sábado, 25 de junio de 2016

"REESCRIBIENDO" LA HISTORIA




“REESCRIBIENDO" LA HISTORIA
Gehard Cartay Ramírez
                    


LA HISTORIA FALSIFICADA

Se ha demostrado suficientemente que al actual régimen le obsesiona falsificar nuestra historia.

Ya ocurrió en el pasado, cuando dictaduras de diverso signo intentaron distorsionar la historia en función de sus intereses. Mussolini se creyó heredero del antiguo Imperio Romano, y él mismo se consideraba un César al comenzar el siglo XX. Hitler instauró su Tercer Reich, a semejanza de dos anteriores que dieron origen a Alemania, sin dejar de lado la descabellada idea de la superioridad de la raza aria sobre las demás. En Cuba, la ya anciana dictadura castrista se adueñó de la figura del poeta y patriota José Martí, muerto en 1895.

El teniente coronel Chávez ha continuado con esa práctica perversa. Se ha empeñado en apropiarse de la figura de Simón Bolívar, adulterando su pensamiento liberal para convertirlo, por arte de magia, en un socialista marxista, a pesar de que Marx vino después y hasta le dedicó sus peores insultos en una mediocre biografía que escribió sobre el Libertador en 1858. Luego, en febrero de ese mismo año, en una carta a su carnal Federico Engels, calificó a Bolívar de “canalla, cobarde, brutal y miserable”, entre otras ofensas ¿Entonces, cómo podría ser Bolívar socialista y marxista?

No contento con ello, el chavismo pretende también que nuestra historia republicana comenzó por obra y gracia de Bolívar como un Supermán solitario, que sin ayuda de más nadie logró aquella proeza. Luego, mediante un salto de garrocha espectacular, borra todo lo demás, dejando a salvo a un Zamora disfrazado de socialista, y posteriormente elogiar a dictadores de la peor catadura como Cipriano Castro y Marcos Pérez Jiménez, por aquello del militarismo y “el destino manifiesto de los militares”.

Así mismo, intentan desaparecer de la historia -como si eso fuera tan fácil- la trascendencia de personajes como Páez y Guzmán Blanco, o los de La República Civil, liderada por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Jóvito Villalba, Wolfgang Larrazábal o Gustavo Machado. Como si fueran prestidigitadores de circo, creen que a esta etapa luminosa la pueden fácilmente echar al cesto de la basura llamándola despectivamente puntofijismo y satanizándola sin razón.

Más recientemente, al carecer de una épica como la que se inventaron los castrocomunistas con la leyenda de “La Sierra Maestra”, el chavismo ha pretendido borrar la renuncia del teniente coronel Chávez a la presidencia la madrugada del 12 abril de 2002 o presentar su regreso al poder 48 horas después, como consecuencia de que “millones de venezolanos se volcaron a las calles exigiendo su vuelta”.

Menos mal que todo el país vio en televisión al alto mando militar chavista anunciando la renuncia -“la cual aceptó”- del presidente. Aún así, se atreven a negar aquel suceso que todos vimos en su momento, pretendiendo reescribir la historia, al igual que ahora también niegan que fue el general Baduel el que trajo al presidente renunciante desde La Orchila a Miraflores. (Por cierto, Baduel acaba de ser condenado a ocho años de cárcel, con lo que se demuestra -una vez más- que “así paga el diablo a quien bien le sirve”.)

¿Nos va extrañar ahora que en un mural de la Urbanización 23 de Enero de Caracas pinten a Cristo y al Niño Jesús armados con metralletas?
 LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - 11-05-2010





