martes, 26 de marzo de 2013

CONTRA  LA USURPACION Y LA MENTIRA
Gehard Cartay Ramírez
Al usurpador que está en Miraflores no lo eligió la gente como presidente, ni tampoco como candidato presidencial del régimen.
Seguramente a él eso lo importa un pito. Le basta con que lo haya ungido para ambas posiciones el extinto presidente y jefe único del proceso. Al fin y al cabo, esa siempre fue la práctica del difunto: el menosprecio por la opinión y la voluntad soberana de las mayorías y la absoluta convicción de que sólo él era el único capaz de escoger a los demás.
Por eso, Maduro, el usurpador, hace todo cuanto puede para demostrar que él no es él, sino el ungido del finado. Por eso mismo, y sin ningún escrúpulo ni respeto por su fallecido jefe, inició su campaña electoral detrás de la urna de este. Por eso mismo, en auxilio a su mediocridad escandalosa, sus discursos son una repetición de frases del desaparecido, a quien nombra miles de veces desde la inseguridad que lo caracteriza por ser alguien sin personalidad propia. Porque eso es lo que ha terminado siendo: una caricatura de quien lo puso allí.
Por supuesto que la lógica del régimen no podía ser otra. Un movimiento caudillista, personalista, basado en una jefatura única que ordenaba y los demás obedecían, todo ello bajo una disciplina militar, no podía ser de otra manera. La verdad es que Chávez hizo de su partido un simple ejército, que sólo obedecía a su exclusiva voluntad. Y temeroso tal vez de perder su influencia, nunca dejó que alguien de los suyos se destacara como posible relevo.
Quien quiso ser alguien en los niveles altos y medios -exceptuando la presidencia, por supuesto- sabía que tenía que ser escogido por Chávez. Esto suponía, desde luego, obsecuencia absoluta al caudillo. Y si alguna vez este se sintió traicionado por alguien, solamente un ejercicio de contrición y lealtad perruna pudo permitir el regreso al redil cercano, como sucedió con Arias Cárdenas.
Al no existir sino la única voluntad del jefe, nadie más podía decidir. Por eso mismo, los candidatos a gobernadores, alcaldes y diputados fueron siempre nombrados por el caudillo sabaneteño. A nadie podía extrañar entonces que hiciera lo mismo cuando, vencido finalmente por la enfermedad que lo mató, nombrara por cadena de radial y televisiva -fiel a su estilo- al sucesor. Entonces, como siempre, nada le importó la opinión de los demás.
Por eso Maduro es candidato, sin tener otros méritos que haber cultivado el apoyo del jefe único, a quien también lo recomendaron los hermanos Castro, por ser una ficha de la dictadura cubana en Venezuela. Y esto último es gravísimo. El hecho de ser el hombre de Cuba en Venezuela, supone que, si es elegido, se acentuará la dependencia del régimen de la tiranía castrista, con todos los riesgos que ello implica y que ya conocemos en cierto modo.
Sólo un personaje gris y mediocre, sin condiciones ni méritos para aspirar al sitial que hoy usurpa por la complicidad de los poderes legislativo y judicial, podía ser la persona escogida. Su jefe único no podía aceptar que otro le pudiera hacer sombra ni siquiera después de muerto. Tal vez por eso -y porque nada nunca es seguro-, el inefable candidato del régimen hoy hace todo lo posible para cumplir con ese encargo. Más adelante, si logra sus propósitos de ahora, hará lo que siempre hacen los segundones: echar a un lado a quien lo encumbró y erigirse en otro jefe absoluto. Los hermanos Castro tal vez ya se lo hayan recomendado.
Lo más grave es que se trata de un personaje desconocido, que ha hecho de la mentira su signo, como lo demostró su sarta de embustes sobre la situación del Chávez moribundo. Un sujeto que no reúne las mínimas condiciones para aspirar la presidencia: carece de liderazgo propio, no tiene formación intelectual ni administrativa y muestra una orfandad absoluta en materia de capacidad y carácter para el cargo que usurpa y aspira revalidar.
Los 100 días que ha estado usurpando la presidencia son suficientes para darnos una idea del personaje. Son 100 días en que todo ha empeorado: dos devaluaciones de nuestra moneda, más inflación, inseguridad, desempleo, pobreza, escasez y servicios públicos inservibles, entre otras calamidades agravadas. Si esto es lo que ha hecho en 100 días usurpando el cargo, imagínense la desgracia si llegara a estar allí más tiempo.
Por eso es un deber de conciencia derrotar la usurpación y la mentira, y elegir a Capriles Radonski como presidente. Se trata de un líder en ascenso, que siempre ha sido elegido por el pueblo para los cargos que ha ejercido (diputado, alcalde, gobernador), incluyendo su candidatura presidencial, y nunca por el dedo de nadie. Tiene experiencia de gobierno e ideas y equipos para hacerlo como presidente de la República. Todo lo contrario al usurpador.     

(LA PRENSA de Barinas - Martes, 26 de marzo de 2013) 



domingo, 24 de marzo de 2013



EN LA TIERRA DE SUS LUCHAS, GENERAL ZAMORA

Discurso de Orden pronunciado por el diputado
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
 ante el Concejo Municipal del Distrito Barinas

 (Santa Inés, 10 de diciembre de 1982)

Aquí estamos, nuevamente, en la tierra de sus luchas, General Zamora.
Hemos venido a conmemorar un nuevo aniversario de aquella fiera batalla de Santa Inés, el pueblo que desde entonces entró en la historia patria.
Mire Usted, General, como todo sigue casi igual, como nada ha cambiado desde entonces.
El pueblo sigue siendo pequeño, acogedor y paciente, como todos los pueblos llaneros. Allí están los árboles centenarios que lo vieron pasar a Usted y a su tropa de valientes. Allí sigue ondeando el río, murmurando voces que sólo el llano sabe traducir. Y debajo de esta sombra placentera, alrededor de la Plaza que ahora lleva su nombre, la gente sigue esperando justicia y pan, las mismas cosas por las que Usted luchó hasta que cayó mortalmente en San Carlos.
Pero aquí también sigue viva la esperanza, General Zamora. La gente no se ha dejado apesadumbrar por el pesimismo y los negadores de siempre. El pueblo sabe que no todo está hecho y que en el futuro habrá que ganar nuevas batallas contra el hambre, la miseria y el escepticismo. Pero sigue en pié de lucha, con el mismo ánimo y el mismo coraje de los hombres que entonces lo acompañaron con fe a Usted, General del Pueblo Soberano.
Aquí estamos, pues, evocando aquellos días de diciembre de 1859, cuando Usted libró una batalla que cambió el curso de la práctica militar y de la guerra en Venezuela y el continente.
Pero no nos enorgullece la guerra, General. La guerra no puede ser motivo de orgullo para los hombres. Nos enorgullecen su coraje, su voluntad y su testimonio. Porque Usted ha sido uno de los pocos revolucionarios que no se dejó arrinconar en el limbo de la teoría y de las especulaciones, como sucede a tantos fatuos e hipócritas que presumen de revolucionarios. Usted fue a la brega por el pueblo y por una revolución que todavía no ha sido plenamente justificada ante la Historia por quienes vinimos después.
Por eso estamos aquí, con el libro de la Historia en las manos.

