miércoles, 30 de noviembre de 2016

SE REQUERIRÁ EXPERIENCIA Y SABIDURÍA



SE REQUERIRÁ EXPERIENCIA Y SABIDURÍA
Gehard Cartay Ramírez
     Sin ser alarmistas, sino realistas, hay que insistir en que Venezuela vive hoy una de sus más graves crisis.
      El régimen, mentiroso y perverso, intenta mantenerse en el poder como sea, lejos de cualquier escrúpulo y apelando a la inmoralidad y la corrupción, pasando por encima de la Constitución y las leyes, mostrando total desprecio por la voluntad popular y la comunidad democrática internacional.
       Y es que, luego de casi 18 años de ejercicio pleno del poder, su único logro es haber destruido a Venezuela como el país democrático y soberano que fue hasta 1998, así como arruinado nuestras inmensas potencialidades de desarrollo y -por si fuera poco- nuestras riquezas petroleras y mineras, en lugar de haberlas utilizado como palancas para asegurarle un mejor porvenir para los venezolanos.
     Nada de eso fue posible, repito, a pesar de esos 18 años de ejercicio omnímodo del poder y de haber manejado una masa inmensa de petrodólares, como nunca antes lo hizo gobierno alguno. Y esta es hoy nuestra gran tragedia como nación, por culpa del grupo de irresponsables, corruptos y demagogos que asumieron el poder en 1999, luego de haber engañado a millones de ilusos con una falsa bandera de cambio, ahora convertida en imperdonable tragedia para todos los venezolanos.
     Por desgracia, esa colosal burla a quienes votaron entonces y después por Chávez, y luego por Maduro, no libera a quienes cometieron tan garrafal error de haber incurrido en una irresponsabilidad histórica que no podrían nunca justificar ante sus hijos y nietos, por cierto, las principales víctimas del desastre que hoy sufrimos. Menos puede liberar a quienes fueron dirigentes de aquel delirante “cambio”, aunque luego se hayan pasado a la oposición, y algunos aceptados como sus dirigentes, sin haberles escuchado, al menos, una disculpa.
     Y este es el otro asunto que no se puede obviar. A pesar de que la demagogia de algunos dirigentes opositores les impide decirlo, la verdad es que la actual crisis se va a prolongar por algún tiempo, al igual que la inacabable maldición peronista que acompaña al pueblo argentino desde hace sesenta años. No será fácil sacar en lo inmediato a Venezuela del precipicio en que la ha hundido el actual régimen, aunque tal vez la recuperación sea más corta que la trágica experiencia de Argentina.
    Pero hay que decirlo claramente. Y es que, a pesar de la repetida ilusión alrededor de “los nuevos líderes” (olvidan que también Chávez llegó gracias a ese predicamento), lo cierto es que requerirá fundamentalmente de un liderazgo experimentado, al igual que de un equipo con las mejores inteligencias venezolanas para diseñar y ejecutar un plan de emergencia que, junto al trabajo y la dedicación de los venezolanos, pueda poner otra vez al país en marcha.
    Porque aquí no hay que llamarse a engaño sobre lo que vendrá luego, una vez que se produzca el necesario cambio en la conducción de Venezuela. Será ciclópea la inmensa tarea de sacar a millones de venezolanos de la pobreza, crear millones de empleos bien remunerados y estables, implantar un sistema de seguridad jurídica, social y personal para todos, obtener financiamiento internacional para recuperar nuestra economía y reabrir las miles de empresas industriales y agropecuarias cerradas, expropiadas o saqueadas en estos 17  años.
     Será igualmente ciclópea la tarea de regresar la probidad administrativa al gobierno, así como devolver su carácter apolítico y no partidista a la institución militar, y derrotar la cultura del populismo y el clientelismo corrupto con que el actual régimen sostiene su maquinaria y sus cuerpos paramilitares.
     Las crisis por lo general son también oportunidades para producir cambios trascendentes en la historia de los pueblos. Confiemos entonces en que esta que ahora nos ha producido tanto daño pueda traer consigo también el imprescindible cambio que tanto anhelamos la mayoría de los venezolanos.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas - Martes, 22 de noviembre de 2106


1958-1968: LA INSURGENCIA DE LAS JUVENTUDES POLÍTICAS EN VENEZUELA




A propósito de la reciente muerte del dictador cubano Fidel Castro, reproduzco a continuación un texto de un libro de testimonios y vivencias personales que escribo ahora y espero publicar más adelante.

Trata sobre la actuación de la Juventud Revolucionaria Copeyana en los terribles años sesenta, cuando se produjo el duro enfrentamiento entre los gobiernos democráticos de entonces y la guerrilla castrocomunista venezolana, financiada por el dictador recientemente fallecido y, por supuesto, el debate ideológico que tales circunstancias trajeron consigo, especialmente entre las juventudes políticas.

