jueves, 6 de junio de 2013


LA PATRIA DE SIEMPRE

DISCURSO DE ORDEN DEL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL ILUSTRE CONCEJO MUNICIPAL DE PUERTO AYACUCHO, TERRITORIO FEDERAL AMAZONAS

(Puerto Ayacucho, 24 de junio de 1985)


Se están cumpliendo en esta fecha 164 años de la Batalla de Carabobo, campo de gloria donde Venezuela ganó su independencia política, triunfó la República y se consagró nuestro Ejército Libertador.
Diez años antes de la epopeya final, el 5 de julio de 1811, la firma del Acta de la Independencia sólo había significado un gesto de dignidad y desafío. La libertad, sin embargo, hubo que ganarla en los campos de batalla, a sangre y fuego, por sobre miles de cadáveres heroicos. Aquella terrible guerra desoló al país y devastó su economía. Pero, aún así, valió la pena tanto sacrificio. Hoy somos una Patria que disfruta de su autodeterminación como pueblo y tiene el deber insoslayable de ganarse limpiamente el porvenir.
Los venezolanos de hoy, en ocasiones como la presente, debemos aprender la lección de nuestra Historia. No se trata, en modo alguno, de repetir nostálgicamente y en cada circunstancia protocolar, los mismos discursos rimbombantes recordando un ayer épico y ritual, casi legendario, como si fuera ajeno a nuestro ancestro histórico de pueblo libertario. La lección de la Historia tiene otro sentido: nos enseña de dónde venimos y hacia dónde vamos. Los herederos de Carabobo, de Bolívar y Páez, de Sucre y de Miranda, no podemos defraudar la misión quo nos encomendaron aquellos Padres Libertadores. El reto de cada día, el Carabobo cotidiano que estamos obligados a librar los venezolanos de hoy, debería tener el mismo aliento de grandeza y de coraje que impulsó a aquellos hombres hacedores de Patria que regaron con su sangre las verdes sabanas carabobeñas.
Me toca en suerte, por generosa invitación del Concejo Municipal del Territorio Federal Amazonas, al que debo mi gratitud de siempre, evocar desde aquí, pero en tiempo presente y futuro, aquella fecha de tanta trascendencia histórica para nuestro destino colectivo. Estar aquí en Amazonas, vasto y ancho territorio en cuyas profundas lejanías se oculta buena parte de nuestro porvenir patrio, estimula la reflexión en alta voz que sobre los desafíos que nos aguardan me propongo hacer desde esta calificada tribuna.
Aquí, en Amazonas, está la suma de la Venezuela por hacer. Aquí se presiente, al soplo de la brisa de la selva tupida y seductora sobre la cara, la ilusión apasionante de la Venezuela del futuro. Su exuberante y desbordante naturaleza, aún no dominada por la mano del hombre, rica en su subsuelo, en sus caudalosos ríos y en sus hombres y mujeres de nuestro primer tiempo como pueblo, tientan por igual a los capitanes del progreso y a los piratas de la codicia. Sepamos entonces recibir como se debe a los primeros y combatir a estos últimos, corsarios modernos que, en nombre de falsas religiones y de engañosos afanes científicos, algunas veces creen pisar tierra de nadie, como si los muertos de la Guerra de la Independencia y aquellos del  24 de junio de 1821 que hoy recordamos, no nos estuvieran gritando todavía que con su sangre y sus vidas nos entregaron también esta parcela de tierra para sembrar la Patria.

***

En Carabobo, como afirmara Andrés Eloy Blanco, nuestro primer poeta nacional hace ya unos cuantos años, está el domicilio histórico del Ejército Venezolano. La gesta librada en aquella sabana inmortal aquel 24 de junio lo hizo también merecedor, con toda justicia, a que en esta misma fecha celebremos igualmente el Día del Ejército Nacional. Y como ejército del pueblo, ambos con una misma ilusión, hechos de la misma arcilla criolla, simbiosis extraordinaria que sintetiza lo que fue la epopeya que nos trajo hasta esta playa de libertad en que hoy vivimos, cobijados bajo la luz solar del Padre de la Patria, digamos entonces que hoy también es un día para festejar, no sólo la derrota militar del invasor español, sino también -y tal vez más que eso- nuestro inicio como Patria parida entonces por el esfuerzo de sus propios hijos.
Fue el genio de Bolívar el que nos condujo hasta la victoria final  hace ya 164 años. Fue, sobre todo, su genio militar, tal vez el más admirado entonces en aquel hombre poliédrico. Bolívar hizo converger sobre Carabobo a sus más brillantes oficiales. Páez marchó con sus bravos llaneros desde Apure, Bermúdez vino desde el Oriente, Urdaneta salió de Maracaibo, Zaraza y Monagas desde las llanuras guariqueñas, Carrillo desde Trujillo. Así, inteligente y hábilmente, cerró las tenazas sobre el adversario realista. El enemigo, confundido y acorralado, se replegó hasta Valencia. La proclama del Libertador en la llanura de Taguanes la víspera de la batalla, debió insuflar los ánimos de aquellos hombres valerosos. Su reclamo no pudo ser otro sino el de la victoria final, que era -al fin y al cabo- la que estaba en juego.
Y fue sobre las sabanas de Carabobo donde esos humildes hijos de la tierra venezolana, mezcla de razas y de pasiones, porfiados e irreverentes, alegres y afiebrados por una fe superior, aplastaron a un ejército defensor de una sociedad cerrada y monárquica, que no conocía la igualdad ni soñaba con conquistarla. Allí quedaron sepultados para siempre tres siglos de dominación y de poder absoluto, echados al mar por la perseverancia y la fuerza indómita del ideal supremo de la libertad.
Sin embargo, y a pesar de todo ello, bien lo dijo Andrés Eloy en sus Poemas Continentales:

