martes, 3 de septiembre de 2013

COMPROMISO CON EL PRESENTE Y EL FUTURO

DISCURSO DE ORDEN DEL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DEL MUNICIPIO SUCRE DEL ESTADO BARINAS

(Socopó, 19 de abril de 1990)

Por estas fechas los venezolanos solemos tomar otra vez en nuestras manos el libro de la Historia.
Buscamos en sus páginas los hechos que mayor significación han tenido en nuestro azaroso proceso formativo como pueblo. Y más que recrearnos en anécdotas y detalles, intentamos extraer de aquellos episodios la fuerza telúrica que los impulsó, como buscando allí, al propio tiempo, una especie de energía ancestral capaz de contagiarnos para seguir hacia adelante y lograr las metas que aún no hemos obtenido.
A eso he venido esta mañana a Socopó: a invocar de nuevo aquel espíritu que movió a nuestros antepasados ese Jueves Santo del 19 de Abril de 1810. Y a recordar cómo aquella jornada fue la fecha clave con la que se inició la gesta independentista y tal vez, al decir de algunos historiadores, una de las primeras manifestaciones populares caraqueñas, a cuyo término el pueblo dijo no al mandato tiránico de Vicente Emparan y abrió un capítulo fascinante en la historia venezolana.
180 años después tendríamos que preguntarnos si hemos sido capaces de continuar abriendo caminos a la Patria venezolana. La respuesta se nos antoja negativa, desgarradora, terriblemente pesimista. Porque no debe ser este el país que soñaron los Padres Libertadores, ni es tampoco el que aspiramos ahora la mayoría de los venezolanos.
Podría ser, tal vez, un remedo del país que quisieron Bolívar, Sucre, Páez y Miranda, aunque seguramente ninguno de ellos estaría conforme con las taras y los vicios que hoy lo amenazan hasta en su propia existencia. No es este, ciertamente, el país de “la mayor suma de felicidad posible” que pedía el Libertador en su intento por describir el mejor gobierno para estas repúblicas latinoamericanas.
Podría ser, tal vez, un asomo de la Venezuela que soñaron Rafael Caldera, Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, aunque de seguro no calzaría los puntos a la medida del proyecto de país por el cual todos ellos lucharon denodadamente. Betancourt habló alguna vez amargamente de las verrugas de la democracia. Villalba no dejó nunca de quejarse quijotescamente por las fallas del sistema. Y Caldera acaba de hablar en estos días en Maracaibo sobre el ultimátum del pueblo a los partidos políticos, a propósito del último proceso electoral y su preocupante fenómeno abstencionista.
¿Tenemos entonces razones para estar satisfechos? Obviamente no. Cierto es, desde luego, que hemos logrado algunas metas como pueblo. Decir lo contrario sería una necedad. Hemos avanzado resueltamente en algunas áreas, pero no puede dejar de preocuparnos el hecho, dramático si se quiere, de que aquellos objetivos no alcanzados terminen por hacer palidecer -como ya por cierto así lo percibe una buena parte de los venezolanos- las conquistas obtenidas. Y esto sí sería realmente grave porque colocaría el balance histórico a favor de la tesis de quienes sostienen que nada hemos logrado en estos años.
Yo vengo hoy a hablarles como un venezolano preocupado por el rumbo de su país y como un barinés angustiado por la situación de su región. Vengo a hablarles en nombre de todos aquellos que no se sienten contentos con la que está pasando y están pidiendo a gritos un cambio para avanzar con firmeza y claridad hacia un destino mejor. Son hombres y mujeres, jóvenes y viejos, obreros y empresarios, campesinos y profesionales que no quieren seguir viviendo en un país y una región cada vez más pobres, con gobernantas mediocres y sin aliento para desafiar la crisis y vencerla. Hablo en nombre de quienes no soportamos más a una clase política, empresarial y sindical que han hecho de la corrupción el medio fácil para enriquecerse ellos y empobrecer al resto del país.
