miércoles, 20 de marzo de 2013

LA BATALLA DEL FUTURO

Discurso de Orden pronunciado por el diputado
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
 Ante el Concejo Municipal del Distrito Palavecino del Estado Lara

(Cabudare, 25 de noviembre de 1982)

La generosidad del Ilustre Concejo Municipal del Distrito Palavecino me brinda la oportunidad de venir esta mañana a conversar con Ustedes.
Yo agradezco profundamente esta invitación porque podría decir que me siento como en mi propia tierra: he salido de Barinas y llegado a Cabudare, casi sin dejar de pisar tierra llanera. Al fin y al cabo, no es fortuita la circunstancia de que, partir de estos parajes, se abra la llanura portugueseña en sentido suroeste. Y yo, que soy llanero de Barinas, al contemplar el paisaje de esta tierra me he sentido cobijado por su calor y su gente.
Se me antoja, además, que Cabudare es una especie de remanso de la buena amistad, juntando solidaridad y cariño como juntó poco a poco sus casas y su gente para que se formara esta hoy pujante ciudad. Porque Cabudare, según cuenta don Rafael Domingo Silva Uzcátegui en su Enciclopedia Larense, no puede precisar la fecha de su fundación a causa de haber ido “formándose lentamente a través de los años”. Aquél caserío de nombre tan sonoro y exótico que Pablo Neruda, el gran poeta chileno, creyó sinónimo del agua; aquel caserío, repito, cercano “al oriente del de Taravana, en el camino que de Barquisimeto conduce a los Llanos”, bien pudo fundarse en 1700, a juzgar por la importancia que la Iglesia Católica -con su sagacidad sociológica de siempre- le otorgó entonces al convertirla en parroquia separada del “Pueblo del Cerrito de Santa Rosa”, según nos cuenta Juan de Dios Meleán, citado por Mac Pherson en su Diccionario del estado Lara.
Debió ser apacible y tranquila la estancia de la vida de aquellos años en Cabudare, antes de acercarse tanto, como ahora, a Barquisimeto. Aquí, abajo, a orillas del río Turbio, las aguas regaban generosamente anchas extensiones de caña de azúcar, mientras que más allá pastoreaban las vacas y las cabras. Y mientras tanto, arriba, en la serranía, crecían los cafetos, al lado del maíz y de los bosques, cuya madera debió ser buena para la ebanistería como sus plantas para la medicina. Cabudare fue, además, excelente productor de aguardiente de caña, bien saboreado por el exigente paladar de llaneros y centrales.
Cabudare fue así mismo tierra de guerreros heroicos de nuestra Independencia, como aquel Cristóbal Palavecino que fue guerrillero de la libertad. O aquél José Gregorio Bastidas, su compañero de luchas, que luego marcharía al lado de Páez en Carabobo el día de la victoria definitiva de la Patria.
Cabudare vio también iniciar la carrera política fulgurante de don Simón Planas, senador por Barquisimeto y ministro del Interior de José Gregorio Monagas, a quien acompañaría en la firma del Decreto que abolió para siempre la esclavitud en Venezuela. 0 cuna del doctor Juan de Dios Ponte, juez, letrado, parlamentario, filántropo, emprendedor, empresario, modernizador y futurista, a cuya lúcida mentalidad y decidida actividad se deben muchos logros alcanzados por esta región en el siglo anterior.
Son hombres y hechos de esta tierra que dicen mucho de su pasado luminoso. Y no seré yo quien este mañana pretenda enseñar a Ustedes lo que ya saben por haberlo vivido -de generación en generación- en todos estos años, ni quien -por las mismas razones- me detenga a hacer mayores consideraciones históricas sobre otros hombres, hechos y circunstancias que Ustedes conocen mejor que yo.