***

Cuenta José León Tapia que días antes de la batalla, Usted salió de Barinas hacia la Mesa de Cabascas, cerca de Guanare, a conseguirse con el futuro Mariscal Falcón. Eran cuñados y amigos, a pesar de que habían hecho surgir entre ambos rivalidades y mezquindades por el liderazgo de la Causa. Pero allí se entendieron, sirviendo de mediador José Desiderio Trías. Se pusieron de acuerdo para las próximas batallas y Usted, General Zamora, fue desde entonces comandante del ejército, dejando a su cuñado como Presidente en campaña.
Por los caminos polvorientos del llano se vino con su gente hacia Barinas, atravesando ríos y quebradas, oliendo el mastranto de la sabana y espantando a los pájaros con el ruido de su caballería. En Barinas amaneció con su tropa el 27 de octubre y desde entonces se dedicó febrilmente a preparar su estrategia. Cuando llegó a Santa Inés, la gente del gobierno no sabía dónde estaban Usted y su ejército. Los habla confundido y mientras el general Pedro Ramos, del ejército godo, se dirigía hacia El Real, ya Usted estaba aquí cerca, mandando a construir las trincheras y veredas desde donde sus 3000 hombres derrotarían a las huestes de Caracas.
Los tiros comenzaron el 9 de diciembre cuando la caballería de León Colina abrió fuegos en La Palma, cerca de Santa Inés. Pero la cosa fue realmente al día siguiente, el 10 de diciembre, como lo inmortalizó el Escudo de Barinas. Usted se levantó temprano ese día, General, y con el alba y el rocío de la sabana, discutió su estrategia con el Estado Mayor. Lo acompañaban entonces el joven Guzmán Blanco y Level de Goda, ambos lugartenientes suyos.
Después distribuyó sus hombres en las trincheras. Allí, en la que mandó a excavar a la salida del pueblo, puso a Rafael Petit y sus 200 hombres. Más allá el ingeniero Charquet, el hombre que dirigió el trabajo de campo, defendía otra vereda. Y más allá, a la entrada de la sabana, en el Trapiche de San José, José Desiderio Trías, Juan José Mora y el general Francisco de Paula 0rtíz, esperaban sus órdenes al frente de la soldadera.
Como a las 10 de la mañana comenzó la batalla. Si lo que dicen los libros es cierto, Usted debe recordar, General, cómo fueron cayendo las tropas del gobierno. Caían unos tras otros, sin saber de dónde les disparaban, muriendo sin atisbar lo que pasaba. A todas estas, la lucha era más fiera allá en el cañaveral del rio. El enemigo estaba confundido. Estaba perdiendo la batalla, creyendo, al mismo tiempo, que la ganaba.
Hacia la tarde Usted dirigió la ofensiva final, pasando por encima de montones de muertos y de armas tiradas, entre el polvo y el humo que componen la neblina de la guerra. Ya en la noche, Usted había conseguido la victoria. El adversario se retiraba en desorden, maltratado el orgullo caraqueño y oligarca de sus generales.
Y amaneció de fiesta la sabana, embanderada de amarillo y de alegría, mientras Usted tocaba el clarín frente al cielo azul de Santa Inés.

***

Desde entonces hasta hoy han pasado ya ciento veintitrés años. Ya Usted no está, General, ni aquellos hombres tampoco. Las trincheras se han enmontado y la tierra ha cubierto los pertrechos que quedaron después de la batalla. Ahora todo es silencio y calma, mientras el viento y los pájaros entonan su canción de siempre.
Hace pocos años, en parranda de ocasión, vinieron por aquí a ofrecerle un parque a Usted, General, a sus hombres y a este humilde pueblo llanero. Se dijeron entonces discursos altisonantes y demagógicos, con su carga de palabras huecas y rimbombantes. La megalomanía entonces imperante en el Poder vino aquí a proclamar una segunda Federación, mancillando estos campos -donde los suyos y los otros- regaron su sangre, con promesas demagógicas que nunca se cumplieron.
Aquellas palabras se las llevó el viento, y Santa Inés sólo pudo ver de lejos la fiesta de bebidas y comilonas conque pretendieron festejar la fecha de la batalla. Ese día, Usted, General, debió sentirse triste y encolerizado ante tanta farsa y tanta mentira.
Contra esa Venezuela hablachenta y ebria de falsas grandezas, es nuestra lucha ahora, General. Contra esa Venezuela licenciosa, sórdida e inútil, dispararemos nuestras armas del esfuerzo y del trabajo creador. Iremos a esas nuevas batallas, con la fe decidida que nos caracteriza a quienes creemos en un futuro mejor.
Déjeme decirle, sin embargo, que después de cien años de su lucha, el país no es el de entonces. Hemos avanzado en muchos aspectos. Ahora somos una democracia, imperfecta, con fallas, claro está, pero un régimen que al fin y al cabo, como dice el lugar común, “es el menos malo de todos”. Nos toca, sin embargo, superarlo, mejorarlo y perfeccionarlo.
Ya no somos, como en su época, tierra de caudillos y montoneras, donde las “revoluciones”, a cada cual la más inútil, se sucedían de manera interminable. Usted recuerda cómo entonces cualquier cacique con pretensiones de grandeza usaba a sus peones para llegar al poder. Instalados allí, como luego sucedería con su lugarteniente Guzmán Blanco, se traicionaban los ideales para entregarse después al disfrute sensual del poder y la riqueza.
Ya no somos, le repito, aquél pueblo arisco de antes. Ahora vivimos bajo un régimen alternativo que cumplirá 25 años en enero de 1983. Y se ha dicho que nunca como ahora el país había vivido un período tan prolongado de estabilidad y respeto a las libertades ciudadanas.
Yo no he venido, sin embargo, a hablarle a Usted de las bondades de nuestra democracia. No pertenezco ni a quienes la niegan ni a quienes les riegan incienso piadosa y calladamente. Estoy ubicado al lado de quienes quieren preservarla, a costa de mejorarla y superarla.
Esa es la angustia de los jóvenes de hoy, General. Queremos una democracia que pueda deslastrarse de los vicios que hoy la azotan: ineficacia, corrupción y falta de sensibilidad social. Queremos una democracia que sirva a todos, y no a unos pocos. Queremos una democracia por sobre las palabras y más allá de las buenas intenciones. Queremos una democracia de verdad. Una democracia al servicio del hombre venezolano, capaz de comprenderlo en sus angustias y satisfacerlo en sus necesidades.
Esta democracia nuestra está pidiendo frescura de ideales, limpieza de principios y rectitud de procederes. No quiere dejarse contaminar por los virus que a cada rato surgen intentando minarla y acabarla. Quiere derrotarlos a todos y por eso mismo está reclamando honestidad y capacidad a sus dirigentes de hoy y de mañana. Y en esta tarea, puede Usted estar seguro de que la futura Historia unirá a gruesos contingentes de venezolanos que quieren ganarse limpiamente el porvenir.
Como Usted, General Zamora, quiso hacerlo, en este mismo sitio, hace ya ciento veintitrés años.
Muchas gracias.