1958-1968: La insurgencia de las juventudes políticas

 
Será difícil que en la historia venezolana se repita otra etapa tan trepidante como la que vivieron las juventudes políticas entre 1958 y 1968.

Al respecto, resulta ineludible reiterar cómo a la caída de la dictadura perezjimenista el alborozo general inicial apuntó entonces hacia una indudable confluencia democrática. Todos los partidos vivían un momento excepcional, signado por la unidad, el diálogo y el consenso. Nadie podía aceptar -en su sano juicio- que se intentara romper aquel esquema unitario. Así se abrió camino a un entendimiento interpartidista entre AD, URD y Copei, en el cual, además, participaron las Fuerzas Armadas, los trabajadores y los empresarios. Ese pacto fue conocido con el nombre de Puntofijo  (nombre de la quinta de Caldera en Sabana Grande, Caracas), y supuso un acuerdo previo a las elecciones de 1958 para respaldar un gobierno de consenso nacional que, como ya sabemos, le correspondió encabezar a Rómulo Betancourt, el triunfador en aquellos comicios.

El ensayo, en verdad, tropezó con serias dificultades, como se apuntó anteriormente, a consecuencia de la bestial ofensiva militarista -de derecha o de izquierda, según el caso, o ambas conjuntamente-, internas y externas, y luego, una vez escindido de AD el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), por la subversión marxista que pretendió imitar la guerrilla castrista triunfante en Cuba dos años antes. Pero ese cuadro de violencia produjo una verdadera polarización entre la juventud copeyana y los jóvenes marxistas del PCV y del MIR.

AD no tuvo entonces ninguna participación importante en aquella lucha. La razón era obvia: el partido eje de gobierno se había quedado sin cuadros juveniles al desertar con el MIR la mayoría de ellos. Correspondió entonces a los jóvenes socialcristianos la dura tarea de defender al gobierno de Betancourt en los sectores estudiantiles y universitarios, y al escudar aquella gestión lo que defendían -en realidad- era nada más y nada menos que a la naciente democracia frente a la embestida insurreccional alentada y dirigida por comunistas y miristas, librada no sólo desde las guerrillas o mediante acciones terroristas, sino también desde liceos y universidades.

Hoy se puede afirmar, sin hipérbole alguna, que la democracia de esos días ya lejanos le debe mucho a la hidalguía, el coraje y la convicción de los jóvenes copeyanos de entonces. Porque, ciertamente, si no hubiera sido por la lealtad de las Fuerzas Armadas y de Copei, cuya vanguardia en los momentos más dramáticos fue precisamente la JRC, aquel difícil ensayo -que en lo fundamental obviamente sostuvo la entereza de Betancourt- hubiera naufragado fácilmente en medio de las complejas circunstancias en que se desarrollaba. El apoyo de los socialcristianos amplió notablemente la base popular que sostenía al régimen, junto al respaldo del partido de Betancourt, a pesar de su división interna y del desgaste sufrido en aquel quinquenio.



Entre la lucha cívica y las guerrillas

Afirmo que el apoyo popular fue esencial porque, en verdad, la insurgencia guerrillera castro comunista en sí misma no puso nunca en peligro la estabilidad democrática, no sólo por su débil organización y proyección, sino también porque Venezuela no es territorio apto para la guerra de guerrillas, salvo en algunas zonas montañosas, tal y como siempre lo han demostrado los recurrentes fracasos de los movimientos guerrilleros.

Aquello fue una experiencia trágica, un error lamentable, como lo han reconocido posteriormente casi todos sus actores principales. Y ello, además de las ya señaladas, por otras dos circunstancias: 1) Sus promotores no conocían a profundidad la guerra de guerrillas, su instrumentación y organización. Nunca se prepararon para adelantarla más allá del romanticismo de la mayoría. 2) Nunca contaron con el apoyo de una población que, por el contrario, los percibía como un puñado de aventureros violentos y terroristas, pero nunca como una alternativa al régimen democrático.

Por estas razones y otras ya comentadas, la guerrilla comunista, financiada y entrenada por Fidel Castro, fue rápidamente derrotada, tanto política como militarmente en pocos años. Para 1968 era ya un espejismo, al cual había renunciado el PCV, uno de sus inspiradores iniciales, así como la gran mayoría de los cuadros del MIR, el otro factor partidista que la motivó. La política de pacificación ejecutada por el gobierno socialcristiano de Caldera hizo el resto: terminó de desarticularla políticamente al incorporar a la gran mayoría de sus protagonistas al proceso legal, cívico y democrático adelantado en el país desde el 23 de enero de 1958.

