miércoles, 9 de octubre de 2013

ANTE UNA HORA DRAMÁTICA Y UN COMPROMISO MAYOR

ANTE UNA HORA DRAMÁTICA Y UN COMPROMISO MAYOR

DISCURSO DE ORDEN DEL DIPUTADO
 GEHARD CARTAY RAMÍREZ
 ANTE EL CONCEJO MUNICIPAL DE PEDRAZA, ESTADO BARINAS

(Ciudad Bolivia, 05 de julio de 1990)





Celebramos hoy una de las fechas más importantes de la venezolanidad: la de nuestro nacimiento como nación libre y soberana.
Y me complace que sea justamente aquí, en la Plaza Bolívar de Ciudad Bolivia, ante tan calificado y numeroso auditorio, que pueda hoy consignar algunas reflexiones, a propósito de tan trascendente fecha patria, en esta hora dramática que vivimos los venezolanos y que nos coloca ante un compromiso mayor con nuestro país y su gente.

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“No creo en la Historia nacional -escribió alguna vez Don Mario Briceño-Iragorry- como fuente de romántica complacencia; juzgo, en cambio, con sentido jaspersiano, que sus datos, como espejo del hombre, nos ayudan a conocernos a nosotros mismos en la riqueza de lo posible”.
Esa línea de continuidad que conlleva la Historia debe ser tomada como su impulso vital. Y debe ser asumida con sentido realista, pero con ambición; con los pies en la tierra, pero poniendo alas a la imaginación. Y, sobre todo, siendo consecuentes con la idea de que ahora somos nosotros -como antes fueron ellos, los Padres Fundadores que hicieron posible el 5 de Julio de 1811- los continuadores de la Patria en desarrollo. Mañana serán nuestros hijos, y después los hijos de nuestros hijos. Porque así es la Historia: una constante batalla, un diario trajinar, un cuotidiano afán.
Por eso debernos hablar de los nuevos 5 de Julio que nos aguardan, en lugar de venir este mañana a recordar los episodios de aquel 5 de Julio. Las circunstancias en que se encuentra Venezuela en este momento obligan a una profunda meditación sobre el presente y el porvenir de la Patria. No tendría sentido, por tanto, venir hoy y aquí a rememorar con sentido patriotero y solemne las razones de esta fecha que casi todos conocemos desde las aulas de la escuela, ni tampoco los episodios históricos que se sucedieron alrededor de tan trascendente acontecimiento.
Se impone, sí, al rememorar el significado extraordinario de la Declaración de Independencia suscrita hace ya 179 años, afrontar los desafíos que la hora presente y futura nos plantean a los venezolanos de este nuevo tiempo. 
Porque no tendría sentido enorgullecernos de aquella fecha en la cual los Padres Fundadores de la Patria nos declararon independientes, si hoy pareciera que algunos se empeñan en entregarnos de nuevo a poderes extranjeros, bajo el argumento de que necesitamos más recursos financieros para salir de la crisis en que nos hundieron precisamente quienes ahora juegan al papel de salvadores de esta pobre Venezuela, convulsa y enferma.
Porque hay que decir, además, que si ayer estábamos atados por las cadenas de la opresión a la España imperial, hoy nos quieren encadenar de nuevo a otro yugo: el yugo del Fondo Monetario Internacional, el más poderoso imperialismo de la modernidad financiera y un mecanismo diabólico que superpone los intereses de las naciones más ricas por sobre las más pobres, sometiéndolas a sacrificios inaceptables.
 Se diría, pues, que los venezolanos de hoy estamos obligados a luchar por una nueva independencia, por un nuevo 5 de Julio. No se trata ya de esforzarnos por ser independientes políticamente, ni tampoco por obtener derechos que sempiternamente -como antes sucedió- nos fueron negados y desconocidos, de hecho y de derecho, por una autoridad ilegitima y usurpadora. Tampoco se trata de luchar por nuestra autodeterminación y autonomía plenas. Sería exagerado plantear estas cuestiones en términos absolutos y radicales. Somos un país libre, ciertamente, con una democracia funcional -aunque tambaleante y descreída-, con autoridades legítimamente constituidas  -aunque no siempre acatadas- y con una cierta dosis de autodeterminación en el concierto de las naciones. Nadie podría dudar de todas estas conquistas y muchas otras más, por modestas y rutinarias que a veces puedan parecer.
La que no podemos olvidar, al lado de todo lo anteriormente dicho, es que Venezuela soporta hoy una de las más grave crisis de toda su Historia, bajo el peso agobiante de una deuda descomunal que no es precisamente la contraída con los bancos extranjeros, sino con nuestro propio pueblo, el menos favorecido en los tiempos de la abundancia grosera de la Venezuela Saudita, y el más castigado y esquilmado en estos tiempos de escasez.
Lo que no podemos negar es que el país está acogotado por todo tipo de problemas, sean grandes o pequeños, pero sin solución inmediata por ahora. La que no podemos ocultar es que hoy por hoy a Venezuela la arropa una grave crisis moral, económica y política. Lo que no podemos esconder es que nuestros gobernantes actuales cada día se muestran más incapaces para sacarnos del atolladero inmenso en que nos encontramos, mientras un reducido sector de nuestra clase política, económica, militar y sindical continúa saqueando el Tesoro Público, como si estuviéramos francamente ya al final de una era y se impusiera entonces tomar el botín, antes de abandonar la nave que naufraga.
