CALDERA Y BETANCOURT: DE LA
CONFRONTACIÓN A LA ALIANZA POLÍTICA POR LA DEMOCRACIA
Conferencia de Gehard Cartay Ramírez en
el ciclo de Foros del Centenario de Caldera.
Caracas,
02 de julio de 2016.
(Transcripción corregida por el autor,
quien ha agregado los subtítulos correspondientes)
Se me ha solicitado que aborde un
tema apasionante: el que tiene que ver con el proceso cumplido por los
liderazgos de Rafael Caldera y Rómulo Betancourt en tres fases históricas muy
importantes, que los llevaron, tras varias coincidencias políticas durante la
década de 1936 a 1946, a una posterior confrontación -después de abril de 1946-
y luego a una alianza política por la democracia, a partir de 1958.
Dos líderes para el cambio
Como todos sabemos, Rómulo Betancourt fue el
líder más notable de la Generación de
1928. Rafael Caldera lo fue de la
Generación de 1936. Usualmente, se asocia a una generación con un hecho
histórico trascendente. En el caso de la Generación
de 1928 fue la rebeldía estudiantil por primera vez significativa, aunque
en cierto modo inofensiva, contra la dictadura del general Juan Vicente Gómez.
La Generación de 1936 surge
justamente al finalizar aquella tiranía.
Lo curioso es que entre estos dos
hombres -Betancourt y Caldera- hubo diferencias muy profundas, tanto desde el
punto de vista ideológico como desde el punto de vista de su actuación
política.
Se ha dicho, en el caso de Rómulo
Betancourt, que fue un joven influido por un cierto radicalismo garibaldiano -como él mismo alguna vez
lo definió- que lo llevó en un primer momento a posiciones radicales, luego
decantadas en el curso de muy poco tiempo. Betancourt sufrió primer carcelazo
y su primer exilio en 1929. Luego sostendrá un encuentro -según el historiador
Ramón J. Velázquez- con el marxismo “como herramienta dialéctica”, porque, aun
cuando muchas veces se dijo que entonces había sido comunista, cosa que él
siempre negó, lo que sí es cierto es que militó en el Partido Comunista de Costa
Rica, pero -como dice Manuel Caballero, uno de sus biógrafos más autorizados-
allí lo que hizo fue “simple calistenia marxista”. Y los hechos así lo
comprobarían posteriormente.
En 1931, Rómulo Betancourt y otros
exiliados van decantando su pensamiento y aproximándose más hacia una
concepción nacionalista y revolucionaria sobre lo que debería hacerse en
Venezuela a la muerte de Gómez o al finalizar su dictadura. Y con ese motivo
publican el llamado Plan de Barranquilla,
que fue un catálogo de muy buenas intenciones, de propuestas reformistas de gran
calado y, por supuesto, también un diagnóstico serio y cierto de la realidad
venezolana de aquel tiempo.
Betancourt, al regresar al país luego
de la muerte de Gómez, se incorporará a Organización Venezolana (Orve), partido
creado por Mariano Picón Salas, y donde -cosa curiosa de cara al futuro-
compartirá militancia con Arturo Uslar Pietri, aunque muy pasajera. Después, en
ese proceso político en formación, Betancourt fundará en 1937 el Partido
Democrático Nacional (PDN) y, finalmente, en 1941, Acción Democrática (AD), hecho
del cual afirmará -al final de su vida-sentirse más orgulloso que de haber sido
presidente de Venezuela dos veces.
En el caso de Rafael Caldera se
trataba de un joven influenciado por la Doctrina Social de la Iglesia, a partir
de la cual desarrolló su acción política. No hay que olvidar que el Papa León
XIII en la Encíclica Rerum Novarum (1891)
había pedido a los católicos y a los cristianos en general la incorporación al
combate político en función de la justicia social, hecho trascendental porque
durante algún tiempo se pensó que lo importante para la Iglesia Católica y los
cristianos era su destino más allá de lo terrenal y, algunas veces, con
desprecio de lo terrenal. El Papa León XIII estableció como una prioridad para
los seglares asumir resueltamente el compromiso político, como también lo viene
haciendo ahora, en cierto modo, el Papa Francisco. Caldera fue, pues, uno de
esos llamados a participar en la política desde la militancia social y
cristiana.
Con Caldera en sus años juveniles
ocurren también otros hechos importantes que hay que destacar para podernos dar
cuenta del alcance que tendrá la coincidencia de ambos en años posteriores. Ya
les he dicho que Caldera tuvo una profunda influencia de la Doctrina Social de
la Iglesia. Con ese motivo viaja a Roma en 1934 a un congreso internacional de
la Juventud Católica, y a partir de este hecho puede afirmarse que comenzó a
irradiarse la Democracia Cristiana en el continente latinoamericano. No por
casualidad entre esos líderes estaba otro joven llamado Eduardo Frei Montalva,
quien después sería el fundador del Partido Demócrata Cristiano de Chile y años
más tarde Presidente de aquel país.
En 1935 Caldera publica una biografía
de Andrés Bello, un hecho notable porque, siendo aquel un joven casi veinteañero,
no era cosa común que alguien así se ocupara de escribir sobre nuestro primer
héroe civil. Y en aquel momento en que el militarismo estaba tan en boga -no
había muerto el general Gómez-, la circunstancia de que alguien destacara la
huella de un civilista como Bello dice mucho sobre el futuro que ese joven
tendría en la concepción política de Venezuela. No escribió, por cierto, sobre
Bolívar, Páez, Sucre o Miranda, ni ningún otro de los héroes militares de la
Independencia. Escribió, en cambio, sobre un venezolano que ha sido ejemplo de
civilismo, no solamente en nuestro país y en Chile, sino en toda Latinoamérica.
