lunes, 25 de junio de 2018


¿TODO PASADO FUE MEJOR?
Gehard Cartay Ramírez
En muchos de quienes vivieron parte de la República Civil (1959 – 1999) hay una evidente nostalgia por aquellos tiempos.
Y es natural que así sea. Pero en aquellos otros que no la conocieron hay también, sin duda, no una nostalgia por ese ciclo histórico, sino una gran frustración y molestia por la destrucción del país a manos del chavomadurismo. Eso es lo que explica que hayan dado una gran batalla y ofrendado más de un centenar de vidas en las calles el año pasado, y también, por desgracia, que muchos de ellos estén abandonando el país, buscando un mejor destino, ese que obviamente aquí no conseguirán mientras exista el presente régimen.
¿Significa esto que todo pasado fue mejor? Dependiendo de las circunstancias y de los ciclos históricos se podría responder esta interrogante. Quien analice la historia venezolana desde sus inicios conseguirá respuestas dispares.
Así, por ejemplo, las teorías cuasi paradisíacas sobre la etapa indígena en lo que hoy es territorio venezolano sostienen que la misma fue mejor que lo que vino luego. Tal vez tengan razón. Sin embargo, hubo también entonces guerras tribales violentas, aquí y en todo el continente.
La conquista y colonización española fue luego una larga etapa de imposición de una cultura extraña sobre la autóctona, con sus consecuencias nefastas: la esclavitud y la explotación de los pobladores originarios. Resulta, por tanto, obvio que esta etapa no fue mejor que el tiempo de los aborígenes.
Sin embargo, la posterior Guerra de Independencia liquidó la economía y la paz. Entre 1830 y 1859, los esfuerzos por consolidar la República fueron auspiciosos. Y cuando apenas se estaban recuperando la economía y la paz social explotó la llamada Guerra Federal, que acabó con los nacientes logros. Sin duda, los años inmediatamente anteriores habían sido mejores.
Vino luego la larga autocracia de Guzmán Blanco y sus sucesores políticos. Posteriormente, la de los militares andinos en el poder, entre 1899 y 1945, primero con los generales Castro y Gómez, y luego con los también generales López Contreras y Medina. Esta última etapa significó un avance en todo sentido.
Con la denominada Revolución de Octubre que en 1945 derrocó a Medina comenzó un sostenido proceso de ascenso económico y social que duró hasta finales del siglo XX. Se proyectaron grandes obras públicas y se inició una etapa de modernización del país. En 1946 fue elegida una Asamblea Constituyente que dictó la primera Constitución democrática, y en 1947 fue electo el escritor Rómulo Gallegos como el primer presidente escogido en comicios directos, universales y secretos. Y aunque será derrocado por las Fuerzas Armadas a los nueve meses de haber tomado posesión, serán los militares quienes ejecuten algunas de aquellas grandes obras, muchas de las cuales fueron continuadas por los gobiernos democráticos surgidos a la caída de la dictadura perezjimenista.
Pocos pueden dudar hoy que a partir de entonces y hasta 1999 hubo una etapa de progreso ascendente, al punto que en aquel tiempo surgió una pujante clase media, como pocas en el continente. Porque si bien es cierto que durante de la década militar (1948-1958) se construyeron obras públicas fundamentales, no lo es menos que, entre 1958 y 1998, La República Civil superó aquellos logros, mientras se expandían también el sistema democrático y el respeto a las libertades públicas y los derechos humanos.
Como puede notarse, en medio de tropiezos y dificultades, se avanzó en todos los órdenes, a pesar de ciertos retrocesos puntuales, como la ausencia de democracia durante la dictadura del general Pérez Jiménez y la insurgencia guerrillera castrocomunista, a comienzos de los años sesenta. Pero queda fuera de toda duda que, entre 1959 y 1973 -bajo los gobiernos progresistas de Betancourt, Leoni y Caldera-, Venezuela fue un país con una economía en ascenso, una moneda fuerte, niveles de endeudamiento mínimos y un manejo prudente, austero y decente de los dineros públicos.