 DECRÉPITOS Y ANACRÓNICOS

Se ha convertido en una verdadera desgracia para los venezolanos el anacronismo enfermizo y febril que afecta a quienes gobiernan al país en estos difíciles momentos.
Parece mentira que cuando el resto del mundo avanza hacia el futuro, nosotros, en cambio, estemos de regreso al pasado, inmersos en una palabrería hueca e hipócrita, que desempolva viejos delirios de grandezas de otros gobernantes megalómanos y psicópatas, a quienes la historia -como era natural- condenó al fracaso.
Se trata de una especie de maldición gitana esta recurrente vuelta a lo que algunos han llamado el gendarme necesario, una especie de fórmula mágica -y por tanto estúpida- que pretende encontrar la solución a la crisis en la figura mesiánica de un sólo hombre. Así ha pasado siempre en nuestra trágica historia, y los resultados nunca han variado: esos hombres necesarios han terminado empeorando las cosas, sin haber resuelto ningún problema, rodeados de adulantes y corruptos y, casi siempre, convertidos ellos mismos en unos grandes ladrones del erario público. Si alguien lo duda, allí están los ejemplos históricos de Guzmán Blanco, Gómez o Pérez Jiménez.
Todos ellos tienen en común el anacronismo de sus ideas, simplistas y primarias, alimentadas por sus propios delirios de grandezas. Los mandatarios ya mencionados antes, tal y como sucede actualmente con Chávez, también se sintieron la reencarnación de Bolívar. Desde luego que en sus inicios todos han manipulado la figura del Libertador por su peso descomunal en el imaginario colectivo venezolano y por la fuerza que tiene como mito y leyenda. Bolívar se ha convertido en un dios para nuestro pueblo, hasta el punto de que él es el techo -absurdamente y porque así nos lo han enseñado desde siempre- de todas nuestras aspiraciones: no se concibe a nadie superior a Bolívar y todos preferimos ser inferiores a su condición, lo que, de por sí, revela cabalmente la sobredimensión del héroe y el carácter religioso que implica su culto desde hace algunos años.
Fue Guzmán quien inició la manipulación política de Bolívar, en función de sus bastardos intereses de autócrata y dictador. Luego lo siguió el general Gómez, quien se dio hasta el lujo de nacer y morir en las mismas fechas del Libertador, sólo que 25 y 105 años después. Más tarde el general López Contreras llamaría a su partido “Cívicas Bolivarianas”. Pérez Jiménez (y no es casual que se trate, hasta ahora, de puros militares), para no quedarse atrás, también se escudó en la figura de Bolívar y sometía a los estudiantes y empleados públicos de entonces al tormento anual de aquellas fastidiosas “Semanas de la Patria”. CAP siguió el ejemplo y sin ninguna modestia dijo en 1974 que su gobierno de entonces era “el de los hijos de Bolívar”, y hasta sucumbió a la tentación de creerse parecido físicamente al Libertador por sus patillas, por su liderazgo latinoamericano y su fama de mujeriego. De modo, amigo lector, que la loquera de parecerse a Bolívar que ha afectado a algunos de nuestros presidentes no es cosa nueva, sino todo lo contrario.
Lo grave de todo esto es que quienes así actúan -incluyendo al actual mandatario- son en el fondo gente de mentalidad anacrónica y decrépita, llenos de complejos y atavismos, sin ideas propias y de un primitivismo doctrinario ridículo y cursi. Al referirse a algunos ejemplos mundiales de este tipo de gente, Mariano Picón Salas los describió así: “Muchos de los césares que espantaron al mundo volcaban, en su llamada voluntad de poderío, otras deficiencias y frustraciones de que les castigó la vida. Eran misántropos y misóginos como el Dr. Francia; sádicos como Rosas; “compadritos” que no soportaron un bachillerato completo como Perón y hablaban en la deslavazada sintaxis de sus “justicialistas”; pintores frustrados como Adolfo Hitler. O simples productos de la prehistoria, contemporáneos del jurásico o el devoniano, nacidos con millones de años de retraso, como Juan Vicente Gómez” (Regreso de tres mundos, Fondo de Cultura Económica, 1959, página 127).
Son, pues, personajes que se repiten cíclicamente. Pero todos tienen como común denominador haber nacido con retraso. No pertenecen a nuestra época y no comprenden los problemas que padecemos, ni mucho menos cómo enfrentarlos exitosamente. Por eso se refugian en su palabrería incesante, en su charlatanería insoportable, en la pérdida de tiempo miserable -para el gobernante y para quienes lo escuchan- de hablar horas y horas mientras el país sigue cayendo hacia el abismo.
Su anacronismo y decrepitud son una gravísima tragedia para los pueblos que gobiernan. Estos, lamentablemente, nunca saldrán de sus crisis porque sencillamente el gobernante atrasado vive anclado en el pasado, resulta incapaz de volver al presente y mucho menos de prepararse para entrar al futuro. Lo que requerimos en esta aciaga hora son líderes modernos, gerentes eficaces y estadistas capaces de trabajar en equipo, vista la imposibilidad de que un sólo hombre -por muy dotado que pueda ser- enfrente con acierto la problemática tan compleja que nos afecta. Y no serán estas caricaturas de gobernantes fracasados e “iluminados” al estilo de Castro, Hussein o Kadaffi quienes puedan cumplir la ciclópea tarea de hacer salir adelante a Venezuela.
El tiempo así lo demostrará plenamente. 

