EN LA PRESENTACION DE LA
“CANTATA CRIOLLA”
DEL MAESTRO ANTONIO ESTÉVEZ
PALABRAS DEL GOBERNADOR DEL ESTADO BARINAS
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
(Ciudad Deportiva “Sucre, Mariscal de Juventudes” de Barinas, 20 de
agosto de 1995, en ocasión de los 90 años del natalicio del poeta Alberto
Arvelo Torrealba.)
Doctor Oscar Sambrano
Urdaneta, Presidente del Consejo Nacional de la Cultura, y Señora de Sambrano.
Mariela y Alberto Arvelo Ramos, apreciados
hijos del poeta:
Señores miembros de la
Comisión Organizadora de los 90 años del poeta Alberto Arvelo Torrealba.
Autoridades presentes:
Distinguidas amigas y amigos:
Por primera vez se estrena aquí, en la tierra
natal del poeta Alberto Arvelo Torrealba, la versión musicalizada de su obra
fundamental, Florentino y el Diablo,
que compusiera el gran maestro de nuestra música, Antonio Estévez.
Parece increíble -pero así ha sido- que nunca
antes se hubiera escuchado en Barinas esta magnífica Cantata Criolla, como bien la bautizara su autor. Desde su estreno
en Caracas, hace ya 41 años, los paisanos de Arvelo Torrealba no tuvieron la
oportunidad -hasta el día de hoy- de escuchar esta portentosa obra musical, que,
como se lo confesara el propio poeta en carta al maestro Estévez en 1961, luego
de oírla por vez primera en Maracay, fue para él “como una clarinada, como un alerta
de gallos madrugueros, (que) reactivó el espíritu combativo de mis personajes”.
Dijo entonces aún más el poeta al músico: “Al estrenar usted su obra,
la música rebalsó la poesía. Por el cauce estrecho de mi Apure coplero, usted
puso a correr el Orinoco de su fantástica imaginación musical. A los versos del
contrapunteo se asociaron, despertando sugestiones insospechadas, los austeros
contornos de las melodías. A cada lado de las estrofas, y por ende a la vera de
todo el poema, quedaron, por magia de la música, cual en la vecindad de los
ríos después de las crecidas, inmensos charcos luminosos, grávidos de imágenes
inéditas”.
La calificó luego como “estupenda” en la voz de
los solistas Antonio Lauro y Teodoro Capriles, acompañados por la Orquesta Sinfónica
de Venezuela y varios grupos corales.
A pesar de sufrir por aquellos días algunos
quebrantos de salud, el poeta le confesó a Estévez en aquella carta, que “cuando resonaron los cascos
del caballo, heraldos del vaquero sombrío; cuando el solo de Lauro, trágico y
desafiante, hondo de llanería diablesca, encarnó la presencia del espanto, y
los coros la tremoliaron hasta
desvanecerla; y, sobre todo, cuando la voz de Capriles, inmensa y solitaria,
estiró aquel “sabana, sabana, tierra que
hace sudar y querer”, como enrumbada hacia las señeras soledades “sin jorobas”, entonces aspiré una
saludable sensación de patio familiar tranquilo. Entré en mi mundo. Me di cuenta
de que aquella era la misma gente mía, mis propios hijos mayores, a quienes
puse una vez a pelear por prepotencias ideales, y que ahora tornan a mí,
vestidos de gala, ricos y enaltecidos, pero con el mismo amor y el mismo dolor
de la patria con que de mí se fueron”.
Como lo han apuntado sus estudiosos
y críticos -entre quienes se cuenta nuestro paisano Alexis Márquez Rodríguez,
quien nos acompaña en esta oportunidad tan singular-, la primera parte de esta
obra musical fue
escogida por el maestro Estévez para componer la Cantata Criolla, en tanto que la segunda parte la extrajo de la
versión de 1940. Esta portentosa obra musical, por cierto, fue estrenada en el
Teatro Municipal de Caracas el 25 de julio de 1954, en ausencia del poeta,
quien se encontraba cumpliendo funciones de embajador en Italia.
