domingo, 30 de junio de 2013

¿ADÓNDE VA VENEZUELA?
Gehard Cartay Ramírez
Venezuela marcha hacia un trágico abismo, si no hay un cambio radical en su conducción política, económica y social.
No hay que ser muy zahorí para darse cuenta de ello. Todos los días hay señales de alarma al respecto. En todas partes se siente un reclamo urgente de cambio profundo. Las quejas de la gran mayoría de los venezolanos se escuchan en todos lados. Ya todos, y muy especialmente el régimen, estamos advertidos. Que nadie diga luego que nos sorprenderá lo que pueda ocurrir.
Políticamente, la crisis es dramática, por decir lo menos. Venimos de unas elecciones cuestionadas e ilegítimas, empañadas por un fraude colosal. Hubo -como se sabe-  intensas movilizaciones populares para protestarlas y solicitar un reconteo de votos, a fin de establecer la verdad de sus resultados. Se exigió entonces una auténtica auditoría y el régimen y su CNE, luego de aceptarlas, dieron marcha atrás y la negaron. Esta actitud corroboró, aún más, la sospecha del fraude. Para guardar las apariencias “democráticas”, hicieron luego una supuesta revisión, escondidos, sin participación de más nadie, entre gallos y medianoche. El resultado, obviamente, fue perfecto: “cero irregularidades”, proclamaron a toda voz. Nadie les creyó, por supuesto.
Pero la protesta no se ha producido únicamente en nuestro país. Desde varias partes del mundo han rechazado esta elección írrita y su fraudulento resultado. El reciente informe de los observadores de la Comunidad Europea que presenciaron las elecciones presidenciales del pasado 14 de abril (para no mencionar los de otros organismos internacionales) describe en forma minuciosa los mecanismos electorales fraudulentos del régimen y concluye señalando que esas elecciones “son nulas de pleno derecho” (El Nacional, 19-06-2013), por lo que el proclamado presidente por el CNE es absolutamente ilegítimo. Por eso, ningún país europeo lo reconoce como tal.
Apartando las denuncias de fraude electoral, el informe del Instituto de Altos Estudios Europeos señala algo gravísimo: la existencia de un gobierno forajido en Venezuela, que controla todas las instituciones, especialmente los poderes judicial, electoral y la fuerza armada, que apañan su actitud y les sirven de cómplices para violar la Constitución Nacional y las leyes de la República. Agregan, en un lenguaje diplomático, que el afán de conservar el poder “a toda costa” ha llevado al régimen a “suspender el Estado de Derecho”, por lo que “las instituciones del Estado han perdido neutralidad, vulneran la garantía del ejercicio libre y sano de los derechos y las obligaciones ciudadanas, dejan indefensa a la ciudadanía y sin razón de ser a la democracia”. Dicho en otras palabras: aquí existe una dictadura.
Denuncian igualmente que el entonces vicepresidente Maduro no podía ser candidato presidencial por expresa prohibición constitucional (Artículo 229) y por no cumplir los requisitos del Artículo 227, entre ellos, la nacionalidad y otros impedimentos (¿Tendrá que ver esto con las dudas sobre si nació o no en Venezuela?). Por si fuera poco, el informe destaca como un hecho escandaloso que el Tribunal Supremo de Justicia haya permitido la violación -y violado también- el articulado señalado.
Todo ello, agregan, dentro de un esquema neototalitario, donde el Estado venezolano y sus recursos milmillonarios son utilizados por el partido de gobierno para su beneficio político, económico y electoral, lo cual niega a todos los demás el derecho a ser atendidos por igual. Resaltan finalmente, las presiones del PSUV y del régimen contra los empleados públicos, las amenazas que sufren y la grave situación de represión y judicialización contra el derecho a la protesta, consagrado en la Constitución Nacional.
Por supuesto que todo eso lo sabemos los venezolanos. Pero que lo señalen observadores que vinieron a presenciar las elecciones, invitados por el propio CNE, pone aún más de bulto la falta de legitimidad de origen y de desempeño del actual régimen. En otras palabras, el fraude del régimen es conocido y comprobado ya mundialmente, lo que lo coloca contra la pared y debería obligarlo a rectificar, es decir, a convocar una nueva elección presidencial.
Y esto sólo para señalar la gravísima crisis política y de gobierno que atravesamos. Agréguese, además, la no menos peligrosa crisis social y económica que nos asfixia. Por un lado, el crecimiento de la pobreza y la miseria, que ha arrojado a millones de venezolanos a un infierno de necesidades. Por el otro, la escasez, el desabastecimiento y el alto costo de la vida, que golpea por igual a los pobres y a la clase media. Y en medio de todo esto, un régimen, que aparte de ilegítimo, es profundamente incapaz e inepto para resolver tan graves problemas.
Por eso hay derecho a preguntarse: ¿Adónde va Venezuela? Pocos lo saben, es la verdad. Pero la gran mayoría lo intuye. La mayoría piensa que vamos muy mal, directo a un precipicio, si no se adoptan, ya, soluciones radicales y efectivas. De lo contrario, una colosal crisis política de ingobernabilidad, una explosión social, o ambas juntas, parecieran perfilarse en el horizonte.
Dios bendiga a Venezuela.

LA PRENSA de Barinas - Martes, 25 de junio de 2013

sábado, 29 de junio de 2013

ABDON VIVAS TERÁN,
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
y RAFAEL CALDERA

EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO

“CALDERA Y BETANCOURT, CONSTRUCTORES DE LA DEMOCRACIA”

(Caracas, 17 de febrero de 1987)


