martes, 28 de enero de 2014


EN LOS 227 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE GUANARITO

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE UN PROYECTO  DE ARVELO TORREALBA PARA LOS LLANOS OCCIDENTALES VENEZOLANOS

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR  EL GOBERNADOR DEL ESTADO BARINAS,
GEHARD CARTAY RAMÍREZ,
EN LA SESIÓN SOLEMNE DEL CONCEJO MUNICIPAL DE GUANARITO, ESTADO PORTUGUESA


(Guanarito, 24 de enero de 1995)



Agradezco profundamente la distinción que me han conferido la Alcaldía y la Cámara Edilicia del Municipio Guanarito del Estado Portuguesa, al designarme orador en esta Sesión Solemne con motivo de los 227 años de la fundación de esta pujante localidad.
Fray Andrés de Grazalema fue el fundador del Pueblo de Nuestra Señora de la Paz de Guanarito, allá por 1768, según el Hermano Nectario María, sin fijar el día, “el cual hubo de ser en la festividad de Nuestra Señora de la Paz”.
El fraile Grazalema era andaluz y capuchino. Hombre aventurero y de probado coraje, recorrió ríos y tierras de esta parte de los llanos occidentales. Los hoy ríos Cojedes, Portuguesa y Apure lo vieron transitar en sus distintas correrías hasta llegar a este lado del entonces río Guanarito, donde fundara la población del mismo nombre.
Con el tiempo, Guanarito fue ciudad importante. En 1787, escribió mi paisano Virgilio Tosta, “contaba con 1779 habitantes, residentes en 92 casas. De estas viviendas, 30 se encontraban en el pueblo y 62 dispersas en los campos. La población estaba formada por 673 blancos, 37 indios libres, 880 personas de color, también libres, y 189 esclavos”.
Tosta afirma que los capuchinos evangelizaron a la mayoría de la población. La actividad ganadera era notable y laboriosa: “Había 147 pequeños hatos donde pastaban 24.790 cabezas de ganado vacuno, 1504 de ganado caballar y 155 mulas”. “Guanarito -prosigue señalando Tosta- ya no correspondía a la Provincia de Caracas, pertenecía a la de Barinas”.
La población progresó considerablemente en los años siguientes, aún cuando a comienzos del siglo XIX comenzó a declinar, producto de los estragos de la revolución independentista, de la cual no podía sustraerse -según anota el profesor Manuel Pérez Cruzatti- por ser “un pueblo con sed de justicia y amante de la libertad”. En efecto, el cantón de Guanarito tendría su diputado en el Congreso Constituyente de 1811, el médico José Luis Cabrera, quien al lado de Unda, electo por Guanare, y Pérez de Pagola, por Ospino, formarían una trilogía entusiasta y fervorosa al servicio de la Independencia.
Durante la Guerra Federal, Guanarito también sobresalió al lado de los ideales de Zamora y Falcón. Era la revolución de los indios, como algunos la llamaron, no despectivamente, sino en reconocimiento a la fiereza de sus hombres. A su cabeza estuvo Martín Espinoza. “Dicen que era de El Pao de San Juan Bautista -ha escrito José León Tapia- y desde joven se fue a Guanarito y Morrones, deambulando por todos estos caseríos a la orilla del río, donde trabajaba como bonguero y vendedor de fustas fabricadas por él mismo. Tenía un callo en el hombro de tanto empujar la palanca en el fondo de los cauces. Hasta que en una de esas ausencias, los godos le violaron la mujer y la hija para hacerle nacer el odio”, agrega Tapia.
“Desde entonces -sigue relatando el escritor barinés-, comenzaron las andanzas a caballo, seguido por la indiada de Guanarito, pidiendo sus resguardos de tierra y respeto en sus derechos, contenidos en los protocolos que guardaban sus ancianos desde el tiempo de la Colonia”.
Lo dicho, independientemente de la fatal suerte que acompañó luego a Espinoza,  no hace sino reafirmar la importante contribución de esta población a la causa federal, reconocida tanto por Falcón como por Zamora. Con el tiempo, Guanarito también alumbraría con las luces de la cultura y el periodismo desde las páginas de La Campana y a través de briosos intelectuales de la época.