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA BATALLA DEL FUTURO

Discurso de Orden pronunciado por el diputado
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
 Ante el Concejo Municipal del Distrito Palavecino del Estado Lara

(Cabudare, 25 de noviembre de 1982)

La generosidad del Ilustre Concejo Municipal del Distrito Palavecino me brinda la oportunidad de venir esta mañana a conversar con Ustedes.
Yo agradezco profundamente esta invitación porque podría decir que me siento como en mi propia tierra: he salido de Barinas y llegado a Cabudare, casi sin dejar de pisar tierra llanera. Al fin y al cabo, no es fortuita la circunstancia de que, partir de estos parajes, se abra la llanura portugueseña en sentido suroeste. Y yo, que soy llanero de Barinas, al contemplar el paisaje de esta tierra me he sentido cobijado por su calor y su gente.
Se me antoja, además, que Cabudare es una especie de remanso de la buena amistad, juntando solidaridad y cariño como juntó poco a poco sus casas y su gente para que se formara esta hoy pujante ciudad. Porque Cabudare, según cuenta don Rafael Domingo Silva Uzcátegui en su Enciclopedia Larense, no puede precisar la fecha de su fundación a causa de haber ido “formándose lentamente a través de los años”. Aquél caserío de nombre tan sonoro y exótico que Pablo Neruda, el gran poeta chileno, creyó sinónimo del agua; aquel caserío, repito, cercano “al oriente del de Taravana, en el camino que de Barquisimeto conduce a los Llanos”, bien pudo fundarse en 1700, a juzgar por la importancia que la Iglesia Católica -con su sagacidad sociológica de siempre- le otorgó entonces al convertirla en parroquia separada del “Pueblo del Cerrito de Santa Rosa”, según nos cuenta Juan de Dios Meleán, citado por Mac Pherson en su Diccionario del estado Lara.
Debió ser apacible y tranquila la estancia de la vida de aquellos años en Cabudare, antes de acercarse tanto, como ahora, a Barquisimeto. Aquí, abajo, a orillas del río Turbio, las aguas regaban generosamente anchas extensiones de caña de azúcar, mientras que más allá pastoreaban las vacas y las cabras. Y mientras tanto, arriba, en la serranía, crecían los cafetos, al lado del maíz y de los bosques, cuya madera debió ser buena para la ebanistería como sus plantas para la medicina. Cabudare fue, además, excelente productor de aguardiente de caña, bien saboreado por el exigente paladar de llaneros y centrales.
Cabudare fue así mismo tierra de guerreros heroicos de nuestra Independencia, como aquel Cristóbal Palavecino que fue guerrillero de la libertad. O aquél José Gregorio Bastidas, su compañero de luchas, que luego marcharía al lado de Páez en Carabobo el día de la victoria definitiva de la Patria.
Cabudare vio también iniciar la carrera política fulgurante de don Simón Planas, senador por Barquisimeto y ministro del Interior de José Gregorio Monagas, a quien acompañaría en la firma del Decreto que abolió para siempre la esclavitud en Venezuela. 0 cuna del doctor Juan de Dios Ponte, juez, letrado, parlamentario, filántropo, emprendedor, empresario, modernizador y futurista, a cuya lúcida mentalidad y decidida actividad se deben muchos logros alcanzados por esta región en el siglo anterior.
Son hombres y hechos de esta tierra que dicen mucho de su pasado luminoso. Y no seré yo quien este mañana pretenda enseñar a Ustedes lo que ya saben por haberlo vivido -de generación en generación- en todos estos años, ni quien -por las mismas razones- me detenga a hacer mayores consideraciones históricas sobre otros hombres, hechos y circunstancias que Ustedes conocen mejor que yo.