INTERVENCIÓN DEL DIPUTADO GEHARD CARTAY RAMÍREZ, AUTOR DE LA OBRA


Este es un acto plural, que concita la unidad alrededor de dos grandes figuras de nuestro devenir histórico contemporáneo.
Así, en medio de esta coincidencia afortunada, estamos presentando a la opinión pública, y en especial a la juventud, una obra que intenta destacar en sus justos términos históricos el papel estelar cumplido por Rafael Caldera y Rómulo Betancourt -“paladines insignes de las causas mejores”, como acaba de llamarlos Abdón Vivas Terán, a quien agradezco su profundo y generoso discurso de presentación del libro- en la consolidación del sistema democrático venezolano, cada uno a su manera, a veces unidos o en solitario (Aplausos).
No fue fácil tamaña empresa. Como lo afirmo en el prólogo del libro, “esto que hoy nos luce rutinario y cotidiano -ojalá, agrego ahora, nunca deje de serlo-, esta democracia nuestra de cada día, no llegó por azar. Advino gracias a un complejo y difícil proceso nacido en 1936, profundizado en 1945, reimplantado en 1958 y consolidado definitivamente en 1969. Junto a la claridad de tan formidable ascenso hubo también la larga oscuridad que terminó la madrugada del 23 de enero, hace ya 28 años. Y en medio de todos aquellos acontecimientos -ya protagonizándolos o sufriéndolos- los dos actores fundamentales, no sólo de este libro, sino de la democracia venezolana del presente siglo: Caldera y Betancourt”.
Figuras polémicas y controvertidas ambas. Uno y otro fundadores y líderes máximos de los modernos partidos políticos del siglo XX venezolano. Uno y otro los condujeron por primera vez al poder. Uno y otro formaron una unidad indisoluble con su organización política, insuflándole vida, aliento histórico e ideología. Uno y otro los hicieron carne y hueso, más allá de las palabras y de los proyectos aéreos que han  imaginado muchos, sin poder traducirlos a los hechos. Y cada uno lo hizo a su manera, pues bien distintos han sido sus estilos, sus liderazgos y sus pensamientos.
Este libro no es la historia oficial a la que se nos ha acostumbrado desde hace tiempo, por lo que respecta a Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. Aquí el primero no insurge como la figura única -tal como lo pretenden sus hagiógrafos-, ni como el único autor del proyecto venezolano en marcha, lo que no implica en modo alguno desmerecer su actuación de primer orden. Esta es, por cierto, la explicación sobre el título de la obra: Caldera y Betancourt, constructores de la democracia, orden sobre el cual mostró cierta resistencia inicial el propio Presidente Caldera, debo decirlo en este acto, y que algunos otros han considerado una travesura. Pero la razón es muy sencilla, y por eso, insisto, no es esa historia oficial, tantas veces repetida. Obedece, por una parte, a la obvia cercanía ideológica y política del autor del libro con el líder socialcristiano. Pero va más allá, por supuesto: me propuse perfilar en sus justos términos la trayectoria de su combate político y social, a veces minimizado -cuando no tergiversado- por sus adversarios históricos, la mayoría agrupados en el partido político fundado precisamente por Betancourt.
La obra se detiene expresamente en varios momentos de la vida de ambos líderes. El primero está referido a la formación ideológica de Betancourt y Caldera, así como a la decantación de su pensamiento político. Segundo, la coincidencia de ambos en la necesidad de profundizar el tímido proyecto democrático iniciado en 1936, que los llevará a fundar sus respectivos partidos en 1941 y 1946 y a coincidir en los ideales de la llamada Revolución de Octubre, una vez derrocado el régimen del general Medina Angarita, temeroso de avanzar en aquella dirección. Luego vendrá la ruptura entre los dos líderes y su posterior acercamiento en los estertores de la dictadura perezjimenista en 1957.
La investigación se profundiza especialmente a partir de esta nueva convergencia de ambos, que dará lugar al Pacto de Puntofijo y al gobierno coaligado que presidirá Betancourt a partir de 1959, con la participación de Copei y URD, aunque este último partido abandonará el ensayo poco tiempo después. Tal circunstancia unirá aún más a Betancourt y Caldera, y este mantendrá su apoyo y el de Copei al gobierno de coalición hasta el último día, a pesar de los riegos y peligros gravísimos que tal situación supuso al enfrentar a la reacción militarista de la extrema derecha, primero, y luego a la guerrilla y el extremismo castrocomunista.
Así, el libro analiza el gobierno de Betancourt entre 1959 y 1964, azaroso y difícil, y el de Caldera, de 1969 a 1974, pacífico y creativo. Se trata de dos experiencias distintas, pero complementarias: si aquel, con el apoyo del líder socialcristiano, venció política y militarmente a la insurgencia armada del PCV y del MIR; el segundo, a través de la política de pacificación, incorporó a los guerrilleros derrotados a la vida democrática, a través de indultos y otras medidas legales, ofreciéndoles -al propio tiempo- garantías en su actuación como dirigentes de sus partidos, también legalizados entonces.
Y en este punto detuvimos el análisis de ambos líderes, una vez que terminaron sus respectivos gobiernos, Betancourt en 1964 y Caldera en 1974. El primero se autoexiliaría al entregar la presidencia a su sucesor, Raúl Leoni, de su mismo partido, y presenciará luego, en 1968, la primera derrota de AD, precisamente frente a Caldera, así como su regreso al poder con Carlos Andrés Pérez en 1973, y un nuevo revés adeco en 1978, con la elección de Luis Herrera Campíns. Murió en 1981, en medio del reconocimiento generalizado de sus conciudadanos.
El presidente Caldera, como bien se sabe, continúa en la lucha política, bien lejos -como él mismo lo ha dicho hace poco- de la tentación de ser “mármol y olvido”, que también rechazaba el gran Jorge Luis Borges. Se siente aún en plenitud de condiciones y los venezolanos sabemos de su elevada estatura de líder que todavía no ha terminado de recorrer su camino (Aplausos).
 Termino estas breves palabras señalando que escribí este libro persuadido de la necesidad de que las nuevas generaciones de venezolanos tengan conciencia del legado civilista y democrático de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, junto a nuestros partidos, sindicatos y gremios. Que sepan que este ha sido un proyecto democrático con aciertos y errores, pero que es factible mejorarlo en el futuro, desbrozándolo de sus vicios y haciéndolo perfectible para bien de todos en el futuro.
Lamentablemente, todavía hay una considerable carencia de información histórica al respecto. Son muchos los jóvenes que no conocen nuestra reciente historia o tienen una visión distorsionada de la misma. Para ellos fue escrita esta obra, gracias a la generosidad de ese extraordinario venezolano que es el editor José Agustín Catalá.
Sólo espero que el esfuerzo realizado sea compensado justamente por el interés de los lectores, cumplida mi responsabilidad de entregarles este testimonio de lo que ha significado el liderazgo civil de Rafael Caldera y Rómulo Betancourt.
Agradezco a todos su presencia en este acto, especialmente al Presidente Caldera, a la señora Virginia Betancourt Valverde, hija del Presidente Betancourt, a los doctores Gonzalo Barrios y Godofredo González, presidentes de Acción Democrática y Copei, al doctor Eduardo Fernández, Secretario General de Copei, y a los altos dirigentes de nuestros partidos políticos.
Muchas gracias (Aplausos). 
   

lunes, 24 de junio de 2013

ABDON VIVAS TERÁN,
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
y RAFAEL CALDERA

EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO

“CALDERA Y BETANCOURT, CONSTRUCTORES DE LA DEMOCRACIA”

(Caracas, 17 de febrero de 1987)