***

Como la mayoría de los pueblos recostados a nuestros ríos, los primeros años del presente siglo fueron duros y difíciles para Guanarito.
Aquí, en el sur oeste venezolano, las vías fluviales dejaron de ser navegables en su mayoría, por efectos de la sedimentación de sus cauces y la destrucción de sus cabeceras. La acción depredadora del hombre, lamentablemente, no se hizo esperar en sus funestas consecuencias.
Porque la mayor parte del comercio de exportación e importación se hacía entonces por los ríos tributarios del Apure, que luego se enlazaba con el soberbio Orinoco para salir al Atlántico, hacia el continente europeo, y viceversa. Por eso mismo, los españoles fundaron pueblos a la orilla de los ríos, no sólo por la necesidad del vital líquido, sino por ser aquellos vehículos de comunicación más veloces que el tránsito a caballo o a pie.
Sobre este tema en particular quiero centrar mi discurso de hoy ante ustedes, amigas y amigos de Guanarito, por su relación estrecha con esta tierra y con los llanos occidentales, y convertir en la parte medular de estas palabras las ideas que un venezolano de excepción, paisano de Barinas, gobernador de mi estado entre 1941 y 1945, el poeta Alberto Arvelo Torrealba, autor de Florentino y el Diablo, vertió en 1952 en Caminos que andan (Panorama y Destino del Oeste Venezolano), un libro extraordinario sobre lo que pudieron haber sido estos llanos del suroeste venezolano si se hubieran conservado las nacientes fluviales y los recursos forestales, la navegación de los ríos y las óptimas condiciones de estas llanuras para el desarrollo agrícola.
Estaba muy interesado en lograr, según sus propias palabras, “una proyección geoeconómica de los Llanos Occidentales, frente al régimen ya definidamente torrencial de los veneros hidrográficos que drenan el flanco Este de la Montaña Andina”.
Se trata de una profunda y elaborada reflexión sobre temas en los cuales no era precisamente un especialista doctorado aquel abogado y poeta. Pero sus ansias por conocer aspectos que le apasionaban lo llevaron a profundizar sobre los mismos con tanta erudición como cualquier especialista en las materias allí abordadas. Sus conversaciones con agricultores, sus consultas a libros de autores especializados, la observación directa que le facilitaba su inteligencia y agudeza innata y su comprensión lógica del los temas globales, fueron ejercicios intelectuales que le ayudaron en la concreción de aquel proyecto que tenía en mente.
Fue así como concibió Caminos que andan, obra que lo convirtió -al menos en su país- en un precursor indiscutido de la ecología y la conservación de los recursos naturales, mucho antes, por cierto, de que esta temática se pusiera de moda y llamara la atención del mundo moderno.
Lo esencial de este libro de Arvelo Torrealba postula como fundamental la circunstancia de que, ya a mediados del siglo pasado, los Andes Venezolanos, en sus zonas medias y altas, se encontraban superpoblados y sus tierras exhaustas y en avanzado estado de erosión, mientras que los Llanos Occidentales estaban despoblados, a pesar de la feracidad de su suelo. El futuro le daría la razón a Arvelo Torrealba en aquel planteamiento de principios de los años cincuenta, aunque sus predicciones, lamentablemente, también se cumplieron en materia de destrucción de cuencas hidrográficas y forestales.
Pero en aquel entonces su idea tropezó con ciertos inconvenientes, entre ellos, la creencia generalizada de que las tierras de nuestros llanos eran pobrísimas, de bajo rendimiento y anegadizas, aparte de estar infestadas por enfermedades terribles. Arvelo Torrealba, por el contrario, sostenía que los suelos llaneros acumulaban “hondos estratos de humus” y que ofrecían mejores condiciones de vida a quienes los habitaban, por haberse erradicado ya algunas enfermedades como la malaria, “rezago imaginativo de la otra Venezuela”, agregaba.
“Hoy por hoy -sostenía hace ya 40 años- es difícil desconocerles a los Llanos Occidentales su potencia agrícola de primer orden. De sus 60.000 kilómetros cuadrados la mitad, por lo menos, están cubiertos de selvas de infiltración, cuya honda capa de humus, en una superficie de 3.000.000 de hectáreas, es inmenso pliego probatorio exhibido ante todos los que conocen la comarca”.
Por desgracia, desde hace algún tiempo ya, pueden constatarse las consecuencias trágicas de no haberlo oído y seguido en sus sabias recomendaciones: se están secando aceleradamente las cabeceras de los ríos y agotándose sus reservas forestales, con las lógicas consecuencias de sequía y deterioro del medio ambiente. Por supuesto que todo esto ha afectado severamente el régimen hidrológico de la zona, pues las inundaciones atacan en forma recurrente a las zonas altas de los llanos, mientras los ríos disminuyen de manera dramática su volumen durante el verano y, paradójicamente, crecen y se desbordan en la estación lluviosa.
Parte muy importante del proyecto arveliano contenido en aquel libro de 1952 son sus reflexiones sobre los ríos de los llanos occidentales, a los que justamente bautizó “caminos que andan”, y que constituyeron otra pasión vital del poeta en todo tiempo y lugar. Ya lo había demostrado suficientemente, como gobernante y hombre de Estado, cuando estuvo al frente de los destinos de su natal Barinas, entre 1941 y 1945.
