lunes, 14 de noviembre de 2016

EL DIÁLOGO: MITOS Y REALIDADES



EL DIÁLOGO: MITOS Y REALIDADES
Gehard Cartay Ramírez
Nadie en su sano juicio niega la necesidad de dialogar ahora. El problema es que casi nadie cree que pueda arrojar resultados positivos para salir de la colosal crisis que nos acogota.
Y la gran mayoría lo duda en razón de que el régimen no es confiable en esta materia, como tampoco en ninguna otra. Siendo este el régimen de la mentira, difícilmente existe aún gente que le pueda otorgar crédito a su palabra o a los compromisos que adquiera.
Todavía se recuerda cómo su extinto jefe único se burló de los acuerdos del “dialogo” promovido por la OEA y el Centro Carter en 2004. O más recientemente, en 2014, cuando se sentaron a “dialogar” Maduro y su combo con representantes de la MUD. Luego de los discursos de rigor, aquello fue puro teatro. De nuevo, el régimen volvió a burlarse de los venezolanos, porque pronto las cosas empeoraron como nunca antes.
De modo que dudar que el supuesto diálogo en marcha pueda producir resultados positivos no es pesimismo, sino realismo. Tampoco es una posición extremista. Simplemente, resulta lógico en virtud de las experiencias vividas hasta ahora y frente a las cuales nadie puede llamarse a engaño y, menos aún, olvidarlas, so pena de pasar por estúpidos.
Aún así, el diálogo es necesario en estas trágicas circunstancias, producidas por la siembra del odio a partir de 1999; el desconocimiento del adversario y su liquidación (“pulverizarlo” y “volverlo polvo cósmico”, gritaba en su esquizofrenia aquel sujeto); el enfrentamiento permanente en sustitución de la cultura del diálogo implantada en la República Civil (1958-1998); y la actuación de grupos armados oficialistas para enfrentar opositores desarmados y pacíficos. Si hubieran apelado al diálogo desde el principio, y no a la confrontación, otra sería la realidad venezolana de hoy.
¿Diálogo? Sí, por supuesto. ¿Quién podría decir que no es necesario en estos momentos? Tal vez muy pocos. Pero también es menester advertir que estamos ante un régimen bellaco, autoritario y dictatorial -¿o habrá alguien que lo dude?- que viola sistemáticamente la Constitución y las leyes, con sus tribunales del terror persiguiendo y judicializando a los adversarios, negando así un principio democrático fundamental, como lo es respetar la opinión de quienes no piensan como ellos.
¿Diálogo? Por supuesto. Pero aquí no puede haber diálogo de verdad si el régimen no comienza por reconocer la inmensa tragedia humanitaria que -por su única culpa- ahora sufrimos los venezolanos. ¿Cómo sentarse a la mesa de diálogo con los culpables del mega desastre que padecemos, cuando el régimen no es capaz -no ya de admitir su responsabilidad- sino de reconocer siquiera el crecimiento de la pobreza y del hambre, la altísima inflación, especulación, escasez y desabastecimiento o la inseguridad generalizada que ha asesinado desde 1999 cerca de 300.000 venezolanos, entre otras calamidades producidas por quienes mandan?
¿Diálogo? Por supuesto. Pero vamos a hablar claro: aquí no puede haber diálogo de verdad (insisto: diálogo de verdad, no una farsa alrededor de una mesa para las fotografías protocolares) mientras se continúe violando la Constitución. No lo habrá mientras el régimen no reconozca la soberanía popular representada en la Asamblea Nacional, elegida el pasado mes de diciembre por la mayoría abrumadora del pueblo  venezolano. No lo habrá con más de un centenar de presos políticos del régimen. No lo habrá mientras desde Miraflores se diga, irresponsablemente, que la oposición no llegará al poder “ni con balas ni con votos”.
Pero, además, el diálogo debe tener también mediadores y fiadores. Los primeros como facilitadores de las conversaciones, y los segundos como garantes de que las conclusiones a que puedan arribarse para resolver la crisis se cumplan. Y entonces también hay que preguntarse: ¿existen esos mediadores y fiadores? Porque hay muchas dudas al respecto. Ni Zapatero, ni Samper, entre otros, son gente en quienes pueda confiar la oposición. Y en cuanto al Vaticano, este tendría que arriesgar su prestigio y autoridad si, al final, Maduro y compañía terminan burlándose de su esfuerzo.
Finalmente hay que advertir que el diálogo no sustituye la lucha en las calles. Lo afirmo porque nadie está en capacidad de asegurar que aquel tendrá éxito, aunque casi todos lo deseemos. Pero si fracasara -ojalá que no-, la lucha debe intensificarse, y la calle es el mejor escenario de la protesta pacífica, vigorosa y contundente contra este infierno en que nos ha metido el régimen, empobreciéndonos a todos, mientras ellos cada día se hacen más ricos.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 08 de noviembre de 2016.