Quiero hablar en nombre de las mayorías silenciosas que no tienen voz, pero que poco a poco están formando con su silencio escandaloso la conciencia del país que viene. Ellos son el ejército de los inconformes, de los que rechazan esta mentalidad pequeña y corrupta de quienes han terminado por prostituir la función de gobernar, convirtiéndola en un medio para hacer fortuna y no de servir al pueblo.
Y quiero hablar también en nombre de los muchos compatriotas que rechazan esta sociedad de cómplices, tantas veces mentada, que cada día crece en Venezuela y que une a los más torvos intereses, ya sean de la oposición o del gobierno, por los platos de lenteja de los contratos de obras o del reparto de la piñata presupuestaria.

***

El país vive una grave crisis por la falta de credibilidad del pueblo en sus dirigentes. La palabra de los políticos está en entredicho. Y poco a nada se le cree a quien desde la tribuna pública o del cargo burocrático formula promesas que muchas veces son de difícil o imposible cumplimiento. Porque la gente ya no cree en quienes dicen una cosa hoy y otra mañana, ni en aquellos que dicen una cosa cuando están en el gobierno y otra cuando son oposición. Todo ello ha terminado por convertir a los partidos y sus dirigentes en instituciones cuya influencia pareciera ser cada vez menor en el país.
Desde luego que incurrir en generalizaciones odiosas e injustas sería una grave equivocación. Hay políticos honestos como también hay políticos tramposos. Hay políticos honrados como existen políticos corruptos. Hay políticos talentosos e inteligentes y hay políticos brutos y mediocres. “De todo hay en la viña del Señor”. Pero, por esto mismo, los políticos que queremos reivindicar el ejercicio honesto de la política  estamos en el deber de denunciar a aquellos que la han venido convirtiendo, a los ojos del pueblo, en una profesión de pillos y ladrones a quienes sólo les interesa engordar sus cuentas bancarias y procurarse los privilegios que millones de venezolanos no logran alcanzar.
Al lado del inmediatismo y la voracidad crematística de muchos de nuestros políticos crece una falta de aliento histórico para impulsar a Venezuela hacia grandes metas de progreso y bienestar. Ahora bien, ¿cómo podría importarle a un político corrupto que sólo piensa en una gran finca, espectaculares mansiones, vehículos lujosos, cuentas millonarias en el país y en el exterior, el presente y el futuro de Venezuela y de sus sectores de menores recursos y posibilidades? Quien sólo piensa en su interés personal poco o nada puede importarle el de los demás. Si Bolívar se hubiera dedicado a fomentar el ingenio azucarero de San Mateo tal vez no hubiéramos tenido en él al formidable héroe de la libertad que, dejándolo todo de lado -su riqueza personal inclusive-, murió con una camisa prestada en San Pedro Alejandrino.
Y todo esto es así porque la gente exige que la auténtica y verdadera vocación de todo político constituya una función pública, desinteresada en lo personal y fructífera en lo que conlleva de colectivo. Por ello repugna a los ojos de la mayoría cómo existen dirigentes políticos que usan el gobierno o sus cargos de representación popular sólo para lucrarse y enriquecerse, a través del tráfico de influencias y el cobro de comisiones. No se trata, en última instancia, de condenar a quienes se enriquecen por vías legítimas y legales, pues -a fin de cuentas- cualquier ciudadano tiene perfecto derecho a ello. Lo que se condena es la utilización del Poder Público, que está al servicio de todos, para fomentar la riqueza de unos pocos, entre ellos, algunos aprovechadores insertados en la clase política, empresarial y sindical.
La ausencia, pues, de una auténtica vocación de servicio público y la existencia, en su lugar, de una marcada inclinación al logro de objetivos sencillamente personales, ha terminado por restarle aliento y fuerza a la acción de quienes ahora ejercen el poder en Venezuela. En lugar de sentir progreso y seguridad para todos, los venezolanos se sienten cada vez más cercanos a una situación de grave retroceso en cuanto a desarrollo y confianza colectiva. La ley y la justicia, al parecer, sólo existen para ciertos grupos privilegiados y no para las grandes mayorías nacionales.