INTERVENCIÓN DEL DIPUTADO ABDÓN VIVAS TERÁN DIRECTOR DE LA
FRACCION PARLAMENTARIA DE COPEI

Realizamos hoy un acto importante. Estamos procediendo a bautizar el libro Caldera y Betancourt, constructores de la democracia, del Diputado Gehard Cartay Ramírez, el cual, siendo sin duda un aporte significativo al análisis objetivo y critico de los últimos cuarenta años de nuestra historia política, probará por sí mismo sus méritos, más allá de cualquier juicio presumiblemente matizado por un común acervo ideológico, una parecida interpretación de la realidad o una entrañable e inquebrantable fraterna amistad, cuando se eche a rodar por las vías del pensamiento intelectual y político venezolano y se puedan apreciar sus excelentes cualidades: controversial, exigente, objetivo, brillante, apasionado.
Quien lo escribe es el Diputado Gehard Cartay Ramírez, joven político e intelectual de la generación del 58. Comprometido con un proyecto histórico, consustanciado con una causa de fe. Proyecto histórico que apunta hacia una fase nueva en nuestro ininterrumpido proceso de desarrollo democrático. Es la búsqueda de una democracia nueva, para avanzar, productiva, eficiente, participativa, con igualdad de oportunidades, con equidad en la distribución del producto social. Con disciplina social y del trabajo. Con celoso respeto por los derechos de los demás. Con dureza de roca granítica para impedir la penetración del morbo de la corrupción. Con hondo sentido del consenso y de la necesidad de alcanzar metas comunes. Un modelo democrático más antropocéntrico, más funcional, más eficiente y más participante. Causa de fe, por otra parte, que habla de un compromiso que luego se racionaliza, pero que es raigalmente una intuición y una ilusión. Ambas se acobijan en la sangre, se calientan en su torrente bullicioso. La intuición habla del encuentro inesperado con el pueblo y los necesitados, por ella se aprende que la liberación es posible, que los seres humanos estamos condicionados, pero que hacemos la historia y que la aurora no podrá ser detenida. La ilusión nos habla del sueño grande, con imprecisos linderos, de la utopía alcanzable que todavía no ha sido totalmente formada en la matriz que alguna vez, necesaria e imprescindiblemente, dará vida a la generación del 58 cuando ésta haya ganado su trozo de buena tierra bajo el sol y haya sabido precisar y extender su proyecto.
Gehard Cartay Ramírez es disciplinado, sencillo, inteligente, diáfano, ha combinado en sabio equilibrio el reposo del intelectual con la azarienta e infatigable actividad que impone la inmisericorde entrega a la política cuando se halla impulsada por la vocación de servicio. Es sin duda, y esto le honra a él tanto como a nosotros, uno de los mejores de los nuestros.
¿Y de qué escribe Gehard Cartay Ramírez?: De política reciente, no por cierto repite la historia oficial de acontecimientos que son la matriz, a través de ese proceso misterioso que algunos estiman haber domeñado mediante el descubrimiento de leyes objetivas, que es la Historia. Nos habla de los pasos que permitieron establecer la plataforma y el proyecto histórico de dos de los más importantes aportes ideológicos de la política nacional: el socialcristianismo y la socialdemocracia, nos conduce con una cadencia de la que es imposible separarse hasta que su lectura concluye, al apasionante entramado del cual surgen AD y Copei, nos introduce a la transición de la dictadura gomecista a la democracia balbuceante e insegura de López y Medina. Se detiene en los acontecimientos revolucionarios del 18 de octubre de 1945, avanza hacia el trienio desgarrador y trágico que le siguió, toma aliento luego para no dejarse atrapar por las miasmas pestilentes que todavía saturan el ambiente de la larga noche
de diez años que impuso el último de nuestros autócratas, antes por el contrario halla en ellas elementos para la esperanza, la conciliación y la superación en el exilio, la cárcel, la muerte, la cívica dignidad con las cuales la Nación supo enfrentar, combatir, resistir y derrotar a aquellos venezolanos del desgobierno. Analiza luego la experiencia del Pacto de Punto Fijo como punto focal de expresión del programa democrático y de la voluntad de ejecutarlo. Estudia en caliente el gobierno de coalición del Presidente Betancourt, asediado desde afuera por extremismos de izquierda y de derecha, sometido a la torturante situación de las dos divisiones de su propio partido, pero que conducido con audaz coraje, con entereza, no sólo sobrevivió sino que fue capaz de presentar una importante obra material.
 Cierra el libro con el estudio reflexivo del período de gobierno del Presidente Caldera, estima que en él se consolida la democracia, se cambia el estilo de gobierno, se mejora la administración y la mano enérgica y sabia de aquel magistrado produce elementos, los cuales inteligentemente utilizados hubieran podido ahorrarnos muchos sufrimientos y largas desesperanzas.
 Todo este formidable bagaje de análisis histórico es presentado recurriendo al examen de la trayectoria humana, ideológica, política, de liderazgo, de amor a Venezuela, vital, en resumen, de Rafael Caldera y de Rómulo Betancourt. Ellos dos, formidables estadistas, bastiones inexpugnables de la defensa y de la estabilidad del régimen democrático, perseverantes en la contumaz idea de amar y de servir al pueblo y de penetrante visión para entender la realidad social, saber darle respuesta y encarnarla en un proyecto político coherente. Como si la cuenta aún no fuera suficiente, Gehard Cartay Ramírez logra impecablemente su propósito: Caldera y Betancourt son confirmados como lo que son en realidad, los creadores por
excelencia, junto con muchas mujeres y hombres venezolanos, de esta era democrática, la cual con sus virtudes y con sus sombras no ha tenido antecedentes en la historia de la Nación.
 Muchos de los que aquí estamos somos el producto humano e histórico del más reciente proceso político nacional. No vacilamos en afirmar que el esfuerzo, la lucha, la tenacidad en la creación de la actual experiencia democrática, es el más admirable y denodado desarrollo de nuestra actividad política. Sostenemos además que esta generación del 58, examinando la conducta y el proyecto de Rafael Caldera y de Rómulo Betancourt tal como nos los dibuja el diputado Gehard Cartay Ramírez, puede extraer de ellas lecciones para aumentar su comprensión de los hechos, cerciorarse de su especificidad y prepararse más a fondo en la causa del servicio popular. Aprendamos entonces de Caldera y Betancourt el depósito que brota del Magisterio de su ejemplo:
 
— Que no basta con la tesis generacional, ella puede ser un punto de partida, olas humanas que avanzan por la Historia, pero por sí mismas insuficientes para dejar su impronta y alterar su rumbo.
— Que una generación, para que encuentre su razón de ser, para que no se extravíe en los miles de vericuetos de la Historia, ha de ser capaz de parir su propio proyecto político: funcional, factible, transformador, útil, popular.
— Que dicho proyecto político no puede, no debe ser vacía, retórica y fantasiosa fraseología, sino que ha de alimentarse en la fuente insustituible de la Patria y del pueblo, en la Patria, es decir, en su cultura, en su historia, en su geografía, en sus dolores, en sus esperanzas, en el pueblo, vale señalar, en sus necesidades, en sus debilidades, en sus expectativas, en sus sueños.
— Que la actividad política no es vacía y mecánica práctica de consignas y pragmatismo obsceno e indecente, sino que está conscientemente referida a una concepción ética y que ésta nos obliga a referencias permanentes, a principios fundamentales, tanto como al realista análisis de la vivencia constante con el compromiso de transformación que autoproclamamos asumir.
— Que la política, para hacerla en grande, no se hace sin perseverancia y sin tenacidad, tampoco sin idealidad y un punto indispensable de utopía.

