lunes, 13 de junio de 2016

EL FALSO PÁEZ DEL RÉGIMEN



EL FALSO PÁEZ DEL RÉGIMEN

  Gehard Cartay Ramírez

“Yo cuento con usted para que sea el hombre de los destinos de Venezuela; porque la suerte y sus servicios así lo demandan”.

Carta de Bolívar a Páez, fechada en Bucaramanga el 4 de mayo de 1828.

 

    En su empeño por inventar una historia venezolana de acuerdo a sus intereses y con la desmesura que le es congénita, el régimen no se cansa de incurrir en la irresponsabilidad de falsificar la verdadera.


     Ese empecinamiento ha sido particularmente inescrupuloso con la figura del general José Antonio Páez, y tal despropósito –por mentiroso y falso- debe ser rechazado en nombre de la venezolanidad. Estas líneas intentan modestamente poner las cosas en su sitio, al menos por lo que a mí respecta. Lo hago basado en importantes conceptos y apreciaciones, contenidas en numerosas cartas del Libertador, acerca del caudillo llanero y su accionar como político y estadista. Por cierto que, a juicio del historiador Augusto Mijares, la recia personalidad de Páez ejerció sobre sus contemporáneos una especial fascinación, “de la cual no se libró el propio Bolívar” (1).


 Lo primero que debo señalar es que resulta inaceptable esa conseja oficialista actual que pretende presentar a Páez como una traidor frente a Bolívar (El propio teniente coronel Chávez acaba de repetir la mentira este pasado 17 de diciembre). Nada más falso, por cierto, y aunque lo hubiera sido, esa circunstancia no le quita ningún merecimiento a su figura histórica. Allí está el caso del héroe Manuel Piar, fusilado por órdenes del Libertador a causa de una conspiración que tejía en su contra. Pero esa eventualidad, sin embargo, no le resta trascendencia al procerato de aquel general insurrecto. Lo contrario sería insistir en el absurdo culto a Bolívar como una religión, alejada de las circunstancias que rodearon su personalidad, tan humana como la de cualquiera, al fin y al cabo.

La insistente mentira de que fue Páez quien acabó con el sueño bolivariano de la Gran Colombia ha sido una de las más repetidas (En un esclarecedor artículo publicado en 1990 el historiador Vinicio Romero (2) desmonta esa falsedad). La idea del Libertador era, sin duda, un proyecto de gran relevancia estratégica y geopolítica, pero tenía demasiados factores en contra, y no sólo por parte de los venezolanos, sino también de colombianos y ecuatorianos. El propio Bolívar lo reconoció así en carta al general O`Leary: “Mientras teníamos que continuar la guerra, parecía y casi se puede decir que fue conveniente la creación de la República de Colombia. Habiéndose sucedido la paz doméstica y con ella nuevas relaciones, nos hemos desengañado de que este laudable proyecto, o más bien ensayo, no promete las esperanzas que nos habíamos figurado. Los hombres y las cosas gritan por la separación, porque la desazón de cada uno compone la inquietud general”. Ya antes, en 1827, en pleno desarrollo de los sucesos de La Cosiata, Bolívar vino a Caracas a abrazar a Páez y a darle un indiscutible espaldarazo, ratificándolo como jefe superior de Venezuela. En esos momentos le ordena al general Bartolomé Salom que se acerque a Páez, “que es mi mejor amigo -le dice el Libertador- y por lo cual usted deberá consultar con él lo más conveniente...” (Carta del 14 de abril de 1827).

    Pero no sólo eso. Bolívar le comunica al caudillo llanero el 13 de septiembre de 1829, conciente del inminente desenlace de la Gran Colombia, que ha firmado una circular “convidando a todos los ciudadanos y corporaciones para que expresen formal y solemnemente sus opiniones”. Y le agrega: “Ahora puede usted instar legalmente para que el público diga lo que quiera. Ha llegado el caso de que Venezuela se pronuncie sin atender a consideración ninguna más que el bien general. Si se adoptan medidas radicales para decir lo que verdaderamente ustedes desean, las reformas serán perfectas y el espíritu público se cumplirá”.

En 1829, cuando ya la separación es casi un hecho, el Libertador le manifiesta así su resignación al general zuliano Rafael Urdaneta: “Creo que el Congreso debe dividir a Colombia con calma y justicia. Ninguna oposición debemos poner a Venezuela, porque nadie quiere hacer este sacrificio a favor de una unión política que combate interiormente con las antipatías. La Nueva Granada no nos quiere, y Venezuela no quiere obedecer a Bogotá; estamos a mano; de aquí se deduce que debemos realizar lo que desean los caudillos de estos pueblos...”