Y si bien es cierto que el alza sorpresiva de los precios petroleros en 1973 indigestó financieramente al país y se malbarató parte de aquella montaña de recursos a partir del primer gobierno de CAP, no lo es menos que -seguido del de Herrera Campíns y Lusinchi, entre 1974 y 1988- Venezuela siguió creciendo económicamente, con saldo positivo en materias de salud, educación, vivienda, descentralización y servicios públicos.
Por desgracia, crecieron también la corrupción, la pobreza y la deuda externa, aunque nunca en las inmensas proporciones actuales. El punto de inflexión entonces volvió a presentarse, al igual que en su primera gestión, durante el gobierno de CAP II, al producirse el Caracazo, los golpes militares de 1992 y su destitución en 1993. Posteriormente, el gobierno de Caldera II garantizó cinco años de paz, así como la continuidad administrativa y la ejecución de importantes obras públicas.
Sin embargo, y a pesar de todo, la mayoría estaba descontenta y quería un cambio radical. Todo esto llevó al poder a un militar golpista como Hugo Chávez Frías, quien prometió entonces resolver los problemas del país, y luego de 13 años largos, cuando falleció en La Habana, no había resuelto ninguno, sino creado otros nuevos y más complejos. Sus sucesores han continuado aquel nefasto legado. Hoy el país ha retrocedido un siglo, arruinado y peor que nunca, con más pobreza y miseria, desabastecimiento y hambre, inseguridad terrorífica, inflación descontrolada y corrupción sin precedentes.
 Obviamente que aquel pasado fue mejor que este presente trágico. ¿O usted lo duda, amigo lector? 
@gehardcartay
LAPATILLA.COM
Viernes,, 22 de Junio de 2018.










miércoles, 20 de junio de 2018


LA PESADILLA CHAVOMADURISTA
 Gehard Cartay Ramírez
En Venezuela vivimos una larga pesadilla chavomadurista, caracterizada por el hambre, la corrupción y la destrucción del país que veníamos siendo.
Sin embargo, a diferencia de las pesadillas del sueño, la que hoy sufrimos los venezolanos no termina aún porque no hemos despertado, como debía ser. Por diversas razones, seguimos siendo incapaces de terminar con ella, mientras cada vez más esa misma pesadilla sigue devorándonos con su carga de muerte, odio y destrucción.
Son veinte años ya de dominio por parte de una cáfila de desadaptados, resentidos y criminales, cuya incapacidad y corrupción han destruido un país que ahora podría estar entre los más desarrollados y progresistas del mundo, y no convertido en una nación donde campean la miseria, el hambre, la corrupción y las enfermedades.
No deja de ser una ironía que Venezuela, la misma que con Bolívar, Sucre y otros guerreros encabezó la lucha por la libertad de buena parte del continente suramericano, casi 200 años después se haya convertido en un país secuestrado por el despotismo autoritario de un grupo de forajidos que hoy la someten al hambre, la miseria y  la tiranía.
Y más sorprendente aún resulta que hayamos permitido que esta opresión dictatorial se prolongue en el tiempo y que, en pleno siglo XXI, mientras casi todos los demás países del hemisferio constituyen democracias en pleno funcionamiento, la nuestra haya muerto y hoy la sustituya una mascarada que sólo oculta un perverso sistema inspirado por la monstruosidad  castrocomunista.
Porque si algo debemos tener muy claro los venezolanos es que toda esta pesadilla no es una mera casualidad. No, en absoluto. Ella forma parte de la ofensiva de destrucción y arrase que desarrolla el actual régimen y que tiene objetivos muy claros.
