EL IMPERIO DE LA MEDIOCRIDAD
Gehard Cartay Ramírez
Duele decirlo, pero en Venezuela estamos sometidos al imperio de la
mediocridad.
La colosal crisis que sufrimos los venezolanos en estos momentos es hija
directa de la mediocridad que gobierna al país desde hace tiempo. Ya este
difícil brete se asomaba, por cierto, desde 1974, pero nunca en las monumentales
proporciones que fue tomando a partir de 1999, y que hoy nos tienen cayendo por
el precipicio de una segura catástrofe económica, social y seguramente
política, a vuelta de poco tiempo.
Porque la mediocridad es la característica
fundamental de aquellos que son superados por las dificultades, a pesar de que
estén en posiciones desde las cuales pueden dominarlas. Pero les falta la
capacidad, la aptitud, la honestidad y el coraje necesarios para enfrentar y
derrotar esas adversidades.
Son sujetos cuya medianía escandaliza, gente limitada
por su incapacidad para emprender objetivos trascendentes, seres de vuelo
gallináceo, sin alas para remontarse por sobre sus propias limitaciones y volar
más alto en procura de objetivos superiores. Estos pequeños seres -como decía
el escritor Salvador Garmendia- son los que hoy mandan en este país, y no
faltan quienes desde el campo contrario se les parecen terriblemente.
Si los padres civiles de la Patria hubiesen sido un
atajo de mediocres, y no esa generación de brillantes pensadores y hombres de
acción encabezados por el barinés Juan Antonio Rodríguez Domínguez, no hubiera
sido posible la Declaración de la Independencia en 1811. Si los valientes
guerreros al mando de Simón Bolívar hubiesen sido un atajo de mediocres, no
habrían podido derrotar al bando realista y consolidar la independencia en
1821.
Porque, definitivamente, toda empresa de grandeza
está reñida con la mediocridad. Los mediocres están impedidos de acometer las
mejores empresas. Son consumidos por su incapacidad, su falta de miras elevadas
y su ausencia de principios éticos.
Esta es la desgracia que hoy presenciamos en Venezuela. La mediocridad
se ha expandido por todas partes. Hay mediocridad fundamentalmente en el
régimen, pero por desgracia también en ciertos sectores de la oposición.
La mediocridad de la cúpula podrida del régimen que sufrimos hoy los
venezolanos es la más dañina, por razones obvias. Quienes llegaron al poder en
1998 sólo tenían un objetivo absurdo: permanecer en él por tiempo indefinido.
Lo demás no les ha importado. Y esa concepción mediocre del poder, considerado
como un fin en sí mismo y no como un instrumento al servicio de los demás, es
lo que ha guiado su catastrófica gestión desde hace ya 15 largos años.
Esa es la razón por la que han perdido una oportunidad
histórica brillante, como ninguna otra antes. Consiguieron un país en plenitud
de posibilidades, con los precios petroleros más altos de su historia y una
economía que, a pesar de sus problemas, era la base de apoyo para una empresa
real de progreso y bienestar.
Luego de tres lustros, el balance es lamentable y
penoso. Venezuela está sencillamente peor que antes en todo sentido. Todos los
problemas que el chavismo consiguió en 1999 se han agravado. Y, por si fuera
poco, hay nuevos problemas, mucho más serios que los anteriores. Han dilapidado
950 mil millones de dólares y ahora hipotecan a Venezuela al imperialismo chino
para buscar más dinero. No pagaron la deuda que consiguieron, sino que la
multiplicaron escandalosamente. Sólo han traído pobreza, desempleo, alto costo
de la vida, muerte y desolación, en medio de un discurso demagógico que sólo
esconde su desmedida ambición por el poder y la riqueza.
Por desgracia, en la oposición también permea la mediocridad. Porque hay
quienes se apegan a sus pequeñas parcelas de poder, sin darse cuenta de que la
lucha va más allá de sus apetencias. Hay otros que no parecen haberse dado
cuenta de la dramática crisis que atravesamos, y sólo piensan en las próximas
elecciones y en sus aspiraciones personales, que pueden ser legítimas, pero
nunca más importantes que sacar a los venezolanos de esta pesadilla que
vivimos.
Hay que dejar la mediocridad atrás y luchar por Venezuela como un todo.
Hay que entender la verdadera dimensión del cambio que requerimos. Hay que
empinarse por encima del inmediatismo y del individualismo si aspiramos a
obtener la victoria en esta lucha, que no es simplemente ganar una elección,
sino la independencia, la libertad y el progreso de Venezuela, hoy en peligro
de perderse.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas - Martes, 05 de agosto de 2014.