Por si fuera poco, Bolívar no vaciló en dar su decidido apoyo a Páez cuando el círculo de Santander pretendió enjuiciarlo a través del Congreso colombiano. Fue el propio Libertador quien le sugirió a Páez que no hiciera caso de aquélla maquiavélica citación, con lo cual el llanero consolidó su condición de jefe del gobierno de la sección Venezuela. Y Bolívar le escribió entonces esta sentencia patética: “A mis ojos la ruina de Colombia está consumada desde que usted fue llamado por el Congreso” (Carta del 8 de agosto de 1826).

¿Qué significa toda esta postura del Libertador frente a Páez? Pues sencillamente, que la ruptura de la Gran Colombia no fue ninguna perversa conspiración del caudillo llanero, como lo han pretendido ver algunos, sino todo lo contrario: ambos estaban al tanto de lo que ocurría y el propio Bolívar, conciente de la situación, apoyó a Páez en su conflicto con el Congreso colombiano e, incluso, auspició una consulta pública sobre el destino de la Gran Colombia. De modo que aquí no se puede ser “más papista que el Papa”: el propio Bolívar aceptó finalmente que no era viable aquél gran proyecto y, por tanto, se mostró respetuoso de la opinión pública si ella decidía lo contrario. No se empecinó en una idea que no pudiera ser sostenida por la realidad.

De allí que resulte una absoluta falacia pretender convertir a Páez en el chivo expiatorio de la ruptura, y mucho menos culparlo de la misma. Fue la realidad del momento –la geopolítica imperante, la actitud de Santander en Bogotá y la de Flores en Quito- la que llevó al naufragio el sueño bolivariano. Y el Libertador, cierto de tal situación, repito, no se cegó ante la realidad de los hechos. Por ello resulta ridículo que el chavismo pretenda convertir a Páez en el verdugo de Bolívar, cuando eso nunca estuvo planteado, y allí están las cartas del Padre de la Patria para evidenciarlo documentalmente. Los hechos son los hechos y su terquedad impide que se falsifique la historia.

La otra verdad indubitable es la de que Páez fue el fundador del Estado Venezolano en 1830. Su primer (1830-1835) y segundo (1839-1843) gobiernos están conceptuados como los mejores del siglo XIX: hubo entonces probidad administrativa, importantes obras públicas e iniciativas modernizadoras en materia educativa y jurídica, absoluta libertad de expresión; realizaciones continuadas por sus dignos sucesores, el honorable presidente civil José María Vargas –que no era su candidato, por cierto- y el probo general Carlos Soublette, respectivamente.

Por cierto que Páez, siendo el militar más notable entre todos y a pesar de que los insurrectos le habían ofrecido la dictadura, repuso con su espada y su autoridad indiscutibles al sabio Vargas cuando la conjura militarista, que pedía como botín la República en vulgar pago de sus servicios -encabezada por Pedro Carujo, el mismo intentó matar a Bolívar-, pretendió derrocar al ilustre médico y presidente en 1835. Este es, cínicamente, un capítulo que oculta malévolamente el actual régimen gobernante. Páez creía que los militares debían someterse al poder civil. Tal vez esa sea la causa de tanta ojeriza en su contra hoy día.

Que el caudillo llanero incurriera luego en graves errores es otra cosa. Así ha ocurrido siempre con prominentes hombres públicos y, por supuesto, la propia condición humana nos hace a todos susceptibles de cometer equivocaciones. No esperemos, pues, que Bolívar y Páez, por ejemplo, hayan sido la excepción.

 

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(1)          Augusto Mijares, Lo afirmativo venezolano, Editorial Dimensiones, Caracas, 1981, página 75.
(2)          Vinicio Romero, José Antonio Páez, ¿enemigo de Bolívar?, inserto en Páez: La libertad del viento, ARS Publicidad, Caracas, 1990, páginas 44-46.

 LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - 26 de diciembre de 2000.


       
PÁEZ O LA SUPERACIÓN DEL LLANERO


José Antonio Páez inicia su Autobiografía así: “El 13 de junio de 1790 nací en modesta casita, a orillas del riachuelo Curpa, cerca del pueblo de Acarigua, provincia de Barinas, Venezuela”. Quiere decir que, en su momento, Páez nació barinés, pues lo que hoy constituye el Estado Portuguesa formaba entonces parte de la provincia de Barinas.