Como lo ha dicho en estos días monseñor Jorge Urosa Sabino, Obispo Auxiliar de Caracas, estamos asistiendo a una crisis que desgarra al país, no por razones propiamente económicas, sino por una severa inversión de valores éticos, morales y sociales. Uno de esos valores, probablemente aquel que hace más fuerte a cualquier colectividad humana, es el valor de la solidaridad.
Y en Venezuela la falta de solidaridad humana se traduce en la indolencia del gobierno frente a los intereses populares, al no garantizar como es debido la correcta prestación de los servicios públicos, el funcionamiento idóneo de los hospitales y centros de salud, la buena marcha de escuelas y liceos públicos. Pero también esa falta de solidaridad gubernamental hacia los más oprimidos se convierte en un asunto singularmente escandaloso cuando observamos cómo a diario crecen la miseria, el hambre, la marginalidad y la pobreza en nuestros barrios urbanos y poblaciones rurales.
Por cierto que, a este respecto, Barinas ocupa hoy por hoy el bochornoso récord de ser el segundo estado del país en cuanto a pobreza crítica y el primero en mortalidad infantil, todo lo cual habla por sí sólo en relación a la capacidad y al trabajo de nuestros gobernantes regionales. Y sería, además, la única explicación posible al hecho insólito de la paralización del hospital de Socopó, tan ansiosamente esperado por esta laboriosa comunidad.
La otra gran crisis que nos sacude está unida a la negligencia y la pereza que nos gobiernan en los más altos niveles de la Nación. No hay aliento ni grandeza de objetivos, porque así lo impiden la falta de carácter y de mística que, en mala hora, se han apoderado de quienes conducen el gobierno a nivel nacional y regional. Esas mentalidades pequeñas y mediocres son incapaces de luchar contra la inflación, la especulación y el desempleo que golpean con mayor fuerza a la clase media y a los sectores humildes venezolanos. Y a su lado, burócratas y tecnócratas fríos e insensibles, de espaldas a la realidad del país, pretenden experimentar con el sufrimiento del pueblo sus recetas económicas y financieras, creando así, de paso, el caldo de cultivo para que se repita en cualquier momento otro sacudón como el del 27 de febrero del año pasado.
Como bien lo acaba decir también Monseñor Urosa Sabino en su Sermón de las Siete Palabras, “es deber de la sociedad reclamar, hacerse sentir a través de la opinión pública en contra de los criminales. Los venezolanos no podemos ser tratados como unos cualquieras”, añade. “Debemos legitimar nuestros derechos para que aquellos cumplan de verdad con sus deberes para con el pueblo que los colocó allí. Debemos protestar y solidarizarnos -agrega el jerarca católico- con esos hermanos en nuestros barrios, sin agua, sin comida, sin techo…” (El Nacional, 14 de abril de 1990).
La protesta es, pues, agrego yo, una bandera lícita y legítima en las manos del pueblo. Es, además, una conquista democrática, consagrada en la Constitución Nacional. Y sería un crimen contra nuestros hijos si permaneciéramos pasivos y callados más tiempo, mientras Venezuela se desangra por los cuatro costados, gracias a quienes saquearon y aún saquean nuestros recursos financieros para depositarlos en sus cuentas de los bancos extranjeros de Miami o de Suiza, mientras aquí crecen todos los días la pobreza crítica, el hambre y la miseria.
Hay otra reflexión que también nos impone la dramática hora presente: la de evitar que se haga cada vez más profunda la brecha entre el país nacional y el país político. Si los políticos y los partidos seguimos reduciendo todo nuestro análisis y todo nuestro discurso, nuestra propia visión del país, al simple conteo de votos, es decir, a una descarada noción electorera de la realidad nacional, entonces corremos el riesgo de que todo se venga abajo por la fuerza de la demagogia y el populismo, y poco o nada podremos hacer, en consecuencia, por transformar de verdad un proyecto político que presenta serias deficiencias a esta altura de su realización, y así   cerrarle las puertas a modelos neo autoritarios militaristas, fascistas o comunistas, aún latentes y al acecho.