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Hablemos entonces del presente, de la promisión posible y de los desafíos fascinantes del porvenir, de nosotros mismos y de quienes vendrán después. Y no hay mejor tribuna que la que Ustedes me ofrecen en este recinto municipal del pueblo.
Ya se ha repetido hasta la saciedad que, en efecto, los Concejos Municipales constituyen las instituciones más cercanas a la comunidad y, por esto mismo, las que mejor entienden y perciben sus más apremiantes necesidades y aspiraciones. Esa cercanía con el pueblo las ha venido enfrentando a la grave responsabilidad de convertirse en su mejor aliado y en su más cabal instrumento de realización.
En un sistema democrático como el nuestro, pasando por sus evidentes carencias y problemas, la Municipalidad desarrolla una misión francamente trascendente. La democracia, que de acuerdo con aquel lugar común debería ser el gobierno del pueblo, ha sembrado sus bases más profundas en la institución de los Concejos Municipales. De allí que su función, buena o mala, sea tan cara a la viabilidad futura del experimento democrático. Y si enfrentamos las cosas con la sinceridad que reclaman estos tiempos, claramente, sin ofender a nadie, pero sin callar tampoco lo que todo el mundo conoce, estamos entonces en la obligación de decir unas cuantas verdades.
Una de ellas, sin duda, es que la experiencia municipal en Venezuela, salvo las naturales excepciones, no fue antes exitosa ni feliz como lo hubieran deseado los venezolanos. Hace ya algunos años, asistimos a una degradación insólita de los Concejos Municipales. En muchos casos, la incapacidad, la negligencia y la corrupción les impidieron acercarse a los fines que les dieron nacimiento. Esas fallas perjudicaron sus vínculos con las comunidades y fueron abono eficaz para el descrédito de nuestra joven democracia.
Fueron muchas las causas y numerosos los culpables. El clientelismo electoral, la demagogia y la falta de tino de los partidos a la hora de seleccionar sus candidatos, unidas a las pugnas estériles que asfixiaban sospechosos conciliábulos de peores intereses, así como la escasez de medios o la ausencia de sensibilidad social, separadas o juntas, todas estas taras fueron debilitando nuestros Concejos Municipales hasta robarles el aliento para seguir adelante. El hombre común y corriente del pueblo dejó de sentir a las Municipalidades como su instrumento de participación más próximo, a través del cual alcanzar la realización de las angustias colectivas.
No se puede pensar, hay que advertirlo, que todo cuanto pasaba era culpa de los propios Cabildos. No podía tampoco apelarse al simplismo o la arbitrariedad de juzgarlos sin buscar las otras causas de sus fallas y errores. Se trataba de problemas estructurales y de causas superiores. No se había aprobado, por ejemplo, una legislación nacional orgánica en materia municipal. No se habían establecido mecanismos de coordinación en la ejecución de programas con el poder regional o nacional. No se había entendido, y pienso que aún se sigue sin comprenderlo a plenitud, que el Municipio debe ser la palanca autónoma e independiente, capaz de proveer por sí sólo a la consecución de sus fines.
Afortunadamente, se ha hecho un esfuerzo común para enderezar entuertos y corregir el rumbo. Sin ser la panacea que teóricamente supone toda regla legal, se han producido dos hechos francamente auspiciosos.
Uno, la posibilidad de elegir en comicios separados a los miembros de los Ayuntamientos, experimento que apenas se acaba de iniciar en junio de 1979. Ya no tendremos que elegir candidatos anónimos o desconocidos, escogidos clandestinamente detrás del carisma de un candidato presidencial o de la fortuna electoral de una maquinaria partidista. La elección separada supone una mejor selección de los candidatos, aunque personalmente suscribo la tesis de una escogencia uninominal, con nombres y apellidos, sin listas a dedo, que posibilite una más directa escogencia de los concejales. Aún así, el mecanismo recién establecido bien puede ser la antesala para una elección de primer grado que perfeccione la más absoluta voluntad del elector.
La otra circunstancia la constituye la aprobación de la nueva Ley Orgánica de Régimen Municipal. Este novedoso régimen legal dota a las corporaciones municipales de una nueva estructura interna tendiente a mejorar la administración y el control de sus recursos, así como la prestación de los servicios y un contacto mayor de los Cabildos con el pueblo y sus exigencias.
Pero no nos hagamos la necia ilusión de pensar que todas estas reformas ayudarán por sí solas a mejorar los Ayuntamientos. Si no hay una recia voluntad para llevarlos a la práctica, si no se trabaja más duro y si no se hace realidad aquella máxima del Libertador según la cual “la mejor política es la honradez”, será muy difícil responder al cambio obligado que las circunstancias actuales y futuras están planteando con urgencia a nuestros Consejos Municipales.

