martes, 15 de enero de 2013

Verdades
VENEZUELA, PAÍS INSÓLITO
Gehard Cartay Ramírez
Entre las cosas gravísimas que están sucediendo en este insólito país hay dos que sobresalen por encima de las demás, que son bastantes.
La primera es la descarada violación de la Constitución Nacional por parte del régimen de facto que se instauró el pasado 10 de diciembre usurpando el poder, sin que nadie lo haya elegido y, por si fuera poco, con la complicidad del Tribunal Supremo de Justicia y las demás “instituciones” que el chavismo controla.
La segunda la constituye la penosa circunstancia de que 200 años después de habernos independizado del imperio español ahora Venezuela sea una colonia del castrocomunismo cubano.
Una y otra cosa son gravísimas y ponen en entredicho la existencia misma de nuestra República.
Analicemos la primera: violar la Constitución Nacional es atentar contra el pacto que sostiene la existencia de la República y que garantiza nuestros derechos y deberes como nación. Y no es un asunto de “formalismos” ni de “leguleyería”, como afirma el usurpador, apelando a su enciclopédica ignorancia.
Violar la Carta Magna es un desconocimiento a la primera ley de la República y demuestra, a todas luces, el talante autoritario y dictatorial del régimen. Porque si sus jerarcas desconocen la Constitución, la violan y no la cumplen, allí está la esencia de lo que muchas veces hemos repetido sobre el particular: que estamos en presencia de un régimen que se considera por encima de la norma constitucional y de las demás leyes. Por tanto, convierte su voluntad omnímoda en la regla que se cumple, mientras desconoce el Estado de Derecho y el Principio de la Legalidad.
En cualquier democracia que se respete a sí misma, la Constitución es la carta de navegación de las instituciones, y estas, en el cumplimiento de sus principios y finalidades, se ciñen escrupulosamente a sus mandatos. Por tanto, no es cualquier cosa violar sus normas para convertirla, como acaba de hacerlo el chavismo, en simple papel sanitario. Lo peor de todo es que quien ha venido fungiendo como jefe único del régimen desde 1999 fue el principal promotor de la Constitución, lo que nunca le impidió, como no le impide hoy a sus partidarios, violarla y desconocerla cada vez que les da la gana.
Lo ocurrido el pasado 10 de enero es suficientemente ilustrativo al respecto. El régimen sencillamente acordó, con la venia del TSJ, “meterse por el bolsillo de atrás” -para citar una frase célebre del enfermo de La Habana- el articulado de la Constitución que rige el inicio de un nuevo período constitucional. De modo que prefirió desconocer el mandato de la Carta Magna al respecto y colocarse en situación de ilegitimidad absoluta, razón por la cual Venezuela hoy no tiene Presidente de la República, ni comandante en jefe de la Fuerza Armada, mientras un sujeto usurpa el poder acompañado de unos “ministros” a quienes ya se les venció su período. Y todo ello con el “visto bueno” de sus conmilitones del más alto tribunal.
 Vayamos ahora la segunda perversión chavista: la de haber convertido a Venezuela en una colonia del castrocomunismo cubano. Esta alta traición a la patria es tan o tal vez más grave que la anterior. Porque si el Libertador Simón Bolívar resucitara ahora mismo, seguramente repetiría -ante esta aberración- aquello de que había “arado en el mar”. Porque eso es lo que significa la sumisión del régimen a la tiranía cubana. Significa que hemos dejado de ser una nación independiente y que hemos vuelto a ser parte de un imperio, esta vez el de los hermanos Castro de Cuba.
Hoy, para vergüenza de todos, pero muy especialmente de la cúpula del régimen, nuestro destino se decide en La Habana, a donde acuden los altos jerarcas del chavismo a pedir instrucciones a la gerontocracia castrista -Fidel y Raúl Castro, los dos ancianos que mandan en Cuba desde hace más de medio siglo- sobre lo que deben hacer aquí en el manejo del poder.
Porque nunca antes (léase bien: nunca antes) Venezuela había dejado de ser una nación soberana, como ahora lamentablemente sucede. Nunca antes, habíamos presenciado este espectáculo humillante y ominoso de un régimen que, sin vergüenza alguna, acude a un gobierno extranjero para discutir asuntos del exclusivo interés nacional, lo que constituye, sin hipérbole de ninguna naturaleza, un acto de traición a la patria que deberá ser condenado más temprano que tarde y enjuiciados sus culpables con la pena máxima.
Se trata, lamentablemente, de una situación tragicómica. Trágica, por lo que significa que la Patria de Bolívar hoy sea colonia de un país extranjero, al convertirse el actual régimen venezolano en un títere de la vergonzosa dictadura cubana.
 Y, al mismo tiempo, no deja de ser cómica toda esta penosa situación porque Cuba es un pequeño y atrasado país, propiedad de un par de dinosaurios que lo han condenado a una tiranía espantosa y a vivir en las peores condiciones de hambre y miseria. Cuba posee un territorio nueve veces menor que el nuestro y tiene menos de la mitad de los habitantes de Venezuela, no produce nada, carece de todo tipo de tecnología y de adelantos científicos y ha subsistido en los últimos 50 años gracias a los millonarios subsidios de la extinta Unión Soviética y, ahora, de los petrodólares venezolanos que les ha venido regalando el actual régimen, a cambio de baratijas ideológicas y de supuestos médicos y técnicos cubanos.
No está lejos el tiempo en que toda esta situación tendrá que cambiar. Pero, para que ello sea posible, también tenemos que cambiar quienes nos oponemos a este régimen: cambiar los liderazgos, las estrategias y los procedimientos. Pero a eso nos referiremos otro día.

(LA PRENSA de Barinas - Martes, 15 de enero de 2013)