lunes, 15 de octubre de 2012

Verdades
LA VICTORIA NO TIENE SUSTITUTO
 Gehard Cartay Ramírez
@gehardcartay
gehardcartay.blogspot.com

Esta frase se le atribuye al general Douglas MacCarthur y hoy más que nunca tiene plena vigencia.
¡Si lo sabremos quienes hemos ganado y perdido elecciones! Porque, ciertamente, una victoria electoral cuesta mucho y una derrota nunca deja de ser dolorosa. Por eso, un triunfo siempre se celebra. Lo que no tiene sentido es “celebrar” una derrota, como en algún momento pareció estar en el ambiente la semana pasada.
Por lo tanto, insisto, en política, como en cualquier otra competencia, ciertamente “la victoria no tiene sustituto”. En consecuencia, la derrota hay que admitirla y asimilarla como tal. Nunca banalizarla. Sacar lecciones de ella para poder triunfar en la siguiente lucha. Aprender de los errores y causas que la originaron y nunca desentenderse de su amarga experiencia.
Porque de la derrota también hay que extraer lecciones para luego convertirla en victoria. Pero se la debe analizar con ánimo autocrítico, buscando a fondo sus causas y haciendo todo cuanto sea posible para que de su análisis surja la estrategia que pueda revertirla en un triunfo.
Esa es una deuda que la MUD tiene con los seis millones y medio de electores que votaron por Capriles y que, en su mayoría, guardan sentimientos encontrados frente al resultado electoral del pasado siete de octubre. Por cierto que, en esta materia, he leído todo tipo de análisis y múltiples teorías, incluso las más descabelladas. Y se me ocurre que tal vez cada una tenga algo de certidumbre, vista dentro de su conjunto analítico.
Porque en esta materia, desde luego, no se puede pecar de simplista. Pretender una única causa sería absurdo. Son varias, sin duda, y en ellas existe un entresijo de razones, algunas de las cuales todavía no podemos conocer por su complejidad.
Me cuento entre quienes creían en las posibilidades de triunfo de Capriles. Cuando sostuve tal opinión, me apoyé siempre en lo que sentía en el ambiente y en los resultados de encuestas serias. Percibía (y percibo) un innegable malestar colectivo frente al régimen y particularmente con respecto a su jefe único, candidato a la reelección, hoy lamentablemente ratificado.
Este descontento no se limita sólo a quienes adversamos el régimen. Va mucho más allá y está presente en amplios sectores populares, incluyendo las bases chavistas. No puede ser de otra manera, desde luego. El país marcha hacia el despeñadero y cada vez con mayor velocidad. Los problemas se han agravado peligrosamente sin que el régimen los solucione, y ello a pesar de que nunca como ahora un gobierno había manejado miles de millones de bolívares, gracias a los cuantiosos ingresos por concepto del petróleo, cuyos precios jamás habían alcanzado niveles tan altos como los de hoy.
En este contexto, la inconformidad es algo lógico y natural. Lo que no resulta lógico ni natural es que la mayoría de los electores, que la sufren, terminen votando a favor de quien es el principal culpable de la catastrófica crisis que vive hoy Venezuela. Por eso, justamente, cabía esperar otros resultados este siete de octubre pasado.
Y de pronto nos sale el CNE anunciando unos escrutinios francamente increíbles. Fue la misma película de procesos anteriores, el mismo guión y el mismo elenco. Luego de un día de fiesta electoral, con millones de electores esperanzados haciendo largas colas, vino la oscuridad de la noche y con ella, la misma espera y su incertidumbre. Y luego el desvanecimiento de la esperanza de un cambio abrió paso a un resultado electoral que no parecía compadecerse con lo que habíamos visto en la campaña electoral, pocos días y horas antes.
Por supuesto que también habíamos comprobado -y denunciado- la falta de escrúpulos de un régimen corrupto y ventajista como pocos, que utilizó todos los dineros de los presupuestos oficiales para financiar su milmillonaria campaña y echó mano a los demás recursos del Estado para favorecer a su candidato reeleccionista.
Tampoco podemos obviar la grotesca actuación del CNE, que no sólo avaló el ventajismo vergonzoso del régimen, sino que además lo auspició al cubrirlo con el manto de la impunidad y del más abyecto celestinaje. Y si esa fue su actitud pública, como todos pudimos darnos cuenta, entonces también hay derecho a suponer cuántas otras tropelías y fraudes todavía ocultos fueron capaces de ejecutar a favor del candidato reeleccionista, su jefe político innegable.
No menos cierto tampoco es que el régimen tiene una poderosa y bien financiada maquinaria electoral y que aún goza de un importante respaldo popular. Nadie puede negarlo. Pero de allí a obtener tan contundente votación, realmente hay razones para dudarlo.
Habría que analizar, por otra parte, las fallas de la campaña electoral de Capriles, que las hubo, qué duda cabe. ¿O alguien puede decir que fue perfecta, a juzgar por sus resultados? Quizá faltó más contundencia en el ataque al candidato oficialista y su nefasto régimen y mayor amplitud puertas adentro, incorporando a todos sin distingos. Tal vez el discurso mostró en algunos casos cierto parecido al del candidato oficialista, lo cual no resultaba conveniente.
También resulta obvio que no le llegó a los sectores más pobres, donde todavía hay un apoyo importante al régimen -que no se pudo neutralizar a pesar de lo alcanzado en este segmento-, y todo ello a pesar del amplio respaldo obtenido por el candidato de las fuerzas democráticas, especialmente entre los jóvenes y las mujeres.
En todo caso, el país parecía ganado para un cambio de presidente y de gobierno. De modo que algo pasó para que no fuera así, y es allí donde hay que detenerse en el análisis. Por supuesto que razones estratégicas aconsejan no bajar la guardia de cara a las elecciones de gobernadores, cuya naturaleza es distinta a las presidenciales. Pero, posteriormente, habrá que hundir el bisturí del análisis autocrítico para revisar lo ocurrido el siete de octubre.
Por ahora, no está demás insistir en que “la victoria no tiene sustituto”, y que en política no aplica el axioma deportivo según el cual “lo importante es competir”. En política, por el contrario, “necesario es vencer”, como también lo advirtió Simón Bolívar en algún momento.

 LA PRENSA de Barinas - Martes, 16 de octubre de 2012