Porque los votos no son el único objetivo de la praxis política, ni justifican el compromiso de los políticos. A los venezolanos en general, políticos o no, lo que les interesa es que el país marche hacia adelante, sin retrocesos anacrónicos y negativos; que el gobierno cumpla con sus funciones; que los servicios públicos sean eficientes; que se combata la corrupción; que haya políticas eficientes para reducir al mínimo posible la pobreza y el desempleo; y que alcancemos todos, sin exclusiones, verdaderas metas de progreso y desarrollo.
Tenemos que evitar que siga creciendo la ya evidente distancia entre los políticos y el resto de los ciudadanos. Y esto sólo será posible en la medida en que los políticos no sigan siendo una casta que sólo se interesa por sus problemas, que sólo se ocupa de lo estrictamente “político” y que todo lo reduce -repito- a una visión electoralista y clientelar, en beneficio de sus intereses personales o de grupo.
Los venezolanos, pues, quieren una democracia, unos partidos y unos políticos que se ocupen de sacar al país del atolladero en que ahora se encuentra. Pero ese objetivo sólo puede darse si la clase política -y la empresarial y sindical también- se esmera en ser digna, ejemplar, honesta, auténtica, capaz, con vocación de servicio, con visión de futuro, con altura de metas y con una mayor capacidad de representación hacia quienes en cada proceso electoral le confían su mandato.
Y conste que estas palabras las dice un político activo, militante de un partido. Pero un político que quiere rescatar, junto con muchos otros políticos más, el sentido ético y eficiente de la política. Y sobre todo, un dirigente político para quien la política envuelve una profunda vocación de servicio público, y no un conjunto de privilegios para servirse a sí mismo y enriquecerse con los dineros del pueblo.
El país quiere cambiar, y sus dirigentes tenemos que hacer posible ese cambio. Nos avergüenza cómo, en pocos años, Venezuela pasó de ser un país opulento a un país con altos niveles de pobreza; cómo de la riqueza mal administrada y peor distribuida, hemos devenido en una sociedad donde más del 60 por ciento de sus habitantes han visto agravar sus necesidades fundamentales; cómo aquella riqueza fácil se transforma en penuria que hoy ensombrece la vida de la gran mayoría de nuestros compatriotas.
Si todo esto advino con asombrosa rapidez en casi dos décadas, a los dirigentes que representamos el relevo necesario se nos impone una inmensa tarea y un gran desafío en los años futuros. Se nos ha dicho hasta el cansancio que, a pesar de todo, el país aún tiene a su disposición cuantiosos recursos para su recuperación, y creo que esto es cierto. Pero para que no se repitan los errores del pasado, para que no caigamos en las tentaciones que nos han traído hasta este precipicio donde hoy nos encontramos, los nuevos dirigentes tenemos que actuar, más que siguiendo recetas económicas o fiscales, con apego a una actitud moral y ética que permita alcanzar lo que ahora y siempre deseamos los venezolanos: una nación próspera y desarrollada.

***

Quiero ahora hacer una reflexión sobre nuestra región. La situación
de Barinas es vivo ejemplo de la crisis que nos acogota. Nunca antes, en verdad, nuestro estado había sufrido una coyuntura como la que ahora atravesamos y que, por otra parte, tiende a agravarse aún más cada día que pasa.
Permítaseme decir que soy un convencido de las extraordinarias posibilidades de nuestra región. Difícilmente existe en Venezuela o en el continente una porción de tierra fértil y generosa como la nuestra, con agua abundante y recursos naturales de todo género, desde el petróleo incesante en el subsuelo, pasando por las riquezas pecuarias, agrícolas y forestales que se posan a lo largo y ancho de su extensa geografía, hasta disponer de los mejores suelos del país para el desarrollo de la agricultura. Barinas tiene 35.200 kilómetros cuadrados de llanos y montañas promisoras, con hombres y mujeres laboriosos, cuyo mejor ejemplo, por cierto, se consigue aquí en Socopó y en esta área del piedemonte barinés. De modo, pues, que hemos sido benditos por Dios al vivir en este franja maravillosa de tierra venezolana.