Ese mismo año de 1936, muerto Gómez y
ya como nuevo Presidente de la República el general Eleazar López Contreras, el
joven Caldera participa activamente en la elaboración de la Ley del Trabajo. Y
ese mismo año va a suceder un hecho fundamental: la división de la Federación
de Estudiantes de Venezuela (FEV), que en 1928 había liderizado Jóvito
Villalba, y que estaba influenciada por sectores de izquierda y, en cierto
modo, por algunas tendencias marxistoides. A causa de ello, la FEV -presa de un
radicalismo en cierto modo infantil- solicita la expulsión de los jesuitas del
país. Plantea, además, que el gobierno “garantice el carácter laico de las
instituciones venezolanas contra los atentados del clericalismo intervencionista”.
Y hasta exige desempolvar algunos decretos de los gobiernos de José Tadeo
Monagas y Antonio Guzmán Blanco contra la Iglesia Católica en el siglo XIX.
Contra esa posición insurge un sector
de jóvenes que forman parte de la FEV, liderizados por Rafael Caldera. Y cuando
se solicita que sean expulsados los jesuitas y aplicados aquellos decretos
decimonónicos anticlericales, los estudiantes encabezados por Caldera deciden
separase de la FEV.
Cuatro coincidencias históricas
Entonces sucede un hecho que quiero
destacar, a propósito del tema de esta conferencia: se produce la primera
coincidencia -estamos hablando de 1936- entre Betancourt y Caldera.
Sobre el particular afirmaría después
Caldera a Alicia Segal, en entrevista contenida en el libro La Venedemocracia (1978), lo siguiente: “Cuando
la Asamblea (de la FEV) decidió formalizar la petición al presidente López
Contreras (de solicitar la expulsión de los jesuitas del país) nosotros
anunciamos que nos veíamos en el forzoso caso de tener que retirarnos de la
FEV. Se cuenta que Rómulo Betancourt, que no era estudiante entonces, estuvo en
la puerta del teatro (aquel día) y comentó entre un grupo de amigos que se
había cometido un error muy grave al plantear ese problema religioso y tomar
una actitud intransigente y sectaria frente a nosotros”.
Y en un artículo
aparecido en esos días en el periódico El
Heraldo, Betancourt reafirmaría su convicción de que aquel conflicto “a
ratos más bien temo que venga a hacerle el juego a los enemigos de la
democracia, por cuanto puede sembrar elementos de desintegración entre las
organizaciones políticas que son su más firme apoyo”. Al respecto, Caldera
afirmaría en un artículo publicado en El
Universal, también por esos mismos días, que aquel conflicto “sería
ciertamente causa de desunión en el estudiantado, y hasta llegaría a trascender
al ambiente nacional”. Como puede constatarse, aquellos dos líderes, uno de 28
y otro de 20 años, coincidían -sin proponérselo- sobre la gravedad de haberse
planteado el conflicto religioso en el seno de la FEV.
Después vendrá, por
parte de Caldera y su gente, la fundación de la Unión Nacional de Estudiantes
(UNE) en 1936 y, posteriormente, la de los partidos Acción Electoral, en 1938,
y Acción Nacional, en 1942, que son los antecedentes directos de lo que será
después el Partido Social Cristiano Copei, fundado en 1946.
En 1944 se producirá
la segunda coincidencia entre Betancourt y Caldera. Sucede que en mayo de aquel
año se realiza un gran mitin en el Nuevo Circo de Caracas en protesta por la
ausencia entonces de incompatibilidades entre las funciones ejecutivas y
legislativas (Uslar Pietri, por ejemplo, fue simultáneamente Ministro de
Relaciones Interiores y Diputado por Caracas). En aquel mitin, Rómulo
Betancourt y Rafael Caldera -junto a Jóvito Villalba, justo es señalarlo- se
oponen a esta situación y proponen que se establezca un régimen de
incompatibilidades, por cuanto consideran inconveniente que el Poder
Legislativo continúe manteniendo una relación subalterna ante el Poder
Ejecutivo. No existiendo en Venezuela -argumentan- un régimen parlamentario,
donde aquello es perfectamente posible, sino uno presidencialista, debía
establecerse la respectiva incompatibilidad entre ambas funciones.
Tercera coincidencia entre Caldera y
Betancourt: en enero de 1945 el Concejo Municipal de Caracas debía nombrar los
diputados al Congreso Nacional por esta circunscripción, en virtud de que así
lo establecía el régimen electoral de segundo y tercer grado entonces vigente.
(Permítanme, a este respecto, abrir
un pequeño paréntesis para explicar aquel sistema electoral. A la muerte del
general Gómez y durante los gobiernos de sus sucesores inmediatos, los también
generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, se mantuvo un régimen
electoral de segundo y tercer grado, diseñado por las anteriores Constituciones
gomecistas. Ese sistema establecía que el Presidente de la República era
escogido mediante una elección de tercer grado por el Congreso de la República,
cuyos senadores eran nombrados por las Asambleas Legislativas de los estados y
sus diputados por los Concejos Municipales, y estos, a su vez, elegidos por
reducidos grupos de electores, varones mayores de 21 años y que supieran leer y
escribir.)
Pues bien, esta tercera coincidencia
entre Betancourt y Caldera se produce porque se plantea entonces en el Concejo
Municipal de Caracas la designación de los diputados al Congreso Nacional por
aquella circunscripción. A tal efecto, se presentan dos planchas: una, la de
oposición, donde se postulan a Rómulo Betancourt y Lorenzo Fernández como
candidatos a diputados principales; y como suplentes Gonzalo Barrios y Rafael
Caldera. A esa plancha la derrota -gracias a la defección de un concejal de AD-
la del gobierno, encabezada por Arturo Uslar Pietri y Carlos Irazábal, del
Partido Democrático Venezolano (PDV).