Estas son las lecciones que Rafael Caldera y Rómulo Betancourt nos entregan a nosotros, generación de relevo buscado y merecido de 1958. Esta generación, por cierto, está en pleno proceso de búsqueda y de identificación. Objetivos comunes, más allá de las indispensables y útiles diferencias ideológicas, nos estrechan y señalan. En esta tarea hemos buscado ayuda oyendo lo más profundo del alma popular y nos sentimos en sintonía con el clamor que percibimos. Venezuela ama su libertad, no la va a sacrificar ante los demagogos que ofrecen solamente el pan. Pero la Nación está insatisfecha: ama la libertad pero lucha por el pan, ama la paz pero postula la justicia, ama la convivencia pacífica, pero no está dispuesta a aceptar atropellos e injusticias de minorías que bien implantadas en el corazón del Estado proclaman su auto iluminación.
 Venezuela nos está reclamando, en fin, gritando con alta y potente voz en nuestra conciencia, que demanda una revolución democrática, un cambio profundo y radical, un orden social, nuevo, eficiente y funcional, auto gestionado y popular, que redistribuya y que crezca, que conjugue la libertad y la igualdad, que reintegre, en síntesis, al pueblo el poder, la cultura, la riqueza, la dignidad y el sueño.
 En esta tarea, Rafael Caldera y Rómulo Betancourt, paladines insignes de las causas mejores, serán nuestros impulsadores. Su experiencia, su combatividad, sus sugerencias, su exacta noción del liderazgo, alumbrarán nuestro camino y nos ayudarán en la histórica acometida de dar a luz esta nueva fase de nuestro desarrollo como pueblo democrático.
 El libro de Gehard Cartay Ramírez que hoy bautizamos, editado gracias al ímprobo y generoso esfuerzo de José Agustín Catalá, constituye, sin rubores, una importante colaboración en el entendimiento de toda una era y en hacer más cargada de compromiso y también más factible el ganar las próximas batallas por la Nación y por el pueblo (Aplausos).
 











martes, 18 de junio de 2013

EL CERCO A LAS UNIVERSIDADES
Gehard Cartay Ramírez
Desde sus mismos inicios, el régimen chavista comenzó a cercar y estrangular económicamente a las universidades autónomas.
Esa circunstancia se debe, sin duda, a su carácter autoritario y neototalitario. Un régimen de tales características, como lo demuestra la historia, no tolera ni permite las universidades de pensamiento crítico, independiente y autónomo. Y menos si se trata -aunque esta característica siempre va apareada a todas las dictaduras, que nunca son “civiles”- de un régimen militarista. Toda dictadura es totalitaria y autoritaria, no reconoce los derechos de los demás y se basa en la simple ecuación militar según la cual el tirano y su claque mandan y los demás obedecen.
El actual régimen no ha ocultado tales pretensiones. Hace algún tiempo aprobó una absurda ley que, en la práctica, eliminaba el principio de la autonomía universitaria, a pesar de su rango constitucional. De igual manera, se acababa con la estructura independiente de las universidades, al suprimir consejos universitarios, vicerrectorados, decanatos, organismos de representación profesoral y estudiantil y, en suma, se colocaba a las casas de estudios superiores bajo control del régimen y sus intereses políticos.
Se quiso reducir a las universidades a la humillante condición de simples escuelas regidas por el gobierno, aboliendo la búsqueda de la verdad, el pluralismo y la libre confrontación de las ideas, todos ellos elementos esenciales de la autonomía universitaria. Y para lograr tan perversos propósitos se eliminaba su actual derecho a elegir sus autoridades a todos los niveles.
 (Recuerdo que, a este respecto, una de las decisiones más grotescas fue la pretensión de que para elegir rector y vicerrectores, decanos y centros de estudiantes, se incluía la votación de empleados y trabajadores. Tamaña demagogia hizo decir a algunos que entonces en Miraflores debían incorporarse empleados y trabajadores a las reuniones del Consejo de Ministros.)  
Tamaño despropósito encontró, como tenía que ser, una fuerte resistencia entre estudiantes y profesores. La protesta fue de tal magnitud que el entonces presidente, hoy extinto, Hugo Chávez, resolvió dar marcha atrás y engavetarla.
Ahora, por otro atajo fasciocomunista, el usurpador mirafloriano pretender volver a esas andadas. Va a conseguir, por supuesto, la firme protesta de los todos universitarios, de los que enseñan, estudian y trabajan en nuestras casas de educación superior y, desde luego, de los centenares de miles de egresados que no estamos dispuestos a aceptar que el régimen las controle.
Uno de los medios más infames al respecto lo constituye el cerco financiero contra las universidades, a las cuales les han venido reduciendo sus presupuestos desde hace siete años. Esto significa que han tenido que reconducirlos, es decir, aplicarlos sin los aumentos que demandan las circunstancias. Y eso viene afectando la inversión en planes de investigación y docencia, así como en el pago de los profesores universitarios, que hoy cobran salarios de hambre, al igual que los docentes de secundaria, escolar y preescolar.
Por contraste, y para hacer más chocante la situación, el régimen le ha incrementado los presupuestos a las universidades que controla -y que no son, por cierto, las mejores del país-, al igual que ha aumentado los sueldos a los altos oficiales de la Fuerza Armada Nacional, que hoy ganan tres o cuatro veces lo que cobra un profesor universitario. Y ello para no ocuparnos de los miles de millones de dólares regalados a otros países, mientras aquí los docentes de las universidades ganan una miseria.  
Quienes somos egresados de universidades autónomas -en mi caso, de la Universidad de los Andes y la Universidad Central de Venezuela- no podemos aceptar pasivamente el cerco criminal que viene tendiéndole el oficialismo a estas casas de estudios superiores, en abierta violación del artículo 109 de la Constitución Nacional. Mucho menos podemos aceptar que, por esta vía, se las pretenda controlar y convertir en instrumentos de ideologización y control político.
Resulta, por cierto, asqueante la posición de antiguos profesores y dirigentes estudiantiles de izquierda -algunos de los cuales hoy son ministros y altos funcionarios- que antes defendían la autonomía universitaria y hoy la niegan. Claro, en el pasado, muchos de esos jauas, jorgerodríguez y demás tarambanas, se aprovechaban de la misma para encapucharse, tirar piedras y quemar carros, así como otros -antiguos guerrilleros- se escondían 50 años atrás en los recintos universitarios para enfrentar al sistema democrático. Y están los que hoy, vergonzosamente, son incapaces de decir nada al respecto en sus escritos de opinión, porque se los impide el bozal de arepa que les dan.    
El régimen debería saber que, si insiste en este objetivo, está despertando un gigante de la protesta, como lo son los universitarios. Debería recordar que ese gigante incluso tumba gobiernos autoritarios, como sucedió en 1958 aquí y como ha acontecido en otras partes. Y lo debería saber aún más, cuando se trata de un régimen que, como el actual, carece de legitimidad de origen y de desempeño, producto de un colosal fraude lectoral, y que hoy es repudiado por la mayoría del pueblo venezolano.