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Otras reflexiones sacuden también nuestra conciencia, sobre todo cuando miramos el pasado, el presente y el porvenir venezolanos.
No resisto la tentación de echar mano al socorrido y repetido argumento de que Venezuela lo ha tenido todo, riqueza y recursos, y sin embargo, poco a nada hemos hecho para ponerla a andar con paso firme hacia un futuro de insospechadas latitudes.
Debo adelantar, antes de proseguir, que no me encuentro entre los pesimistas y mucho menos entre los llamados profetas del desastre que alguna vez denunció el Presidente Herrera, al referirse los paniaguados que confunden los intereses del país con sus particulares intereses políticos y económicos. Soy más bien por vocación y formación profundamente optimista, cuidando, por supuesto, de no resbalar por la pendiente de las falsas ilusiones que nos conduce siempre al precipicio de los negadores de oficio. Soy un optimista realista, como creo que corresponde a quienes mañana seremos los líderes de un país distinto al que vivimos hoy.
Ese realismo optimista nos obliga a alertar contra las tentaciones que en años recientes turbaron la mente megalómana de gobernantes frívolos y mediocres. Bajo la férula de estos líderes fantasiosos, el país vivió en un bonche permanente, embriagándolo todo con el derroche petrolero y milmillonario de una Venezuela absurdamente saudita, olvidando criminalmente que, años más tarde, la crisis mundial del petróleo nos obligaría a ajustarnos el cinturón y a despertarnos de aquel sueño demente y faraónico. Mientras tanto, los petrodólares alimentaban una economía ficticia y postiza, en la cual la agricultura fue sustituida por el trueque vulgar de los hidrocarburos por los alimentos que nos llegaban de otros países que sí han entendido que la clave del futuro está en el autoabastecimiento de cada nación. El maná petrolero que brotaba del suelo tuvo entonces virtudes mágicas para enriquecer aún más a los que ya son ricos, por la vía de los subsidios fraudulentos, de los créditos que no se pagan, de las becas que no se retribuyen y de los sueldos que no se trabajan.
Se implantó así una Venezuela facilista, engreída y falsa que vergonzosamente recorrió el Continente repartiendo sus rentas, sin haber resuelto adentro los problemas de sus habitantes. Aquella economía del delirio llegó a ser tan insólita que hasta permitió -como en una fábula novelada por García Márquez- darnos el lujo de regalar un barco a un país sin mar y sin armada.
A esa Venezuela hemipléjica que todo lo devora, tenernos que derrotarla en las duras luchas del porvenir. Tenemos que enfrentar todo lo que la caracteriza. Tenemos que saltar por encima de sus  valores trastocados, de sus ideas confusas y de su comportamiento consumista y nuevoriquista. Tenemos que echar a un lado sus políticos de palabras huecas y conductas censurables, desmedidos en su ambición de poder y analfabetos en la conducción de gobierno. Tenemos que echar a un lado a sus empresarios bellacos, que amasan riquezas súbitas y viven medrando parasitariamente a la sombra del poder económico del Estado. Tenemos que echar a un lado a sus sindicalistas demagogos, que nunca han trabajado y que con manos de señorita pretenden ahogar al país en la fantasía borracha de peticiones imposibles y desmedidas. Si no logramos desplazar a estos dirigentes irresponsables e incapaces, esquiroles de toda laya, tal vez será muy tarde mañana cuando queramos aplicar medidas heroicas.
Tenemos que sublevarnos contra tanta falsedad, contra tanta hipocresía, contra tanto fariseísmo. Tenemos que obligarnos todos a corregir el rumbo y a rectificar nuestras propias flaquezas. Tenemos que insurgir contra quienes han mediocrizado la Patria de Simón Bolívar. Si queremos ser dignos de su herencia de grandeza, los venezolanos debemos ser ahora más serenos, sensatos y austeros. Hay que volver al camino del trabajo creador. Hay que rechazar el facilismo. Hay que despreciar la riqueza fácil. Hay que volver a la disciplina, al esfuerzo y a la constancia que conocieron nuestros antepasados, cuando aún el petróleo no había corrompido nuestra manera de ser y de querer.
Excúsenme Ustedes, amigas y amigos, tanta crudeza y desenfado al hablar de todas estas cosas. Seríamos insinceros si no lo hiciéramos. Pero una palabra silenciada por quienes nos negamos a heredar esa caricatura de país, equivaldría a traicionar nuestra conciencia, el más preciado de nuestros bienes personales.

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Señores concejales:
Reitero nuevamente mi agradecimiento por haberme permitido usar esta Tribuna. La he utilizado para desahogar la angustia que nos consume a los jóvenes de hoy y para expresar así mismo, sin embargo, nuestra profunda convicción de que vendrán mejores días en la faena fascinante de conquistar el porvenir. 
No dejemos que el pesimismo y la desesperanza pretendan ganarnos la batalla del futuro.
Muchas gracias.