LA OBSESIÓN GOLPISTA DEL CHAVISMO
(III)
Gehard
Cartay Ramírez
Hay una
verdad que pocos niegan hoy día: el chavismo en el poder agravó todos los males
que encontró y creó nuevos problemas, sin resolver ninguno.
Lo
cierto es que, a partir de su llegada al poder en 1999, aquel proceso histórico
declinante se profundizó dramáticamente. Fue así como la institucionalidad
democrática entró en su fase culminante.
El
“remedio” chavista resultó peor que la enfermedad. La puesta en marcha de un
proyecto autoritario y personalista, su accidentado régimen, el agravamiento de
la debacle económica y social, la destrucción de la institucionalidad
-facilitada con el absurdo concurso de quienes debieron entonces defenderla-,
la politización de la Fuerza Armada, la corrupción galopante, han sido una
constante en estos 16 años.
La
verdad es que con Chávez primero y ahora con su sucesor, el chavismo multiplicó
hasta la exageración todos los errores que le criticaron a los anteriores
gobiernos, y que lo llevaron, incluso, a justificar su intentona de golpe de
Estado de 1992. Contrariamente a sus ofertas electorales y a su discurso de
entonces, han profundizado en todo sentido la crisis que el país arrastraba
desde hace tiempo.
Todo cuanto reprochó a sus antecesores lo
repitió su régimen de manera colosal, concretamente en materias como la política económica (en especial, el desatinado manejo
de la espectacular riqueza petrolera que ha inundado su gestión, la perversión
de sus manejos financieros, el colosal endeudamiento de la República y el
sobredimensionamiento del Estado venezolano), así como la profundización de la
corrupción administrativa generalizada y la incapacidad para mejorar la calidad
de vida de sus compatriotas, a pesar de haber dispuesto de recursos suficientes
para lograrlo.
Hoy está
comprobado que la destrucción del país se ha acelerado vertiginosamente bajo el
actual régimen, pues bien se sabe que Venezuela sufre desde 1999 un lamentable
proceso de retroceso, destrucción y crispación.
Los ya 16 largos años del régimen actual han
sido más que suficientes para que el país experimente un grave retroceso en materias
que habían registrado indudables avances entre 1958 y 1998. No se trata de
hechos aislados o de iniciativas hemipléjicas. Se trata, por el contrario, de
una estrategia planificada de antemano para destruir la institucionalidad y la
alternabilidad democráticas, y sustituirlas por un sistema político de carácter
autocrático y autoritario, con pretensiones de eternizarse en el poder.
Hoy presenciamos un retorno absurdo a
conceptos anacrónicos, impropios de la modernidad que debería exhibir un país como
el nuestro: rémoras escandalosas como la autocracia reinante a través del
caudillismo presidencialista, el culto a la personalidad del comandante
“eterno”, el sometimiento de los demás poderes a su mando omnímodo o a quien
hoy hace sus veces, el estatismo exagerado y el militarismo rampante, la
liquidación del federalismo, la conspiración permanente contra el sufragio
confiable y efectivo, la conversión del régimen en una colonia castrista, la
persecución y penalización de la disidencia, la violación de los derechos
humanos, la tortura, estudiantes y disidentes asesinados, los presos políticos, y los zarpazos constantes contra la libertad
de expresión y de información, entre otras perversiones.
Añádase a todo esto la destrucción de
aparato productivo del sector privado, el crecimiento de la pobreza, la miseria
y la desnutrición, la escasez y el desabastecimiento, el alto costo de la vida,
el colapso de los servicios públicos, la falta de viviendas para los sectores
populares y la clase media, la ausencia de oportunidades para nuestros jóvenes
y el asesinato de más de 200 mil venezolanos a manos del hampa, son hoy
problemas crecientes por culpa de una gestión que ha priorizado sus propósitos
políticos e ideológicos hacia adentro y hacia afuera, olvidándose de atender
las exigencias básicas de los venezolanos.
No es cierto entonces que con la llegada del
teniente coronel Chávez Frías al poder en 1999 se haya iniciado una nueva etapa
histórica en Venezuela, que dejara atrás todos estos problemas y nos permitiera
avanzar como nación progresista, con recursos humanos y materiales que así lo
garantizaran. Todo lo contrario: con el chavismo debe terminar de morir el
proceso decadente que afectó a la democracia a partir de 1974 y cuya peor
expresión ha sido justamente su llegada al poder.
Tamaño desafío exigirá de nuestro liderazgo
actual y emergente un esfuerzo de cabal comprensión de lo que significa una
democracia vigorosa, basada en el relevo a tiempo y en el compromiso para
superar las odiosas diferencias sociales y económicas hoy aumentadas.
Requerirá, desde luego, de una dirigencia preparada, estudiosa y profundamente
solidaria y sensible con quienes menos tienen y continúan siendo excluidos.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 03 de marzo de 2015.