Pero fue en cierto modo gracias a la Cantata Criolla que luego, en 1957, el
poeta escribiría la tercera y última versión de Florentino y el Diablo. Así se lo comunicaría él mismo al maestro
Estévez en la carta que venimos citando:
“Por eso en los últimos
toques que di a mi obra al forjar en 1957 la versión definitiva, tuvo que haber
algo, acaso mucho de interpretación a esos ecos de su interpretación”.
Para agregar luego: “Y sucedió lo que tenía que suceder:
en la nueva planificación de la obra los copleros rivales, en contumacia casi
anárquica, se prevalieron de mi entusiasmo, para desbocarse en el desahogo
ilimitado de sus argumentos reprimidos. Así nació, con posterioridad a la Cantata Criolla, la versión última de mi
poema. La última, digo, porque me propongo no ceder ni un palmo ante el influjo
de los personajes: Están otra vez en trance de viva reyerta, pidiéndome que
siga la porfía. Categóricamente enfatizo que no lo lograrán”.
De allí la extraordinaria significación de la
obra musical que vamos a escuchar a continuación. No puedo lamentablemente extenderme
al respecto por cuanto soy también “un perfecto profano” -para decirlo con las
palabras que el poeta usó hablando de sí mismo- en la materia, aunque no dejo
de ser de ser también, en cierto modo, un melómano aficionado.
Y a pesar de lo dicho por el poeta sobre su “profano”
oído musical, tampoco podría dejar de citar su juicio crítico sobre la Cantata Criolla, expresada al maestro
Estévez al final de la misiva que hemos venido comentando: “Armonizando antítesis, como
en dialéctica de embrujo, su Cantata se
nos revela sosegadora e inquietante, llana y profunda, universal y criolla,
popular y erudita, real y fantasmagórica. Su fondo permanente es rebeldía. Su
fuerza humana, la virtualidad de conmover muchedumbres y pasmar maestros. Su
proeza artística, hacernos oír, bajo el cielo de América, con virgen voz
americana, el ronco son de remos con que aún golpean a los siglos los trágicos
barqueros de la Estigia y el Aqueronte. Dentro de lo musical, la concurrencia
de esos rasgos tipifica el signo demoníaco. Lo cual da a usted sitio de honor
entre los grandes músicos de inspiración diabólica que patrullea Paganini. Por
todo eso, empiezo a sospechar, dilecto amigo, que entre los dos copleros,
fraternos en el arte, antagónicos en el rumbo y en la meta de la esperanza,
usted ha tenido también su poquito de preferencia por el Diablo”.
Quería, pues, amigas y amigos, traer ante
ustedes -en mis breves palabras- estos textos del poeta Arvelo Torrealba en su
carta al maestro Estévez, para enmarcar la presentación que estamos haciendo en
esta mañana memorable, aquí en los alegres espacios que conforman nuestra
Ciudad Deportiva “Sucre, Mariscal de Juventudes”, y que constituyen un
escenario extraordinario para que escuchemos en plenitud la poesía del primero
y la música del segundo, unidas ambas en esta pieza maravillosa que es la Cantata Criolla, obra, por lo demás, y
vaya qué feliz coincidencia, donde se unen el genio de un llanero de Barinas y el
de un llanero de Calabozo.
Finalmente, agradecemos los auspicios del CONAC
y la participación de los coros de la Cantoría Alberto Grau, la Fundación
Vinicio Adames, del Orfeón Simón Bolívar, de la Schola Cantorum, del Coro de
Opera Teresa Carreño y de la Coral Barinas, así como de los solistas Idwern
Álvarez y Juan Tomás Martínez, todos bajo la dirección del maestro Henry
Zambrano.
Igualmente queremos agradecer el esfuerzo y la
dedicación de la Comisión Organizadora de los Noventa Años del poeta Alberto
Arvelo Torrealba, integrada por Humberto Febres Rodríguez, José León Tapia,
Marisela Febres de Cartay, Elio Vitriago, Hugo Fonseca, Edison Pérez Cantor y
Guillermo Jiménez Leal, para hacer posible, por primera vez en la tierra del
autor de Florentino y el Diablo, esta
presentación de la Cantata Criolla.
Muchas gracias.