Y la cuarta coincidencia tendrá
lugar, finalmente, el 18 de octubre de 1945, con motivo del derrocamiento del
gobierno del general Isaías Medina
Angarita por parte de la joven oficialidad militar y de un grupo de civiles,
encabezados por Rómulo Betancourt. Caldera y su gente apoyan el golpe. Incluso,
Luis Herrera Campíns toma una emisora de radio en Caracas y se pronuncia a
favor de aquel suceso.
La “Revolución de Octubre” de 1945
¿Por qué razones se dio aquel
respaldo de Caldera y sus partidarios?
Porque creían también que existía un
orden de cosas que había que cambiar, entre otras, un absurdo sistema
electoral, herencia de la dictadura gomecista, y darle al pueblo la posibilidad
real de elegir sus gobernantes con el voto directo universal y secreto, lo que
hasta entonces le había sido vedado. O la necesidad de ponerle término a la
denominada hegemonía andina en el
poder, que como bien sabemos comenzó en 1899 con la llega del general Cipriano
Castro a la presidencia de la República y que concluirá con la deposición del
general Medina Angarita en 1945.
Porque no hay que olvidar, a este
respecto, que entonces existía una ecuación para ser Presidente de Venezuela:
había que ser andino -específicamente tachirense- y militar. Y así lo fueron,
después de Castro, sus sucesores: Gómez, López Contreras y Medina Angarita, por
casi medio siglo y de manera ininterrumpida. Y aunque este último trató de
modificar aquella ecuación -podría ser civil, pero siempre tachirense-, no tuvo
éxito por una serie de imprevistos que impidieron que su escogido para
sucederlo en la presidencia fuera Diógenes Escalante en 1945.
Lo que quiero poner de manifiesto entonces es que hay cuatro coincidencias
políticas y electorales entre Betancourt y Caldera durante aquella década que
va de 1936 a 1946. Y es que son dos líderes
moderados, ajenos a radicalismos, con una comprensión cabal del momento
histórico y ambos, por supuesto, partidarios de profundos cambios en la
Venezuela de aquel tiempo.
(Después se dijo mucha basura sobre
Caldera, especialmente durante la época de la confrontación del trienio
1946-1948. Que si era el representante de la
hegemonía andina, del conservatismo, del lopezcontrerismo, del medinismo y
hasta del gomecismo! Y resulta que Caldera y su gente apoyaron las motivaciones
de la llamada Revolución de Octubre
de 1945. Incluso, el primer lema del recién creado Copei como partido político
fue, justamente, ¡Por los legítimos
ideales de la Revolución de Octubre!)
De manera que cuando se produce el
golpe contra Medina, Caldera y los suyos se van a mostrar de acuerdo con aquel
pronunciamiento cívico-militar y le darán todo su apoyo al proceso
revolucionario que se inicia. Incluso, a mi me dijo alguna vez Víctor Giménez
Landínez, uno de los fundadores de Copei -ya fallecido-, cuando lo entrevisté
en mis investigaciones para escribir Caldera
y Betancourt, Constructores de la Democracia, que él siempre creyó que Caldera
sabía lo del golpe Estado de octubre de 1945, pero que nunca les dijo nada.
“Algo le habían informado, pero seguramente le pidieron prudencia y suma
discreción”, me comentó al respecto. Lo cierto es que Caldera apoya la Revolución de Octubre de 1945 y viene
inmediatamente una etapa de convergencia con Betancourt y la Junta de Gobierno
cívico militar. Caldera es nombrado entonces Procurador General de la República.
Ahora
bien, visto desde la lejana perspectiva del tiempo, ¿por qué el golpe contra
Medina tuvo tan importantes consecuencias históricas? Sobre el particular, voy
a acudir a la autorizada opinión de Rodolfo José Cárdenas, dirigente
socialcristiano, historiador y lúcido intelectual, sobre lo que él llama “las
conquistas asumidas luego de 18 de octubre de 1945”, en su libro El combate político. Y cita nueve: “1) Liquidación del continuismo Castro-Gómez-López-Medina;
2) Incorporación de las masas populares a la política nacional; 3) Ascenso de
la juventud a la vida democrática; 4) Remoción de los cuadros tradicionales del
Ejército; 5) Ejercicio del sufragio universal, directo y secreto; 6) Integración
nacional del país a la política; 7) Afloramiento de nuevas corrientes
políticas; 8) Nacimiento de Copei y Unión Republicana Democrática (URD); y 9)
Una nueva mística nacional”.
Hubo
también, por supuesto, entre Betancourt y Caldera coincidencias programáticas de fondo que llevaron a este
último a apoyar aquel pronunciamiento cívico militar. Tres pueden resaltarse al
respecto:
Primero:
la necesidad de ampliar la democracia sobre su base de sustentación lógica, es decir,
la participación del pueblo en la elección de sus gobernantes. Esto es muy
importante señalarlo. Hoy muchos decimos que “no basta que la gente vote para
que haya democracia”. Pero es que entonces la gran mayoría de la gente no tenía
derecho a votar. De Medina se ha dicho que fue un gran presidente, demócrata,
bonachón, simpático, etc., pero sólo unos cuantos venezolanos -varones de 21
años y que supieran leer y escribir- podían votar para elegir concejales y más
nada, como ya lo expliqué anteriormente. Sobre este postulado fundamental de
colocar en el pueblo venezolano la capacidad de elegir sus gobernantes giró
entonces aquel entendimiento entre ambos líderes.