LA PRENSA de Barinas- Martes, 18 de junio de 2013.

sábado, 15 de junio de 2013

BARINAS: OPCIÓN Y LIDERAZGO

PONENCIA PRESENTADA POR EL DIPUTADO
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL CONGRESO “BARINAS 2000”

(Barinas, 16 de abril de 1986)

La Barinas del futuro nos convoca en esta oportunidad. La cita a que acudimos está motivada por razones de consecuencia y de afecto por la tierra común. Y la ocasión se convierte así en una extraordinaria coyuntura para que los barineses -en el sentido más amplio posible- nos congreguemos a reflexionar sobre lo que hemos sido, somos y seremos.
Pero también nos convoca a esta reunión otra razón aún más poderosa. No se trata ya de hablar en tiempo pasado o presente, sino más bien, en tiempo futuro. Lo que está planteado es de mayor trascendencia: qué podemos hacer por Barinas sus hijos de esta hora y de mañana también. Y algo más: cuál debe ser el proyecto convergente que puede nuclear y unirnos a todos para lograr esa empresa de largo y sostenido aliento histórico. Esta parte tal vez sea la más interesante, y a ella acudirnos sin pretensiones de ninguna clase para aportar nuestra reflexión sobre el tema, de manera clara y sencilla, sin el rigor científico que nos es ajeno y con mayor pasión y emoción por el sueño colectivo, que dominio sobre planes y programas que ya habrá oportunidad de diseñar, una vez concluida la reflexión sobre la Barinas que aspiramos.
Quien les habla es por definición un político a tiempo completo y un barinés que cree firmemente en las posibilidades de su región. Con ese carácter y por tales razones expone estas ideas. Cree, con absoluta honestidad, que por ahora sólo será posible una primera aproximación sobre las líneas maestras de ese gran proyecto para Barinas. Esta sesión no podría ser -por razones de tiempo, fundamentalmente- la oportunidad para formular planes concretos, políticas definidas o programas determinados sobre el futuro de Barinas. Se trata más bien de una ocasión para reflexionar en voz alta sobre el destino de la región, uniendo nuestra opinión a las de los demás ponentes sobre un tema por lo demás singularmente apasionante. Por esto mismo, con la modestia del caso, advertimos que no siendo planificadores ni mucho menos especialistas en la materia sino sencillamente barineses consustanciados con su tierra y sus gentes, las opiniones que siguen tienen algo de torrente en tanto que nos revolotean en la mente desde hace algún tiempo y muchas de ellas -por lo demás- han sido también discutidas y analizadas con otros paisanos comprometidos con Barinas.
Resulta igualmente conveniente agregar que algunas ideas ya han sido expuestas en anteriores ocasiones. Su fuerza y nuestra convicción me obligan a repetirlas y -lo que es más importante todavía- a compartirlas. No tenemos, pues, ninguna pretensión de originalidad en este sentido. Por el contrario, sentimos que en la medida en que sea mayor la convergencia de opiniones sobre los desafíos que ahora discutimos, mayor será también el esfuerzo por traducirlos en hechos tercos y concretos que apunten hacia una perspectiva de ascenso y progreso colectivo.
Por lo demás, el tema propuesto es tan amplio y ambicioso que justifica “la siembra del buen soñar” de que nos hablara Alberto Arvelo Torrealba en Florentino y el Diablo. Justifica, además, el tránsito por los caminos de la utopía, abandonados tantas veces en el pasado por quienes han preferido los atajos de la mediocridad y el inmediatismo, tan caros a aquellos que no sienten vocación por lo trascendente. De esa capacidad de soñar un nuevo horizonte para estas tierras y sus habitantes, saldrá un objetivo que motive e insufle a todos aquellos que son o se sienten barineses. Es hora, entonces, de liberar las viejas amarras de complejos y prejuicios que aún nos sujetan y detienen en las áridas soledades del pesimismo y de la inercia. Insurjamos contra el pesado fardo de esa conducta, asumiendo nuestra responsabilidad actual que no es otra que la de empujar toda esta vasta empresa que nos identifica hacia puerto seguro.
La nota común de toda iniciativa que podamos plantear en esa búsqueda tiene que ser la de la convergencia de esfuerzos y voluntades en un proyecto común. Ya no podemos seguir tolerando que persista lo que nos divide por sobre los que nos une. Converger alrededor de un objetivo mayor, sin diferencias de fondo y con una conciencia clara de los fines perseguidos, constituye, a mi juicio, el más insistente reclamo que ahora se nos formula a los barineses. Y será responsabilidad de esta generación responder cabalmente a esa exigencia que cada día cobra mayor fuerza y vigor colectivos. Ese ha de ser, por lo demás, la característica definitoria del nuevo liderazgo que se proyecta sobre la Barinas del porvenir.

La verdadera vocación de Barinas
El futuro parece reservarle al Estado Barinas una oportunidad excepcional. Sus recursos, abundantes aún, apoyan sólidamente esta posibilidad. Sin embargo, será fundamentalmente el concurso de sus hijos el factor determinante para ganarnos el porvenir. Más allá de sus potencialidades económicas de cualquier índole, Barinas deberá contar con el esfuerzo y la inteligencia de sus recursos humanos, si en verdad queremos potenciar y garantizar su desarrollo presente y futuro. A esta verdad incontrovertible se debe precisamente la celebración del Congreso “Barinas 2000”.
Esa participación de los barineses nacidos aquí o más allá deberá desarrollarse alrededor de objetivos muy bien definidos, ajustados a las perspectivas que ofrece la región y sostenidos en base a prioridades claramente establecidas, en concordancia con el proceso de desarrollo nacional. El desafío barinés, por tanto, al insistir en la concreción de un proyecto regional, también se traduce en un aporte sustancial para el interés de Venezuela como un todo. Así ha sido siempre nuestra presencia en la historia venezolana, y debe continuar siéndolo, en nuestro criterio.
En este orden de ideas, Barinas tiene un papel protagónico que cumplir en el próximo siglo. Debe convertirse, a corto plazo, en el polo fundamental del desarrollo agrícola y pecuario del país. Tal debe ser su contribución a la Venezuela futura. Dos razones justifican esta aseveración.
La primera puede encontrarse en la aguda crisis económica que actualmente vivimos los venezolanos. La caída de los precios de nuestro principal recurso de exportación ha reducido los ingresos fiscales que abundantemente disfrutamos en el pasado reciente. Por si fuere poco, somos un país obligado a autoabastecerse alimentariamente por razones de soberanía y de seguridad nacional. La segunda, perfectamente concatenada con la anterior razón, estriba en que Barinas, hoy por hoy, parece contar con los recursos para enfrentar satisfactoriamente la necesidad de producir alimentos, exigencia —como queda dicho— de primer orden para la Venezuela de los próximos años. Sólo falta, desde luego, la voluntad para concretar tal objetivo y, obviamente, la obtención de los medios y mecanismos indispensables.
Nuestra región, en efecto, es rica en recursos hídricos, forestales, mineros. Posee grandes extensiones de tierras fértiles y mecanizables para un óptimo rendimiento. Podemos entonces, si realmente nos empeñamos en lograrlo, convertirnos en el centro polar del desarrollo agrícola y pecuario del país, cuya capacidad de producción podría, eventualmente, suplir algunos de los rubros quo hoy importamos en materia vegetal o animal. Esta tarea puede cumplirla la región si se ponen a su disposición los medios y recursos que hagan factible la emergencia de una nueva generación de productores agropecuarios en las amplias llanuras barinesas. No se trata, en modo alguno, de una tarea ciclópea ni de poner a producir las arenas de algún desierto.