Más allá de esta circunstancia, lo importante en Páez es su llanería plena. Su figura histórica la edifica fundamentalmente su condición de llanero y su admirable capacidad para superarse a sí mismo durante toda su larga vida. Páez es, sin duda, el prototipo del llanero venezolano. Y esa es, por otra parte, la visión popular que siempre ha existido sobre el héroe.

Páez, además, se hace llanero en Canaguá de Barinas. Huyendo de un lance personal, el futuro centauro llegará al Hato La Calzada. Allí será peón de llano, hombre de a caballo y lanza, cantador y contrapunteador, ganadero y comerciante. Esa versatilidad y capacidad suya para ser siempre el primero le irá perfilando su liderazgo indiscutido entre los llaneros. Páez les demostrará su valor, inteligencia y coraje para enfrentar cualquier reto, por difícil y complejo que sea. Comenzará aquel intrépido joven por ser el más audaz en las duras faenas del llano. Dominará entonces tareas tan exigentes como enlazar, jinetear, colear, clasificar y herrar las reses, capar los toros, sostener férreamente su caballo de cabestrero, guiar la madrina (1) y hacerse conocedor, como pocos, de los laberínticos caminos del llano y la sabana.

Toda esta experiencia le servirá después para desarrollar sus dotes de guerrero militar. Por eso serán tan suyas algunas estrategias no aprendidas en los manuales de la guerra, ni tampoco empleadas antes. Le vienen por llanero, por perspicaz y por avispado, condiciones todas del hombre del llano. Ese será el Páez de las grandes hazañas militares en la guerra independentista. El Páez que llegará a desestabilizar a los ejércitos realistas con sus iniciativas impensables, basadas en la sorpresa, el conocimiento del terreno y el valor de sus lanceros, tan llaneros y marrajos como él. Habrá que estudiar algún día, por parte de expertos en el arte militar, lo que significó su formación llanera en la destreza guerrera de Páez, a quien, por otra parte, nunca se le aguó el guarapo ni lo paralizó el temor frente al enemigo de batalla. No todos sus implacables críticos actuales, por cierto, pueden decir lo mismo cuando les tocó la hora cero.

La otra consideración importante sobre la llanería de Páez y su influencia en la guerra de la Independencia la constituye la incorporación de los llaneros a la causa patriota. Recuérdese -a este respecto- que hasta la muerte de Boves (1814) la gente de a caballo en las llanuras venezolanas estuvo al lado de los realistas. Fue la entrada de Páez a la guerra, como jefe indiscutible de los llaneros la que decidirá, al final, la suerte de la Independencia. Y la decidirá a su favor, por cierto. Porque nadie duda hoy día que la iniciativa independentista había sido sostenida hasta entonces por un grupo de mantuanos de la oligarquía caraqueña, liderizados por Bolívar. Pero esa causa no tuvo, hasta entonces, apoyo popular mayoritario, y será Páez quien con su adhesión les dará ese importante respaldo. Añádase, por si fuera poco, la importancia de los lanceros llaneros en los combates librados en las otras regiones latinoamericanas a donde fueron a combatir por la causa de la libertad. La influencia de Páez en esa gesta continental, a pesar de no haber participado directamente, es de una gran trascendencia, por su ejemplo y por la leyenda que hicieron de él los hombres del llano.

Tan temprano como en 1816 Páez se convierte en el jefe absoluto de las fuerzas llaneras, y será en 1818 cuando se encuentre con el Libertador en el Hato Cañafístola. Allí ambos jefes unen sus fuerzas y producen la derrota militar del general español Morillo. Ese mismo año, Páez es designado gobernador de Barinas y Bolívar le encomienda entonces liberar a San Fernando de Apure, tarea que cumple sin mayores problemas. De allí en adelante las proezas guerreras de Páez serán fundamentales hasta su participación estelar en la batalla de Carabobo, comandando la primera división. Allí, en el propio campo de batalla, Bolívar lo asciende a general en jefe.

Lo demás es historia más o menos conocida. El libertador le entrega el mando de Venezuela en 1821 y en 1830 será elegido primer presidente de la República, tarea colosal pues le tocará organizar el Estado venezolano, terminar de pacificar el país y regularizar las relaciones diplomáticas con el adversario ya derrotado: el imperio español. Sobre estos aspectos hay, desde luego, mucha discusión, pero -como lo señalé en el artículo anterior- existe entre los historiadores el criterio generalizado de que los dos gobiernos del caudillo llanero estuvieron entre los mejores del siglo XIX.