Segundo:
El principio de la Justicia Social (“La defensa de los más débiles”, a juicio
de Caldera); resolver el problema de la tierra; actuar con un acento más
nacionalista en materia de política petrolera; y trabajar en función del
necesario desarrollo industrial, entonces incipiente.
Tercero:
La lucha contra la corrupción administrativa. Es que el régimen que cayó el 18
de octubre de 1945 estaba corroído por la corrupción en las capas altas y
medias del poder. Por supuesto, era una corrupción en pañales, si se la compara
con la de hoy en todas las instancias del Estado venezolano. Pero había
corrupción administrativa. Y a Caldera le correspondió, como Procurador General
de la República, participar en uno de los procesos más polémicos, como lo fue el
establecimiento de responsabilidades civiles y administrativas contra altos
funcionarios de los gobiernos anteriores, entre los cuales estuvieron los ex
presidentes López Contreras y Medina Angarita, así como Arturo Uslar Pietri, tal
vez los más notables en aquel momento.
Que
entonces se hayan cometido algunas injusticias, resulta muy probable. Pero
también cayeron unos cuantos que se habían hecho ricos a expensas de los
recursos del Estado.
La ruptura entre
Betancourt y Caldera
El
13 de abril de 1946 se produce la ruptura entre Rómulo Betancourt y Rafael
Caldera. Sucedió que un mitin de Copei en San Cristóbal fue saboteado por
sectores de AD. Caldera estaba presente y, ante tal hecho -que ya tenía
antecedentes en otras partes del país-, renuncia a la Procuraduría General de
la República.
A
partir de entonces se van a vivir dos años muy difíciles de intensa confrontación
entre AD y Copei, y de la que todos los sectores se arrepentirán después, al
juzgarla críticamente, por cuanto fueron errores y enfrentamientos que, a la
postre, terminaron beneficiando a los militares que tomaron el poder el 24 de
noviembre de 1948.
En este sentido existe un lúcido testimonio
de Betancourt al presentar su informe político en la IX Convención Nacional de
AD en 1959. Dijo entonces: “El partido había cometido errores en su gestión de
gobierno: hubo fallas administrativas, desaciertos políticos y dimos más de una
demostración, especialmente en las pequeñas comunidades de provincia, de una
intolerancia agresiva hacía las minorías opositoras”. Que tal afirmación la
hiciera, diez años después, quien había presidido aquel gobierno es un claro
reconocimiento autocrítico de que entonces se cometieron excesos.
Cuando se elige la Asamblea
Constituyente de 1946 se producirá la primera polarización entre AD y Copei,
que no suele recordarse por parte de los estudiosos de los procesos electorales
de entonces. Entonces, los candidatos de AD sumaron el 78,43 por ciento de los
votos. La segunda fuerza fue Copei, que obtuvo el 13,22 por ciento. Los demás,
es decir, URD y Partido Comunista de Venezuela (PCV), alcanzaron el 7 por
ciento de los votos.
Por eso es que la Asamblea
Constituyente se convierte entonces en un escenario donde discuten líderes muy
importantes de AD, encabezados por el talento de Andrés Eloy Blanco, y líderes
de Copei, dirigidos por Rafael Caldera, quien entonces se destacó también de manera
muy especial en aquellos debates, trasmitidos por radio a todo el país.
El primer discurso que pronuncia Caldera en la
Constituyente será para ratificar su apoyo “a los legítimos ideales de la
Revolución de Octubre”, no obstante que ya había roto con la Junta Cívico
Militar que gobernaba. Dijo entonces: “Vinimos aquí a colaborar en todo aquello
que colaboración necesite. Y de una vez afirmamos que todo lo que signifique
para Venezuela una sana revolución política o todo aquello que signifique una
honda redención social para nuestras clases populares, tendrá nuestro apoyo y
nuestra iniciativa; porque nosotros creemos (…) que en Venezuela hay que
cambiarlo todo (…) esa justicia social tendrá siempre en nosotros sus más
firmes soldados…” En cuanto a la democracia, afirmará que ella tiene “sus
propias armas, pero estas armas reposan en principios, y para defender esos
principios estamos nosotros aquí…”
Aquella Constituyente aprobará la
Constitución más progresista que, hasta entonces, había tenido Venezuela.
Vendrán luego las elecciones de 1947 en las
que será elegido don Rómulo Gallegos como Presidente de la República, con el
voto directo, universal y secreto de los venezolanos, un hecho inédito hasta
entonces. Caldera, con 31 años, participa como candidato presidencial de Copei por
primera vez. Entonces también se produce otra polarización entre AD y Copei,
con un triunfo aplastante del primer partido. Gallegos obtiene 871.752 votos y
Caldera suma 262.204 votos. El tercer lugar será para Gustavo Machado, candidato
presidencial del PCV, que logra 38.587 votos.
Caminos
separados
Nueve meses después,
el 24 de noviembre de 1948, ocurrirá el golpe de Estado contra el presidente
Gallegos. Aquí se producirá, por supuesto, una nueva diferencia entre Caldera y
Betancourt con respecto a las causas del derrocamiento del ilustre escritor. A
juicio de Betancourt fueron tres sus causas: 1) Los intentos por resucitar la hegemonía andina depuesta en 1945. 2)
El apoyo de las dictaduras americanas a los militares golpistas. 3) Finalmente,
el golpe de Estado de noviembre de 1948 termina siendo el desenlace de la
cadena fallida de intentonas golpistas durante el trienio 1945-1948.