****
Hablemos entonces del presente, de la promisión posible y de los desafíos fascinantes del porvenir, de nosotros mismos y de quienes vendrán después. Y no hay mejor tribuna que la que Ustedes me ofrecen en este recinto municipal del pueblo.
Ya se ha repetido hasta la saciedad que, en efecto, los Concejos Municipales constituyen las instituciones más cercanas a la comunidad y, por esto mismo, las que mejor entienden y perciben sus más apremiantes necesidades y aspiraciones. Esa cercanía con el pueblo las ha venido enfrentando a la grave responsabilidad de convertirse en su mejor aliado y en su más cabal instrumento de realización.
En un sistema democrático como el nuestro, pasando por sus evidentes carencias y problemas, la Municipalidad desarrolla una misión francamente trascendente. La democracia, que de acuerdo con aquel lugar común debería ser el gobierno del pueblo, ha sembrado sus bases más profundas en la institución de los Concejos Municipales. De allí que su función, buena o mala, sea tan cara a la viabilidad futura del experimento democrático. Y si enfrentamos las cosas con la sinceridad que reclaman estos tiempos, claramente, sin ofender a nadie, pero sin callar tampoco lo que todo el mundo conoce, estamos entonces en la obligación de decir unas cuantas verdades.
Una de ellas, sin duda, es que la experiencia municipal en Venezuela, salvo las naturales excepciones, no fue antes exitosa ni feliz como lo hubieran deseado los venezolanos. Hace ya algunos años, asistimos a una degradación insólita de los Concejos Municipales. En muchos casos, la incapacidad, la negligencia y la corrupción les impidieron acercarse a los fines que les dieron nacimiento. Esas fallas perjudicaron sus vínculos con las comunidades y fueron abono eficaz para el descrédito de nuestra joven democracia.
Fueron muchas las causas y numerosos los culpables. El clientelismo electoral, la demagogia y la falta de tino de los partidos a la hora de seleccionar sus candidatos, unidas a las pugnas estériles que asfixiaban sospechosos conciliábulos de peores intereses, así como la escasez de medios o la ausencia de sensibilidad social, separadas o juntas, todas estas taras fueron debilitando nuestros Concejos Municipales hasta robarles el aliento para seguir adelante. El hombre común y corriente del pueblo dejó de sentir a las Municipalidades como su instrumento de participación más próximo, a través del cual alcanzar la realización de las angustias colectivas.
No se puede pensar, hay que advertirlo, que todo cuanto pasaba era culpa de los propios Cabildos. No podía tampoco apelarse al simplismo o la arbitrariedad de juzgarlos sin buscar las otras causas de sus fallas y errores. Se trataba de problemas estructurales y de causas superiores. No se había aprobado, por ejemplo, una legislación nacional orgánica en materia municipal. No se habían establecido mecanismos de coordinación en la ejecución de programas con el poder regional o nacional. No se había entendido, y pienso que aún se sigue sin comprenderlo a plenitud, que el Municipio debe ser la palanca autónoma e independiente, capaz de proveer por sí sólo a la consecución de sus fines.
Afortunadamente, se ha hecho un esfuerzo común para enderezar entuertos y corregir el rumbo. Sin ser la panacea que teóricamente supone toda regla legal, se han producido dos hechos francamente auspiciosos.
Uno, la posibilidad de elegir en comicios separados a los miembros de los Ayuntamientos, experimento que apenas se acaba de iniciar en junio de 1979. Ya no tendremos que elegir candidatos anónimos o desconocidos, escogidos clandestinamente detrás del carisma de un candidato presidencial o de la fortuna electoral de una maquinaria partidista. La elección separada supone una mejor selección de los candidatos, aunque personalmente suscribo la tesis de una escogencia uninominal, con nombres y apellidos, sin listas a dedo, que posibilite una más directa escogencia de los concejales. Aún así, el mecanismo recién establecido bien puede ser la antesala para una elección de primer grado que perfeccione la más absoluta voluntad del elector.
La otra circunstancia la constituye la aprobación de la nueva Ley Orgánica de Régimen Municipal. Este novedoso régimen legal dota a las corporaciones municipales de una nueva estructura interna tendiente a mejorar la administración y el control de sus recursos, así como la prestación de los servicios y un contacto mayor de los Cabildos con el pueblo y sus exigencias.
Pero no nos hagamos la necia ilusión de pensar que todas estas reformas ayudarán por sí solas a mejorar los Ayuntamientos. Si no hay una recia voluntad para llevarlos a la práctica, si no se trabaja más duro y si no se hace realidad aquella máxima del Libertador según la cual “la mejor política es la honradez”, será muy difícil responder al cambio obligado que las circunstancias actuales y futuras están planteando con urgencia a nuestros Consejos Municipales.

***

Otras reflexiones sacuden también nuestra conciencia, sobre todo cuando miramos el pasado, el presente y el porvenir venezolanos.
No resisto la tentación de echar mano al socorrido y repetido argumento de que Venezuela lo ha tenido todo, riqueza y recursos, y sin embargo, poco a nada hemos hecho para ponerla a andar con paso firme hacia un futuro de insospechadas latitudes.
Debo adelantar, antes de proseguir, que no me encuentro entre los pesimistas y mucho menos entre los llamados profetas del desastre que alguna vez denunció el Presidente Herrera, al referirse los paniaguados que confunden los intereses del país con sus particulares intereses políticos y económicos. Soy más bien por vocación y formación profundamente optimista, cuidando, por supuesto, de no resbalar por la pendiente de las falsas ilusiones que nos conduce siempre al precipicio de los negadores de oficio. Soy un optimista realista, como creo que corresponde a quienes mañana seremos los líderes de un país distinto al que vivimos hoy.
Ese realismo optimista nos obliga a alertar contra las tentaciones que en años recientes turbaron la mente megalómana de gobernantes frívolos y mediocres. Bajo la férula de estos líderes fantasiosos, el país vivió en un bonche permanente, embriagándolo todo con el derroche petrolero y milmillonario de una Venezuela absurdamente saudita, olvidando criminalmente que, años más tarde, la crisis mundial del petróleo nos obligaría a ajustarnos el cinturón y a despertarnos de aquel sueño demente y faraónico. Mientras tanto, los petrodólares alimentaban una economía ficticia y postiza, en la cual la agricultura fue sustituida por el trueque vulgar de los hidrocarburos por los alimentos que nos llegaban de otros países que sí han entendido que la clave del futuro está en el autoabastecimiento de cada nación. El maná petrolero que brotaba del suelo tuvo entonces virtudes mágicas para enriquecer aún más a los que ya son ricos, por la vía de los subsidios fraudulentos, de los créditos que no se pagan, de las becas que no se retribuyen y de los sueldos que no se trabajan.
Se implantó así una Venezuela facilista, engreída y falsa que vergonzosamente recorrió el Continente repartiendo sus rentas, sin haber resuelto adentro los problemas de sus habitantes. Aquella economía del delirio llegó a ser tan insólita que hasta permitió -como en una fábula novelada por García Márquez- darnos el lujo de regalar un barco a un país sin mar y sin armada.
A esa Venezuela hemipléjica que todo lo devora, tenernos que derrotarla en las duras luchas del porvenir. Tenemos que enfrentar todo lo que la caracteriza. Tenemos que saltar por encima de sus  valores trastocados, de sus ideas confusas y de su comportamiento consumista y nuevoriquista. Tenemos que echar a un lado sus políticos de palabras huecas y conductas censurables, desmedidos en su ambición de poder y analfabetos en la conducción de gobierno. Tenemos que echar a un lado a sus empresarios bellacos, que amasan riquezas súbitas y viven medrando parasitariamente a la sombra del poder económico del Estado. Tenemos que echar a un lado a sus sindicalistas demagogos, que nunca han trabajado y que con manos de señorita pretenden ahogar al país en la fantasía borracha de peticiones imposibles y desmedidas. Si no logramos desplazar a estos dirigentes irresponsables e incapaces, esquiroles de toda laya, tal vez será muy tarde mañana cuando queramos aplicar medidas heroicas.
Tenemos que sublevarnos contra tanta falsedad, contra tanta hipocresía, contra tanto fariseísmo. Tenemos que obligarnos todos a corregir el rumbo y a rectificar nuestras propias flaquezas. Tenemos que insurgir contra quienes han mediocrizado la Patria de Simón Bolívar. Si queremos ser dignos de su herencia de grandeza, los venezolanos debemos ser ahora más serenos, sensatos y austeros. Hay que volver al camino del trabajo creador. Hay que rechazar el facilismo. Hay que despreciar la riqueza fácil. Hay que volver a la disciplina, al esfuerzo y a la constancia que conocieron nuestros antepasados, cuando aún el petróleo no había corrompido nuestra manera de ser y de querer.
Excúsenme Ustedes, amigas y amigos, tanta crudeza y desenfado al hablar de todas estas cosas. Seríamos insinceros si no lo hiciéramos. Pero una palabra silenciada por quienes nos negamos a heredar esa caricatura de país, equivaldría a traicionar nuestra conciencia, el más preciado de nuestros bienes personales.

