EL FALSO PÁEZ DEL RÉGIMEN
Gehard Cartay Ramírez
“Yo cuento con usted para que sea el hombre de los destinos de Venezuela; porque la suerte y sus servicios así lo demandan”.
Carta de Bolívar a Páez, fechada en Bucaramanga el 4 de mayo de 1828.
En su empeño por inventar una historia venezolana de acuerdo a sus intereses y con la desmesura que le es congénita, el régimen no se cansa de incurrir en la irresponsabilidad de falsificar la verdadera.
Ese empecinamiento ha sido particularmente inescrupuloso con la figura del general José Antonio Páez, y tal despropósito –por mentiroso y falso- debe ser rechazado en nombre de la venezolanidad. Estas líneas intentan modestamente poner las cosas en su sitio, al menos por lo que a mí respecta. Lo hago basado en importantes conceptos y apreciaciones, contenidas en numerosas cartas del Libertador, acerca del caudillo llanero y su accionar como político y estadista. Por cierto que, a juicio del historiador Augusto Mijares, la recia personalidad de Páez ejerció sobre sus contemporáneos una especial fascinación, “de la cual no se libró el propio Bolívar” (1).
Lo primero que debo señalar es que resulta
inaceptable esa conseja oficialista actual que pretende presentar a Páez como
una traidor frente a Bolívar (El propio teniente coronel Chávez acaba de
repetir la mentira este pasado 17 de diciembre). Nada más falso, por cierto, y
aunque lo hubiera sido, esa circunstancia no le quita ningún merecimiento a
su figura histórica. Allí está el caso del héroe Manuel Piar, fusilado por
órdenes del Libertador a causa de una conspiración que tejía en su contra. Pero
esa eventualidad, sin embargo, no le resta trascendencia al procerato de aquel
general insurrecto. Lo contrario sería insistir en el absurdo culto a Bolívar
como una religión, alejada de las circunstancias que rodearon su personalidad,
tan humana como la de cualquiera, al fin y al cabo.
La
insistente mentira de que fue Páez quien acabó con el sueño bolivariano de la
Gran Colombia ha sido una de las más repetidas (En un esclarecedor artículo
publicado en 1990 el historiador Vinicio Romero (2) desmonta esa falsedad). La
idea del Libertador era, sin duda, un proyecto de gran relevancia estratégica y
geopolítica, pero tenía demasiados factores en contra, y no sólo por parte de
los venezolanos, sino también de colombianos y ecuatorianos. El propio Bolívar
lo reconoció así en carta al general O`Leary: “Mientras teníamos que continuar la guerra, parecía y casi se puede
decir que fue conveniente la creación de la República de Colombia. Habiéndose
sucedido la paz doméstica y con ella nuevas relaciones, nos hemos desengañado
de que este laudable proyecto, o más bien ensayo, no promete las esperanzas que
nos habíamos figurado. Los hombres y las cosas gritan por la separación, porque
la desazón de cada uno compone la inquietud general”. Ya antes, en 1827, en
pleno desarrollo de los sucesos de La
Cosiata, Bolívar vino a Caracas a abrazar a Páez y a darle un indiscutible
espaldarazo, ratificándolo como jefe superior de Venezuela. En esos momentos le
ordena al general Bartolomé Salom que se acerque a Páez, “que es mi mejor amigo -le dice el Libertador- y por lo cual usted
deberá consultar con él lo más conveniente...” (Carta del 14 de abril de
1827).
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LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - 26 de diciembre de 2000.
PÁEZ
O LA SUPERACIÓN DEL LLANERO
José Antonio
Páez inicia su Autobiografía así: “El 13 de junio de 1790 nací en modesta casita, a orillas del riachuelo
Curpa, cerca del pueblo de Acarigua, provincia de Barinas, Venezuela”. Quiere
decir que, en su momento, Páez nació barinés, pues lo que hoy constituye el
Estado Portuguesa formaba entonces parte de la provincia de Barinas.
Más allá de esta circunstancia, lo
importante en Páez es su llanería plena. Su figura histórica la edifica
fundamentalmente su condición de llanero y su admirable capacidad para
superarse a sí mismo durante toda su larga vida. Páez es, sin duda, el
prototipo del llanero venezolano. Y esa es, por otra parte, la visión popular
que siempre ha existido sobre el héroe.