Caldera, por su
parte, sostiene que el golpe contra Gallegos lo produce “el cúmulo de errores e
injusticias cometidas por AD en sus tres años de gobierno” (Declaraciones al
diario El Heraldo, 26 de noviembre de
1948). Por esos mismos días -el 02 de diciembre de 1948-, se publica un
comunicado oficial del Partido Social Cristiano Copei donde reiteran las
críticas al gobierno de AD y los militares, y advierten que la acción golpista
es un hecho cumplido y ajeno a la voluntad de Caldera y su partido. Y señalan
algo que a lo mejor pocos podían haber dicho en aquellas circunstancias, pero
lo cierto es que la dirigencia copeyana lo dijo entonces: “Hoy, cuando quizá
sobren quienes quisieran arrogarse la gloria de haber participado en la
preparación y desarrollo de la acción militar del 24 de noviembre, públicamente
declaramos que esta tuvo lugar sin intervención alguna de nuestro partido, que
se ha mantenido dentro de su propio cauce”.
Se origina,
pues, un claro deslinde con los militares golpistas en el poder, los mismos,
por cierto, que le habían entregado el gobierno a AD el 18 de octubre de 1945 y
que ahora derrocaban al primer presidente de Venezuela electo por el pueblo, el
notable escritor Rómulo Gallegos.
A
partir de este momento se opera un proceso de separación de las actividades
políticas de Betancourt y Caldera. Aquel sale a su tercer exilio, mientras que
este se queda en el país.
Quien
preside la Junta Militar de Gobierno que sustituye a Gallegos es un oficial
asimilado que no tuvo vida de cuartel, con un cierto cultivo cultural e
intelectual y que había vivido en Francia algún tiempo: el teniente coronel
Carlos Delgado Chalbaud. Se ha dicho que Gallegos le tenía un especial afecto e,
incluso, que había pasado algunas temporadas en la casa del escritor en
Barcelona, España, cuando este estuvo autoexiliado durante la dictadura
gomecista. Por eso nunca se pensó que, siendo Ministro de la Defensa, pudiera
encabezar aquel golpe de Estado contra su mentor más próximo. (El militar de
más confianza del presidente Allende era el general Augusto Pinochet y Wolfgang
Larrazábal figuró entre los oficiales más próximos a Pérez Jiménez. Por eso
mismo, Luis Herrera Campíns dijo alguna vez “que los militares son leales hasta
que se alzan…”)
Lo
cierto es que al gobierno de Delgado Chalbaud lo denominaron “la dictablanda”,
aunque no fue tan blanda: se abrieron los campos de concentración de presos
políticos en Guasina y Sacupana y hubo una persecución terrible contra
dirigentes adecos y comunistas, incluyendo el asesinato de algunos de los
primeros. A Copei y URD se les permitió actuar como partidos, aunque en medio
de carcelazos frecuentes, exilios, acosamiento y amenazas a sus principales
líderes. Aún así, el presidente Delgado Chalbaud se comprometió a convocar una
Asamblea Constituyente. Y, en efecto, la convocó, pero fue asesinado a los
pocos días en la Urbanización Las Mercedes de Caracas, en el único magnicidio
que registra la historia de este país.
Ese
compromiso lo asume la Junta Cívico Militar que se reconstituye luego de la
muerte del coronel Delgado Chalbaud, seguramente porque no pudieron desligarse
del mismo. Se realiza entonces la campaña electoral para la Asamblea
Constituyente y en ella participan, fundamentalmente, Jóvito Villalba y URD y
Caldera y Copei. Ya AD había sido disuelta como partido y cerrados sus órganos
de prensa y sus locales. En un primer momento dieron a su gente la línea de
abstenerse de votar, pero después hubo un cambio de posición -según afirma
Betancourt en Venezuela, política y
petróleo- y resulta obvio que gran parte de la militancia adeca pudo haber
votado por los candidatos de URD, el partido que ganó aquel proceso.
Sin
embargo, el coronel Marcos Pérez Jiménez, el hombre fuerte del régimen militar,
desconoce aquel triunfo, expulsa del país a Villalba y la plana mayor de URD y
trastoca los resultados proclamando ganadores a los candidatos del oficialismo.
Ante tan descomunal fraude, Caldera y los diputados electos por Copei deciden
no concurrir a la Constituyente, aunque el gobierno compra algunos suplentes para
dar la impresión de que el partido convalidaba aquella farsa. Pero la verdad
pura y simple es que ni Caldera ni Copei asistieron a esa Constituyente espúrea,
que designará luego como Presidente de la República a Pérez Jiménez para el
período 1953-1958.
Se
inicia entonces un proceso de consolidación de la dictadura perezjimenista.
Betancourt y Villalba continuarán en el destierro. Caldera permanecerá en el
país, intentando mantener activo a su partido y realizando una soterrada
resistencia civil al régimen militar. Hacia 1957, la tiranía comienza a
debilitarse. Algunos señalarán luego que aquello obedeció a razones económicas,
en virtud de la deuda acumulada en esos años por la construcción de obras sumamente
costosas. Otros consideran que entonces creció el descontento en ciertas capas
de la población y que también surgieron graves fisuras en la institución
armada.
Contra el adversario
común
Lo
cierto es que la propia Constitución que hizo aprobar la dictadura en 1953
establecía que al término de aquel período presidencial de cinco años, es
decir, al finalizar 1957, debían realizarse las elecciones del presidente de la
República y los cuerpos deliberantes. Y había ya un cierto consenso en la
oposición para que Rafael Caldera fuera su candidato presidencial, apoyado por
AD, URD e, incluso, el PCV. Al parecer, Betancourt y Villalba conversaron sobre
el particular en Nueva York. En este sentido, a través una carta del máximo
líder de AD al máximo líder de Copei -de fecha 02 de noviembre de 1956-,
Betancourt le planteará aquella posibilidad.
