martes, 24 de marzo de 2015

CUANDO EL PODER ENVILECE



CUANDO EL PODER ENVILECE

   Gehard Cartay Ramírez
“El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” es una verdad dicha por el historiador y político inglés Lord Acton (1843-1902) que cada día se confirma.
Pero que el poder, por lo general, también envilece constituye otra verdad de siempre. Porque el poder desnuda a quienes lo ejercen. “¿Queréis conocer a un hombre? Investidle de gran poder”, frase atribuida al sabio griego Pitaco de Mitilene (640-568 A.C.), es otra máxima al respecto. Y como las ya citadas, hay muchas otras.
Por eso el poder sigue siendo una prueba a la inteligencia, la honestidad y la autenticidad de quien lo ejerce. Y son pocos, en verdad, los que salen bien parados de esa prueba, superando así  los retos malvados que supone.
No puede extrañarnos entonces que los dictadores -sin excepciones- sean siempre corrompidos y viles, pues su poder es absoluto. La historia, a este respecto, abunda en ejemplos y sobre todo en lecciones en torno a los juicios terribles que recaen sobre los dictadores. Juicios de la historia, casi siempre, y muchas veces juicios de sus semejantes.
Los más crueles tiranos han muerto de la peor manera. Hitler se suicidó para no responder por el holocausto que provocó. Mussolini fue fusilado y luego colgado por los pies y escupido por la gente en una plaza de Milán. El dominicano Chapita Trujillo ejercía una férrea dictadura cuando lo encontraron podrido en la maleta de su carro. Hubo un dictador boliviano a quien colgaron de un poste de luz del palacio presidencial. Más recientemente, Saddam Hussein fue ahorcado por un tribunal y a Gadafi una turba lo empaló y dio muerte, tras conseguirlo escondido en una alcantarilla.
Pero no son estos casos a los que me quiero referir. Cuando hablo del envilecimiento que produce el poder lo hago luego de las recientes declaraciones que diera en un programa de VTV el embajador Roy Chaderton Matos, y que han causado una oleada de indignación dentro y fuera del país.
Durante sus años de militancia copeyana -cuando lo conocimos-, Chaderton siempre se distinguió por sus modosos modales, los mismos que tal vez lo llevaron a optar por la carrera diplomática durante varios gobiernos de la mal llamada Cuarta República y que otros preferimos denominar la República Civil. Advenido el chavismo al poder en 1999, abandonó la Democracia Cristiana y se convirtió en uno de los adalidades del nuevo régimen, luego de haber encontrado en el él su “Camino de Damasco” particular. A partir de ese momento, oficia como uno de los más altos jefes de la actual política exterior venezolana.
Apartando sus posiciones desde entonces -suficientemente conocidas, por lo demás-, lo que no puede pasarse por alto, desde ningún punto de vista, son esas infelices declaraciones televisadas de la semana pasada, viles, es decir, despreciables por lo bajas y abominables.
Dijo en tal ocasión el citado embajador: “Los francotiradores apuntan a la cabeza, pero llega un momento en que una cabeza escuálida no se diferencia de la cabeza de un chavista, salvo en el contenido. El sonido que produce una cabeza escuálida es mucho menor, es como chasquido porque la bóveda craneana es hueca y pasa rápido. Pero eso se sabe después de que pasa el proyectil” (El Nacional, 14-03-2015).
Quiso luego aclarar lo dicho y lo atribuyó a un chiste. Observe usted, amigo lector, si tal vileza lo es en verdad. Olvidó el embajador las lecciones que -años atrás- debió oírle al maestro Arístides Calvani sobre la dignidad de la persona humana o, tal vez, sus lecturas sobre el humanismo integral que profesaba el filósofo cristiano Jacques Maritain.
Sus grotescas e infames declaraciones sobre “cabezas escuálidas y chavistas” y su cretina diferenciación cuando las atraviesa un disparo, revelan lo bajo en que ha caído el embajador luego de su traición a los postulados demócratas cristianos y su conversión al chavismo.
Por lo demás, no creo que haga falta poner de bulto la gravedad de sus dichos, sobre todo cuando estuvieron dirigidos a una audiencia fanatizada y violenta que es, por lo general, la que sintoniza el canal televisivo oficial, utilizado desde hace tres lustros para divulgar consignas y líneas a los colectivos armados del régimen.
Se demuestra así, una vez más, que el poder absoluto corrompe y envilece absolutamente.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 17 de marzo de 2015.