Páez, además,
se hace llanero en Canaguá de Barinas. Huyendo de un lance personal, el futuro
centauro llegará al Hato La
Calzada. Allí será peón de llano, hombre de a caballo y
lanza, cantador y contrapunteador, ganadero y comerciante. Esa versatilidad y
capacidad suya para ser siempre el primero le irá perfilando su liderazgo
indiscutido entre los llaneros. Páez les demostrará su valor, inteligencia y
coraje para enfrentar cualquier reto, por difícil y complejo que sea. Comenzará
aquel intrépido joven por ser el más audaz en las duras faenas del llano.
Dominará entonces tareas tan exigentes como enlazar, jinetear, colear,
clasificar y herrar las reses, capar los toros, sostener férreamente su caballo
de cabestrero, guiar la madrina (1) y
hacerse conocedor, como pocos, de los laberínticos caminos del llano y la
sabana.
Toda esta experiencia le servirá
después para desarrollar sus dotes de guerrero militar. Por eso serán tan suyas
algunas estrategias no aprendidas en los manuales de la guerra, ni tampoco
empleadas antes. Le vienen por llanero, por perspicaz y por avispado, condiciones todas del hombre
del llano. Ese será el Páez de las grandes hazañas militares en la guerra independentista.
El Páez que llegará a desestabilizar a los ejércitos realistas con sus
iniciativas impensables, basadas en la sorpresa, el conocimiento del terreno y
el valor de sus lanceros, tan llaneros y marrajos como él. Habrá que estudiar
algún día, por parte de expertos en el arte militar, lo que significó su
formación llanera en la destreza guerrera de Páez, a quien, por otra parte,
nunca se le aguó el guarapo ni lo paralizó el temor frente al enemigo de
batalla. No todos sus implacables críticos actuales, por cierto, pueden decir
lo mismo cuando les tocó la hora cero.
La otra
consideración importante sobre la llanería de Páez y su influencia en la guerra
de la Independencia
la constituye la incorporación de los llaneros a la causa patriota. Recuérdese
-a este respecto- que hasta la muerte de Boves (1814) la gente de a caballo en
las llanuras venezolanas estuvo al lado de los realistas. Fue la entrada de
Páez a la guerra, como jefe indiscutible de los llaneros la que decidirá, al
final, la suerte de la
Independencia. Y la decidirá a su favor, por cierto. Porque
nadie duda hoy día que la iniciativa independentista había sido sostenida hasta
entonces por un grupo de mantuanos de la oligarquía caraqueña, liderizados por
Bolívar. Pero esa causa no tuvo, hasta entonces, apoyo popular mayoritario, y
será Páez quien con su adhesión les dará ese importante respaldo. Añádase, por
si fuera poco, la importancia de los lanceros llaneros en los combates librados
en las otras regiones latinoamericanas a donde fueron a combatir por la causa
de la libertad. La influencia de Páez en esa gesta continental, a pesar de no
haber participado directamente, es de una gran trascendencia, por su ejemplo y
por la leyenda que hicieron de él los hombres del llano.
Tan temprano
como en 1816 Páez se convierte en el jefe absoluto de las fuerzas llaneras, y
será en 1818 cuando se encuentre con el Libertador en el Hato Cañafístola. Allí
ambos jefes unen sus fuerzas y producen la derrota militar del general español
Morillo. Ese mismo año, Páez es designado gobernador de Barinas y Bolívar le
encomienda entonces liberar a San Fernando de Apure, tarea que cumple sin
mayores problemas. De allí en adelante las proezas guerreras de Páez serán
fundamentales hasta su participación estelar en la batalla de Carabobo,
comandando la primera división. Allí, en el propio campo de batalla, Bolívar lo
asciende a general en jefe.
Lo demás es
historia más o menos conocida. El libertador le entrega el mando de Venezuela
en 1821 y en 1830 será elegido primer presidente de la República, tarea colosal
pues le tocará organizar el Estado venezolano, terminar de pacificar el país y
regularizar las relaciones diplomáticas con el adversario ya derrotado: el
imperio español. Sobre estos aspectos hay, desde luego, mucha discusión, pero
-como lo señalé en el artículo anterior- existe entre los historiadores el
criterio generalizado de que los dos gobiernos del caudillo llanero estuvieron
entre los mejores del siglo XIX.