Opciones y estrategias
Se nos ha pedido una exposición sobre la cuestión económica y sus opciones y estrategias. Está suficientemente diáfana nuestra posición sobre las opciones para el desarrollo barinés. Decimos, pues, que la suya está prioritariamente en la actividad agropecuaria y agroindustrial.
Creemos en una opción superior, alrededor de la cual podamos converger los barineses. Postulamos, en consecuencia, la tesis de que la Región debe perseguir su conversión acelerada como polo del desarrollo agropecuario y agroindustrial de la Venezuela del próximo siglo. Pensamos, además, que la vocación barinesa que definimos como objetivo y opción de la mayor prioridad se corresponde con la concepción total que postulamos igualmente para el desarrollo integral del país. No estamos, por tanto, auspiciando una utopía aislada y distanciada del proyecto global que muchos aspiramos para la Venezuela del futuro. Así como en el pasado reciente otras regiones del país definieron sus opciones fundamentales y obtuvieron financiamiento del Poder Central para promover sus respectivos polos de desarrollo, así mismo los barineses estamos obligados ahora y mañana a perfilar nuestro proyecto regional. Así como Guayana es hoy la sede de la Industria Pesada del país o Zulia y Falcón giran alrededor de la Industria Petrolera; y los Estados centrales nuclean la Industria de Bienes de Producción, así Barinas debe convertirse en la capital del desarrollo agrícola, pecuario y agroindustrial. Sólo de esta manera, por lo demás, el país estaría en condiciones de apuntar hacia una verdadera diversificación de su proceso productivo.
Demás está decir que así como se han aprobado programas de financiamiento para planes de desarrollo regional (recuérdese, por ejemplo, el programa sidero-carbonífero del Zulia o la Corporación Venezolana de Guayana) también podría plantearse igual tratamiento para la opción barinesa. En otras palabras, debería introducirse por ante el Congreso de la República, y con el apoyo político que se requiere para su aprobación, una Ley Programa que garantizara los recursos financieros para poner en marcha ambiciosos programas de vialidad rural, consolidada y permanente, así como planes de saneamiento de nuestras tierras aprovechables, la garantía cierta de mayor seguridad para productores y campesinos, borrando así las diferencias muchas veces artificiales, creadas por politiqueros y demagogos; y, desde luego, la comercialización de los productos y la ampliación de nuestra capacidad de almacenamiento, investigación aplicada y asistencia técnica y crediticia.
La realización de un objetivo como el propuesto permitiría alcanzar paralelamente obras básicas que estimulen nuevas inversiones, aumenten nuestro deprimido mercado de trabajo, fortalezcan el comercio de la región y permitan así mismo logros sustanciales en materia educativa, cultural y sanitaria. Al mismo tiempo, se acentuaría la demanda de mejores servicios por lo cual, necesariamente, deberá tenderse a optimizar su prestación y desarrollo. De esta manera, la población podría alcanzar mejores niveles de vida y de ascenso social, económico y cultural, sin menoscabar, como ahora sucede por la inercia irresponsable o cómplice de quienes han podido impedirlo, sus recursos naturales y sus insospechadas posibilidades.
La agroindustria también se beneficiaría con la opción agropecuaria para Barinas. Sería, en cierto modo, una extensión suya que permitiría el procesamiento de sus productos y crearía simultáneamente posibilidades de ocupación laboral. La industria de la madera, por ejemplo, espera todavía —mientras los depredadores agotan nuestros bosques— un tratamiento capaz de aprovecharla y conservarla al mismo tiempo. Sería deseable que pudiéramos procesar adecuadamente la todavía inmensa variedad y riqueza silvicultural que aún se mantiene, conservando sus especies y repoblando los recursos forestales, vale decir, renovándolos. Esa industria maderera se traduciría en fuente de empleos y estimularía un conjunto de actividades conexas de la mayor importancia. La otra industria es la de la carne. Pensamos que la Barinas del futuro debe desarrollar intensa y sostenidamente esa actividad mediante su modernización y mejoramiento técnicos, a través de una red de frigoríficos y mataderos industriales, con su secuela multiplicadora de insumos y procesamientos de los derivados de producción en cuestión. Y aunque tal vez sea en cierto modo irónico plantear este tema cuando aún tenemos presente la amarga experiencia del Matadero Industrial de Pedraza y la incapacidad local para ponerlo definitivamente en funcionamiento, pienso, sin embargo, que un objetivo de tal naturaleza encontrará —en un futuro ya cercano— un terreno mejor abonado por la constancia y el esfuerzo de las nuevas generaciones barinesas.
Siempre dentro del objetivo mayor propuesto, Barinas también debe afrontar el desafío de domar sus aguas caudalosas y abundantes. Debemos luchar para que la región pueda contar próximamente con un sistema integral de presas de regulación de inundaciones, a objeto de resolver la crisis recurrente de los excedentes de agua, problema de vieja data que ha impedido la incorporación de grandes extensiones de suelos agrícolas a la producción y explotación plenas. Se trata, pues, de una política integral de control de aguas y de saneamiento de tierras, proyectada y ejecutada a mediano plazo y en magnitudes ambiciosas y futuristas. Sus efectos serían, por lo demás, múltiples: al tiempo que controlaríamos los recursos hídricos y los suelos aptos, también podríamos diversificar su uso para fines de riego y hasta de recreación y turismo, como actividades paralelas.

