lunes, 22 de enero de 2018

23 DE ENERO DE 1958: SESENTA AÑOS DE LA CAÍDA DE LA PENÚLTIMA DICTADURA



23 DE ENERO DE 1958:
SESENTA AÑOS DE LA CAÍDA DE LA PENÚLTIMA DICTADURA

Gehard Cartay Ramírez

Este 23 de enero se cumplen 60 años de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, derrocado por una poderosa rebelión cívico militar el 23 de enero de 1958.
El dictador y general Marcos Pérez Jiménez.
La fecha es trascendental porque implicó, por una parte, la caída de la penúltima dictadura de la historia venezolana y, por la otra, la conjunción de factores que la provocaron, pocas veces vista anteriormente.

La tiranía del general Marcos Pérez Jiménez tuvo una definida naturaleza militarista/desarrollista, caracterizada por la eficacia en materia de cemento y cabilla, tan cierta como su política represiva y su desprecio por la democracia y los derechos humanos.  Fue una etapa de regresión antidemocrática en un pais de larga tradición militarista, durante la cual se instauró una dictadura de la peor categoría.
Fue el 24 de noviembre de 1948 cuando esos mismos jefes militares -como institución- derrocaron al primer presidente electo por los venezolanos, el escritor Rómulo Gallegos, rompiendo así la alianza que habían hecho con el partido Acción Demócrática para deponer, mediante un golpe de Estado, al general Isaías Medina Angarita en octubre de 1945. Tres años después, el coronel Carlos Delgado Chalbaud sustituyó a Gallegos, pero en marzo de 1950 fue asesinado en lo que constituyó el primer y único magnicidio en la historia venezolana.
Sin embargo, y a partir de entonces, aunque el también coronel Pérez Jiménez no asumió directamente la presidencia, la suya fue entonces la única jefatura. Aún así, Pérez Jiménez no quiso o no pudo zafarse, sin embargo, de la oferta electoral en curso, hecha por Delgado Chalbaud, y aceptó realizar la elección de una Asamblea Constituyente en diciembre de 1952. Sus resultados favorecieron ampliamente a la oposición encabezada por URD y Copei, pero fueron desconocidos por MPJ, tras lo cual eliminó la existente Junta de Gobierno y asumió la Presidencia de la República, nombrado por una Constituyente espuria y con el decidido apoyo de las Fuerzas Armadas Nacionales. 

Los cinco años siguientes fueron la apoteosis de un militarismo facistoide, desarrollista y faraónico, eficiente constructor de grandes obras públicas, pero desconocedor absoluto de los derechos humanos, de la libertad y de la democracia. Se le trató de cubrir con un manto ideológico, cuyas premisas fundamentales fueron “la transformación del medio físico”, la negación del sistema de partidos y su sustitución por un gobierno militarista. 

Como toda dictadura que se respete, la de Pérez Jiménez persiguió a sus adversarios, ilegalizó los partidos políticos y las instituciones de la sociedad civil, estableció la censura de prensa y atemorizó a la casi totalidad de los venezolanos. Aquellos años parecían inacabables, tanto que muchos llegaron a pensar, efectivamente, que la consolidación del régimen sería mucho más duradera. 

El significado histórico del 23 de enero de 1958  

Lo que si resulta indiscutible es que el 23 de enero de 1958 fue el punto culminante de la rebelión cívico militar que derrocó la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez y marcó el inicio del sistema democrático venezolano que tuvimos hasta 1999. 