Su pasión por “los caminos que andan” tuvo motivaciones de distinto orden: unas nostálgicas, pues los ríos -como ya señalé antes- habían sido en el pasado las vías de comunicación que permitieron la salida de los productos de exportación y también la entrada de los artículos que venían del exterior, desempeñando así un papel estelar en la economía llanera durante varios siglos. Arvelo Torrealba tuvo también motivos de orden ecológico en virtud del importante papel que cumplen los ríos en la formación del paisaje de los llanos, en la prevención y control de inundaciones y en su utilización para las labores de riego con fines agropecuarios. Y hay finalmente razones de estratégica planificación del potencial desarrollo de la región, si fuera posible -como lo vislumbraba aquel sueño permanente del poeta- volver a convertir los ríos en vías de comunicación y progreso, al igual que lo fueron antes y lo siguen siendo en muchas partes del mundo de hoy.
Pero no se queda Arvelo Torrealba en estos comentarios generales. Va más allá, al recordar la antigua función que cumplían los ríos de entonces al entrelazar diversas localidades ubicadas en las riberas de los afluentes: “Desde el puertecito de Torunos sobre el (río) Santo Domingo, para Barinas, para Guanare desde el de Guerrilandia sobre el (río) Guanare y desde (el río) Payara para Acarigua y Araure, el destino de aquellas rutas era unir pueblos de variadas latitudes. (El Real, Santa Inés, Santa Lucía, San Vicente, Bruzual, Nutrias, Puerto de Nutrias, Apurito, Guasdualito, Arismendi, Guadarrama, El Pao, San Fernando de Apure, Río Negro, Ciudad Bolívar). Caminos de vitalidad permanente para el Sur de Venezuela. Café, caco, tabaco, manteca, añil, iban río abajo con el empuje del trabajo local, permutados, en el río arriba, con medicinas, muebles, víveres y toda clase de mercancías”.
Lamentablemente, aquel hermoso y dinámico movimiento finalizó por diversas razones que explica así el poeta con honda preocupación: “Las contiendas civiles, la penurias de los gobiernos que debieron dejar los álveos a su propia abandonada suerte, la quema sistemática del agro, la tala sin renuevos, desataron a corto plazo la respuesta trágica de la naturaleza ante el flagelo humano. Al remanso apacible siguieron -escombro de cascadas- las oscuras torrenteras, despeñadas por donde bajaban antes gárrulos manantiales. El don del agua honda pasa a ser privilegio de cuatro o cinco meses. Para el resto del año campean los playones adustos”.
Lo demás vino por añadidura: “Tras la pérdida de varios vapores, lanchas y bongos en la aventura de remontar el Santo Domingo, el Guanare y otras vertientes, éstas terminaron por bloquear su propio camino, interferido por arenales y carameros. Desolación y silencio señorearon en los cauces antes fecundos, mientras la gente ribereña, espectadores pasivos del desastre, aislados, desarticulados en cautiverio sin cárcel ni cadenas, huyeron unos y se entregaron otros a la condena inapelable del hambre y el paludismo”.
En materia ecológica, a pesar de haber sido uno de sus precursores en Venezuela, Alberto Arvelo Torrealba terminó arando en el mar. Así como escasamente se conoce esta interesante y patriótica faceta suya, opacada por la muy celebrada que tiene como poeta popular llanero, igualmente hay que afirmar que muy pocos la han estudiado y menos aún quienes le hicieran caso -entre ellos los gobiernos siguientes- a sus tempranos y sabios planteamientos.
Si traigo a colación todas estas reflexiones del gran poeta barinés es porque, en un ejercicio de ensoñación 40 años después, pudiéramos imaginar lo que hoy serían estos llanos occidentales de Portuguesa y Barinas si se hubieran puesto en ejecución aquellas ideas progresistas y audaces. Sin duda, Guanarito sería hoy un emporio agrícola y ganadero, superior a su actual grado de desarrollo, como también lo serían todas estas poblaciones ubicadas en la planicie que se desliza hacia el brioso río Apure.   
Pero estamos aún a tiempo para cumplir aquellos hermosos sueños de Arvelo Torrealba, de cuyo nacimiento se cumplen noventa años el próximo 4 de septiembre, para lo cual se cumplirá una programación n especial en Barinas, con justos homenajes y significativas obras en su memoria.
Aún estamos a tiempo -insisto- de rescatar aquellas ideas progresistas y hacerlas realidad para impulsar el desarrollo de estas planicies, tan extensas como prometedoras.
Porque si bien es cierto que por estas fechas rememoramos el pasado de Guanarito en sus 227 años, lo fundamental hoy es prefigurarnos su porvenir y luchar para que sea luminoso y progresista, y en ese compromiso están comprometidos sus hijos y sus amigos.
Por estas razones, hoy he venido hasta acá, como vecino y llanero, a consignar ante ustedes estas inquietudes y a agradecer, una vez más, al alcalde Valmore Betancourt, amigo y compañero de generación y de luchas, y a la Cámara Municipal, por esta extraordinaria oportunidad que me han brindado para reflexionar en voz alta y convocarlos a la lucha por un destino mejor.
Muchas gracias.