Sin
embargo, Caldera es detenido e incomunicado en agosto de 1957. Violando su
propia Constitución, el régimen no convoca las elecciones presidenciales y en
su lugar aprueba una Ley Electoral para realizar un plebiscito que consulte a
los electores sobre la permanencia de Pérez Jiménez en la presidencia. Por
supuesto que aquella consulta, también fraudulenta, la gana el dictador. Pero
-menos de dos meses después, el 23 de enero de 1958- Pérez Jiménez fue
derrocado por presión popular y porque las Fuerzas Armadas dejaron de brindarle
apoyo. Pocos días antes, Caldera había salido exiliado hacia Estados Unidos.
El Pacto de
Puntofijo
Luego
vendrá el renacimiento de la democracia. Será entonces cuando se produce una
nueva coincidencia entre Betancourt y Caldera, y también con Jóvito Villalba.
La caída de la dictadura ocurre cuando los tres líderes estaban en Nueva York. Iniciaron
entonces conversaciones, analizando con sentido crítico lo ocurrido y
comprometiéndose en nuevos propósitos, a través de una auténtica política de
unidad nacional en el futuro, mediante el ejercicio de una mayor solidez
política e institucional y con altura de miras.
Se
comienzan así a dar los pasos que conducirán a la firma de lo que se conocerá
como el Pacto de Puntofijo,
satanizado posteriormente por varios sectores políticos, entre ellos, el
chavismo hoy en el poder. La verdad es que, contra mucho de lo que ha dicho y
escrito en todos estos años, ese pacto fue un acuerdo de gobierno por cinco
años (1959-1964). No fue un pacto mediante el cual AD y Copei se repartieron
entonces el país por los próximos cuarenta años, como han especulado algunos.
No fue un acuerdo mediante el cual se excluyeron a todos aquellos que no eran
adecos ni copeyanos porque, supuestamente, todas las ventajas y privilegios
fueron para estos últimos. Eso no es verdad. Históricamente, no es cierto. Ahora bien, que el Pacto de Puntofijo tuviera influencia en
los siguientes cuarenta años, es otra cosa muy distinta. Pero -insisto- aquel
acuerdo se firmó para ser ejecutado durante el período constitucional 1959-1964,
que presidió Rómulo Betancourt, luego de ser elegido en diciembre de 1958.
Así lo ratificarían varios testimonios de
sus protagonistas más importantes. El propio Caldera escribió posteriormente: “El
Pacto de Puntofijo fue acordado para
un período de gobierno, es decir, para el quinquenio 1959-1964. Fue
complementado al cierre del proceso electoral con una declaración de principios
y un programa mínimo de gobierno, suscritos por los candidatos presidenciales
de los tres partidos y del Partido Comunista, a saber, Rómulo Betancourt(AD),
Wolfgang Larrazábal (URD y PCV) y Rafael Caldera (COPEI)”. Y agregaba el ex presidente,
como para que no quedara duda alguna al respecto: “No se previó su duración más
allá del primer quinquenio, como se acaba de indicar; pero, indudablemente, el
espíritu del 23 de Enero, el compromiso solidario de mantener las instituciones
por encima de las diferencias partidistas, la defensa de las libertades y de
los derechos humanos y el compromiso social, inseparable del derecho y el deber
de gobernar, valores que inspiraron el Pacto de Puntofijo, sobrevivieron al
término previsto”.
Otro socialcristiano y ex presidente, Luis
Herrera Campíns, escribiría años después, en un ensayo inserto en el libro Venezuela Moderna (1976), que “el Pacto de Puntofijo fue absolutamente
diáfano. No engañó a nadie. El voto en pro de alguno de los colores partidistas
de URD, Copei o AD era en favor de la constitución de un Gobierno de
Unidad Nacional. A los parciales de cada
agrupación se les permitía transitar su propio camino, pero los tres convergían
en la necesidad de hacer un gobierno solidario. De manera que se ve a las
claras la doble significación de Punto
Fijo: por un lado, un pacto con ribetes electorales para ceñir la disputa a
reglas de altura, de compostura republicana y de consideración cívica, y, por
otra parte, un pacto ejecutivo, de gobierno”. Y concluiría afirmando: “Se iban
a pautar así las grandes líneas de acción político-administrativa para el
primer gobierno del nuevo ensayo democrático”.
Por su parte, Rómulo Betancourt,
beneficiario directo históricamente del Pacto
de Puntofijo, señalaría en 1959, en su discurso de toma de posesión como
Presidente de la República, lo siguiente: “Mucho más profundo que la
regularización de la controversia pública y el respeto a las reglas del juego
democrático, fue el sentido que se le dio a la tregua interpartidista. Llegó a
tan positivos extremos como el de la suscripción, el 31 de octubre de 1958, de
un pacto público, en el cual los partidos Acción Democrática, el
socialcristiano Copei y Unión Republicana Democrática adquirieron compromisos
concretos con la nación, en vísperas de iniciarse la campaña electoral de esas
tres colectividades, cada una de ellas con su propio candidato a la Presidencia
y con listas propias de aspirantes a cargos electivos en organismos deliberantes.
Se comprometieron a darle al debate electoral un sostenido y elevado tono
principista, erradicándose el desfogue verbal y la acrimonia personalista; a
respetar y hacer respetar el resultado de los comicios; a popularizar un
programa común de gobierno y a que se gobernase luego dentro de un régimen de coalición”.
