lunes, 28 de septiembre de 2015

SOBERANÍA E "INJERENCISMO"



SOBERANÍA E “INJERENCISMO”
Gehard Cartay Ramírez
Los regímenes autoritarios siempre se esconden detrás del concepto de soberanía para excusar sus delitos.
Apelan así a una caricatura de soberanía muy propia de las monarquías antiguas, pero no del actual mundo globalizado, donde la democracia tiende a ser un sistema planetario y la defensa de los derechos humanos no conoce fronteras. Según esos autócratas, “soberanía” significa que ellos pueden hacer lo que les dé la gana en sus países, y nadie de afuera -o de adentro- puede entrometerse.
Obviamente, ese concepto de soberanía no es tal. Hoy ningún gobernante puede cometer crímenes de lesa humanidad en su país sin violar la Declaración de los Derechos Humanos, los Tratados Internacionales y el Derecho de Gentes y pretender escapar de la justicia internacional. Hoy ningún país puede permanecer indiferente a la suerte de otros en donde se conculquen los derechos humanos, se cometan crímenes de lesa humanidad o se desconozcan los principios democráticos. 
La soberanía no existe en los términos concebidos por las dictaduras, pues no puede utilizarse para tapar crímenes y delitos de gobiernos genocidas, forajidos o terroristas. Frente a cualquiera de ellos, la comunidad internacional tiene perfecto derecho a intervenir, bien por las vías diplomáticas, jurídicas y económicas o, incluso, por las vías de hecho, es decir, militarmente. Ningún gobernante puede pretender, a estas alturas de la historia, convertir a su país en un coto cerrado para atentar contra su pueblo o contra los demás, para violar los derechos humanos o para poner en peligro la paz y el orden internacional.
El moderno concepto de soberanía respeta, desde luego, la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en sus asuntos internos. Pero el Derecho Internacional ha evolucionado de tal manera que los derechos humanos están por encima de cualquier consideración, visto que hoy día se persigue la protección de toda persona, independientemente del sistema jurídico a que este sometido. En otras palabras, el sagrado respeto a la persona humana trasciende a cualquier Estado de cualquier país, lo que implica -sin duda- una gran conquista para el desarrollo de toda la humanidad presente y futura. 
Esa soberanía que tanto gusta a los mandatarios delincuentes y terroristas sólo busca evadir el castigo de sus crímenes, tarea que hoy día no conoce fronteras de ninguna naturaleza. Por ello existen ahora tribunales internacionales autorizados para juzgar los delitos de lesa humanidad que cometa cualquier mandatario de cualquier país del mundo. Allí están los casos de los extintos dictadores Pinochet y Milosevic, juzgados por tribunales internacionales.
Hay que detenerse a pensar, por ejemplo, qué habría sucedido si la comunidad internacional hubiese actuado a tiempo contra Hitler, Stalin o Mao durante sus respectivas dictaduras, bajo las cuales murieron, en su conjunto, 60 o 70 millones de personas. Para ejecutar libremente tales prácticas criminales, todos ellos alegaron la soberanía de sus Estados y detrás de ella escondieron el trágico final de esos millones de hombres, mujeres y niños que murieron en los campos de concentración judíos, en los gulag soviéticos de Siberia y durante la descomunal  hambruna china en los años cuarenta del siglo pasado.
Ese concepto cínico de soberanía es el mismo al que hoy apela el régimen chavomadurista para intentar tapar sus crímenes de lesa humanidad, sus violaciones reiteradas a la Constitución Nacional, a la legislación venezolana, a los convenios internacionales y a los derechos humanos.
Por eso el régimen venezolano acusa de “injerencistas” a quienes los critican desde el exterior. Lo cínico e hipócrita del caso es que el extinto jefe del chavismo sí se involucró en los asuntos internos de casi todos los países latinoamericanos, algunos europeos y no pocos asiáticos o africanos, gracias a su manejo discrecional de nuestros petrodólares. Pero no para defender los derechos humanos, sino para apuntalar a sus aliados ideológicos.
Aún recordamos al entonces canciller venezolano, Nicolás Maduro (el mismo que hoy acusa a los demás de “injerencistas”), presionando en 2012 a la cúpula militar paraguaya para que desconociera la decisión del Congreso de aquel país que, en uso de sus facultades, destituyó a Presidente Lugo. O antes, en 2009, la vulgar intromisión del gobierno chavista en Honduras, apoyando al destituido Zelaya para que entrara luego y por la fuerza desde Nicaragua, acompañado -vaya ironía- del inefable Maduro.
O el caso del maletín de Antonini con los 800 mil dólares para la campaña de Cristina Kirchner, un detalle apenas de los millones de petrodólares nuestros que han financiado a los socios del chavismo en Latinoamérica. ¡Pero aún tienen el tupé de acusar de injerencistas a quienes desde afuera critican sus abusos y violaciones de los derechos humanos!
Y ello para no hablar, por hoy, del descarado -ese sí- injerencismo castro comunista en Venezuela.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 22 de septiembre de 2015.