     Al salir airoso de la difícil prueba a que había sido sometido, el gobierno nacido del Pacto de Puntofijo no sólo derrotó a la insurrección armada y guerrillera, sino que fue más allá: pudo garantizar, así mismo, la continuidad del experimento democrático al propiciar las elecciones de diciembre de 1963, en las que fue electo presidente Raúl Leoni y en las que Caldera llegó en segundo lugar. AD y su candidato, si bien triunfaron en esas elecciones, reducen su votación en comparación con la obtenida por Betancourt un lustro antes. Ello se explica por las divisiones sufridas por AD y el desgaste tradicional de todo partido de gobierno. Sin embargo, lo cierto es que los adecos ganan nuevamente una elección popular, aún debilitados, pero decididos a cambiar radicalmente el esquema de gobierno mantenido por el anterior presidente, sobre todo con relación a Copei, al que comienzan a advertir como el enemigo a vencer en el futuro.

En consecuencia, Leoni y la dirección nacional adeca del momento inician entonces contactos con URD y el movimiento de Uslar Pietri para formar gobierno, alejándose apresuradamente de Copei. En el fondo de todas estas maniobras había, realmente, una indisimulada reacción del nuevo presidente contra Betancourt. Aquello no era nuevo en la política venezolana. Ya antes, en el siglo XIX, había ocurrido lo mismo: Páez contra Bolívar, Monagas contra Páez; Alcántara y Rojas Paúl, a su turno, contra Guzmán Blanco, y en el siglo siguiente las de Gómez contra Castro; Medina Angarita contra López Contreras o la de Gallegos contra Betancourt en 1948.

En estos 40 años de democracia tampoco sería diferente: allí están también -aparte de la de Leoni que ahora comentamos- la reacción de Carlos Andrés Pérez contra Betancourt en 1974; la de Herrera Campíns contra Caldera en 1979; la de Lusinchi contra CAP en 1984; la de este último contra aquél en 1989 y la de Caldera contra LHC y Copei en 1994, por citar los últimos 40 años. En el caso de Leoni, tal posición había sido estimulada y apoyada por la dirección de su partido, encabezada por Prieto Figueroa y Paz Galarraga, a quienes se tenía como propulsores de un sector radical de AD, una vez desprendidos el MIR y el Ars. A su lado estaba, además, el entonces todopoderoso buró sindical adeco. Todos ellos, salvo Leoni, encabezarían posteriormente la tercera división partidista en 1967 y que daría nacimiento al Movimiento Electoral del Pueblo (MEP).

Las elecciones de 1963, a pesar de haber constituido una derrota en todos los ámbitos contra la insurgencia castrocomunista, de ninguna manera eliminaron automáticamente la amenaza marxista, todavía recurrente aunque débil y epiléptica. Si bien las guerrillas no emergieron entonces exitosamente para liquidar la legalidad democrática, mantuvieron por algún tiempo ciertas actividades terroristas y foquistas, a lo largo del período de gobierno entre 1964 y 1969.



Jóvenes demócratas cristianos vs. Jóvenes marxistas

Fue justamente al comenzar el gobierno del presidente Leoni cuando me incorporé, con apenas 15 años de edad, a la actividad política en la Juventud Revolucionaria Copeyana, en un momento histórico complejo pues la militancia partidista estaba exenta de frivolidades y, por el contrario, la lucha contra el adversario ponía a prueba todas nuestras capacidades de acción y de resistencia frente al miedo y la violencia generalizadas.

Aquella fue, por otra parte, una escuela política donde nos formamos muchos dirigentes, iniciada en las luchas estudiantiles y continuada luego en las vivencias democráticas de nuestros partidos, donde la obediencia ciega no existía, los caudillismos eran cuestionados y todo estaba sujeto a discusión, comenzando por los liderazgos más venerables. Esa escuela política nos enseñó el valor de la confrontación democrática, pero también el del debido respeto por las ideas ajenas, la tolerancia frente a las diferencias, la imprescindible necesidad del relevo y la rotación en el liderazgo, la primacía del diálogo con los contendores y el sentido exacto de que la lucha política no es una guerra de exterminio, sino una competencia donde se gana y se pierde, por lo que el triunfador siempre está obligado a respetar al vencido y a valorarlo como alguien necesario.

Por esos años no se produjo tampoco ninguna recuperación de la juventud de AD. Todo lo contrario: dos nuevas divisiones sacudieron otra vez al partido de gobierno, siendo la última -encabezada por Luís Beltrán Prieto y Jesús Paz Galarraga- la que se llevaría nuevamente los menguados cuadros jóvenes que en esos años había podido reclutar Acción Democrática.