Desde luego que
entre sus grandes equivocaciones pudiera anotarse, paradójicamente, haberse
olvidado de las promesas hechas a sus llaneros en el fragor de la guerra.
Porque aquellos eternos convidados de piedra, explotados y marginados durante
tantos años, fueron al campo de batalla exigiendo reivindicaciones justas,
talen como tierras, igualdad, justicia y libertad. Y tal vez ese sea un gran
lunar en la luminosa vida de Páez: haberle fallado a quienes lo hicieron líder
y caudillo de la primera hora (2), así como guerrero inigualable.
Hay, además,
otro aspecto que debo destacar: la superación personal de Páez. Este es un
asunto de mucha importancia a la hora de juzgarlo en su verdadera dimensión
histórica. Aquel rudimentario peón de La Calzada alcanzará posteriormente
verdaderos estadios de superación en todos los órdenes: jefe militar victorioso
y estadista consumado; contrapunteador y virtuoso del violoncello y del piano;
cantante llanero y tenor de ópera; compositor de tonadas y coplas y autor de
sinfonías de alto vuelo musical. Y es el mismo hombre, el mismo llanero, sólo
que en diversas circunstancias y escenarios. Pero siempre la misma vivaz
inteligencia, el mismo afán por superarse, la misma chispa y versatilidad, el
mismo esfuerzo poliédrico.
Páez era,
ciertamente, un hombre de inteligencia excepcional. Porque si bien en su
juventud fue peón, la verdad es que desempeñó tal oficio obligado por haber
vivido en el centro una situación lamentable, que lo llevó a desterrarse a las
sabanas de La Calzada. Sin embargo, su espíritu autodidacta es, desde entonces,
realmente admirable.
En su joven
madurez, Páez aprenderá hablar y leer en francés. Puede así estudiar en su
lengua original a Voltaire y hasta traduce y comenta las Máximas de Napoleón Bonaparte. Aprenderá luego inglés durante su
larga estadía en Nueva York, donde, incluso, compondrá numerosas canciones y
hasta llegará a escribir sus memorias, algo que ningún otro presidente
venezolano ha hecho hasta ahora. Era, pues, un hombre sumamente culto, leído,
políglota y con una sensibilidad artística a toda prueba.
De tales
condiciones personales y de su fama como guerrero y estadista, dan prueba los
numerosos testimonios de reconocimiento que recibió en vida en el exterior,
cuando la mezquindad y el odio lo alejaron de la Patria. Fue amigo personal e
invitado de Napoléon III de Francia, de Ludovico II de Baviera y del presidente
Sarmiento de Argentina y cuando se celebró un grandioso desfile en su honor en
Nueva York, fue nada menos que el general Ulises Grant, vencedor de la guerra
de secesión americana, su edecán en aquella ocasión.
Sin
embargo, como todo político que se precie de serlo, la vida de Páez sufrió
altibajos considerables. Tuvo sus momentos de gloria merecida, pero también de
terribles humillaciones, como su exhibición burlesca en una jaula por las
calles de Caracas o su cautiverio en el Castillo de Cumaná “donde bailaba al
compás de las coplas mordaces de sus carceleros para evitar tullirse en el
reducido espacio de su celda de prisionero” (3), ambas en 1849, todo ello a
pesar de haber sido ya dos veces presidente de Venezuela.
En cualquier
caso, este es Páez verdadero, no el que ahora pretenden desvirtuar algunos
ignorantes o malintencionados negándole su auténtico sitial histórico y
reduciéndolo a la infame condición de traidor a Bolívar o de oligarca conservador.
Ambas cosas no las fue, por cierto, pero sus críticos las han convertido en un
baldón que, sin embargo, no le han hecho -ni le harán- mella a su figura
histórica.
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(1)Adelina
Rodríguez Mirabal, Sabana-llano y
llaneros, en Páez, la libertad del
viento, ARS Publicidad, Caracas, 1990, páginas 79-81.
(2)José León Tapia, Páez Llanero, op. cit. página 77.
(3)Raúl Ramos Calles, Páez al natural, op. cit., página 98.