El primero de ellos lo constituye la exclusión, el sectarismo y la división entre los venezolanos, con su carga de odios y enfrentamientos. El segundo objetivo ha sido la destrucción de las instituciones democráticas que venían funcionando regularmente desde 1958. Así, Venezuela ha retrocedido al siglo XIX, pues desde el poder se ha privilegiado el caudillismo y la violencia armada contra los ciudadanos y sus derechos, mediante la violación sistemática de la Constitución y las leyes.
Otro objetivo logrado por el régimen ha sido la destrucción de la clase media y el empeoramiento de las condiciones de vida de los pobres, depauperando a la primera y llevando a la miseria más deplorable a los segundos. Para lograr tan retorcido propósito ha liquidado las inversiones nacionales y extranjeras, desconocido el derecho de propiedad privada, cerrado miles de fábricas e invadido y arruinado otras miles de fincas agropecuarias productivas y, por consecuencia, acabado con millones de puestos de trabajo. Por eso mismo -y no por la mentira de “la guerra económica”- hoy escasean la comida, las medicinas y los empleos, al punto de convertirnos ya en un país africano marcado por el hambre y el desempleo.
Igualmente el régimen ha liquidado el progreso alcanzado luego de varios años por los venezolanos. Así, los logros fundamentales de la República Civil entre 1959 y 1998, que crearon una clase media en ascenso y sacaron de la pobreza a centenares de miles de familias, han sido destruidos por el empeño en establecer aquí un modelo calcado de la dictadura castrocomunista cubana, una de las estafas ideológicas más grandes de la historia, que ha hundido en el hambre y la pobreza a todo un pueblo entero desde hace 60 años. Lo mismo quieren hacer aquí: igualarnos por debajo para empobrecernos a todos, menos a la cúpula podrida del régimen, cada vez más rica.
A quien más ha perjudicado esta expresa y deliberada política de destrucción ha sido a la juventud venezolana, no sólo por la muerte de centenares de jóvenes en manifestaciones y protestas contra el régimen, sino también por cerrarle las puertas hacia un futuro mejor. Eso explica por qué millones de nuestros muchachos huyen hacia otros países en busca de mejores oportunidades.
Mientras tanto, el país se cae a pedazos, la anarquía avanza incontenible, las instituciones han sido destruidas, los servicios públicos no funcionan, la salud dejó de ser un derecho y hoy mueren muchos venezolanos por carecer de medicinas y de falta de atención médica en hospitales públicos o privados.
La onda destructora del régimen también ha condenado al hambre a muchos venezolanos, ya sea por haber arruinado el aparato productivo nacional con su consecuencia directa, el desabastecimiento y la escasez, y también por la mega inflación que ha liquidado la capacidad adquisitiva de los venezolanos. Por desgracia, sus menguados salarios ya no alcanzan para nada y cada día se les hace más difícil adquirir los alimentos necesarios para mantener a su familia.
Hay que despertar ya de esta pesadilla. Hagamos nuestra aquella significativa consigna del Papa San Juan Pablo II en una de sus visitas a Venezuela: “Despierta y reacciona. Es el momento…”   
@gehardcartay
LAPATILLA.COM
Viernes, 15 de junio de 2018.
  

sábado, 9 de junio de 2018


GARRAPATAS AFERRADAS AL PODER
Gehard Cartay Ramírez
Esta es una definición exacta de Maduro y la cúpula podrida del régimen en este momento.
La verdad es que si tuvieran algo de vergüenza ya deberían haber abandonado el poder que, en mala hora y de pésima manera, ejercen. Resulta inaudito que, teniendo a casi todo el país en su contra, aún no se hayan ido por sus propios pasos.
Por desgracia, se aferran al poder como garrapatas, extrayendo para su provecho personal lo que queda en las arcas del patrimonio público. Se trata de una oligarquía corrupta hasta la exageración, pero -por lo visto- quieren llevárselo todo, antes de ser echados.