En cambio, la juventud copeyana mantuvo su papel protagónico de primer orden frente a las fuerzas marxistas, a pesar de que ya el partido no estaba en ejercicio del gobierno. Pero la lucha estaba planteada entonces en el campo ideológico, ya que eran dos cosmovisiones y dos planteamientos doctrinarios los que se confrontaban, tanto en el campo de las ideas como en el terreno de los hechos. El combate se libraría, en algunas ocasiones de manera encarnizada y violenta, ya en las calles o en los centros de estudio, y no era solamente una lucha muchas veces cuerpo a cuerpo, hombre a hombre. También era una confrontación, insisto, fundamentalmente ideológica, de la cual saldrían finalmente airosos los jóvenes socialcristianos, tal como lo ha demostrado fehacientemente la historia, vista desde la madura perspectiva del tiempo.


Aquellos jóvenes marxistas fracasaron entonces en su empeño y muchos se frustraron tempranamente, mientras quienes los enfrentamos desde la opciones demócrata cristiana y social demócrata nos sentiríamos luego asistidos por la razón histórica, al producirse la caída del Muro de Berlín en 1989 y, consecuencialmente, el derrumbe de la Unión Soviética y de la Europa Comunista, a lo que habría que agregar la conversión de China Comunista en una economía capitalista salvaje y la comprobación inevitable de que la revolución cubana sólo había sido una gigantesca mentira y una gran estafa ideológica.

Se podría decir, en síntesis, que aquella competencia entre los jóvenes socialcristianos y marxistas fue una dura lucha entre la democracia y la subversión. Ese era, ni más ni menos, el dilema de entonces. Unos luchábamos por fortalecer el sistema democrático de libertades y derechos humanos iniciado en 1958, y los otros por conducirlo hacia un régimen socialista-marxista, calcado del esquema dictatorial montado por Fidel Castro en la isla cubana, ensayo que por entonces concitaba sólidos y entusiastas apoyos entre la juventud y la intelectualidad internacional, la mayoría de los cuales, pocos años después, terminaron abandonándolo y abjurando ante una de las dictaduras más abyectas de los tiempos modernos.

Por lo demás, durante el primer gobierno del presidente Caldera, buena parte de los guerrilleros y terroristas de aquellos tiempos abandonaron su equivocada estrategia y se insertaron dentro del juego democrático, gracias a la política de pacificación que se impondría en el país a partir de 1969. Este hecho habla, por sí solo, sobre la justicia y la fuerza de los ideales que entonces sostuvimos los jóvenes de Copei.

sábado, 26 de noviembre de 2016

EL DIÁLOGO: ¿UN ESPEJISMO?
Gehard Cartay Ramírez
La solución de la colosal crisis que padecemos pasa exclusivamente por la sustitución del régimen que la ha creado. Ni más, ni menos.
En consecuencia, el objetivo fundamental del diálogo propuesto por El Vaticano sólo tendrá resultados positivos si se centra en una solución constitucional y democrática al efecto.
Pensar que la actual ruina económica del país, la destrucción del aparato productivo nacional -tanto público como privado-, el alto costo de la vida, la híper inflación, la especulación y la carestía se van a resolver en una fulana “mesa de diálogo” es una mentira descomunal. Aquí los pañitos de agua tibia no sirven…
Pensar también que ese diálogo podría resolver la hecatombe moral y social que ha producido este régimen desde 1999, con sus desgraciadas secuelas de corrupción avasallante -especialmente la de su cúpula podrida, que ha consumado el más gigantesco saqueo a Venezuela en toda su historia- y de profundización de la miseria, la pobreza y el hambre como nunca antes, es otra gran mentira.
Porque la única verdad es que la destrucción del país durante estos casi 18 años no se va a solucionar en poco tiempo porque los culpables de este desastre se sienten a conversar con representantes de la MUD. Y eso deberían advertirlo y denunciarlo ante el país estos últimos, si no quieren caer como incautos ante la propaganda engañosa del régimen.
La verdad es que no tiene explicación alguna que los representantes de la MUD no lo hayan señalado así ante la opinión pública y permitan que se piense que han sido subyugados por los cantos de sirena del régimen. (Y debo advertir, a este respecto, que la MUD siempre ha contado con mi modesto apoyo y también con mi sincera crítica, cuando ha sido necesaria. Esta es mi posición personal. Por eso nunca me he sumado a quienes la colman de insultos desde las redes sociales, algunos de ellos operarios del régimen disfrazados de opositores, estimulando la división de la oposición. Tampoco creo que sus representantes puedan ser acusados de vendidos o traidores.)
Pero eso no impide que exprese mi desacuerdo con la forma en que se está llevando el diálogo por parte de la MUD. Caer en la trampa de que la espantosa crisis económica -que tánta hambre, pobreza y miseria han traído consigo- se puede solucionar, insisto, en las mesas del diálogo con la presencia de la MUD y los culpables de esta tragedia nacional, no tiene sentido. Y no lo tiene, porque los responsables de este desastre no pueden aparecer ahora como parte de la solución, como tampoco lo es, en este preciso momento, la propia MUD. Dejémonos de hipocresías y mentiras o de aceptar el chantaje del silencio, cuando lo que se impone es la crítica constructiva y sana.
Y todo ello sin dejar de mencionar que los dirigentes fundamentales de la MUD al parecer prefirieron mandar a dirigentes de segunda línea a esa fulana “mesa de diálogo”. Por lo visto, decidieron permanecer al margen, seguramente cuidando sus pretendidas candidaturas presidenciales. A lo mejor no se han dado cuenta que tanto cálculo político sí los desmejora de cara a la gente.
No parece lógico tampoco que, a estas alturas, no se haya desbrozado el camino electoral como salida constitucional a la crisis. Tampoco aparece por ningún lado el referendo revocatorio. (Ya Maduro alardeó el pasado domingo al respecto, diciendo que aquí no habrá elecciones por ahora.) Sólo se ha anunciado, apenas, la nueva elección de los diputados de Amazonas, en mala hora desconocidos por la Sala “Constitucional” del régimen, y el gaseoso anuncio de una designación consensuada (¿?) del CNE. Amanecerá y veremos…
Por lo demás, que se anuncie la finalización del “desacato” de la Asamblea Nacional por parte del TSJ -algo inconstitucional desde todo punto de vista-, tal vez sea una “concesión” del régimen, pero no le quita de ninguna manera su cariz antidemocrático. Y aún así, Maduro y su gente podrían utilizar otra vez tal abuso como una vulgar “espada de Damocles”. ¿Habrá algo que celebrar al respecto?
En fin, lejos de todo radicalismo estúpido y tratando de aportar planteamientos críticos con la mejor buena fe, concluyo señalando lo siguiente: Lo único que puede hacerse en esa “mesa de diálogo”, si se quiere asumir con sinceridad un auténtico proceso de reconstrucción nacional, es decidir una solución constitucional y electoral. Y punto.
@gehardcartay

