viernes, 27 de enero de 2017

VIGENCIA DEL 23 DE ENERO DE 1958




    
VIGENCIA DEL 23 DE ENERO DE 1958

Gehard Cartay Ramírez
     La Venezuela de hoy se parece bastante a la Venezuela que produjo el 23 de enero de 1958.
Aquella fecha fue el punto culminante de la insurrección popular que derrocó la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez y abrió paso al sistema democrático venezolano que tuvimos hasta l999. Lo sucedido entonces no fue -al contrario de lo que algunos piensan- un simple golpe de Estado. Era imposible que lo fuera. La dictadura tenía su único sostén, al igual que ahora, en las Fuerzas Armadas. Sin embargo, tal circunstancia no impidió su derrocamiento el 23 de enero de 1958, entre otras cosas, porque el apoyo militar no siempre significa que un régimen no se caiga.
Aunque ya se sabe que -como lo dijo socarronamente el ex presidente Herrera Campíns- “los militares son leales hasta que se alzan”, no es cierto que su sólo respaldo, con prescindencia de la sociedad civil, sea suficiente. Ha habido casos de regímenes con sólido apoyo militar que, al final, fueron derrocados por vigorosas insurrecciones populares a las cuales, como casi siempre sucede, las Fuerzas Armadas resolvieron no enfrentarse. Eso fue, en efecto, lo que sucedió aquí el 23 de enero de 1958.
Vale la pena detenerse en este aspecto: es probable que la historia militar siempre pretenda ocultar el firme apoyo que la institución brindó -como tal- a aquella tiranía. La historia, sin embargo, es terca, y difícilmente pueda reescribirse. La verdad no es otra sino esta: el general Pérez Jiménez se ufanó siempre de que su régimen tenía su mejor sostén en las Fuerzas Armadas. Dio a estas, en consecuencia, una importantísima cuota de poder, sólo comparable a la actual gestión de nuestros días. Hubo así una militarización creciente en todos los aspectos.
Aquella circunstancia se hizo repugnante a los ojos de los venezolanos, pues se tenía la sensación de que los crímenes, desmanes y arbitrariedades de la dictadura habían contado con el apoyo de los militares o, cuando menos, se habían cometido con su silencio cómplice. Desde luego que tal apoyo no fue unánime: hubo oficiales jóvenes que estuvieron en contra de la tiranía.
En todo caso, al final, la actitud de la cúpula militar que apoyaba al tirano produjo luego una casi unánime desconfianza frente a las Fuerzas Armadas a partir de 1958, situación que sólo fue superada cuando se convirtió en una institución ajena a la diatriba política y partidista, uno de los logros más sobresalientes de la Constitución de 1961. Tal principio era, por lo demás, un ideal bolivariano: la sujeción de los militares al Poder Civil. Por desgracia, a partir de 1999, las cosas han vuelto al lugar donde estuvieron durante la dictadura perezjimenista.
El 23 de enero de 1958 hubo, además, una circunstancia de la mayor trascendencia: nunca antes en la historia venezolana se había registrado un ambiente de auténtica unidad nacional. El país se sobrepuso a sus divergencias históricas de entonces con una facilidad pasmosa. La razón de tal proceder estribaba en el deseo común e indiscutible de marchar hacia adelante, sin detenerse en razones ideológicas o doctrinarias, muchísimo menos de orden partidista.
El 23 de enero de 1958 significa, ni más ni menos, la irrupción del pueblo venezolano contra una dictadura y la posterior implantación de la democracia moderna que conocimos hasta 1999. Ni más, ni menos. Y vaya que son bastantes tales logros desde el punto de vista histórico.
El actor fundamental, por tanto, fue el pueblo. La Junta Patriótica -cuyo papel fue importantísimo- no tuvo empacho en reconocerlo en uno de sus primeros comunicados. Esa rebelión popular fue acompañada por la Iglesia Católica, la dirigencia política de AD, URD, Copei y PCV, los estudiantes y todos los gremios actuantes, incluyendo los militares jóvenes de entonces. Acaso el 23 de enero de 1958 sea una de las muy pocas veces donde el pueblo venezolano asumió su propio protagonismo.
Hoy pudiéramos aproximarnos a otro 23 de enero como en 1958 y conste que entonces el país no estaba tan mal como hoy. La verdad es que si tuviéramos un liderazgo inteligente y corajudo, capaz de convocar al pueblo a la rebelión que el momento exige frente a un régimen inepto, corrupto e indeseable que ha arruinado a Venezuela como nunca antes, otro 23 de Enero de 1958 sí sería posible. Pero ese liderazgo aún no termina de cuajar y tampoco la firme decisión de los venezolanos de  volver a ser el Bravo Pueblo al que canta el Himno Nacional.
¿Qué esperamos entonces para cumplir esta nueva cita con nuestro destino, en nombre los venezolanos de hoy y de mañana? 
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 24 de enero de 2017.

