fueron utilizadas para repetir consignas, insultar a los adversarios y convertir aquella figura en un elemento esencial del paisaje y la cotidianidad. Su imagen apareció en todos lados, al igual que sucedió con dictadores como Stalin, Hitler, Castro, Hussein o Gadafi.
Conforme su proyecto personal apuntaba hacia el poder vitalicio, el siguiente paso fue controlarlo todo o casi todo. El Estado comenzó a copar la mayoría de los espacios en detrimento del ciudadano y su iniciativa particular. Era la misma receta de la dictadura castrocomunista cubana -de la que se declaró admirador-, conforme a la cual el Estado debía hacerse dueño de todo o casi todo. Mientras menos influencia tuvieran los particulares y más la estructura estatal, sería factible imponer un proyecto de poder autoritario y neototalitario. Por supuesto que, no siendo Venezuela otra Cuba, este propósito -si bien sigue su curso- no ha podido consolidarse por nuestra particular realidad. Y ya no será posible que se consolide.
Con Chávez regresamos al rancio militarismo que tantas desgracias trajo a los venezolanos anteriormente. 150 años de tropelías y abusos, de golpes de Estado y dictaduras con el sello militarista, volvieron por sus fueros a partir de 1999. Las Fuerzas Armadas Nacionales fueron convertidas en una guardia pretoriana y en un partido militar, al servicio de los intereses políticos y electorales del régimen chavista. Los avances logrados al someter a los militares al mando civil entre 1958 y 1998, como sucede en cualquier democracia plena, fueron echados a la basura, tanto que hoy la cúpula militar participa activamente en la política partidista, a pesar de que se lo prohíbe la Constitución Nacional.
Lo mismo ocurrió con la incipiente pero exitosa política de neofederalismo, regionalización y descentralización puesta en marcha a partir de 1989, con la elección de gobernadores y alcaldes. Con el mayor cinismo, al mismo tiempo que se proclamaban inspirados en Ezequiel Zamora, el líder de la Guerra Federal, decretaron -sin embargo- la muerte del federalismo y la regionalización, para regresar a una República cada vez más centralista y caraqueña. Y así fue como el régimen chavista le arrebató competencias y recursos a los Estados y Municipios, al tiempo que estranguló financieramente a los mandatarios electos que no pertenecían a su proyecto político.
Más grave aún ha sido la siembra del odio entre los venezolanos, dividiéndolos de manera profunda. La clasificación fue maniquea y criminal: ellos, los buenos, y sus adversarios, los malos; ellos, los patriotas; los otros, apátridas, imperialistas, oligarcas, burgueses,  majunches, etc. Fue así como Chávez no escatimó esfuerzos en vilipendiar a sus adversarios e incitar el odio criminal de su gente contra ellos, lo cual no tiene perdón de Dios, ahora que ya no está.
Un proyecto excluyente y neototalitario como este suponía, en paralelo, el desarrollo de una inescrupulosa política de polarización. Hubo entonces y sigue habiéndolos “venezolanos de primera” y “venezolanos de segunda”. Por supuesto, ellos eran los de “primera”. Desde la cúpula del poder se elaboraron listas bochornosas, como la del tristemente célebre diputado Tascón (quien fue, en realidad, un simple prestanombre), al más puro estilo nazi, donde se condenaba a simples venezolanos a no obtener nada del Estado por el sólo delito de haber apoyado la realización del referendo revocatorio de 2004. Aquello fue un crimen de lesa humanidad y sus culpables todavía vivos tendrán que ser enjuiciados algún día.
El siguiente paso fue perseguir a la dirigencia política disidente y a la prensa, la radio y la TV independientes. Apoyado en su control absoluto sobre tribunales y fiscalías, el régimen viene desarrollando una inmisericorde cacería de brujas. Se abrieron juicios sumarios, con la simple orden presidencial en sus cadenas de radio y TV. Por eso hoy, vergonzosamente, hay centenares de presos políticos y miles de desterrados y exiliados, aparte de otros miles de perseguidos de PDVSA que han tenido que irse al exterior  para trabajar y mantener a su familias.
En la próxima entrega analizaremos la debacle económica y social del país, bajo el régimen de Hugo Chávez (Continuará).

  (LA PRENSA de Barinas - Martes, 12 de marzo de 2013)