La fecha es trascendental porque implicó, por una parte, la caída de la penúltima dictadura de la historia venezolana y, por la otra, la conjunción de factores que la provocaron, pocas veces vista anteriormente. 
Aquello no constituyó -al contrario de lo que algunos piensan- un golpe de Estado. Era imposible que lo fuera. La dictadura tenía su más firme sostén, al igual que ahora, en las Fuerzas Armadas. La tesis perezjimenista, como también aconteció durante el mandato del teniente coronel Chávez Frías, postulaba convertir -y así sucedió, sin duda, entre 1952 y 1958- al factor militar en un partido político atípico, a falta de uno genuino, cosa que nunca le preocupó al tirano tachirense. 
Sin embargo, tal circunstancia no impidió su derrocamiento el 23 de enero de 1958, entre otras cosas, porque el apoyo militar no siempre significa que un régimen no se caiga. Aunque ya se sabe -como lo comentaría socarronamente muchos años después el ex presidente Herrera Campíns- que “los militares son leales hasta que se alzan”, no es cierto, por otra parte, que su sólo respaldo, con prescindencia de la sociedad civil, sea suficiente. A finales del siglo pasado y en los inicios del presente, hubo presidentes (Milosevic en Yugoslavia, Estrada en Filipinas, Bucarám y Gutiérrez, entre otros, en Ecuador, Fujimori en Perú, De la Rúa en Argentina y en Venezuela el caso de Chávez Frías durante los sucesos de abril de 2002, que lo llevaron a renunciar al presidencia) con sólido y perruno apoyo militar que, al final, fueron derrocados por vigorosas insurrecciones populares -sin pérdidas humanas, por cierto- a las cuales, como casi siempre sucede, las Fuerzas Armadas resolvieron no enfrentarse. Eso fue, en efecto, lo que sucedió aquí el 23 de enero de 1958.
Vale la pena detenerse en este aspecto: es probable que la tradición militar siempre pretenda ocultar el apoyo que la institución brindó -como tal- a la tiranía perezjimenista. La historia, sin embargo, es terca, y difícilmente pueda reescribirse. La verdad no es otra sino esta: Pérez Jiménez se ufanó siempre de que su régimen tenía su mejor sostén en las Fuerzas Armadas. Dio a éstas, en consecuencia, una importantísima cuota de poder. Hubo así una militarización creciente en todos los aspectos. Al final, aquella circunstancia se hizo repugnante a los ojos de los venezolanos, pues se tenía la sensación de que los crímenes, desmanes y arbitrariedades de la dictadura habían contado con el apoyo de los militares o, cuando menos, con su silencio cómplice. Desde luego que tal apoyo no fué unánime: buena parte de los oficiales jóvenes no se tragaban a PJ y su régimen. 
En todo caso, la actitud de la mayoría militar trajo como consecuencia cierta desconfianza frente a las Fuerzas Armadas a partir de 1958, situación que sólo fue superada cuando se convirtió en una institución ajena a la diatriba política y partidista, uno de los logros más sobresalientes de la Constitución de 1961. Tal principio era, por lo demás, un ideal bolivariano: la sujeción de los militares al Poder Civil. 40 años después, las cosas han vuelto al lugar donde las dejó la dictadura perezjimenista. 
El 23 de enero de 1958 tampoco constituyó una rebelión popular, ni supuso una multitudinaria presencia de los venezolanos en las calles. Aquello fue un movimiento de vanguardia organizada, ejecutado en medio de una circunstancia de la mayor trascendencia: nunca antes en la historia venezolana se había registrado un ambiente de unidad nacional. 
La razón de tal proceder obedecía al deseo común de marchar hacia adelante y derrocar la dictadura sin detenerse en razones ideológicas o doctrinarias, muchísimo menos de orden partidista. La integración de la llamada Junta Patriótica fue un ejemplo de tal afirmación. Allí confluyeron jóvenes líderes de AD, URD, Copei, PCV e independientes, todos absolutamente comprometidos en la tarea de deponer a Pérez Jiménez y su claque. Ese movimiento vanguardista no significó tampoco el desarrollo de una estrategia de largo alcance, sino un pronunciamiento que se produjo cuando ya las condiciones clamaban, a viva voz, que los días de la dictadura estaban contados. 
De allí que, visto con la frialdad de la distancia histórica, resulte ridículo que algunos -entonces o después- pretendan abrogarse el protagonismo del 23 de enero de 1958. Tampoco puede, en aras de una absurda reivindicación de la figura histórica de Pérez Jiménez -estimulada aquélla por una imposible comparación de la obra del dictador con la de la democracia-, negársele su vigencia de siempre al 23 de enero de 1958. Mucho menos puede tolerarse el criterio ilógico que pretende también desconocer aquel capítulo histórico, a partir de su supuesta fecha de inicio de los “40 años de las cúpulas podridas”, conforme lo machacó el maniqueo y falsificador discurso chavista a partir de 1999. El 23 de enero de 1958 significa, ni más ni menos, la irrupción de organizaciones estudiantiles y sindicales, conjuntamente con la rebelión de oficiales de baja graduación en las Fuerzas Armadas Nacionales, contra la dictadura entonces imperante.