***

Señores concejales:
Reitero nuevamente mi agradecimiento por haberme permitido usar esta Tribuna. La he utilizado para desahogar la angustia que nos consume a los jóvenes de hoy y para expresar así mismo, sin embargo, nuestra profunda convicción de que vendrán mejores días en la faena fascinante de conquistar el porvenir. 
No dejemos que el pesimismo y la desesperanza pretendan ganarnos la batalla del futuro.
Muchas gracias.






martes, 19 de marzo de 2013

UN LEGADO NEFASTO (II)
Gehard Cartay Ramírez

Junto al caudillismo, autoritarismo, militarismo, centralismo y la siembra del odio y persecución a sus adversarios, el legado del régimen de Hugo Chávez también deja otros resultados ominosos.
En el plano institucional, como en cualquier dictadura, su palabra era la ley. Lamentablemente, el extinto presidente siempre se consideró por encima de la Constitución, del Estado de Derecho y del orden jurídico, desconocidos por él cada vez que pudo. A ese despropósito contribuyeron la existencia de una Asamblea Nacional perruna que le entregó sus facultades legislativas y el incondicionalismo vergonzoso del Poder Judicial, siempre presto a avalar sus arbitrariedades y justificar su compulsión a violar las normas jurídicas.
En el plano electoral, el régimen de Chávez contó con un Consejo Nacional Electoral hecho a su medida. A menudo se ha dicho que ganó la mayoría de las elecciones desde 1998. Seguramente fue así en ciertos casos y en otros no. Pero lo que nadie puede dudar es que, a partir del año 2000, esos comicios estuvieron viciados por el fraude, el ventajismo y el uso corrupto y corruptor de los dineros y recursos del Estado para favorecer al régimen. Sus adversarios, en cambio, compitieron siempre en un plano de absoluta desigualdad frente a Chávez y su partido. Fue así como logró potenciar su apoyo popular, echando mano a los recursos de uno de los Estados petroleros más ricos del mundo, como lo es Venezuela.
 Los costos sociales del régimen chavista también son colosales. Aparte de la división y el odio que inoculó a los suyos, están también otros perjuicios. Uno de ellos, trascendente por sus consecuencias, es haberle hecho perder la fe en su país a los jóvenes. Y ello derivó en que la gran mayoría de ellos no creyeran en él y lo combatieran, a pesar de que eran unos niños cuando asumió el poder y no conocieron otro presidente. Otros miles de jóvenes se han ido de Venezuela pensando en que, por ahora, aquí no hay oportunidades de superación, a menos que se identifiquen con el régimen.
Un mito esparcido por la propaganda oficial -y repetido por ciertos opositores ingenuos- atribuye a Chávez haber “colocado a los pobres en la agenda”. Si por tal se entiende su uso demagógico con fines electorales, entonces es verdad que los puso en su agenda personal. Porque lo cierto es que su régimen no ejecutó políticas económicas para sacar a millones de compatriotas de la pobreza, lo que significaba proporcionarles empleo, calidad de vida, seguridad social y oportunidades de superación. Esta es la única manera de acabar con la pobreza, como lo vienen haciendo los gobiernos de Brasil, Chile y Colombia en los últimos años. Pero aquí nada de eso se hizo. Se aplicó una política clientelar de dádivas de migajas, sin crear riqueza y empleo, ni  mejorar la calidad de vida del pueblo.
La inseguridad generalizada es otra herencia nefasta del difunto presidente. Inseguridad personal, inseguridad jurídica, inseguridad de los bienes, etc. Desde 1999 hubo cerca de 200.000 asesinatos en Venezuela. El hampa y la delincuencia campearon en todas partes, sin enfrentarlos a fin de garantizar la vida y los bienes de los ciudadanos. Otros miles murieron a manos de cuerpos policiales, militares y paramilitares del régimen, creándose así un infierno en materia de violación de los derechos humanos.
Tampoco hubo seguridad para los bienes, ni respeto al derecho de propiedad privada establecido en la Carta Magna. Confiscaciones e invasiones, la mayoría estimuladas o consentidas por las autoridades, afectaron a muchos venezolanos, sobre todo en el campo.
Chávez deja una economía en ruinas, a pesar de haber manejado 900.000 millones de dólares, gracias a los altos precios internacionales del petróleo. Nada de eso se tradujo en desarrollo y fortalecimiento económico del país. Por si fuera poco, la deuda externa también la deja en niveles alarmantes. Se volvió a repetir el Efecto Venezuela de CAP I: el país obtuvo miles de millones de dólares petroleros y al mismo tiempo se endeudó como nunca, algo insólito. Y eso para no referirnos aquí a los miles de millones de dólares regalados a otros países, en  perjuicio del pueblo venezolano.
Deja también a Venezuela con la más elevada inflación del continente; el costo de la vida en altos niveles; más de 10.000 empresas cerradas; la producción agropecuaria en ruinas, gracias a las multimillonarias importaciones de otros países; PDVSA en quiebra; desabastecimiento y escasez; altos niveles de desempleo, etc., etcétera.
Un aspecto particularmente vergonzoso es el crecimiento de la corrupción desde 1999. El de Chávez es el régimen más corrupto y corruptor que ha tenido este país. Un régimen que manejó miles de millones sin control, una verdadera caja negra. Sólo basta ver a los nuevos ricos del régimen para comprobar cómo creció la corrupción en estos últimos años.
Chávez, por haber sido presidente, entra en la historia y su legado también. Por tanto, este último está expuesto al análisis crítico. Y desde el respeto a su persona, deteniéndonos sólo en su gestión como gobernante, hice siempre y hago ahora estas observaciones, sobre las cuales -valga anotarlo- ya antes escribí dos libros: Orígenes ocultos del chavismo (2006) y Cómo se destruye un país (2009).
El tiempo, juez implacable, dirá mucho más sobre su nefasto legado. 