Aunque están enfermos de poder, en su actual desesperación deberían examinar la historia de aquellos que prefirieron abandonarlo en beneficio de sus pueblos y, en ciertos casos, antes de que fuera tarde para ellos. Por supuesto, algunos eran grandes hombres, y no se les puede comparar con la mediocridad del caso presente.
Comencemos por el Libertador Simón Bolívar. En 1830, al ser cuestionado por caudillos locales y fracasar la Gran Colombia, entregó el poder y anunció que viajaría a Europa. Enfermo y amargado, murió en el trayecto, en Santa Marta. El otro gran prócer independentista, José Antonio Páez, entregó en 1863 el mando de la República que había fundado en 1830 a Falcón y los federales, a pesar de que estos no lograron vencerlo, pero lo hizo por la paz del país. Luego se marcharía al exterior, donde murió.
En el siglo XX, el general Eleazar López Contreras, sucesor de Juan Vicente Gómez en 1935, liquidó pacíficamente la tiranía de su antecesor -al que sirvió varias décadas- y condujo al país hacia la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Por si fuera poco, recortó su propio período presidencial de siete a cinco años.
Quien lo sucedió, el también general Isaías Medina Angarita, a pesar de haber presidido un buen gobierno, fue, sin embargo, timorato al negarle al pueblo el derecho a elegir sus gobernantes. Pero no sólo eso: tampoco comprendió la inconformidad que bullía entonces en la oficialidad joven y los nuevos líderes civiles. Y el 18 de octubre de 1945, ante el golpe de Estado en su contra, prefirió irse, alegando que no estaba dispuesto a permitir la violencia entre sus compatriotas.
El dictador Marcos Pérez Jiménez, quien presidió un gobierno de grandes obras, pero antidemocrático y sin libertades, hizo todo lo posible para quedarse en el poder en los meses finales de 1957 y enero de 1958. Al final, desasistido del apoyo de las Fuerzas Armadas, también optó por abandonar la presidencia y largarse del país. Después diría también que lo había hecho para evitar enfrentamientos entre sus compatriotas.
Más recientemente, en 1993, cuando la Corte Suprema de Justicia acordó su enjuiciamiento y el Congreso lo separó de la presidencia, Carlos Andrés Pérez aceptó aquella decisión y se sometió a los tribunales, sin oponer resistencia. 
Por desgracia, Chávez fue electo presidente en 1998 y con él este nefasto régimen. Sus sucesores se niegan ahora a abandonar por las buenas el poder, a pesar del amplísimo repudio popular en su contra, lo cual los ha llevado a otorgarse “victorias” por la vía del fraude electoral. Pero, aún así, no han logrado ocultar la demoledora abstención que, convertida en una silenciosa rebelión popular, los ha desnudado ante el mundo.
Sin embargo, esa cúpula, ahíta de riquezas ilícitas -a costa del patrimonio público, de la pobreza y el hambre del pueblo-, se aferra como garrapatas al poder, despreciando la voluntad popular, violando la Constitución y desafiando a la comunidad internacional.
La verdad es que Maduro, si hubiera sido inteligente como López Contreras, habría podido propiciar un gran viraje y sacar al país del tremedal en que lo colocó su antecesor. Pero no tuvo inteligencia, ni tampoco voluntad y sentido de la Historia.
Hoy Venezuela está en ruinas, sin un gobierno que gobierne, sumida en el hambre y la miseria, con cerca de cuatro millones de venezolanos huyendo al exterior, con su aparato productivo liquidado, sufriendo la mega inflación más alta del mundo, con sueldos que no alcanzan para nada, con el desempleo en alza, las instituciones prostituidas por la dictadura y un descontento popular que puede convertirse en un auténtico tsunami en cualquier momento.
Y aún así, la cúpula podrida madurista -que hoy sólo cuenta con el apoyo de la cúpula militar como único sostén- no quiere irse. Son garrapatas que quieren sacarle hasta la última gota de sangre a Venezuela.
@gehardcartay
Lapatilla.com 07 de junio de 2018.