LA PRENSA de Barinas - Martes, 15 de noviembre de 2016

lunes, 14 de noviembre de 2016

EL DIÁLOGO: MITOS Y REALIDADES



EL DIÁLOGO: MITOS Y REALIDADES
Gehard Cartay Ramírez
Nadie en su sano juicio niega la necesidad de dialogar ahora. El problema es que casi nadie cree que pueda arrojar resultados positivos para salir de la colosal crisis que nos acogota.
Y la gran mayoría lo duda en razón de que el régimen no es confiable en esta materia, como tampoco en ninguna otra. Siendo este el régimen de la mentira, difícilmente existe aún gente que le pueda otorgar crédito a su palabra o a los compromisos que adquiera.
Todavía se recuerda cómo su extinto jefe único se burló de los acuerdos del “dialogo” promovido por la OEA y el Centro Carter en 2004. O más recientemente, en 2014, cuando se sentaron a “dialogar” Maduro y su combo con representantes de la MUD. Luego de los discursos de rigor, aquello fue puro teatro. De nuevo, el régimen volvió a burlarse de los venezolanos, porque pronto las cosas empeoraron como nunca antes.
De modo que dudar que el supuesto diálogo en marcha pueda producir resultados positivos no es pesimismo, sino realismo. Tampoco es una posición extremista. Simplemente, resulta lógico en virtud de las experiencias vividas hasta ahora y frente a las cuales nadie puede llamarse a engaño y, menos aún, olvidarlas, so pena de pasar por estúpidos.
Aún así, el diálogo es necesario en estas trágicas circunstancias, producidas por la siembra del odio a partir de 1999; el desconocimiento del adversario y su liquidación (“pulverizarlo” y “volverlo polvo cósmico”, gritaba en su esquizofrenia aquel sujeto); el enfrentamiento permanente en sustitución de la cultura del diálogo implantada en la República Civil (1958-1998); y la actuación de grupos armados oficialistas para enfrentar opositores desarmados y pacíficos. Si hubieran apelado al diálogo desde el principio, y no a la confrontación, otra sería la realidad venezolana de hoy.
¿Diálogo? Sí, por supuesto. ¿Quién podría decir que no es necesario en estos momentos? Tal vez muy pocos. Pero también es menester advertir que estamos ante un régimen bellaco, autoritario y dictatorial -¿o habrá alguien que lo dude?- que viola sistemáticamente la Constitución y las leyes, con sus tribunales del terror persiguiendo y judicializando a los adversarios, negando así un principio democrático fundamental, como lo es respetar la opinión de quienes no piensan como ellos.
¿Diálogo? Por supuesto. Pero aquí no puede haber diálogo de verdad si el régimen no comienza por reconocer la inmensa tragedia humanitaria que -por su única culpa- ahora sufrimos los venezolanos. ¿Cómo sentarse a la mesa de diálogo con los culpables del mega desastre que padecemos, cuando el régimen no es capaz -no ya de admitir su responsabilidad- sino de reconocer siquiera el crecimiento de la pobreza y del hambre, la altísima inflación, especulación, escasez y desabastecimiento o la inseguridad generalizada que ha asesinado desde 1999 cerca de 300.000 venezolanos, entre otras calamidades producidas por quienes mandan?
¿Diálogo? Por supuesto. Pero vamos a hablar claro: aquí no puede haber diálogo de verdad (insisto: diálogo de verdad, no una farsa alrededor de una mesa para las fotografías protocolares) mientras se continúe violando la Constitución. No lo habrá mientras el régimen no reconozca la soberanía popular representada en la Asamblea Nacional, elegida el pasado mes de diciembre por la mayoría abrumadora del pueblo  venezolano. No lo habrá con más de un centenar de presos políticos del régimen. No lo habrá mientras desde Miraflores se diga, irresponsablemente, que la oposición no llegará al poder “ni con balas ni con votos”.
Pero, además, el diálogo debe tener también mediadores y fiadores. Los primeros como facilitadores de las conversaciones, y los segundos como garantes de que las conclusiones a que puedan arribarse para resolver la crisis se cumplan. Y entonces también hay que preguntarse: ¿existen esos mediadores y fiadores? Porque hay muchas dudas al respecto. Ni Zapatero, ni Samper, entre otros, son gente en quienes pueda confiar la oposición. Y en cuanto al Vaticano, este tendría que arriesgar su prestigio y autoridad si, al final, Maduro y compañía terminan burlándose de su esfuerzo.
Finalmente hay que advertir que el diálogo no sustituye la lucha en las calles. Lo afirmo porque nadie está en capacidad de asegurar que aquel tendrá éxito, aunque casi todos lo deseemos. Pero si fracasara -ojalá que no-, la lucha debe intensificarse, y la calle es el mejor escenario de la protesta pacífica, vigorosa y contundente contra este infierno en que nos ha metido el régimen, empobreciéndonos a todos, mientras ellos cada día se hacen más ricos.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 08 de noviembre de 2016.