   (LA PRENSA de Barinas - Martes, 19 de marzo de 2013)
 

lunes, 18 de marzo de 2013

LA SIEMBRA DEL BUEN SOÑAR

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
 GEHARD CARTAY RAMIREZ
 ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO ALBERTO ARVELO TORREALBA DEL ESTADO BARINAS.

(Sabaneta, 19 de Abril de 1981)

Grato y alto honor el que me hace el Ilustre Concejo Municipal del Distrito Alberto Arvelo Torrealba en este día.
Lo acepto gustosamente. Nos congregan en esta reunión dos circunstancias, afortunadas ambas. Fue un 19 de abril de 1810 cuando iniciamos nuestro tránsito histórico hacia la libertad, hace ya 171 años. Y fue también un 19 de abril de 1975 cuando nació este Distrito Arvelo Torrealba, mediante acuerdo aprobatorio de la Asamblea Legislativa del Estado Barinas.
La feliz coincidencia de estos dos hechos me obliga a hacer referencia a la importancia de ambos. Hay extraordinaria yuxtaposición entre las dos fechas que hoy celebramos. Si aquél 19 de abril de 1810 fue la génesis de la independencia, este de 1975 constituye el inicio institucional de un Distrito llamado a ser el pivote central de nuestro desarrollo agrícola. Y si este 19 de abril de hace apenas seis años ha servido para consolidar y fomentar la mística y la capacidad de soñar de los hombres y mujeres de este paño de tierra barinesa, el otro, el de 1810, sirvió también para templar el coraje y la resuelta decisión de ser libres que caracterizaron a los patriotas del Ayuntamiento caraqueño aquel Jueves Santo convulsionado y nervioso.
Ambos, uno y otro acontecimiento, tienen además un elemento común: la presencia determinante del Cabildo, el de antes y el de hoy. Aquel Ayuntamiento caraqueño de 1810 fue capaz de destituir al gobierno de Vicente Emparan y nombrar en su lugar una Junta Autónoma de Gobierno. Este Ayuntamiento de hoy, en cuyo seno hacemos estas reflexiones, ha sido capaz de iniciar el difícil camino institucional de echar a andar la administración municipal y de organizar la nada fácil y compleja estructura de servicios y obras que implican modernamente todo Concejo Municipal.
Ambas actitudes guardan una hermosa simbología, respetando -desde luego- la distancia histórica y la dimensión de trascendencia que los separan.
Yo no podría, en honor a la verdad, venir a esta alta tribuna un 19 de Abril y no evocar la relevancia de esta fecha. Permítanme ustedes, señores concejales, que recordemos aquí, brevemente, aquel episodio singular de 1810.

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Alguna vez dije, hablando ante otro ilustre Cabildo, que actos como estos no tendrían sentido para aquellos que piensan que lo pasado debe ser olvidado.
En cambio, para quienes creemos que el pasado ilustra el presente y forma el porvenir, la lección de la Historia tiene su verdadero sentido en cuanto nos ofrece la posibilidad de afincarnos en lo positivo de su razón y alejarnos del mal ejemplo que muchas veces recoge en sus páginas. Con ese sentido de enseñanza, volvernos a tomar en nuestras manos el libro de la Historia para aprender su lección y recoger el fruto de sus buenos ejemplos.
El 19 de Abril de 1810 es una de esas fechas que nunca deben olvidarse. No se trata, tampoco, de arrodillamos ante el altar de la Historia a contemplar pasivamente el gesto de nuestros Padres Libertadores. No somos beatos de la historia recitada solamente en las grandes ocasiones, ni creemos tampoco que estas fechas apenas sirvan para desempolvar el libro de nuestros hechos republicanos. Para nosotros la Historia es un permanente manantial, al cual acudimos a lavar nuestras culpas y nuestras debilidades, y a tomar el sorbo vivificante del agua inspiradora del futuro. Hoy volvemos, pues, a aprender su lección, no a recitarla de memoria como quien ora sin pensar en Dios, sino a vivirla y a sentirla más cerca de nuestra venezolanidad.
Pero esto tampoco sería suficiente. No basta simplemente recordar por recordar. Sería una estupidez regocijarnos ante la vitrina de la Historia para olvidarnos de nuestros retos presentes. La Historia no puede ser una droga para fugarnos hacia el pasado, ni una excusa para amedrentarnos frente a las responsabilidades de esta hora. Tiene que ser, sí, la palanca fundamental que nos impulse hacia el futuro y nos abra caminos hacia ambiciosas y mejores perspectivas.
Recordamos hoy con estos sentimientos a quienes hicieron posible el 19 de Abril de 1810.