Agregaría a continuación que, a pesar de los augurios en contrario, los
compromisos previos a las elecciones se cumplieron, como fracasarían también
“los cálculos alarmistas de los descreídos -ironizaba seguidamente-, algunos
formulados con la mejor buena intención. He podido llegar a un acuerdo de fondo
con los partidos políticos, a través de sus jefes doctores Jóvito Villalba y
Rafael Caldera, para la integración de un gobierno de ancha base nacional,
donde tienen los partidos adecuada representación así como también los sectores
de la producción sin ubicación partidista y los grupos técnicos”.
Se ha dicho que el PCV fue excluido de aquel
pacto. Si bien es cierto que los comunistas no suscribieron el documento en
cuestión, su candidato presidencial, Wolfgang Larrazábal, firmó el Programa
Mínimo de Gobierno, en representación de URD y PCV.
Lo
cierto es que el referido pacto se suscribió en noviembre de aquel año en la
casa de habitación de Rafael Caldera: la Quinta Puntofijo, ubicada en Sabana Grande, Caracas, y de allí su
denominación histórica.
En
conclusión: las elecciones de diciembre de 1958 las ganaría Betancourt.
Larrazábal y Caldera alcanzaron la segunda y tercera votación. Inmediatamente,
se designó un gabinete de gobierno con tres ministerios para URD (Relaciones
Exteriores, Comunicaciones y Trabajo)); dos para AD (Relaciones Interiores y Minas
e Hidrocarburos) y dos para Copei (Fomento y Agricultura y Cría). El resto de
los Ministerios fueron asignados a personalidades independientes vinculadas a
los tres partidos signatarios del pacto.
Los compromisos
asumidos
Ese acuerdo fue firmado por Jóvito Villalba,
Ignacio Luis Arcaya, Manuel López Rivas (URD), Rómulo Betancourt, Raúl Leoni,
Gonzalo Barrios (AD), Rafael Caldera, Pedro del Corral y Lorenzo Fernández
(Copei) y estableció cinco grandes líneas maestras:
Primera: declaratoria solemne de la unidad
nacional como primera tarea y compromiso de los signatarios, por encima de
cualquier otra consideración;
Segunda: legitimidad efectiva de las
autoridades elegidas en diciembre de ese año y garantía de que ese proceso
fortalezca la unidad nacional;
Tercera: defensa de la constitucionalidad,
gobierno de Unidad Nacional y establecimiento de un programa mínimo común;
Cuarta: diversidad de candidaturas a todos
los niveles; y
Quinta: respeto absoluto a los resultados
electorales e integración unitaria del gobierno elegido en diciembre de
1958.
Como
ya se señaló, el Pacto de Puntofijo
contenía, además, una Declaración de Principios y un Programa Mínimo de
Gobierno. Me voy a detener, específicamente, en este último documento, a fin de
establecer el alcance histórico de aquel acuerdo.
Contenía siete secciones:
1. Acción política y
administración pública:
· Aprobación de una
nueva Constitución Nacional, que será la de 1961.
· Regularización de
las relaciones Estado-Iglesia.
2.
Política
económica:
· Reconocimiento de la
importancia de la iniciativa privada y de las inversiones extrajeras.
· Reforma Agraria en
función de la reorganización del régimen de la propiedad de la tierra,
garantizando la propiedad privada en función social y económica.
3. Política petrolera y
minera:
· El Estado venezolano
tendrá una mayor y más justa participación en sus beneficios y un mayor control
sobre todas las actividades de la industria petrolera.
· Creación de una
empresa nacional de petróleos y de una flota nacional petrolera.
4.
Política
social y laboral:
· El trabajo como
elemento fundamental del progreso económico y de engrandecimiento del país,
protegido y garantizado por el Estado venezolano.
5.
Política
educacional:
· El Estado cumplirá
su función docente, sin detrimento del respeto al principio de la libertad de
enseñanza.
6.
Fuerzas
Armadas:
·
Se
establece el principio fundamental de que serán una institución profesional,
apolítica, obediente y no deliberante.
7.
Política
inmigratoria y política internacional:
· Reorientación de la
política de inmigración en función del progreso del país.
· Respeto a la
autodeterminación de los pueblos.
· Cooperación con
todas las naciones y adhesión a la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Organización
de Estados Americanos (OEA).
· Respeto a los
compromisos internacionales, fomento de la política de intercambio comercial y
establecimiento de relaciones con todos los países, de acuerdo con las
exigencias del interés nacional.
En
resumen, se trataba de puntos coincidentes entre las distintas fuerzas
signatarias, sin mayor profundidad ideológica, con metas cortoplacistas y
caracterizadas por un acento pragmático muy definido, tal como lo exigían las
circunstancias del momento y de cara a una gestión de sólo cinco años de
gobierno.
Aquel
fue “un quinquenio volcánico”, según una muy significativa expresión del
escritor Mariano Picón Salas. En verdad, aquel gobierno tuvo muchas y graves
dificultades. Se estrenó siendo hostigado por sectores de la extrema derecha
nacional y caribeña. Desde la República Dominicana, el dictador Rafael Leonidas
Trujillo (Chapita) financió y
promovió varias conspiraciones, incluyendo el atentado dinamitero en junio de
1960 contra el presidente Betancourt, que por poco le cuesta la vida. Antes se
habían producido varios intentos golpistas, incluyendo algunos contra el
gobierno provisorio de Larrazábal y Edgar Sanabria, en 1959. En enero de 1960
también se había registrado una ridícula invasión por la frontera colombiana
del Táchira y a la usanza de comienzos de siglo, por parte del general Jesús
María Castro León, quien había sido Ministro de la Defensa de la Junta de
Gobierno instalada la caída de la dictadura de Pérez Jiménez.