martes, 8 de noviembre de 2016

PALABRAS DE GEHARD CARTAY RAMIREZ EN LA PRESENTACION DEL LIBRO "GANAR LA PATRIA"



PALABRAS DE GEHARD CARTAY RAMÍREZ EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO
GANAR LA PATRIA,
ETAPAS EN LA LUCHA CÍVICA,
DEL EX PRESIDENTE RAFAEL CALDERA


Caracas, 21 de octubre de 2016.


Quiero comenzar estas breves palabras agradeciendo el honroso encargo que se me hizo para escribir el Prólogo del séptimo volumen de la Biblioteca Rafael Caldera: Ganar la Patria, Etapas en la lucha cívica.
     Son catorce discursos seleccionados cuidadosamente y que representan catorce momentos importantes, algunos dramáticos e históricos, de nuestro reciente devenir como República.
Esta selección de discursos comienza con la intervención de Caldera en el acto fundacional de Copei, y el último de los mismos -casi sesenta años después- es su salutación de Año Nuevo como presidente en su segunda gestión en enero de 1999.
Como lo afirmo en el Prólogo, lo admirable -en mi caso como lector, pero también como estudioso de nuestra reciente historia- es la coherencia extraordinaria que todos esos discursos señalan en un hombre que actuó casi seis décadas en la política venezolana.
Y esto no es fácil que ocurra, porque no se trata de una coherencia anclada en principios fosilizados o en una terquedad que simplemente no quería cambiar de opinión. No. Se trata de una coherencia dictada por la dinámica de los hechos, pero sobre todo -y esto para mí es lo más importante- por la fidelidad a principios y valores fundamentales.
Tal como lo señalo en el Prólogo, hay tres grandes coordenadas del pensamiento calderiano que están presentes en casi todos estos discursos, desde enero de 1946 a enero de 1999.
En primer lugar, la defensa de la Democracia y el Estado de Derecho. Este fue un principio inmutable en Caldera: la defensa de la democracia, y no como un simple sistema que permite que el pueblo escoja a sus gobernantes, como primigeniamente fue entendida. No; en Caldera el concepto de democracia va mucho más allá. En Caldera la democracia no es sólo que la gente elija a sus mandatarios, sino también el respeto a los derechos humanos; el diálogo y el pluralismo; el parlamentarismo en su mejor expresión; el régimen de partidos como vehículos de participación entre la ciudadanía y el Estado; y, por supuesto, el respeto por las sociedades intermedias como vehículos de expresión ciudadana y de sus inquietudes y planteamientos.
Este pensamiento estuvo permanentemente presente en cada una de las intervenciones de Caldera. Hay una que, en particular, destaco en el Prólogo. Se trata de una conferencia televisada, si mal no recuerdo en octubre del año 1962, durante el gobierno de Rómulo Betancourt. El país vivía entonces un momento muy difícil. Ya la extrema derecha había sido derrotada en su ofensiva terrorista y subversiva, y en ese momento actuaba con similares métodos la extrema izquierda castrocomunista. Habían surgido guerrillas urbanas y rurales, así como dirigentes izquierdistas extremistas que utilizaban el frente civil y el frente subversivo simultáneamente para atacar el gobierno de Betancourt y al reciente experimento democrático en marcha.
Caldera, en esa conferencia televisada, señaló entonces que existían sectores tentando al alto gobierno y al propio presidente Betancourt a que tomara medidas, al margen de la Constitución y las leyes, para detener a parlamentarios del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), implicados en actos terroristas y subversivos. Y Caldera advirtió esa noche que Copei estaba dispuesto a abandonar el gobierno si se procedía en contra de la Constitución y del Estado de Derecho.
Es importante tener todo esto presente, especialmente ahora cuando desde el poder, en una conducta de desprecio por la Carta Magna, las leyes y la soberanía popular, hoy se hace exactamente todo lo contrario a lo que entonces reclamaba el líder socialcristiano, a la sazón leal aliado de aquel gobierno basado en el Pacto de Puntofijo.