Liderazgo y cambio social
La región ha vivido en estos últimos años un intenso proceso migratorio, pocas veces visto en otras zonas de la geografía nacional.
Barinas presenta en la actualidad una dinámica comunidad humana en pleno proceso de transformación e integración. La configuran los nacidos aquí y también aquellos venidos de otras latitudes en procura de mejores oportunidades. Muchos de ellos han encontrado colocación en la actividad comercial o agropecuaria. A la presencia de numerosas colonias extranjeras, se ha sumado igualmente la laboriosa y tenaz actividad de numerosos contingentes andinos, sobre todo en los Distritos Pedraza y Zamora. La capital ha recibido, así mismo, a jóvenes profesionales que se han incorporado a sus actividades y consustanciado con esta sociedad abierta y generosa que es la barinesa.
La nuestra es, pues, una comunidad en trance de integración que supera con creces a la reducida población de hace apenas unas cuantas décadas. Esta explosión demográfica ha traído consigo la transformación de la Barinas de hoy en una sociedad de mayor movilidad social, cuyo dinamismo y actividad presagian lo que habrá de ser ese polo de desarrollo que venimos avizorando.
Esta etapa de transición que actualmente se opera puede ser modelada a tiempo para que la integración no resulte un proceso traumático y hasta contrario a la manera de ser y a la idiosincrasia del barinés. No está planteado, por supuesto, crear una impermeabilidad social y cultural que conserve a la comunidad de la región dentro de valores y normas tradicionales. Eso, aparte de resultar imposible, significaría una concepción estrecha de nuestro proceso formativo como pueblo. Pero sí debemos poner a buen resguardo la identidad de los barineses con su proyecto regional.
En otras palabras, no debemos soslayar la eventualidad de que la dinámica social que ahora nos sacude termine por conformar una sociedad sin objetivos ni metas y, sobre todo, sin un definido compromiso con su propia posibilidad de ascenso a todos los niveles. Así, de plantearse tan lamentable situación, Barinas concluiría siendo una región sin dolientes ni representantes en la gran empresa de aportar lo que el país requerirá de sus recursos humanos y materiales. Por lo demás, la carencia de un vínculo cierto entre sus gentes y la región podría convertirnos en una comunidad sin conciencia de su unidad y de sus potencialidades.
A propósito de esta última afirmación, creo conveniente hacer otra reflexión sobre el tema. Los barineses —lo digo con sincero sentido autocrítico- hemos sido poco perspicaces a la hora de evaluar objetivamente nuestras potencialidades. Supongo que algo de esto ya habrá sido discutido en la oportunidad en que se analizó la Barinas que fuimos o que ahora somos. Pareciera costarnos un poco descubrir los secretos de esta tierra de promisión. Tal vez la abulia y la indiferencia de nosotros mismos así lo haya determinado. Lo cierto es que no hemos podido generar una mística colectiva que aglutine nuestras mejores voluntades y las reúna en la búsqueda de un objetivo común. Hay todavía mucho individualismo estéril y no pocas mentalidades pequeñas que nada aportan al esfuerzo colectivo que reclama la región. Una cierta mentalidad conservadora, rezago del siglo pasado e inaceptable en este momento, sigue pesando sobre nuestra capacidad de iniciativa e imaginación.
La Barinas del futuro, a nuestro juicio, sólo será una realidad si antes logramos derrotar la mentalidad pesimista y conformista que aún sobrevive en nosotros. Debemos entonces vencer todos esos obstáculos que nos dividen y nos frenan como comunidad organizada. Un pacto entre todos los barineses, más allá de intereses parciales o inmediatistas, nos obliga a suscribir el porvenir que ahora pretendemos atisbar. Sólo así las buenas intenciones podrían fructificar en hechos concretos para construir la Barinas que queremos.
Lo que está planteado, en consecuencia, no es otra cosa que enfrentar el cambio social dentro de una concepción fundada en lo que algunos han llamado la barinidad, término que aspira a definir un sentimiento y una meta comunes, corriendo el riesgo —sin embargo— de ser interpretado como una manifestación de provincianismo localista y excluyente. Pero más allá de la torcida manipulación que pudiera hacerse de tal expresión, existiendo como existe la exacta noción de su significado positivo, la vinculación que comporta como elemento cohesionador tendrá innegable importancia para ese gran proyecto regional de que venimos hablando.
Esa sociedad integrada y dinámica que se forma actualmente sin que algunos aún no parecieran haberse percatado de su trascendencia social e histórica, será el recurso primario por excelencia conque contara la Barinas futura. No nos llamemos, pues, a engaño en este sentido. Esa nueva sociedad que está en proceso de formación desde hace más de treinta años, será la protagonista de los sueños e ilusiones que hoy discutimos. Debe prepararse y tomar conciencia de su propio desafío, y los primeros que estamos llamados a advertirla y liderizarla somos justamente quienes creemos en la realización de un objetivo mayor a concretarse en los próximos años.
Si, como resulta previsible, el cambio social barinés se desarrolla dentro de tal contexto, entonces habrá que elevar el nivel de exigencias de ese liderazgo que intentamos perfilar. Un liderazgo que no sólo pretenda legitimarse en razones “históricas” o sentimentales, sino fundamentalmente en su capacidad real para acometer una empresa como nunca antes lo intentaron los dirigentes anteriores. Hará falta mucha voluntad y decisión para encumbrarse por sobre la decrepitud psicológica, la mediocridad de carácter y la falta de imaginación, taras recurrentes de nuestro devenir nacional y local. La tarea no es sencilla ni modesta. Es más bien compleja y revolucionaria, como todos los grandes procesos de cambio y transformación.
Hagamos ahora una breve definición de la dirección que hasta hoy ha conducido a Barinas. Una primera impresión nos demuestra un agotamiento del liderazgo tradicional barinés. Digamos con objetividad que su ciclo se ha cumplido y los resultados de su gestión pueden arrojar algunos logros y realizaciones. Señalemos, a este respecto, que prácticamente a partir de 1958 se inicia su actuación en el ámbito regional. Dirige —paralelamente al proceso que se vivió en todo el país— una toma de conciencia sobre la necesidad de fortalecer el sistema democrático representativo, con especial referencia a su andamiaje político. A partir de esta perspectiva, ese liderazgo abona el terreno de ciertas realizaciones, sobre todo en el orden de alguna infraestructura física regional, así como en el área de los servicios. Percibe, al propio tiempo, la importancia del factor agrícola y pecuario, aunque sin comprometerse a fondo en un esfuerzo integral. Ha ignorado, o al menos no le ha otorgado la importancia que merece, todo proyecto agroindustrial de largo alcance, al tiempo que poco pudo hacer por atraer inversiones de significación para el desarrollo económico de la región.
Se trata, a nuestro juicio, de una visión de corto alcance sobre las potencialidades del Estado Barinas, sin negarle, desde luego, la rectitud de propósitos o la buena voluntad que haya podido animarlos. Lo más grave de todo ha sido su actitud en ocasiones marginal frente a la conducción del gobierno regional, pues hemos soportado gobernantes que no se han vinculado a nuestra realidad y que han accedido a tales posiciones solamente por su grado de conexión con las altas esferas de decisión del Poder Central. Bien poco puede pedírsele a quienes por no conocer el medio ignoran su diagnóstico y sus opciones para superar los problemas que limitan nuestro crecimiento y desarrollo. En otros Casos, la medianía y la incapacidad, a pesar de tratarse de gobernantes de la región, han producido resultados nada alentadores.
El nuevo liderazgo de la Barinas que aspiramos debe ser radicalmente distinto. Le toca insistir en un proyecto regional a mediano y largo plazo, dándole mayor énfasis al desarrollo integral antes que a la colcha de retazos que implican reivindicaciones y peticiones en cierto modo empíricas y transitorias. El nuevo liderazgo de la Barinas del futuro debe afincar todo su esfuerzo en la tarea de convertirla en el polo primario, repetimos, de la producción agropecuaria y agroindustrial, haciendo coherente con este propósito la ejecución de las obras fundamentales que aún están por construirse en la región. Debe, además, reclamar mayor participación en la toma de decisiones fundamentales a nivel gubernamental, entendiendo, desde luego, que aquella debería estar precedida por una concepción global de lo que se quiere y se propone. Lo contrario, simplemente, sería el ejercicio vanidoso y concupiscente del poder por el poder mismo.
No se trata, de ningún modo, de plantear una tesis localista del liderazgo regional, rezago del caudillismo pre gomecista. Tampoco estaría planteado un propósito sectario por y para los barineses. Eso sería desconocer, como ya lo hemos señalado anteriormente, el proceso de conformación que se ha operado fundamentalmente en las últimas dos décadas dentro de la sociedad barinesa. Cuando decimos que el liderazgo futuro debe dejar de lado los errores del pasado y, por tanto, abandonar el estado marginal a que ha sido sometido muchas veces por su propia inacción y apatía, no estamos postulando que sólo los nativos tienen derecho a participar en la dirección de la Barinas futura. Lo que afirmamos es justamente que todo aquel nacido o residente en la región debe asumir su cuota de responsabilidad en el proyecto que ahora se intenta diseñar. Más aún, poco importaría finalmente si se ha nacido o no en la tierra barinesa, hecho que no necesariamente crea una mística de compromiso con la región. Lo que importa es la pasión y la identidad con el progreso y desarrollo de Barinas.
Lo que estamos diciendo no sólo tiene valor para la región, sino pare la Venezuela total que se nos anuncia. Cada vez más las entidades federales tendrán que adquirir mayor conciencia de su papel protagónico si queremos realmente derrotar la estructura oligárquica de decisión que impera desde Caracas y que tantas injusticias y desigualdades ha creado en este país aún epiléptico en su desarrollo. Venezuela no puede seguir padeciendo ese centralismo enfermizo e indolente que ahora campea de espaldas a la Nación. La Venezuela total que postulamos choca abiertamente con esa mentalidad mezquina y parcial que sitúa al país en la capital de la República, a través de una visión tan torpe como miope. Se trata, por otra parte, del mismo esquema que a nivel local sufren los barineses de Zamora y Arismendi, para citar los dos casos más notorios que ponen de manifiesto la negatividad del efecto multiplicador, en otras escalas, del centralismo asfixiante que nos agobia.
Sólo un nuevo liderazgo colectivo, capaz de superar las trabas de nuestro crecimiento y rectificar errores inveterados y reiterados, podría encabezar el cambio social necesario para la consecución de la Barinas que aspiramos. Un liderazgo que liquide las secuelas del caudillismo  la demagogia y la improvisación que han hecho naufragar tantas iniciativas de valor y buenos propósitos. Un liderazgo abierto, fresco y atento al hecho nacional en su dimensión integral. Un liderazgo que tenga perfecta noción de su compromiso con Barinas y con el país entero, con suficiente capacidad e inteligencia para comprender que entre ambos no existe una dualidad, sino una formidable unidad, armoniosa y plena. Y, sobre todo, un liderazgo con un profundo deseo de trascender por encima de los obstáculos para adelantar la tarea de ganar un porvenir luminoso para Barinas.