Vivimos, pues, un ciclo histórico que debe cambiar, y sin duda alguna va a cambiar por la propia dinámica de la Historia. Nuestra tarea no puede ser otra que la de impedir que esos cambios nos desborden y que sectores del autoritarismo caudillista y de la antipolítica puedan conducirlos por los atajos del retroceso. Porque hay que decirlo de una buena vez: Hay factores golpistas subterráneos que sigilosamente viene acechando (*) y sería estúpido no detenerlos a tiempo e impedir que lleguen al poder.
Nuestra tarea consiste en canalizar y liderizar esos cambios necesarios e inaplazables y, desde luego, protagonizarlos para avanzar y no para retroceder. Tenemos entonces que prepararnos para las nuevas luchas contra los verdugos de la Patria de hoy: los malos gobiernos, la mediocridad, la corrupción, la demagogia, el centralismo y la entrega del país a los centros financieros internacionales. Pero también contra los posibles verdugos del mañana, esos que representan el militarismo, el golpismo, el neoautoritarismo, el fascismo, el anacronismo, el caudillismo y cualquier tentación totalitaria del signo que fuere.  
Por eso he hablado de los nuevos 5 de Julio que todavía nos aguardan. Vamos a asumirlos con sentido de Historia, aprendiendo la lección y asimilando todo cuanto guardan de experiencia. Vamos a apoyarnos en los hechos gloriosos del pasado de la Patria para producir los nuevos cambios que el país reclama, porque la grandeza del ayer debe ser la palanca para la grandeza del mañana.
Y esa, y no otra, es la lección de la Historia.
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Venezuela -ya se ha dicho- vive hoy una grave crisis a todos los niveles. Hay un vacío de conducción en las altas esferas del Poder Público y una peligrosa falta de representatividad y de solidaridad social en los organismos de dirección popular.
Eminentes pensadores e historiadores han reconocido esta dramática y angustiosa realidad. Y es que no se necesita, en verdad, haber estudiado algo para palpar la situación: el pueblo, con su inmensa sabiduría, sabe que vivimos una grave crisis porque nadie como él la siente y la sufre.
El país hierve en comentarios, susurros y presagios de mal agüero. Hasta de Golpe de Estado escuchamos hablar en estos días, tanto pública como privadamente, en los periódicos y en la charla amistosa. Hay como una calma tensa, una tranquilidad sospechosa que a ratos pareciera reventar ante tantas premoniciones. El país se siente en vilo porque el gobierno no gobierna y su máximo conductor gusta más de los viajes internacionales que del diario afán aquí en Venezuela, tan urgido hoy de las sabias reflexiones del estadista sobrio y de las necesarias decisiones que reclama la crisis.
Vivimos una difícil coyuntura. A ella hemos llegado a fuerza de marchas y contramarchas. Hubo un tiempo, todavía cercano, en que pudimos aprovechar todo lo que teníamos y quienes nos gobernaron entonces no supieron, no pudieron o no quisieron trabajar para que esa riqueza nacional pudiera beneficiar a todos los venezolanos. Hace escasos años, bajo esa misma conducción errática, el país vivió los locos años de la abundancia. Lo tuvimos todo a manos llenas en aquel tiempo. Lo que nos faltó fue un liderazgo conciente de que, luego de la abundancia, asomaría la inmensa crisis que tercamente nos advirtió Pérez Alfonzo, y que ahora todos padecemos.
Tuvimos entonces malos administradores de nuestros recursos. A pesar de que teníamos recursos financieros, los que gobernaban se empeñaron en endeudar, sin ninguna necesidad, aún más al país. Fue así como se esfumaron recursos milmillonarios, sin utilizarlos para combatir la pobreza y el desempleo, garantizar la seguridad de personas y bienes y mejorar los servicios públicos.
Fue así como se produjo la paradoja de un país con abundantes recursos, cuyo gobierno dilapidó cuanto tenía y terminó endeudado con la poderosa banca internacional. Aquel fenómeno absurdo fue llamado economistas norteamericanos y europeos “el Efecto Venezuela” para describir lo que no debe hacerse desde el gobierno en materia económica, fiscal y social.
Hoy vivimos las funestas consecuencias de la improvisación y a incapacidad de aquellos gobernantes. Ellos seguramente no verán las más funestas consecuencias de lo que en mala hora le hicieron al país. Corresponderá a otros líderes enfrentarlas y luchar por superarlas en el porvenir inmediato.
Por ahora, como dice la propaganda oficialista, Venezuela es otra. Por ahora somos un país más pobre, con más dificultades y menos posibilidades. Más del 60 por ciento de los venezolanos viven en situación de pobreza crítica, mientras la clase media cada día se empobrece más, los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. La inflación no cesa de golpearnos todos los días. El desempleo crece cada vez con mayor fuerza. La agricultura y la cría están virtualmente quebradas por los efectos de las medidas gubernamentales. La muerte acecha a todos en cualquier camino o vereda, porque el país ha sido tomado por todo tipo de delincuentes y no hay seguridad en ninguna parte.
Vivimos de escándalo en escándalo. Hemos perdido la capacidad de asombro ante los desmanes de la corrupción y de los corruptos. Ahora se habla de rebatiña de contratos entre dirigentes del gobierno, y por Barinas anda un ejército de comisionistas vendiendo contratos de obras públicas, a cambio de un porcentaje para la corrupción o para el silencio, porque también aquí se compra a muchos que deberían vigilar el manejo de la administración nacional y regional.
La corrupción lo ha invadido todo, al punto de ser hoy Venezuela un país de delitos sin delincuentes, porque la impunidad campea mientras la justicia parece caminar en sentido inverso a la realidad.