La barca de los Héroes navega en los desiertos
del Pasado: llegaron, abrieron nuestros Puertos
al Sol, nos dieron velas, se volvieron a ir…
Ya tenemos cien años alabando a los muertos,
sin recordar que América necesita vivir.

Aquello fue hace 164 años. Desde entonces hasta hoy hemos venido perfilando nuestra fisonomía de República y nuestro ascenso como pueblo.
Carabobo, sin embargo, no se agotó en aquella batalla. Carabobo sique vigente. Carabobo es un desafío que no hemos superado todavía. Huelga decir, claro está, que aquellos bizarros hombres de la Independencia cumplieron. No sabríamos decir si quienes los hemos sustituido también hemos cumplido.
La noria de la Historia sigue dando vueltas. Y estamos aquí, montados sobre este momento, tan estelar y trascendente como aquél 24 de junio de 1821.
Un balance sucinto nos diría que en estos últimos 27 años hemos consolidado la democracia política. Esto, aparentemente normal en nuestros días, fue un sueño recurrente de muchos hombres que dejaron sus vidas en el camino de las luchas interminables contra las tiranías que tánto hemos padecido. Un puñado de muchachos veinteañeros en 1928 y en 1936 supieron traducir a los hechos un proyecto renovador y modernizador, que se ha cumplido en nuestros días, con fallas y errores, pero también con inequívocos aciertos.
La noria de la Historia sigue rodando sin cesar. Nuestros pueblos levantiscos y rebeldes -así es el venezolano común- no tienen apego a la memoria de los hechos. Olvidamos con mucha facilidad. Las cosas que pasan, las situaciones que vivimos, forman parte como de una cinta cinematográfica a marcha apresurada. Parecen, y de hecho lo son, una sucesión acelerada de imágenes, fechas y hombres. Así hemos construido nuestra Historia.
El país, por tanto, cambia notablemente. Los hechos recientes de nuestro proceso político, económico y social, no obstante su cercanía en el tiempo, parecen lejanos y extraños. El país rebosa, con asombrosa velocidad, los planteamientos que en cada oportunidad histórica parecieran fundamentales. Nuestra última dictadura cayó hace escasos veintisiete años. Desde entonces disfrutamos un largo período -el más largo en toda nuestra historia republicana- de libertades y de progreso. Y sin embargo, los venezolanos no estamos contentos, al menos los más jóvenes. Somos, gracias a Dios, un pueblo inconforme que aspira siempre un nuevo amanecer.
En apenas 27 años ya hemos dejado atrás los objetivos trascendentes que hicieron posible el 23 de enero de 1958. Gracias a Dios tenemos libertad y democracia política. Ahora queremos pan y dignidad, seguridad y desarrollo, vivienda y educación, ciencia y tecnología. Queremos descubrir un nuevo país, y tenemos derecho a hacerlo con nuestra inteligencia y nuestras manos.
Este es la Batalla de Carabobo que tenemos que librar en las próximas décadas, debidamente preparados ya para afrontar los insondables retos que nos deparará ese apasionante siglo XXI.