LA PRENSA de Barinas (Venezuela) / 05-09-2000



 

EL ANACRONISMO OFICIAL

                                             
El signo más protuberante del actual gobierno es su anacronismo. Basta con haber visto el desfile militar del pasado 5 de julio para comprobarlo plenamente.
Aquello parecía una de las ridículas Semanas de la Patria que caracterizaron a la dictadura de Pérez Jiménez. El propio teniente coronel gobernante, uniformado militarmente de gala -pero con la banda presidencial terciada que, por su condición de civil, se ganó el 8 de diciembre de 1998- rememoraba a Pérez Jiménez en sus mejores tiempos. Supongo que el mandatario disfrutó inmensamente la parodia, pues allí estaban reunidos dos de sus más caras obsesiones: el anacronismo y el militarismo.
La verdad es que este régimen se niega a ponerse al día históricamente. Se considera imbuido en el siglo 19, concretamente en sus dos primeras décadas. El teniente coronel Chávez, como bien lo ha escrito un lúcido intelectual de izquierda, Moisés Moleiro, cree que está en mitad de la batalla de Carabobo, dirigiendo con Bolívar las acciones bélicas. Y hasta allí llega su noción espacial y temporal. No se ha dado cuenta que ya entramos al siglo XXI y que hoy las prioridades son otras, y no las que plantea su discurso anacrónico y desfasado.
La Venezuela de hoy es otra, sin duda. Y no es la que cree el teniente-coronel que gobierna (?). No es la Venezuela de las montoneras o de las guerras civiles, ni la de los caudillos regionales o la de la época zamorana. Este es otro país, y hay así hay que hacérselo entender a los actuales gobernantes. Por tanto, el discurso oficial actual pudo haber servido para los días de la independencia o en las contiendas federales, pero no le sirve a un país en trance a la modernidad. Hoy lo que está planteado, sin duda, es luchar por mejorar la calidad de vida de los venezolanos, en lugar de la catajarria de habladera de pendejadas que nos ahoga todos los días desde el más alto sitial gubernamental.
La agenda, por tanto, es muy clara: lucha por la salud, el bienestar y la apertura de oportunidades de trabajo y superación para todos, por una parte, y contra la miseria, el hambre, la inseguridad, el desempleo, los malos servicios públicos y la corrupción, por la otra. Por eso fue que votaron quienes lo hicieron por el actual gobernante, y no para que nos condenara a su lastimosa palabrería hueca y anacrónica.
América Latina avanza hacia el progreso y nosotros, en cambio, vamos en sentido contrario. Las hoy progresistas economías de México, Brasil, Argentina y Chile, abiertas al mundo, realmente competitivas y portadoras de mejores niveles de vida para sus habitantes, son un claro indicio de que Venezuela se está quedando atrás, más cerca de Haití -lo que ya es mucho decir-, a pesar de que fuimos en el pasado reciente una de las más poderosas de América Latina. La diferencia estriba en que los líderes de esos países son hombres formados, gerentes modernos, abiertos a los nuevos tiempos, y no iluminados que viven anclados en el pasado, presos de una retórica que no le resuelve un sólo problema a nadie y, por el contrario, ha terminado agravándolos todos.
Definitivamente, los venezolanos nos merecemos -sobre todo pensando en el futuro de nuestros hijos- un verdadero estadista y no un hechicero de la palabra, sin capacidad para enfrentar la crisis.

LA PRENSA de Barinas (Venezuela) / 11-07-2000


  

MANIQUEÍSMO CHAVISTA

Nunca como ahora el maniqueísmo político de quienes detentan el poder se había impuesto con tanta inescrupulosidad e inmoralidad.

Maniqueos son aquellos que sólo ven las cosas en blanco y negro, negando que la realidad contenga todos los demás colores. Son aquellos que sólo valoran sus opiniones, mientras desprecian e irrespetan las ajenas. Son aquellos que niegan todo a quien no los apoya. Son aquellos que chantajean a los que piensan distinto. Son aquellos que no aceptan que la suya puede ser una opinión equivocada y que la del otro pudiera estar acertada. 

Con esta absurda manera de interpretar la realidad han terminado por creerse su propia paranoia, según el cual sólo hay “buenos” y “malos”, y ellos son, por supuesto, los primeros. Por tanto, sólo todo cuanto ellos digan o hagan es positivo para el país, mientras que lo que digan o hagan los demás siempre será malo e inconveniente. Así se resume -maniqueamente- el discurso chavista de estos 11 años, adobado con altas dosis de odio, discriminación y resentimiento de la peor especie.