El segundo principio permanente en el pensamiento de Caldera fue el de la Justicia Social. Por cierto que en su último Mensaje la definió con palabras muy sencillas: “La defensa del más débil”. Pero este principio siempre estuvo de manera permanente en sus discursos y en sus hechos. Siendo apenas un joven de 19 años ya participaba en la elaboración de la Ley del Trabajo de 1936, y esta era muy importante en un país que salía de una larga dictadura, donde los trabajadores no tenían ningún tipo de defensa de sus derechos y de su estabilidad. Esa Ley del Trabajo sería también objeto de sus desvelos cincuenta años después para adaptarla a los nuevos tiempos.
Luego, como Presidente de la República y en sus dos gestiones de gobierno, nadie podría negar que hubo preocupación y una obra sólida en beneficio de los más pobres, especialmente de los habitantes de los barrios marginales, mediante la edificación de viviendas populares, así como su equipamiento y servicios respectivos.
Hubo entonces conexión entre el pensamiento y la acción de Caldera como estadista, gobernante y líder político.
El tercer principio -que para mi constituye tal vez el más trascendente- fue el de la defensa de la paz. Y es que si existe alguna razón, entre muchas otras, por la que Caldera pasará con merecidos honores a la Historia es, justamente, por haber sido el gran pacificador de la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX.
La primera pacificación, como ustedes recordarán, fue en 1969, iniciando su primer gobierno. Ya la guerrilla había sido derrotada militar y políticamente, pero quedaban algunos remanentes que se obstinaban en aquella absurda posición y también muchos otros que, habiéndola abandonado, no conseguían cómo entrar en el juego democrático institucional. Y en una medida audaz en aquel momento -porque aún tenía adversarios poderosos-, Caldera implantó una inédita política de pacificación, no a sangre y fuego, sino mediante el diálogo y el respeto. Muchos de aquellos ex comandantes guerrilleros se incorporaron entonces al debate civil y electoral. Muchos de ellos fueron más tarde diputados, senadores, ministros y candidatos presidenciales.
Aquella fue una contribución muy importante porque a partir de ese momento -y por varias décadas- el país vivió en paz, algo que no se había logrado en los años precedentes. No “la paz de los sepulcros” de la dictadura gomecista, sino una paz dinámica, creadora y provechosa. Una paz basada en el respeto a la Constitución y las leyes, con libre y total funcionamiento democrático de los partidos políticos, con puntual realización de elecciones cada cinco años y pleno respeto a los derechos humanos.
La segunda pacificación fue cumplida en su siguiente gobierno, cuando se produjeron medidas de sobreseimiento de los juicios a los golpistas del 4 de febrero de 1992, las cuales, por cierto, ya habían sido antecedidas -y mucha gente parece olvidarlo- por medidas también generosas de los presidentes Carlos Andrés Pérez y Ramón J. Velásquez sobreseyendo también a centenares de oficiales que estuvieron vinculados con aquel intento de golpe de Estado.
Estas tres grandes coordenadas a que he hecho referencia marcan el pensamiento de Caldera, y las destaco en el Prólogo del libro para enmarcar entonces esos discursos en su respectivo contexto histórico.
En mi opinión, la clasificación de los discursos debe hacerse en dos etapas.
La primera -que denomino Por la democracia y contra la dictadura- va de 1946 a 1958. Son discursos pronunciados en momentos muy importantes, entre ellos, como ya lo señalé antes, la fundación de Copei; la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente de 1947, que aprobó la primera Constitución moderna y democrática de Venezuela; y luego durante la lucha por la Asamblea Nacional Constituyente de 1952, cuyo mensaje democrático estuvo en la palabra de Jóvito Villalba y Rafael Caldera, sin duda, los dos grandes líderes de aquel momento.
Vale la pena detenerse en este discurso. Entonces, la consigna central del líder socialcristiano -cuando algunos decían que participar era convalidar aquella farsa- fue la de señalar que había que aprovechar tal circunstancia para hablarle al pueblo y denunciar lo que se pretendía hacer y poner de bulto los obstáculos que surgían en medio esa contienda tan importante.