***

Estamos avanzando hacia una nueva etapa histórica en Venezuela. Las mismas circunstancias políticas y económicas que vivimos desde hace ya algunos años, son la campanada de alerta de ese nuevo tiempo. Y frente a esas realidades, no cabe duda alguna de que debemos ajustar nuestras conductas colectivas, nuestros hábitos de pueblo y hasta algunos patrones mentales que la riqueza petrolera deformó en los últimos cincuenta años.
Ese nuevo tiempo traerá consigo nuevos retos. El primero de ellos, tal vez el más importante, lo constituye (valga la expresa redundancia) la auténtica democratización de nuestra democracia representativa y formal, pero ya madura para enfrentar los cambios y rectificaciones que su práctica en estos 27 años ha venido aconsejando. Están pendientes, dentro de tan necesaria renovación, la prioridad de los aspectos sociales y económicos, tal vez los menos desarrollados si se los compara con los de sentido estrictamente político.
Lo que está planteado, pues, en este sentido, no es otra cosa que extender los beneficios de la democracia formal -igualdad de oportunidades, participación directa, entre otras cosas- al campo económico y social. Este es, en verdad, el reclamo que se viene haciendo desde hace ya algún tiempo, y que algunos oídos sordos no han querido recoger. Olvidan, al parecer, que la democracia no es un simple sistema político que cumple su cometido mediante torneos electorales -algunas veces carnavalescos- cada cinco años, sino que es, además, un sistema de implica el sostenido mejoramiento personal y colectivo de los habitantes de un país. La democracia no es tan sólo un régimen que garantiza libertades y respeto a los derechos civiles. También debe ser entendido como un mecanismo para darle al pueblo oportunidades de empleo, de vivienda, de salud, de educación y de alimentación. Sólo así, por lo demás, la democracia podrá hacer posible que los derechos de todos los venezolanos, establecidos en nuestra Constitución Nacional, sean una estupenda realidad más allá del limbo de los buenos deseos.
Mucho se ha avanzado en este camino, y sería, desde luego, necio y antihistórico desconocerlo. Al lado de nuestro ejercicio democrático ininterrumpido por más de un cuarto de siglo -lo cual ya es un logro fundamental en nuestro acontecer histórico-, hay avances muy importantes en materia educativa, de salud y de seguridad social. Tenemos más liceos, universidades y escuelas, más hospitales y mejores beneficios de orden social. Tenemos una incipiente industrialización, todavía débil, pero susceptible de fortalecerse. Manejamos nuestra propia industria petrolera. Se han multiplicado en estos veintisiete años de ejercicio democrático las obras de infraestructura y se han logrado resultados sensibles en materia de vivienda.
Pero, al propio tiempo, persisten los grandes problemas nacionales. Somos, sin embargo, todavía un país subdesarrollado, aunque aparentemente modernizado en algunos aspectos. Hay graves hechos para la reflexión colectiva: crecen la marginalidad, el desempleo y la inseguridad, mientras que seguimos sin autoabastecernos alimentariamente, con una economía importadora y consumista, un endeble desarrollo industrial y una escasa producción agropecuaria. Vivimos a la sombra de un Estado paternalista, cuyo funcionamiento es posible gracias a la todavía abundante entrada de divisas petroleras. Pero ese mismo Estado, moroso y burocrático, ha tenido poco éxito -no obstante los recursos de que ha dispuesto- en el manejo de los servicios públicos y en la solución de numerosos problemas que hoy aquejan a la Nación.
No tenemos, sin embargo, porque ser pesimistas ni tampoco optimistas cándidos o ilusos a la hora de enfrentar nuestro futuro como pueblo. Tememos aún grandes posibilidades para superar la crisis actual y modelar una nueva sociedad para todos los venezolanos. Somos un país con extraordinarias ventajas estratégicas. Disponemos de diversas variedades geográficas y climáticas, así como de insospechadas riquezas localizadas en nuestro subsuelo. Tenemos, así mismo, inmensas reservas hidráulicas, abundantes tierras fértiles y considerables riquezas madereras. Todos estos recursos, sin contar con el petróleo, pueden ser aprovechados conveniente y razonablemente en beneficio de nuestras actuales y futuras generaciones.
Tenemos aún mucho por hacer. En esta visión de futuro nos conforta nuestra carencia de traumas históricos y sociales que si bien han afectado a otros países de larga historia, no existen, en cambio, en nuestra formación como comunidad nacional.
Tenemos, por todas estas razones, derecho a ser optimistas racionales y realistas. No podemos cruzarnos de brazos frente al futuro, confiados en las grandes posibilidades que la Providencia puso en las entrañas de nuestro país. Eso sería una actitud criminal que no podrían perdonarnos quienes vendrán después de nosotros. Lo que está planteado, entonces, no es otra cosa que trabajar y luchar por una plataforma común de ideales y por un conjunto de prioridades que supongan una cabal inversión de nuestros recursos humanos y materiales, dejando de lado la mediocridad, el sectarismo, la miopía y la falta de ambiciones por un destino mejor para quienes amamos y vivimos sobre esta tierra venezolana.
Vamos, pues, a prepararnos para el futuro grande y luminoso de la Patria que nació en Carabobo. Estamos a las puertas de un nuevo siglo. Los desafíos son tan fascinantes como graves y serios. Un nuevo país está a la vista de las nuevas generaciones. Un país con grandes y prometedoras posibilidades de desarrollo y progreso.
La de hoy es buena fecha para preguntarnos, en este formidable empeño que debe ser común, qué podemos hacer por Venezuela en estos próximos años. Parafraseando lo que dijo alguna vez un Presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, refiriéndose a su país, dejemos de preguntarnos ahora qué puede hacer Venezuela por nosotros. Lo que está planteado hoy, con urgencia inaplazable, es exactamente lo contrario: qué podemos hacer nosotros por este país. Emulemos, acudiendo a nuestra pasta de pueblo que ha superado algunas de sus propias adversidades, a quienes han sabido convertir sus mejores tradiciones históricas en el acicate para vencer los compromisos del futuro.
Amazonas, tierra indómita y promisora, sabe que lo que hoy pedimos sobre su tierra, no es otra cosa que la continuación de aquel Carabobo en los campos de batalla que nos plantean el presente y el porvenir inmediato de la Patria.
Muchas gracias.