Aquel movimiento cívico militar se inició cuando Pérez Jiménez ejecutó en diciembre de 1957 la farsa plebiscitaría con la cual pretendía perpetuarse en el poder. Hubo desde entonces algunas conspiraciones de oficiales jóvenes, ninguna de las cuales se concretó. El nueve de enero, cuando ya el país empieza a ser convulsionado por manifestaciones y huelgas de todo género, el Alto Mando Militar el mismo que PJ había designado días antes lo presiona para que destituya al ministro de interior y al jefe de la policía política, pero el día 13 el dictador destituye a ese mismo Alto Mando Militar y asume el Ministerio de la Defensa. El 21 se produce la huelga general. El 23 se consuma la rebelión militar y Pérez Jiménez huye a la República Dominicana.
El 23 de enero de 1958 significa, ni más ni menos, la irrupción de organizaciones estudiantiles, sindicales y gremiales, conjuntamente con la rebelión de oficiales de baja graduación en las Fuerzas Armadas Nacionales, contra la dictadura entonces imperante.
No cabe duda que a los jóvenes de mi generación, a pesar de que para la época aún estábamos en las aulas de la escuela primaria, nos marcó esa fecha como una referencia histórica imborrable. La caída de la dictadura perezjimenista forma parte, sin duda alguna, de los tres hechos de mayor relevancia política en la Venezuela del siglo XX.
Los otros dos son, en cierta forma, eslabones de una misma cadena: la muerte del General Juan Vicente Gómez en diciembre de 1935 y la denominada Revolución de Octubre de 1945, encabezada por Rómulo Betancourt y sus socios militares Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, ambos también presidentes posteriormente. A la muerte de Gómez al país se le abrió una rendija hacia la democracia, gracias a la habilidad del general Eleazar López Contreras y de su sucesor, el también general Isaías Medina Angarita. (Hay que recordar que para ser presidente entonces era indispensable ser tachirense y militar.) Sin embargo, la negativa de ambos en poner en manos de los venezolanos la decisión de escoger a sus gobernantes, en especial, la elección del presidente de la República, proporcionó una excusa estupenda a los civiles y militares que propiciaron el golpe de Estado del 18 de Octubre de 1945. A este se debe, sin ninguna duda, la concreción legal y constitucional de algunos principios fundamentales del sistema democrático venezolano.
Entre 1945 y 1948 la democracia afiebrada del momento no conoció límites ni cautela. Acción Democrática (AD), el partido entonces imperante en el poder como beneficiario directo de la acción golpista contra Medina Angarita, se dejó ganar fácilmente por el sectarismo excluyente al arrinconar a sus adversarios ideológicos, algunos de los cuales -como, en efecto, sucedió con Caldera y quienes luego fundarían a Copei- incluso lo habían acompañado apoyando al gobierno surgido luego del 18 de octubre de 1945. Finalmente, y como ya lo habían advertido algunas voces sensatas, la alianza cívico militar se derrumbó como un castillo de naipes cuando el 24 de noviembre de 1948 las Fuerzas Armadas, actuando como institución, derrocaron al presidente Gallegos, elegido en diciembre del año anterior con el 74 por ciento de los votos.
Curiosa fotografía de los jefes militares que derrocaron al escritor Rómulo Gallegos, primer presidente electo por los venezolanos: Wolfgang Larrazábal (izquierda), Mario Vargas (centro) y Marcos Pérez Jiménez (derecha). Diez años después, el 23 de enero de 1958, Larrazábal sustituiría a Pérez Jiménez, luego de ser derrocado.

Si el 18 de octubre de 1945 se hace posible gracias a la alianza transgresora entre la joven oficialidad militar y el cogollo de AD, el 24 de noviembre de 1948 enfrenta a aquellos aliados y desborda los canales democráticos hasta entonces en vigencia. El resultado no pudo ser más desafortunado: se instaura inicialmente una dictablanda comandada por el coronel Delgado Chalbaud que luego desembocará, con Pérez Jiménez a la cabeza, en una dictadura férrea, caracterizada por una inagotable corrupción, contumaz y patológica, y por el más absoluto desconocimiento de los derechos humanos y de la voluntad popular.