Y obviamente que la Historia le dio la razón. Si bien es cierto que hubo un fraude monstruoso, no lo es menos que aquel momento el pueblo venezolano se manifestó democráticamente y tuvo la valentía de ejercer el voto, a pesar de las dificultades y las adversidades de entonces.
Finalmente, encontramos el discurso de Caldera al regresar al país el primero de febrero de 1958. Hizo entonces una serie de planteamientos de la mayor trascendencia. Entre ellos, destaco en el Prólogo la prédica contra la tesis del gendarme necesario. Justamente en aquel momento, cuando Venezuela sale de otra dictadura militar, Caldera advierte entonces la necesidad de no olvidar la amenaza del gendarme necesario, siempre presente. Y lo seguirá haciendo en las próximas décadas, con ocasión y sin ella.
En la segunda parte del libro -cuyos discursos abarcan la etapa que  denomino La consolidación democrática y las necesarias advertencias- se incluyen también importantes piezas oratorias, entre ellas, dos que me llamaron la atención particularmente: una, en defensa de la institucionalidad democrática, pronunciada en octubre de 1962, a la que hice referencia antes; y otra, una conferencia ante la Asociación Venezolana de Ejecutivos, en la que Caldera advierte -tan temprano como en enero de 1978- sobre los riesgos que corre el sistema democrático por el crecimiento de la marginalidad, la pobreza, la corrupción y la ineficiencia de la gestión gubernamental. Tal vez en ese momento muchos pensaban -o pensábamos- que la democracia venezolana estaba ya consolidada y que vivíamos una etapa de progreso institucional sin regreso. Y fíjense ustedes cómo pocos años después se demostró que aquello no era exactamente así.
Están también sus memorables discursos ante los sucesos del Caracazo de 1989 y de la intentona golpista del 4 de febrero de 1992. Existe entre ambos una perfecta coherencia que debe destacarse, pues en aquellas intervenciones ante el Congreso de la República el senador Caldera insistió en las dificultades, amenazas y acechanzas que se le presentaban entonces al sistema democrático venezolano.
Es importante, ahora cuando estamos viviendo estas consecuencias tan nefastas para el país y en este momento tan ominoso y tan difícil, volver sobre aquellas reflexiones, aquellas advertencias y aquellas admoniciones de Caldera. Precisamente él, que fue uno de los constructores de la democracia en Venezuela, no se cansó nunca de alertar a tiempo y en todo lugar sobre los riesgos que el sistema democrático podía enfrentar. Y aquí vuelvo sobre una de las líneas maestras de su pensamiento: el de la defensa de la democracia y el Estado de Derecho.
Su último discurso -con el cual se cierra este libro Ganar la Patria, Etapas en la lucha cívica- fue el Mensaje de Año Nuevo de 1999 como Presidente de la República. Se trata de una intervención breve, pero sustanciosa. Destacó entonces tres conceptos: el primero, la defensa de la alternancia democrática, no sólo en el ejercicio del poder sino también en el cumplimiento estricto de los calendarios electorales previstos constitucionalmente, algo que hoy no se respeta como los estamos comprobando. El segundo concepto lo constituye “el respeto por los victoriosos y los no victoriosos”: respeto por los que ganan y también por los que pierden. Y, finalmente, “el respeto a las instituciones como condición ineludible para que la democracia exista”. Por desgracia, estamos asistiendo ahora al sepelio de las instituciones democráticas: hoy son sólo simples parapetos que el ejercicio gansteril de la cúpula que desgobierna se lleva por delante: la Constitución, las leyes, el respeto por las instituciones y todos los valores que implica el ejercicio democrático.
Por tales razones creo firmemente que todas estas reflexiones del Presidente Rafael Caldera conservan plena vigencia en un momento tan difícil como el que vive Venezuela y deben ser motivo de inspiración en la lucha de las próximas generaciones.
Muchas gracias.