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Yo digo todas estas cosas no para sembrar pesimismo, sino para que seamos realistas en la dura lucha que nos corresponde a los venezolanos de hoy. Una lucha, por cierto, que debemos librar con optimismo y realismo para no volver a caer en los errores y fallas que ahora criticamos.
Como lo he afirmado en otras ocasiones, Venezuela tiene inmensas posibilidades y condiciones para superar esta gravísima crisis. Pero la primera de ellas no son sus riquezas materiales. La primera condición para derrotar la problemática que nos agobia es la de que una nueva mística y una nueva moral tomen el poder a todos los niveles. Sólo así será posible realizar los cambios que requerimos, con honestidad, capacidad y sensibilidad.
Los recursos económicos y naturales siempre los hemos tenido y, bajo algunos gobiernos mediocres y corruptos que hemos soportado, buena parte de ellos se han perdido miserablemente. El problema, entonces, reside en luchar por liderazgos capaces y honestos en la cima del poder, cuyo ejemplo irradie a todos los demás niveles del Estado y del gobierno.
Un liderazgo de tal naturaleza podría entonces aprovechar nuestras ventajas como país con recursos y posibilidades. Sólo así nuestra riqueza fundamental, el pueblo venezolano, volcado al trabajo creador, con empleos bien remunerados, mejor seguridad social y mayor estabilidad política -la fórmula de la que habló Bolívar en su tiempo-, puede convertirse en la columna vertebral de todo este ciclópeo esfuerzo. Y sólo así también, nuestras inmensas reservas petroleras y minerales, nuestros fértiles suelos para la agricultura y la cría, la ausencia de traumas históricos y sociales, todas estas condiciones que registramos como nación, pueden ser la base fundamental para luchar y lograr una Venezuela mejor.
Otros pueblos del mundo lo han logrado, con menos recursos y muchas más limitantes. ¿Por qué, entonces, no podemos lograrlo también nosotros, los venezolanos? ¿Será que estamos condenados por una especie de maldición permanente a sufrir los malos gobiernos, las peores dictaduras, los más criminales caudillismos, como hasta ahora lo ha demostrado nuestra accidentada historia republicana?
¿O será posible que derrotemos estas taras y entremos al siglo XXI como un pueblo que rompió amarras con nuestros males crónicos y decidió estar a la altura de las comunidades que luchan por mejorar sus condiciones de vida y aspiran a construir una sociedad más justa o más humana?
Está en nuestras mentes y manos alcanzar un mejor estadio como nación. Está en nosotros y en nadie más. Ojalá podamos lograrlo y liquidar cualquier rémora que nos regrese a ese pasado ominoso que siempre nos ha condenado como comunidad nacional.      

Ciudadano Alcalde:
Ciudadanos Concejales:
Al agradecer infinitamente su generosidad por haberme permitido hablar desde esta digna Tribuna, sólo me resta señalar que en fechas como la de hoy los venezolanos debemos reencontrarnos con nuestro destino mayor, sin temores ni equivocaciones, repitiendo las sabias palabras del joven Simón Bolívar ante la Sociedad Patriótica el 4 de Julio de 1811: “Vacilar es perdernos!”.
Muchas gracias.