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Volvamos ahora, con ese propósito aleccionador, a los retos del presente y del futuro, una de cuyas mejores expresiones está singularmente guardada en esta tierra de promisión y de progreso.
Por eso a nadie debió extrañar la creación de este Distrito Alberto Arvelo Torrealba, premio merecido al esfuerzo de sus habitantes, cuya combatividad siempre ha sido la nota distintiva de todas sus luchas.
Estos cortos seis años de existencia de este Distrito han sido sumamente fructíferos y beneficiosos. Las iniciativas y logros han germinado en buena tierra, propia para la labranza y la cosecha de la esperanza. En ese esfuerzo colosal, todos ustedes han tenido participación decidida y resuelta. Tal vez a todo ello concurre la prodigiosa circunstancia de que Sabaneta, su capital, ha sido una especie de encrucijada natural por donde pasan los que van al centro, los que vienen del llano adentro y los que bajan de la montaña.
A muchos de estos viajeros trashumantes el camino se les acabó aquí. Sabaneta congregó a muchos hombres y mujeres de trabajo, provenientes en su mayoría de Barinas y Guanare, según afirma el historiador barinés Virgilio Tosta. Desde tiempos de la Colonia fue siempre un pueblo con vida propia, llegando a tener en 1782 más de 3.000 habitantes. Años más tarde, hacia 1830, sus pobladores habían aumentado a 3.300 y contaba con escuela propia, un preceptor y cura párroco. En los años siguientes, a causa de las guerras civiles y las montoneras revolucionarias que a cada rato surcaban nuestros llanos camino hacia a Caracas en pos del poder, la población sufrió graves estragos, al punto de que el Censo de 1941 estableció en 522 el número de sus habitantes. En 1950 había unos 912 y en 1961 la cantidad llegó a 2.009 personas.
Hoy Sabaneta constituye una de las principales ciudades del interior del Estado, con animosa actividad, un comercio cada vez más extenso, aparte de su tradicional y creciente desarrollo agrícola. Pero esos logros no son producto de la mera casualidad o de la fortuna ajena al trabajo creador. Se trata del resultado de un esfuerzo colectivo de todos los que forjaron su vida y sus ilusiones en esta parte de la llanura barinesa y han visto, desde entonces, florecer sus iniciativas y nacer y crecer a sus hijos y nietos. Sabaneta ha servido para juntarlos a todos, a los de aquí y a los de más allá. A los venezolanos de otras partes de la Patria y a los venezolanos nacidos más allá de nuestras fronteras. A todos ellos se debe, en buena parte, la extraordinaria empresa de convertir a esta tierra en emporio futuro de la actividad agrícola del sur del país.
Aquí estamos, pues, sobre esta tierra recostada al piedemonte. Hacia abajo corre el llano inmenso, el mismo llano que cantó el poeta Arvelo Torrealba, a encontrarse con el brioso río Apure. Y en el medio, privilegiadamente, Sabaneta y Veguita, rodeadas de tierras óptimas para la buena agricultura y la mejor cosecha, como también han de ser mejores para la siembra del futuro...

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Debo excusarme ante Ustedes porque en esta ocasión no me detenga a hacer consideraciones históricas sobre los hombres, hechos y circunstancias que han rodeado estos recientes seis años de vida del Distrito Alberto Arvelo Torrealba. Confieso paladinamente que si me atreviera a hacerlo sería una temeridad de mi parte, puesto que el tiempo es lo suficientemente corto como para que nadie mejor que Ustedes mismos conozcan esta historia apenas iniciada. Por otra parte, los forjadores de este acontecimiento viven en su mayoría, y son lo suficientemente activos para continuar cumpliendo su papel de protagonistas de primer orden en la tarea del progreso de esta región.
Creo mi deber más bien aprovechar esta formidable circunstancia para hacer algunas reflexiones en torno al papel fundamental de nuestros Concejos Municipales, sobre todo en distritos como el que hoy nos recibe. Tiene que ser así, en mi opinión, porque cada vez se hace mayor la importancia de nuestros Ayuntamientos. Los Concejos Municipales son las instituciones más cercanas a la comunidad y, en consecuencia, mayormente vinculadas con sus más sentidas necesidades y sus más justas aspiraciones. Esa sola circunstancia sirve para medir la tremenda responsabilidad de las municipalidades en el desarrollo de los pueblos y aún en la propia credibilidad del venezolano común en el sistema democrático.
Cualquier Concejo Municipal debe meditar suficientemente sobre la significación de su propia actuación en beneficio de la democracia. En esta materia hay que decir las cosas claramente y con la mayor sinceridad, sin ofender a nadie pero sin callar tampoco lo que todo el mundo conoce. Ustedes saben -mejor que yo- que la experiencia municipal en Venezuela no ha sido todo lo feliz que hubiera podido ser. Hasta hace pocos años, la mayoría de nuestros cabildos adolecían de graves fallas de funcionamiento que los alejaron alarmantemente de sus comunidades y coadyuvaron al descrédito de nuestra joven democracia. La falta de tino de los partidos a la hora de seleccionar sus candidatos, las pugnas estériles que se desarrollaban en su seno, la escasez de medios materiales o la carencia de sensibilidad social o de inquietudes creadoras, debilitaron a nuestros Concejos Municipales y les robaron el aliento para seguir adelante. Hasta hace poco, y todavía aún hoy en algunos casos, el hombre común y corriente nunca vio en los Concejos Municipales un instrumento útil al servicio de todas y cada una de nuestras comunidades.
Pero la culpa no podía achacársele simplemente a los propios Cabildos. Se trataba de fallas estructurales, con causas provenientes de estratos superiores. Por vía de ejemplo, podemos señalar la insuficiente legislación nacional en materia municipalista o la poca o ninguna coordinación en la ejecución de programas o en la prestación de servicios fundamentales con las Gobernaciones de Estado y con el Ejecutivo Nacional. Esas y muchas otras causas, unidas a la más indeseable de todas, la corrupción administrativa, languidecieron gravemente el esplendor y la fuerza que nuestras municipalidades tuvieron en otros momentos de la historia venezolana.
Afortunadamente, la preocupación compartida por todos los partidos políticos y sectores dirigentes del país hizo posible el esfuerzo común para buscarle soluciones efectivas y permanentes a la crisis sufrida anteriormente por nuestros Concejos Municipales. Soluciones que —desde luego— no son la panacea a todos los problemas existentes, pero al menos pueden considerarse propicias para una lucha esperanzadora y firme que convierta a los ayuntamientos del país en instituciones capaces y efectivas, en las cuales el pueblo pueda ver reflejada su confianza cuando plantea sus quejas y exige mejores condiciones de vida.
Dentro de este orden de ideas vale la pena destacar la decisión de separar la elección de los concejales de la escogencia del Presidente de la República y la representación parlamentaria nacional y regional. Al adoptar tal previsión, se proponía el legislador que el pueblo tuviera una mayor responsabilidad al emitir su voto, puesto que —a diferencia de antes— ahora es posible comparar más fácilmente las listas de candidatos de los distintos partidos o agrupaciones electorales respectivas. Al propio tiempo, al separar la elección, los partidos se han visto obligados a seleccionar mejor a sus candidatos y a buscar dentro de los sectores independientes a los más representativos y capaces.
Otro hecho fundamental para mejorar la imagen de nuestras municipalidades la constituye la aprobación de la nueva Ley Orgánica de Régimen Municipal. Mediante este régimen legal se dota a nuestras corporaciones edilicias de una nueva estructura interna, modificando la forma y número de sus integrantes de acuerdo a la población electoral y creando, así mismo, nuevos instrumentos que facilitan la prestación de servicios y la construcción de obras requeridas por la comunidad.
Pero, como ya lo he señalado antes, todas estas reformas serán letra muerta sino cuentan con el empeño y el coraje de nuestros concejales en el fiel compromiso de sus deberes y responsabilidades. En todo caso, digámoslo de una vez, en el futuro inmediato los partidos serán juzgados en las urnas electorales fundamentalmente a partir de la obra y el trabajo que seamos capaces de cumplir desde nuestras municipalidades. Tenemos fe cierta, porque conocemos a sus integrantes, que en la Ilustre Municipalidad del Distrito Arvelo Torrealba hay mucha más voluntad y decisión para afrontar los retos y compromisos, que debilidad y cobardía para dejarse derrotar por ellos.
No puedo dejar de referirme este tema sin decir mi palabra de estímulo y de solidaridad a Ustedes, hombres del pueblo, a quienes muchas veces he visto con mis propios ojos deambular por oficinas y dependencias oficiales buscando solución a problemas, por pequeños o grandes que estos sean, olvidando muchas veces sus intereses particulares, aunque siempre tengan que oír sobre sus espaldas la crítica feroz y destructiva de los que sin hacer nada por el pueblo, se erigen en cuestionadores de todo y de todos.
Otras preocupaciones nos motivan también en esta hora. Formamos parte de una nueva generación de políticos, nacida y forjada en la democracia y para la democracia. Creemos en valores permanentes, y no en mitos circunstanciales. Hemos crecido al calor de la lucha política pluralista, alejada del inmediatismo pragmático y de la tentación de corruptelas. Queremos ser dirigentes honestos y probos, que reconociendo el papel cumplido por quienes nos antecedieron, corrijan sus errores y no copien sus fallas y omisiones. Queremos, también, que quienes nos sustituyan puedan al mismo tiempo ir más allá y ser mejores que nosotros, como lo pedía en su Canto a los Hijos el gran poeta Andrés Eloy Blanco cuando proclamaba:

