martes, 25 de marzo de 2014

SUCRE EN BARINAS

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL GOBERNADOR DE BARINAS,
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ,
 AL INAUGURAR LA PLAZA SUCRE DE LA CIUDAD DEPORTIVA “SUCRE MARISCAL DE JUVENTUDES”


(Barinas, 3 de febrero de 1995)



Un día como hoy, hace doscientos años, nacía en Cumaná, la ciudad primogénita del continente, Antonio José de Sucre. Descendiente de nobles familias españolas, este futuro conductor de ejércitos y de pueblos, estaba marcado con el sino de lo grande y de lo auténtico.
En medio de la vida apacible y amena de su colonial ciudad no imaginaba aquel niño de holgados recursos y amorosa familia la terrible y accidentada vida que le esperaba. Teniendo sólo siete años muere su madre, como anticipándole la permanente compañía del dolor. Cinco años más tarde, por invitación de su tío Antonio Patricio de Alcalá, viaja a Caracas para cursar estudios en la Escuela de Ingeniería Militar, cumpliendo así con una inclinación de añeja raigambre familiar.
La carrera de las armas era, pues, parte del temperamento de ese jovencito precoz hasta en el drama que se le avecinaba: la guerra de Independencia de América Hispana. Es así como, tres años después de haber comenzado sus estudios militares, se encuentra en Caracas el 19 de abril de 1810. Las ideas de libertad sacuden la ciudad capital y la provincia. Antonio José regresa a Cumaná y, con sólo quince años, ingresa a las filas patriotas como cadete en la compañía de Húsares comandada por su padre, don Vicente de Sucre. Juan José Rachadell, en su biografía de Sucre, comenta al respecto:

“Era un niño todavía, y el torbellino de los acontecimientos ya lo estaba lanzando a una guerra sin cuartel…”

A partir de ese momento, Sucre no conocerá más nunca el reposo. Sólo la lucha por sus ideales, que son los de la libertad americana. Desde Cumaná hasta Ayacucho, su carrera militar dibuja un ascenso vertiginoso marcado por el valor, el talento y el rigor metódico. Del cadete de 1810 al Gran Mariscal de 1824, se teje una cadena de triunfos y derrotas, de drama y de gloria que arranca en su natal Cumaná hasta llegar a las cimas de los Andes, siempre con la mirada puesta en su ideal libertario y extremadamente fiel a los principios que lo distinguieron durante toda su vida: el honor, la dignidad, el orden, la disciplina y la amistad.
La libertad americana, sellada por él en Ayacucho, no se comprende señalando únicamente su coraje, su osadía y su inspiración gloriosa. Sucre es eminentemente un estratega y un conocedor, por estudios y experiencia, de la ciencia militar. Claro que en su personalidad se confunden la habilidad diplomática y el olfato político con el talento del guerrero, pero sin su aplicación, su disciplina y método, no es posible explicarnos sus triunfos.
Especial atención nos merece su esmero por la educación. Fue así como escribió al respecto:

“Educar es el más sagrado deber de las autoridades delante de Dios y de los hombres”.

Y en los hechos comprobó tal apreciación, corroborando así un estilo de pensamiento que compartía plenamente con el Libertador:

 “Tendré más placer en dejar en esa ciudad un establecimiento provechoso a las luces que los servicios que le he prestado en el ejército”.

Ante estas claras normas de conducta como estadista, me siento hoy como ciudadano y, particularmente como gobernante, empujado a revisar en sus líneas maestras, los planes y proyectos educativos que por la voluntad de ustedes, barineses, estamos ejecutando. Por supuesto que hemos tenido siempre presente la tremenda importancia de la instrucción y de la educación en todas sus esferas. Eso lo sabe Barinas entera. Pero nunca está demás apuntalar esas ideas cada vez que se nos presenta la oportunidad, y esta comunión con el pensamiento y la palabra de Antonio José de Sucre no puede ser mejor.

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La personalidad que estamos evocando hoy, esa misma que historiadores y comentaristas han delineado unánimemente con los mismos e inequívocos rasgos, no solamente ha de llenarnos de un natural orgullo venezolanista, sino, lo que es más importante para todos, representa un reto digno de hacernos reflexionar, como personas y como Nación.
Ya es hora de que salga a la luz la figura de Antonio José de Sucre, su personalidad preclara, su desbordante energía, su temple espiritual, su amor al estudio y a la disciplina como medios idóneos para la conquista de la naturaleza. Dice el Evangelio que “... no se tiene una lámpara debajo de una mesa, sino en un lugar qua alumbre”. Parece mentira que uno de los héroes cuyo ejemplo más necesitamos permanezca aún desconocido.
A 200 años de su nacimiento, Sucre necesita ser conocido ampliamente por todos, pero especialmente por los jóvenes. Tenemos que estudiar al Sucre estadista, militar y civilista, al Sucre forjador de naciones; al Sucre digno y leal con el Libertador; al Sucre joven y preparado para afrontar los retos y vencerlos; al Sucre político honesto y magistrado intachable; al Sucre ejemplo de juventudes.
Un rasgo fundamental en la figura del Gran Mariscal de Ayacucho es precisamente el aprovechamiento de su juventud. En la corta pero fructuosísima vida de Sucre no hay reposo ni vacaciones ni lamentaciones. Cada minuto, cada hora, cada día, eran un sin fin de acciones en función de un propósito.
Pero no creamos que la urgencia de aquella guerra terminó. Seguimos en estado de emergencia, aunque con menos sangre y menos drama. La bonanza mal administrada de los años setenta nos dejó una herencia funesta: el facilismo. El río de petróleo en el que hemos navegado como borrachos nos alejó del trabajo y la laboriosidad que han hecho prósperas  otras naciones. El propio Sucre decía:

“Instruidos los hombres en la escuela de las desgracias, ya deben aborrecer los principios desorganizadores.”