Luego
vino la acción subversiva, terrorista y guerrillera de la extrema izquierda
castrocomunista, a raíz de la división de AD que produjo, en 1960, el surgimiento
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y su alianza con el PCV. Ambos
partidos optaron por la guerra de guerrillas, intentando imitar lo que había
ocurrido en Cuba años antes, como vía para llegar al poder. Aquello originó,
como bien se sabe, un saldo lamentable de muertos. Hubo también, en paralelo, algunos
intentos golpistas y otras acciones militares, producto de la infiltración
marxista de las Fuerzas Armadas, entre ellos, El Carupanazo y El Porteñazo.
Todas
estas acciones de la subversión castrocomunista fueron derrotadas militar y
políticamente. La guerrilla del MIR y PCV fue derrotada militarmente por las
Fuerzas Armadas Nacionales, comandadas por el presidente Betancourt. En
realidad, esa guerrilla la constituían unos pocos focos esparcidos en algunas
zonas montañosas, pero que nunca constituyeron, en mi opinión, una real amenaza
para nuestra democracia. Y lo más importante: también fueron derrotadas
políticamente. Porque en las elecciones de diciembre de 1963 los dos candidatos
presidenciales del gobierno, Raúl Leoni por AD y Rafael Caldera por Copei,
obtuvieron la primera y la segunda votación, respectivamente. Detrás llegaron
Jóvito Villalba (URD), Arturo Uslar Pietri (independiente) y el resto de los
candidatos. Todo esto significa que en aquellas elecciones -que fueron
sumamente concurridas, a pesar de la amenaza de la guerrilla de sabotearlas-
los dos candidatos del gobierno obtuvieron la mayoría de los votos de los
venezolanos.
En
este punto debo concluir mi conferencia, por cuanto al finalizar el gobierno de
Betancourt, en marzo de 1964, terminó también la alianza de poder entre este y
Caldera, en función de preservar la democracia venezolana.
Por
supuesto que ambos continuaron luego su lucha democrática, cada uno por su lado,
hasta el final de sus días.
Un
balance positivo
Yo
solamente agregaría, antes de concluir, que nadie debería dudar hoy en día que
aquella experiencia de gobierno de Betancourt -que también fue fructífera en
obras públicas, reforma agraria, política petrolera, economía y finanzas, etc.-
tuvo importantes y positivas consecuencias para el desarrollo democrático del
país. Y si bien es cierto que esos 40 años entre 1958 y 1998 no fueron puntofijistas, como de alguna manera se
los ha querido descalificar, no lo es menos que sirvieron de asiento de lo que
hoy muchos llaman la República Civil.
Hubo entonces elecciones democráticas y pulcras cada cinco años; hubo
alternabilidad en el ejercicio del poder; absoluto respeto a la voluntad
popular y un claro desempeño democrático, así como libertad de opinión y de
información.
¿Qué
hubo entonces fallas? Por supuesto que las hubo. ¿Qué hubo errores? Sí, hubo
gravísimos errores, especialmente en los últimos años y que nos trajeron hasta
esto que hoy estamos viviendo. Pero a la hora de hacer un balance crítico,
pienso que son más los aspectos positivos de estos 40 años influidos por el Pacto de Puntofijo que sus aspectos
negativos.
Creo
ciertamente, y con esto cierro esta ya larga exposición, que el país le debe
mucho -especialmente desde el punto de vista de su desarrollo democrático y de
su desarrollo en los demás aspectos- al Pacto
de Puntofijo y a la alianza entre Betancourt y Caldera entonces. Por cierto
que, aunque no lo dije en su momento, aquella alianza al final se redujo a AD y
Copei porque, a mitad del camino, Jóvito Villalba y su partido decidieron
retirarle su apoyo al gobierno de Betancourt por estar en desacuerdo con la
condenatoria que hubo contra el gobierno de Cuba y su consiguiente expulsión de
la OEA en 1961, en virtud de la acusación de Venezuela en el sentido de que
Castro y su régimen estaban financiando, armando y entrenando la guerrilla del
MIR y PCV entonces.
En
razón de tal circunstancia, al final, quienes asumieron el compromiso de llevar
adelante el Pacto de Puntofijo fueron
Betancourt y Caldera, junto con sus respectivos partidos políticos. El
resultado de las elecciones de 1963, como ya lo señalé antes, los convirtieron -desde
entonces y hasta 1988- en los partidos mayoritarios del país, todo lo cual
significa que aquel proceso en su momento fue comprendido cabalmente y apoyado por
la mayoría de los venezolanos.
Por
lo demás, difícilmente pueda conseguirse en la historia del país otra etapa tan
luminosa y progresista como la comprendida entre 1958 y 1998. Yo me he puesto a
analizar si esto es una exageración, como alguna gente pudiera pensar: “Ahora
vamos a santificar a los adecos y los
copeyanos, diciendo que aquello fue una maravilla. Que éramos felices y no lo
sabíamos”, como también ahora se dice por allí.
Tal
vez no éramos tan felices, pero lo éramos más que ahora. Había problemas, desde
luego, pero no eran tan cruciales y complejos como los que sufrimos hoy. Lo que
sí es cierto es que éramos entonces un país en crecimiento: en América Latina y
en aquellos años Venezuela fue el país donde más creció la clase media. Éramos
un país que se estaba consolidando en muchos aspectos, disparado hacia nuevas
etapas de desarrollo. Desafortunadamente, todo este proceso progresista se
interrumpió en los primeros años del nuevo siglo.
Por
eso termino esta exposición afirmando que el Pacto de Puntofijo arroja, definitivamente y desde todo punto de
vista, un balance positivo para Venezuela.
Muchas
gracias.