miércoles, 12 de junio de 2013



LA DEGENERACIÓN DE LAS ETIQUETAS
Gehard Cartay Ramírez
En política, como también en otras áreas del quehacer humano, las etiquetas abundan y, por esto mismo, tienden a degenerarse.
Fíjese el amigo lector en el caso del chavismo. Su líder, luego de haber fracasado como golpista en febrero de 1992, por lo que estuvo detenido unos meses, siendo posteriormente sobreseído y puesto en libertad (hechos que lo hacen coincidir con la figura de Hitler, por cierto), consiguió en la utilización politiquera de la figura de Simón Bolívar un filón tan útil que lo llevó, inclusive, a la presidencia de Venezuela, contando para ello con la ingenuidad o la estupidez de unos cuantos que votaron por él en 1998.
Fue así como la etiqueta del “bolivarianismo” se transformó en una vulgar bandera política, detrás de la cual se escondía una enfermiza ambición de poder, inescrupulosa y delirante, por lo demás. Nunca antes la figura del Libertador fue tan manipulada y explotada, de manera calculada y rapaz, como lo hizo el teniente coronel Chávez, en función de golpista, de candidato y luego de presidente.
Fue tan obscena aquella manipulación que convirtió a Bolívar en “socialista”, cuando él mismo, por definición propia, dijo ser un hombre de pensamiento liberal: “Yo soy siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria”, escribió en 1812 en el Manifiesto de Cartagena. Y es que no podía ser de otra manera: todos, por no decir casi todos, quienes lucharon por la independencia latinoamericana, se inspiraron en el pensamiento liberal que animó a la Revolución Francesa, primero, y a la Revolución Estadounidense, después.
Por supuesto que no es ninguna novedad la utilización política de la figura de Simón Bolívar, hecho que él mismo advirtió en vida: “Si algunas personas interpretan mi modo de pensar y en él apoyan sus errores, me es bien sensible, pero inevitable: con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el texto de sus disparates" (Carta a Antonio Leocadio Guzmán, Popayán, 6 de diciembre de 1829).
Siempre hubo, desde 1830 hasta hoy, voces hipócritas que han asumido el pensamiento de Bolívar como bandera y se escudan detrás de la figura del Libertador para justificar crímenes y ambiciones bastardas, pretendiendo hablar por él cuando sólo las ideas bolivarianas pueden hacerlo. Prostituyen su mensaje y pretenden convertirlo en prisionero de sus concupiscencias, al utilizarlo para sus fines políticos rastreros.
Pero el chavismo ha sido tan impúdico en ese manejo utilitarista de la figura del Libertador que creó luego ese injerto de gallo con morrocoy que todavía sigue usando: el mal llamado “socialismo bolivariano”. Era, sin duda, una manera de identificar a Bolívar como “socialista”, lo que constituye una aberración histórica, y al propio tiempo, justificar al socialismo con las aguas lustrales del bolivarianismo. Mataban entonces dos pájaros de un tiro, al identificar al socialismo con la figura del Libertador, tan cara al imaginario político-religioso de los venezolanos.
Así fue como del “bolivarianismo” los propagandistas del régimen han ido deslizándose hacia otra etiqueta, igualmente manipulable por su carga romántica: “el socialismo”, con el agregado presuntuoso, además, “del siglo XXI”. Insisto, al respecto, que lo del socialismo “no pasa de ser una simple entelequia y una utopía inviable, en el mejor de los casos”. Y que “ha sido siempre una farsa histórica, incapaz de generar el acceso a una sociedad igualitaria, participativa y comunitaria, como la imaginaron algunos de sus teóricos más eminentes” (La farsa socialista, “La Prensa”, 04-06-2013).
La etiqueta, sin embargo, la usa el chavismo para “endulzar” su proyecto totalitario, aunque, en el fondo, no debemos olvidar que la mayoría de las dictaduras siempre se han arropado con el término “socialista”, como lo señalé la pasada semana en este mismo espacio.
Ahora viene la utilización de una nueva etiqueta, esta sí carente absolutamente de todo significado y sentido: la del “chavismo”, si se la quiere institucionalizar, como es la pretensión del régimen, al utilizarla para adjetivar instituciones del Estado. Ahora hasta en el saludo militar, por ejemplo, se usa el formalismo, ridículo, de “Chávez vive” (¿?), a lo que se responde “la lucha sigue” (¡!). Ya varias veces la cúpula de la Fuerza Armada, politizada y partidizada en abierta violación del artículo 328 de la Constitución que lo prohíbe expresamente, ha afirmado que aquella es “bolivariana y chavista”. Y hasta se ha visto algunos uniformados portando chalecos antibalas con la inscripción “Guardia Nacional Chavista”, sin faltar la imagen del extinto en las instalaciones militares, algo inconstitucional  e ilegal.
De seguro el próximo paso tal vez sea intentar sustituir al Libertador por el golpista de 1992 como figura representativa de la nacionalidad. Ojalá no caigan en semejante despropósito, porque harán otro ridículo más confundiendo la gimnasia con la magnesia.
Ya está bueno de etiquetamientos absurdos y vacíos. Lo que los venezolanos debemos ahora, y lo lograremos Dios mediante dentro de poco, es unirnos todos en la lucha por sacar a este país del foso en que lo han metido y regresarlo al camino de su engrandecimiento y progreso. Así será.

LA PRENSA de Barinas - Martes, 11 de junio de 2013.