Y, sin embargo, Barinas vive una severa crisis. Pudiéramos citar los versos de nuestro poeta Alberto Arvelo Torrealba al decir que nuestra región se encuentra todavía “parada con tanto rumbo, con agua y muerta de sed”. Somos un emporio de riquezas con la mayoría de sus gentes en lamentables condiciones de pobreza y desamparo. Y alguna causa debe ser la culpable de esta paradójica situación.
Yo afirmo sin duda alguna que los responsables no pueden ser otros sino aquellos a quienes les hemos dado la oportunidad para que gobiernen y no han sido capaces de aprovechar nuestras riquezas naturales para beneficio del desarrollo barinés. Han desaprovechado lo que la Providencia nos ha regalado a todos para -en cambio- entregárselos a una minoría plutocrática y corrompida. Son los mismos que han utilizado el poder para enriquecerse ellos, olvidando que la función de gobierno es fundamentalmente una función de servicio público, y sobre todo de atención a los más pobres.
Esa falta de sensibilidad social es la que explica porque están quebradas la agricultura y la cría, que han sido siempre el soporte de la economía regional. Esa falta de solidaridad y de equidad es la que explica también las fallas de nuestros servicios públicos, la pésima vialidad rural, la falta de asistencia crediticia a nuestros campesinos y agricultores, la creciente inseguridad y violencia que se han apoderado del campo barinés, la crisis de la salud y la educación, el desempleo, la miseria y el hambre. Se ha gobernado para una minoría selecta y se ha abandonado al pueblo. Y ese es la principal razón para que estemos como estamos ahora.
Hay entonces que gobernar para las grandes mayorías y no para un grupito de privilegiados. Lo prioritario ahora es lograr que los sectores más necesitados tengan la posibilidad de trabajar y de superarse, creando para ello las condiciones mínimas para un ingreso suficiente y progresivo que les permita satisfacer sus necesidades. Debe igualmente lucharse, sin tregua ni descanso, para lograr mejoras sustanciales en la prestación de los servicios públicos, entre ellos, la salud, educación, seguridad personal, recreación, agua, transporte, electricidad, aseo y comunicaciones. Y debemos igualmente combatir a fondo para que se jerarquicen, realmente, las prioridades fundamentales para el desarrollo auténtico y sostenido de Barinas, a saber, la agricultura, la salud, los servicios públicos, fuentes de trabajo, pequeña y mediana industria, conservación de nuestros recursos naturales renovables, seguridad, educación, turismo y deportes.
Pero para que estos grandes objetivos se cumplan, los barineses tenemos que luchar en conjunto, creando conciencia sobre el valor de la protesta cívica y las manifestaciones democráticas, obligando así a quienes gobiernan a rectificar los errores que se empecinan en repetir día a día. Porque debe saberse de una buena vez que en toda democracia la palabra del pueblo y de la opinión pública es fundamental para los gobernantes, y que estos, en última instancia, son simples mandatarios nuestros que están obligados a trabajar en la dirección que las grandes mayorías les señalen. Y esto es bueno recordarlo en estos tiempos de sordera de muchos gobernantes alejados del sufrimiento y la angustia de los venezolanos.
Por estas fechas, decíamos al inicio, los venezolanos solemos tomar otra vez en nuestras manos el libro de la Historia.
Porque estas fechas, señoras y señores, también son propicias para preguntarnos, en este formidable empeño que debe ser común, qué podemos hacer por Venezuela y por Barinas en los próximos años. La Patria grande y la Patria chica están urgidas del concurso de todos nosotros.
Y es que este nuevo 19 de abril es fecha propicia para renovar nuestro irrenunciable compromiso con el presente y el futuro de Venezuela.
Muchas gracias.