lunes, 18 de febrero de 2013

¿QUÉ CELEBRA EL RÉGIMEN?
Gehard Cartay Ramírez
Resulta absurdo, sin duda, que el régimen celebre el aniversario de un golpe de Estado contra un gobierno legítimo, en desconocimiento de la Constitución Nacional y que, por si fuera poco, fracasó por la cobardía de su cabecilla principal.
Pero, aún así, los golpistas del 4 de febrero de 1992 tienen el tupé de celebrar aquel nefasto y sangriento acontecimiento. Se olvidan que entonces murieron centenares de venezolanos por su desfachatado  e imperdonable crimen. Se olvidan, además,  que, también desde entonces, se abrieron en la Fuerzas Armadas fisuras y grietas que han venido minando el prestigio y el profesionalismo de la institución militar, hasta convertirla en una guardia pretoriana, cuyos jefes actúan como grotescos voceros de un partido político.
Olvidan, por supuesto, que a pesar de su traición a la Constitución, el liderazgo de entonces y los gobiernos de los presidentes Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, los trataron con respeto y consideraciones que ellos, por cierto, le han negado a sus presos políticos, sometidos a juicio por causas menos graves que la felonía del 4 de febrero de 1992. CAP indultó a algunos y Caldera sobreseyó al cabecilla de aquella traición a la democracia, y a vuelta de muy pocos años toda salieron en libertad, una situación que muchos venezolanos hoy rechazan y condenan.
Pero entonces, entre 1992 y 1993, casi todo el liderazgo político del país -y buena parte de los venezolanos, como se confirmaría cinco años después- planteó el perdón a los golpistas y les recomendaron que se incorporaran a la lucha democrática.  Todos los candidatos presidenciales (Caldera, Fermín, Álvarez Paz, Velásquez) prometieron liberarlos y conducir un proceso de reconciliación en las Fuerzas Armadas.
Al final, y porque fue quien ejecutó aquella medida, el presidente Caldera ha sido catalogado como el único culpable de que los facciosos de 4 de febrero, comenzando por su cabecilla, hayan sido puestos en libertad y no han faltado quienes lo acusen de ser el culpable de que lo eligieran presidente, lo que, como bien se sabe, es responsabilidad exclusiva de aquellos que, en mala hora, votaron por el teniente coronel golpista.
Está muy claro entonces que la democracia fue generosa y sumamente compasiva con los golpistas de 1992. Algunos –la mayoría, incluyendo a muchos que votaron por el actual régimen y luego se arrepintieron- piensan ahora que fue debilidad e irresponsabilidad. Otros creyeron que esa medida contribuiría a la conciliación y la paz, y sin duda pecaron de ingenuos, como lo demostraría el tiempo. La democracia creó así su propio Frankestein, el mismo que luego iniciaría su destrucción para abrir paso a un sistema autoritario, caudillista, anacrónico, militarista y corrupto, inspirado, por propia confesión de sus jefes, en la dictadura castrocomunista de Cuba.
Fue así como en 1998 un militar golpista, con propósitos abiertamente antidemocráticos –contenidos en los frustrados decretos que tenía preparados en caso de triunfar el golpe contra CAP- fue electo presidente de la República. Por supuesto que en tal ocasión se disfrazó de demócrata, abjuró del golpe de 1992, catalogó a Fidel Castro como un dictador, ofreció estar sólo cinco años en el poder, dijo que no era socialista,  anunció una cruzada contra la corrupción y prometió villas y castillos.
Después de largos catorce años de estar en la presidencia, con todos los poderes a su disposición y altísimos precios petroleros que ha despilfarrado y regalado, su gestión ha resultado todo lo contrario.
Todos los problemas que prometió resolver se han agravado y ha creado otros nuevos y complejos. Hoy su régimen es una colonia castrocomunista, a plena luz del día y una realidad que nadie puede negar, porque sería como negar que el sol sale todos los días. Por su fuera poco, y olvidando lo que dijo en su campaña electoral, estableció la reelección presidencial indefinida, luego se proclamaría socialista, la corrupción se ha desbordado desde el más alto nivel de la República y Venezuela es un país en vías de disolución, probablemente para incorporarlo a la República de Cuba.
¿Qué celebran entonces, si lo que hoy acontece en el país no es una fiesta sino la muerte de la democracia?

 (LA PRENSA de Barinas - Martes, 05 de febrero de 2013)