Se trata de una conducta totalitaria, a partir de la cual han construido un discurso excluyente y sectario y un modo de ejercer el poder que sólo los privilegia a ellos, en desmedro de los demás, es decir, la inmensa mayoría. No es, por cierto, ninguna novedad tamaña aberración. Ya antes, unos cuantos amos del poder la habían practicado y, más recientemente, las trágicas experiencias nazifascistas y comunistas del siglo XX hicieron del maniqueísmo político un arma para destruir a sus pueblos y entrar luego al basurero de la historia, donde hoy reposan sus ideologías bastardas y anti humanistas.

Fieles a su anacronismo y condición de chatarra ideológica de la peor categoría, el chavismo ha hecho del maniqueísmo el fundamento esencial de su acción política desde el poder. Para esta auténtica oligarquía que hoy manda en Venezuela sólo los suyos son buenos, y los demás son malos. Sólo ellos son patriotas, y los demás traidores a la patria. Sólo ellos son honestos, y los demás deshonestos. Sólo ellos se preocupan por el pueblo, y los demás lo desprecian. Sólo ellos son dueños de la verdad, y los demás representantes de la mentira.

Esa distorsión de los hechos los lleva a convertir a sus ineptos en “capaces”, a sus corruptos en “honestos”, a sus lacras en “virtuosos”. Llegan a esa conclusión errónea al convertir el apoyo incondicional al jefe supremo en la única credencial para apoyar el proyecto político del chavismo en el poder. De allí a considerar a los suyos como los mejores sólo media un paso, sin importar que, en realidad, la mayoría de su cúpula podrida sean corruptos de siete suelas, ineptos e incapaces hasta el abuso, oportunistas despreciables, gente de la peor ralea. Ah, pero como apoyan al líder único, entonces esa sola condición los “purifica” y convierte en los “mejores” hombres y mujeres de la Venezuela actual.

Así es como hemos llegado a esta Venezuela absurda, dividida en dos categorías por el discurso excluyente, maniqueo y sectario del jefe único del régimen. Ellos, obviamente, siempre se autocalifican (sin modestia alguna, desde luego) como los “mejores”, los “patriotas”, los “honestos”. Por eso mismo, y de acuerdo con esa cretina manera de clasificarse y clasificar a los demás, entonces quienes no comparten su proyecto de destrucción nacional pasan a ser -de manera automática- los “oligarcas”, los “burgueses”, los “peores venezolanos”, los “traidores a la patria”, los “pitiyanquis”, y todo ese sartal de estupideces refritas que a cada rato, con ocasión o sin ella, declama el teniente coronel Chávez en sus chácharas incesantes, repetidas luego como loros amaestrados por quienes le apoyan.

Estas reflexiones me vienen a la mente a propósito de la absurda conducta del régimen ante la muerte del ex presidente argentino Néstor Kirchner. Independientemente de los méritos y defectos del difunto -sobre los cuales no voy a entrar en materia-, la desmesura del caudillo sabaneteño volvió por sus fueros: no sólo asistió a las exequias y pronunció sus habituales cursilerías describiendo al difunto como el héroe que nunca fue, sino que decretó tres días de duelo nacional. Y todo porque era un aliado político suyo.

En cambio, su mezquindad ante la muerte de dos venezolanos eminentes y honestos, los ex presidentes Herrera Campíns y Caldera, le impidió declarar ese mismo duelo nacional, a pesar de haber sido electos ambos como Jefes de Estado. Lo dicho, amigo lector: maniqueísmo puro.  

LA PRENSA, de Barinas (Venezuela) / O2-11-2010 



PATRIA SIEMPRE TUVIMOS

Patria siempre tuvimos desde que nos la legaron los Padres Libertadores.

Por eso resulta una ridícula superchería esa mentira oficialista según la cual “ahora tenemos Patria”.
     Pero no es sólo eso, sino también una ofensa incalificable contra quienes lucharon para declararnos independientes y liberarnos del imperio español. Una ofensa indigna de los próceres civiles que, encabezados por el barinés Juan Antonio Rodríguez Domínguez, firmaron el 5 de Julio de 1811 el Acta de la Independencia, y contra el Libertador Simón Bolívar y el general José Antonio Páez, comandantes de aquella proeza militar que libraron al frente de un ejército popular como pocas veces se ha visto en la historia latinoamericana.