Desde luego que entre sus grandes equivocaciones pudiera anotarse, paradójicamente, haberse olvidado de las promesas hechas a sus llaneros en el fragor de la guerra. Porque aquellos eternos convidados de piedra, explotados y marginados durante tantos años, fueron al campo de batalla exigiendo reivindicaciones justas, talen como tierras, igualdad, justicia y libertad. Y tal vez ese sea un gran lunar en la luminosa vida de Páez: haberle fallado a quienes lo hicieron líder y caudillo de la primera hora (2), así como guerrero inigualable.

Hay, además, otro aspecto que debo destacar: la superación personal de Páez. Este es un asunto de mucha importancia a la hora de juzgarlo en su verdadera dimensión histórica. Aquel rudimentario peón de La Calzada alcanzará posteriormente verdaderos estadios de superación en todos los órdenes: jefe militar victorioso y estadista consumado; contrapunteador y virtuoso del violoncello y del piano; cantante llanero y tenor de ópera; compositor de tonadas y coplas y autor de sinfonías de alto vuelo musical. Y es el mismo hombre, el mismo llanero, sólo que en diversas circunstancias y escenarios. Pero siempre la misma vivaz inteligencia, el mismo afán por superarse, la misma chispa y versatilidad, el mismo esfuerzo poliédrico.

Páez era, ciertamente, un hombre de inteligencia excepcional. Porque si bien en su juventud fue peón, la verdad es que desempeñó tal oficio obligado por haber vivido en el centro una situación lamentable, que lo llevó a desterrarse a las sabanas de La Calzada. Sin embargo, su espíritu autodidacta es, desde entonces, realmente admirable.

En su joven madurez, Páez aprenderá hablar y leer en francés. Puede así estudiar en su lengua original a Voltaire y hasta traduce y comenta las Máximas de Napoleón Bonaparte. Aprenderá luego inglés durante su larga estadía en Nueva York, donde, incluso, compondrá numerosas canciones y hasta llegará a escribir sus memorias, algo que ningún otro presidente venezolano ha hecho hasta ahora. Era, pues, un hombre sumamente culto, leído, políglota y con una sensibilidad artística a toda prueba.

De tales condiciones personales y de su fama como guerrero y estadista, dan prueba los numerosos testimonios de reconocimiento que recibió en vida en el exterior, cuando la mezquindad y el odio lo alejaron de la Patria. Fue amigo personal e invitado de Napoléon III de Francia, de Ludovico II de Baviera y del presidente Sarmiento de Argentina y cuando se celebró un grandioso desfile en su honor en Nueva York, fue nada menos que el general Ulises Grant, vencedor de la guerra de secesión americana, su edecán en aquella ocasión.

Sin embargo, como todo político que se precie de serlo, la vida de Páez sufrió altibajos considerables. Tuvo sus momentos de gloria merecida, pero también de terribles humillaciones, como su exhibición burlesca en una jaula por las calles de Caracas o su cautiverio en el Castillo de Cumaná “donde bailaba al compás de las coplas mordaces de sus carceleros para evitar tullirse en el reducido espacio de su celda de prisionero” (3), ambas en 1849, todo ello a pesar de haber sido ya dos veces presidente de Venezuela.

En cualquier caso, este es Páez verdadero, no el que ahora pretenden desvirtuar algunos ignorantes o malintencionados negándole su auténtico sitial histórico y reduciéndolo a la infame condición de traidor a Bolívar o de oligarca conservador. Ambas cosas no las fue, por cierto, pero sus críticos las han convertido en un baldón que, sin embargo, no le han hecho -ni le harán- mella a su figura histórica.

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(1)Adelina Rodríguez Mirabal, Sabana-llano y llaneros, en Páez, la libertad del viento, ARS Publicidad, Caracas, 1990, páginas 79-81.
(2)José León Tapia, Páez Llanero, op. cit. página 77.
(3)Raúl Ramos Calles, Páez al natural, op. cit., página 98.
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - 02 de enero de 2001.