Lo que hay que ser es mejor
y no decir que se es bueno
ni que se es malo,
lo que hay que hacer es amar
lo libre en el ser humano,
lo que hay que hacer es saber,
alumbrarse ojos y manos
y corazón y cabeza
y, después, ir alumbrando.

Y alumbrar es —como lo pedía Andrés Eloy— luchar por un nuevo orden de cosas, en donde sea posible lograr la perfectibilidad de nuestra sociedad y colocar en el estrado que le corresponde a la dignidad fundamental de la persona humana, así como la consecución del bien de todos, o lo que es lo mismo, el desarrollo armonioso e integral que permita la realización personal y colectiva de cada uno de los venezolanos.
Este reto sólo será posible en la medida en que logremos derrotar a
quienes han hecho de la política un negociado para enriquecerse y escalar socialmente. Sólo será posible en la medida en que la honestidad gane terreno en todos los partidos y desaloje a los políticos oportunistas y logreros que hoy los desprestigian. Contra ellos es nuestra lucha por demostrar que la política no es un ejercicio de pícaros y deshonestos, sino un elevado instrumento de servicio y apostolado. Podemos y debemos demostrar que la política y la eficacia; que la política y la decencia; que la política y la honestidad no son excluyentes, sino ingredientes de una misma vocación de grandeza y desarrollo.

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Señores Concejales:
Al agradecer la invitación que me han formulado para expresar todas estas reflexiones, cumplo también con el deber barinés de recordar al hombre cuyo nombre ostenta este Distrito.
No sería el caso intentar un bosquejo biográfico, puesto que ni el tiempo ni mi preparación me lo permiten. Basten, a este respecto, más los hechos que las palabras. Creo que el mejor homenaje al poeta Alberto Arvelo Torrealba ha sido justamente bautizar a un Distrito llanero con su nombre, siendo él —como lo fue— un llanero de razón y corazón.
Y el otro homenaje, a él que fue también hombre preocupado por el progreso de esta región, no puede ser menos que la lucha constante por el desarrollo y la felicidad de los habitantes del Distrito Arvelo Torrealba. No se trata simplemente de pretender alcanzar el progreso pensando que está al alcance de la mano. Mucho más valedero es el resultado si se sabe que el esfuerzo no fue fruto del facilismo y del paternalismo. En todo caso, Ustedes tienen tierra generosa, agua abundante, hombres y mujeres de trabajo y unas perspectivas de futuro que si son bien conducidas servirán mejor a la felicidad de sus hijos y de sus nietos.
Luis Herrera Campíns, hoy Presidente de la República, nos describió al poeta Arvelo Torrealba alguna vez como un hombre bueno, “pesaroso en el paso, nasal la voz que adquiría impensado humor en las anécdotas y énfasis retórico en la declamación, un aire de melancolía que le invadía todo el rostro le daba cierto aletazo de tristeza a la sonrisa y hacía que con aquel típico rictus de su nariz diera la impresión de que estaba aspirando la dulce flor del ocaso”.
Su figura, digo yo ahora, fue siempre señera y magistral en la canta llanera, muchos de cuyos versos andan en labios del pueblo.
Y él, Alberto Arvelo Torrealba, que interpretó como nadie la fibra del alma popular de estos confines, nos puso en boca de Florentino Coronado, el mismo que cantó con el Diablo en tierras barinesas, aquellos versos que invitan a la lucha y estimulan la esperanza:
Y yo soy el ruletero
de mi envite y de mi azar.
Le abrí parada al destino
pero no perdí jamás
ni el clavel del arrebol
ni el tapiz del arenal,
ni del mantel de mi mesa
el limpio don de mi pan:
porque regué con sudores
la siembra del buen soñar;
y si caminé de noche
sé que vale mucho más
un segundo de lucero
que siglos de oscuridad.

Muchas gracias.