viernes, 20 de enero de 2017

EL RÉGIMEN FASCIOCOMUNISTA



EL RÉGIMEN FASCIOCOMUNISTA
Gehard Cartay Ramírez
Acusan a sus adversarios de fascistas, pero son ellos -Maduro y su combo- los auténticos fasciocomunistas, para decirlo con mayor precisión, pues también son comunistas.
Porque, aunque se piense que son contradictorios, el fascismo, el nazismo y el comunismo tienen la misma raíz y actúan igual siempre. Todas son ideologías totalitarias, antiliberales, antidemocráticas, anti individualistas y corporativistas. Todas rechazan la libertad, el pluralismo, el parlamentarismo en su mejor expresión, el libre juego de partidos y exaltan el militarismo, la fuerza y la violencia.
Nazismo, fascismo y comunismo son hermanos gemelos. Los tres derivan del estatismo colectivista y totalitario. Por eso, Mussolini y Hitler se definían como nacionalsocialistas, y socialista fue también José Stalin, el todopoderoso dictador comunista de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Por tanto, el fasciocomunismo existe y su palpable demostración es el régimen venezolano que sufrimos desde 1999. Habría que ser idiota para no llegar a la lógica conclusión de que quienes por ahora mandan en Venezuela son unos fasciocomunistas de “uña en el rabo”, aunque lo nieguen.
Hay otros elementos concomitantes que también ilustran el carácter fasciocomunista del régimen chavomadurista. Uno de ellos lo constituye el desmantelamiento de la institucionalidad democrática, tal como en su momento lo hicieron el fascismo y el comunismo, una vez llegados al poder. Por eso mismo, hoy en Venezuela no existe la necesaria separación de los Poderes Públicos (el régimen quiere liquidar a la Asamblea Nacional electa en 2015, con amplísima mayoría de sus adversarios) y se viola sistemáticamente la Constitución y las leyes, liquidando así el Estado de Derecho.
El régimen chavomadurista también ha apelado al otro elemento definidor del faciocomunismo: el Estado terrorista y represor. Un Estado que usa todo su poder violento y armado para imponer un proyecto político y económico postcomunista, ya fracasado en todas partes, incluyendo Cuba, que -como se sabe- es el modelo que copia desde hace tiempo. Por eso mismo, ha vuelto a poner en ejecución una brutal represión contra quienes se le oponen, apelando a fantasiosas y repetidas denuncias de “golpes de Estados”.
Esa brutal represión la “perfecciona” mediante la actuación  sus cuerpos policiales y de sus esbirros -llamados por ellos cínicamente “patriotas cooperantes”-, así como de sus tribunales del terror, otra práctica fasciocomunista de vieja data. Agréguense, por si fuera poco, los asesinatos de ciertos opositores, más de un centenar de presos políticos -algunos torturados, incluso-, así como miles de exiliados y millones de venezolanos viviendo en las peores condiciones. Se configura así un dantesco cuadro de crímenes de lesa humanidad, y por ellos la cúpula podrida del actual régimen será juzgada algún día.
La excusa, por supuesto, es la misma de todo régimen fasciocomunista: la de que sus adversarios son “el enemigo interno”, quienes estarían tramando un “golpe de Estado”, cuando todos sabemos que estos sólo pueden realizarlos los militares, como está harto demostrado históricamente. Mientras tanto, los venezolanos continuamos sufriendo el calvario de la peor calidad de vida en muchísimos años: inseguridad personal, pobreza, hambre y miseria, como pocas veces antes, sin comida ni medicinas suficientes, desabastecimiento, especulación, racionamiento, híper inflación y carestía, pésimos servicios públicos, entre otras calamidades.  
Y el régimen, paralizado por su ineptitud y falta de soluciones a la crisis, sólo se ocupa de maniobrar para mantenerse en pie, pues el repudio popular aumenta cada minuto, hora y día, hasta que estalle definitivamente esta gigantesca olla de presión que es ahora Venezuela.
De allí que régimen pareciera estar en etapa terminal. Maduro no dio la talla y luce cada vez más inepto e incapaz. No quiere reconocer que la protesta popular (y el descontento silencioso de otros millones de venezolanos, incluyendo muchos chavistas) se debe a la escasez, la carestía, la inseguridad, la corrupción escandalosa de la cúpula del régimen y muy especialmente a la inquietud de los jóvenes ante un futuro que se presenta cada vez más sombrío y difícil, si las cosas siguen como van.
Si Maduro tuviera algo de respeto y consideración por los venezolanos (y también un poco de responsabilidad) debería renunciar ya para facilitar una salida consensuada y democrática a la gigantesca crisis que nos agobia. Por desgracia, sin sentido de la realidad y desconectado de la tragedia que sufrimos, se aferra al poder como una garrapata, mientras Venezuela continúa cayendo por un profundo barranco, del cual deberemos recatarla más temprano que tarde.
Por ello, y a pesar de todas las adversidades y obstáculos, debemos continuar procurando una salida pacífica y democrática. Pero, por supuesto, esta sólo será posible si implica un cambio verdadero, y no la continuación del actual orden de cosas.
 @gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 17 de enero de 2017.