CÓMO SE DESTRUYE UN PAÍS



CÓMO SE DESTRUYE UN PAÍS
Gehard Cartay Ramírez
En 2009 la editorial Los Libros de El Nacional publicó un libro mío con el mismo título de este artículo.
Se trata de un análisis crítico que escribí entonces sobre los efectos ruinosos y catastróficos que, hasta ese momento, le había causado a Venezuela el régimen encabezado por Hugo Chávez Frías.
Aquel libro tuvo dos motivos fundamentales. Uno, dejar constancia de este tiempo destructivo y decadente de nuestra vida republicana. Y dos, enfrentar algunas opiniones, propagandísticas y falsas, según las cuales con el actual régimen había comenzado un nuevo ciclo histórico en el país, supuestamente para transformarlo y sepultar los errores del pasado.
Han transcurrido ya seis años de la publicación de aquel libro y el país está peor en todo sentido. Porque los graves problemas que existían en 2009 -analizados en ese trabajo-, ahora se han multiplicado dramáticamente. Por supuesto que estos últimos no surgieron luego, sino que son la consecuencia inevitable de las fatales equivocaciones en que incurrió el régimen chavista desde su llegada al poder en 1999, cuyas nefastas consecuencias hoy todos sufrimos.
Porque no hay que olvidar, en efecto, que el actual régimen profundizó aún más los problemas que encontró a su llegada al poder, sin haber resuelto ninguno, agravándolos todos y, por si fuera poco, creando nuevos descalabros. Desde 1999 se dedicaron a destruir un país que venía construyéndose a sí mismo durante medio siglo,  abriendo las puertas a nuevas etapas de desarrollo, progreso y paz.
Por desgracia, ese ciclo progresista de la República Civil -la mal llamada Cuarta República- se cortó en 1999, cuando una vorágine demagógica tomó el poder, ofreciendo una mejor Venezuela. Pero, como se demostró luego, aquello fue un engaño inmenso. Todo cuanto reprocharon a sus antecesores lo multiplicaron de manera colosal, concretamente en materias como la política económica (en especial, el desatinado manejo de la espectacular riqueza petrolera que inundó su gestión, el colosal endeudamiento de la República y el sobredimensionamiento del Estado venezolano), sin que podamos obviar la corrupción generalizada, nunca vista antes, y el empeoramiento de nuestra calidad de vida, a pesar de haber dispuesto de recursos suficientes para mejorarla con creces.

Pero hoy, en 2016, estamos en peores condiciones. La ruina generalizada del país y su destrucción sistemática a partir de la llegada del presente régimen en 1999 nos llevan a un desastre de proporciones apocalípticas, dicho sea responsablemente. Los venezolanos nunca habían sufrido una situación como la actual, al menos desde la Guerra Federal, desgracia que, por cierto, causó muchas menos muertes que las habidas en los últimos 17 años.

Venezuela ha retrocedido al menos cien años. Un solo elemento lo prueba: el empeoramiento de la calidad de vida de todos, para no referirnos a los demás problemas que nos acogotan. Y al respecto baste sólo señalar que hoy escasea la comida y la poca que se consigue es carísima, lo cual hace temer a muchos que nos aproximamos a una hambruna generalizada.

En este sentido, los signos son preocupantes porque hoy mucha más gente está hurgando en los basureros en busca de alimentos, algo insólito en un país que ha sido potencia petrolera y tiene las reservas petrolíferas más grandes del mundo. Un reciente reportaje del Semanario La Razón, publicado este domingo pasado, entrevistó a numerosas familias que se dedican a tan ingrata tarea. Lo hacen porque no pueden comprar comida y tienen que resolver de alguna manera cómo alimentarse: “No somos cochinos, pero no nos vamos a morir de hambre”, le dijeron a los reporteros. 

Lo que está ocurriendo en esta materia constituye una auténtica desgracia. Un reciente estudio realizado por la Universidad Central de Venezuela, la Universidad Simón Bolívar y la Universidad Católica Andrés Bello demostró que “el 87 por ciento de los venezolanos no tienen dinero para comprar comida”. Y el Centro de Documentación Cendas señaló en su último informe que “el costo de la vida aumentó 574,8% en un año, 47,9% cada mes y 1,6% cada día. Los alimentos subieron 718% entre abril de 2015 y abril de 2016” (Semanario La Razón, 05-06-2016). Toda esta catástrofe insólita también se la debemos al chavismo y su revolución bonita.

Porque si hemos llegado al colmo de que, a pesar de ser un país rico, hoy nuestro pueblo pase hambre, al no conseguir comida y la poca que puede comprar tiene precios altos como nunca, ¿habrá alguna duda de que han destruido nuestro país?

Que los perdone Dios, si acaso, porque los venezolanos no los perdonarán.
 @gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 07 de junio de 2016.