Patria siempre tuvimos desde que Páez fundó la República en 1830. Y la tuvimos en los años sucesivos, pues si bien es cierto que entonces sufrimos las taras del caudillismo, autoritarismo y militarismo, los conductores de la República -militares o civiles- jamás permitieron que un gobierno de otro país atentara contra nuestra soberanía de patria libre e independiente.

Porque en esta materia hay que ser claros. No es verdad que la historia venezolana sólo registre tres momentos estelares, como pretende el actual régimen, que serían la Independencia, la Federación y la mal llamada “revolución bolivariana”. No es verdad. La historia venezolana es un todo, con sus claros y oscuros, pero también matizada con todos los colores que existan. Desde 1830 hemos tenido Patria, gracias a buena parte de sus gobernantes, civiles o militares, quienes, al lado de sus errores, fueron consecuentes con el legado de los Libertadores.

Y aunque pueda parecer antipático ahora cuando casi todos quieren sacarle provecho a la negación sistemática del pasado -los chavistas por avispados y los opositores por ingenuos-, no es verdad que todo fue condenable y perjudicial. Esa versión escolar y maniquea de la historia podrán tragársela algunos estúpidos, pero quienes han investigado nuestro devenir no pueden admitirla.  

Patria siempre tuvimos gracias a la valentía y el coraje de un Cipriano Castro que, en su momento, enfrentó la pretensión de potencias extranjeras de cobrar por la fuerza las deudas que el país había contraído con algunas de ellas.

Patria siempre tuvimos cuando el general Pérez Jiménez - apartando los crímenes de su dictadura- defendió la soberanía venezolana sobre Los Monjes y completó una red vial que llegó hasta apartados sitios fronterizos.

Patria siempre tuvimos gracias a la valentía y al coraje de un Rómulo Betancourt que enfrentó las pretensiones invasoras del castrocomunismo cubano contra nuestra soberanía en los años sesenta del siglo pasado. Entonces, desde La Habana se financiaron y se armaron grupos de guerrilleros para atentar contra nuestro país, su independencia y su democracia. Y fueron derrotados, políticamente por el gobierno democrático de AD y Copei, y también militarmente por unas Fuerzas Armadas, esas sí nacionalistas, valientes y a la altura de su patriotismo. 

Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Leoni concluyó con éxito el complejo siderúrgico y eléctrico de Guayana, que nos dio entonces soberanía energética.

Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Caldera pacificó al país e hizo retornar a la lucha civil a quienes se habían alzado en armas contra la democracia, aupados por la dictadura de Fidel Castro. Y también cuando en 1972 se aprobó la reversión petrolera para asegurar la soberanía sobre la infraestructura de la industria, a fin de preparar su futura nacionalización.

Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Pérez nacionalizó el petróleo y el hierro en 1976, con lo que  Venezuela pasó a manejarlos de manera autónoma e independiente, sin la intervención directa de consorcios extranjeros.

Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del presidente Herrera culminó exitosamente el cambio del patrón de refinación petrolera, mediante el cual se modernizaron sus instalaciones y Amuay pasó a ser la planta refinadora de petróleo más grande del mundo. Y también cuando en 1982 planteó ante las Naciones Unidas la reclamación venezolana sobre el Esequibo, hoy abandonada.

Patria siempre tuvimos cuando el gobierno democrático del Presidente Lusinchi rechazó enérgicamente la presencia de la corbeta colombiana Caldas en aguas venezolanas de Castillete, en lo que se interpretó como una absurda pretensión del gobierno del vecino país por internacionalizar el diferendo que aún tenemos con Colombia en materia de límites en aquella región.

Siempre tuvimos patria desde 1830. Desde entonces, durante algo más de 160 años, tuvimos Patria libre y soberana, hasta que un grupo de atarantados -hace algo más de una década- la entregaron al régimen cubano, convirtiéndola en tierra ocupada por un gobierno extranjero, algo que no había ocurrido en Venezuela desde que fuera liberada en 1821.

Tuvimos Patria hasta que los castrocomunistas cubanos fueron invitados por el actual régimen para ocupar nuestras aduanas, aeropuertos, puertos, sistemas de inteligencia, identificación y extranjería, notarías, registros, instalaciones militares, centros de salud, riquezas minerales estratégicas, que siempre antes fueron manejadas -como tiene que ser- por nuestros gobiernos y por ciudadanos venezolanos.  

Por eso resulta un cinismo absoluto que, siendo el actual régimen una colonia cubana, sus jerarcas griten a cada rato que “ahora tenemos patria”, cuando la realidad de los hechos demuestra plenamente todo lo contrario.


LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - O2-07-2013