He allí entonces el magnífico ejemplo de Sucre, quien, a decir del Libertador, “siempre se distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor”. Sucre luchó con todas las armas posibles en un momento en que la lucha armada era el único camino a la libertad. Terminada la guerra, los enemigos eran la ignorancia y el caos, y su lucha fue entonces como magistrado y constructor de una república.
La figura y la vida de Antonio José de Sucre nos sitúan, a nosotros como venezolanos, en una dimensión continental cuyo significado actual debe ser de gran utilidad para nuestra evolución personal y social. La lección de la historia consiste en descifrar aquello que contribuye o no a realizar un sueño. La grandeza moral del sueño confiere a los hombres la fuerza que los hace capaces de correr cualquier riesgo; y su inteligencia, su constancia y su capacidad de trabajo las dan las herramientas que, poco a poco, van construyendo lo soñado.

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Por eso, coincidimos con el presidente Rafael Caldera al designar con su nombre una de las obras más emblemáticas que aquí se han construido para la juventud barinesa: esta Ciudad Deportiva “Sucre, Mariscal de Juventudes”, edificada en tiempo récord en un esfuerzo común entre el Gobierno Nacional y la gobernación a mi cargo, e inaugurada el año pasado en ocasión de celebrarse en nuestra entidad los IX Juegos Nacionales Deportivos.
Como lo he dicho en otras oportunidades, la Ciudad Deportiva es una obra extraordinaria, un justo homenaje a nuestra juventud deportiva y un símbolo de la Barinas del futuro, una obra de larga trascendencia que, por siempre, será motivo de satisfacción para la Barinas de ahora y la de mañana.
Fue digno escenario para la brillante realización de la más calificada competencia deportiva venezolana, cumplida en nuestra entidad entre abril y mayo del Año de la Cuenta. Aquella fue una fiesta inolvidable que recordarán por siempre los barineses que la presenciaron. Como Gobernador agradezco a Dios haberme permitido el privilegio de dirigir y organizar -junto a un equipo humano de primera línea- el magno evento de la juventud venezolana en nuestra entidad federal.
En apenas nueve meses, logramos realizar lo que no pudieron o no quisieron aquellos a quienes sustituimos en el ejercicio del Gobierno Regional: haber organizado exitosa e impecablemente la participación de más de seis mil atletas, entrenadores, profesionales, técnicos, estudiantes y escolares de todo el país en un esfuerzo logístico y estructural sin precedentes, y haber terminado a tiempo -insisto- la construcción de esta Ciudad Deportiva “Sucre, Mariscal de Juventudes”, que inauguramos junto al presidente Caldera aquel memorable sábado 23 de abril de 1994.
Hoy, día del Bicentenario de su natalicio, también estamos inaugurando en su seno la Plaza Antonio José de Sucre. Y no hay, en verdad, otro sitio más apropiado que la Ciudad Deportiva que lleva su nombre, donde acuden jóvenes deportistas, se ejecutan competencias y se realizan actividades educativas y culturales en sus amplios espacios.
Aquí se le rendirán honores a su memoria, luego de largos años sin que Barinas contara con una plaza en homenaje al Gran Mariscal de Ayacucho. Su viejo busto de bronce, que por años estuvo en un área de la Plaza Bolívar, mientras el Generalísimo Miranda estaba en la otra, permaneció luego largo tiempo olvidado en algún depósito oficial. Lo hemos rescatado en buena hora y hoy está erigido en el centro de esta moderna obra, como lo exige la gloria del joven estadista y guerrero cumanés.
Sin embargo, la inauguración de esta plaza con el nombre de Antonio José de Sucre, Mariscal de Juventudes, no podemos convertirla en un acto más del tradicional protocolo, empolvado y estéril, aburrido y pesado, con las coronas de flores y las caras de circunstancia. Esas cosas por ahora son inevitables. Pero es también inevitable que aquellos hombres, cuya conducta puede ser un punto de referencia para que ajustemos la nuestra, bajen de los pedestales, rompan el bronce de sus estatuas y el vidrio de sus marcos. Es imprescindible que, en lugar de adornar las oficinas públicas, sean sus ideas las que presidan la lucha presente y futura -en cuanto sean aplicables por razones de tiempo y circunstancias, desde luego-, y puedan ser difundidas en cuanto a ejemplo a seguir, entre todos nosotros, pero especialmente entre los jóvenes.
Ninguno de los libertadores pidió alguna vez que se le erigieran monumentos, que se les recordara en himnos y en retratos. Ellos dieron su vida porque fuéramos libres, pero sobre todo libres de la ignorancia y de la inmoralidad. La gloria de Antonio José de Sucre es la grandeza de nosotros sus compatriotas. Y nosotros seremos grandes por nuestro estudio, nuestro trabajo y nuestra honradez.
Sea propicia, pues, esta oportunidad de reflexión patriótica para cursarnos entre nosotros una invitación al trabajo por nuestra patria pequeña. Yo sueño con una Barinas grande y en plena ruta del progreso, en cabal desarrollo de sus importantes potencialidades. Pero Barinas somos todos: gobernantes y ciudadanos. Creo sinceramente que los tiempos actuales son de preguntas y cuestionamientos de lo que no nos parece lógico ni bueno, pero también de trabajo, codo a codo con los demás.
No podían ser mejor conclusión de estas reflexiones las palabras del Mariscal de Juventudes,  Antonio José de Sucre, cuando escribió:
  
“El recuerdo de las acciones heroicas de los hombres muertos por
la patria es una lección de importancia para los que viven.”

Muchas gracias.