domingo, 15 de enero de 2017

LA CONSTITUCIÓN Y LOS MILITARES



LA CONSTITUCIÓN Y LOS MILITARES
                           Gehard Cartay Ramírez                                  
No se justifica la reacción destemplada de la cúpula militar frente al correcto planteamiento del nuevo presidente de la Asamblea Nacional instándolos a cumplir sus deberes constitucionales.
Entre otras cosas, porque esa es una exigencia nacional a estas alturas. Y nadie les está pidiendo que den un golpe de Estado, como el de Chávez y sus golpistas en 1992. En absoluto: lo que se les reclama es que garanticen el cumplimiento de la Constitución, violada todos los días desde el mismo momento en que la aprobaron en 2000.
Porque, además -por si no se han dado cuenta-, aquí nadie quiere continuar bajo un régimen militarista. Esa experiencia siempre ha sido nefasta y hay que desterrarla por completo, como sucede en todo país moderno y civilizado, donde los militares se mantienen en los cuarteles, alejados del partidismo político.
Cuando se le exige a la Fuerza Armada Nacional (FAN) que garantice la vigencia de la Carta Magna, ella misma debe comenzar cumpliendo con el artículo 328, que la regula como institución castrense, y que su cúpula viola a cada rato. La Constitución le ordena ser “una institución esencialmente profesional, sin militancia política”, que “en el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”. Más claro no canta un gallo. Entonces, sobra eso de “Chávez vive” o lo de “patria socialista”. Comiencen, pues, por cumplir el artículo 328.
Desde luego que por estas mismas razones -por estar “al servicio exclusivo de la Nación”- la FAN debería exigirle al régimen que cumpla también con la Constitución y las leyes, respete el Estado de Derecho, garantice la comida y la paz de los venezolanos, deje de violar los derechos humanos, libere a los presos políticos y no impida la celebración de elecciones. ¿Es mucho pedir? Por supuesto que no: todo eso está en las normas constitucionales, especialmente en el artículo 2 que define a Venezuela “como un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, que obviamente ahora no lo es.
Hay que recordarle a la cúpula militar de hoy que desde 1958 hasta 1998 las FAN fueron -por expreso mandato de la Constitución de 1961- “apolíticas, no deliberantes y sometidas al poder civil”. Se les inculcó entonces una profunda raigambre constitucional y se las mantuvo alejadas del debate político-partidista. Se respetó -en lo posible- la meritocracia en materia de ascensos, revisados por el Senado, antes de ser aprobados por el Presidente de la República. Y se actualizó entonces a la alta oficialidad en temas de interés nacional, a través del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional durante el gobierno del presidente Rafael Caldera.
Entre 1958 y 1999 las FAN como institución tuvieron un comportamiento institucional, con apego a las normas constitucionales. En su momento, respaldaron la democracia republicana frente la subversión guerrillera de la extrema izquierda, patrocinada por el dictador cubano Fidel Castro, y la derrotaron militarmente.
La llegada al poder del actual régimen en 1999 cambió intempestivamente el papel de las FAN. No hay que olvidar, por cierto, que luego de la derrota de las guerrillas en los años sesenta, continuó la infiltración marxista de los cuadros medios de la institución armada (Véase mi libro Los orígenes ocultos del chavismo, Editorial Libros Marcados, 2006). Después siguieron la preparación sigilosa de una logia militar conspiradora y las intentonas golpistas de febrero y noviembre de 1992.
Estos lamentables hechos y la gigantesca crisis nacional creada por el actual desgobierno convierten a la institución militar en un factor decisivo en el desenlace de la actual situación. De allí que los venezolanos le reclamen a la Fuerza Armada Nacional que actúe en función de los principios constitucionales y sea garante efectivo de la institucionalidad democrática, y no el soporte armado de un proyecto político que ha destruido las instituciones, dividido al país y sembrado el odio, aparte de conducirnos a la más severa crisis económica que este país haya podido sufrir nunca antes.
La resolución de la presente crisis de gobernabilidad debe ser democrática e institucional. Está en la voluntad del pueblo decidir si este nefasto proceso chavomadurista continúa destruyendo al país o si le damos un parao a la tragedia que sufrimos hoy, mediante una salida democrática y electoral a tales efectos.  
 Y cualquiera que sea la decisión de la inmensa mayoría será de obligatorio cumplimiento para todos, y la Fuerza Armada Nacional tiene que ser su garante, pues ella es el custodio de las armas propiedad del pueblo venezolano y del monopolio de la violencia.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 10 de enero de 2017.