EL DIÁLOGO:
MITOS Y REALIDADES
Gehard Cartay
Ramírez
Nadie
en su sano juicio niega la necesidad de dialogar ahora. El problema es que casi
nadie cree que pueda arrojar resultados positivos para salir de la colosal crisis
que nos acogota.
Y la
gran mayoría lo duda en razón de que el régimen no es confiable en esta
materia, como tampoco en ninguna otra. Siendo este el régimen de la mentira, difícilmente existe aún gente que le
pueda otorgar crédito a su palabra o a los compromisos que adquiera.
Todavía se recuerda cómo su extinto jefe
único se burló de los acuerdos del “dialogo” promovido por la OEA y el Centro
Carter en 2004. O más recientemente, en 2014, cuando se sentaron a “dialogar”
Maduro y su combo con representantes de la MUD. Luego de los discursos de
rigor, aquello fue puro teatro. De nuevo, el régimen volvió a burlarse de los
venezolanos, porque pronto las cosas empeoraron como nunca antes.
De modo que dudar que el supuesto diálogo en
marcha pueda producir resultados positivos no es pesimismo, sino realismo. Tampoco
es una posición extremista. Simplemente, resulta lógico en virtud de las
experiencias vividas hasta ahora y frente a las cuales nadie puede llamarse a
engaño y, menos aún, olvidarlas, so pena de pasar por estúpidos.
Aún así, el diálogo es necesario en estas
trágicas circunstancias, producidas por la siembra del odio a partir de 1999;
el desconocimiento del adversario y su liquidación (“pulverizarlo” y “volverlo
polvo cósmico”, gritaba en su esquizofrenia aquel sujeto); el enfrentamiento
permanente en sustitución de la cultura del diálogo implantada en la República Civil (1958-1998); y la
actuación de grupos armados oficialistas para enfrentar opositores desarmados y
pacíficos. Si hubieran apelado al diálogo desde el principio, y no a la confrontación,
otra sería la realidad venezolana de hoy.
¿Diálogo?
Sí, por supuesto. ¿Quién podría decir que no es necesario en estos momentos?
Tal vez muy pocos. Pero también es menester advertir que estamos ante un régimen bellaco, autoritario y dictatorial -¿o
habrá alguien que lo dude?- que viola sistemáticamente la Constitución y las
leyes, con sus tribunales del terror persiguiendo y judicializando a los
adversarios, negando así un principio democrático fundamental, como lo es
respetar la opinión de quienes no piensan como ellos.
¿Diálogo?
Por supuesto. Pero aquí no puede haber diálogo de verdad si el régimen no
comienza por reconocer la inmensa tragedia humanitaria que -por su única culpa-
ahora sufrimos los venezolanos. ¿Cómo sentarse a la mesa de diálogo con los
culpables del mega desastre que padecemos, cuando el régimen no es capaz -no ya
de admitir su responsabilidad- sino de reconocer siquiera el crecimiento de la
pobreza y del hambre, la altísima inflación, especulación, escasez y desabastecimiento
o la inseguridad generalizada que ha asesinado desde 1999 cerca de 300.000 venezolanos,
entre otras calamidades producidas por quienes mandan?
¿Diálogo? Por supuesto. Pero vamos a hablar
claro: aquí no puede haber diálogo de verdad (insisto: diálogo de verdad, no una farsa alrededor de una mesa para las
fotografías protocolares) mientras se continúe violando la Constitución. No lo
habrá mientras el régimen no reconozca la soberanía popular representada en la
Asamblea Nacional, elegida el pasado mes de diciembre por la mayoría abrumadora
del pueblo venezolano. No lo habrá con
más de un centenar de presos políticos del régimen. No lo habrá mientras desde
Miraflores se diga, irresponsablemente, que la oposición no llegará al poder
“ni con balas ni con votos”.
Pero, además, el diálogo debe tener también mediadores
y fiadores. Los primeros como facilitadores de las conversaciones, y los
segundos como garantes de que las conclusiones a que puedan arribarse para
resolver la crisis se cumplan. Y entonces también hay que preguntarse: ¿existen
esos mediadores y fiadores? Porque hay muchas dudas al respecto. Ni Zapatero,
ni Samper, entre otros, son gente en quienes pueda confiar la oposición. Y en
cuanto al Vaticano, este tendría que arriesgar su prestigio y autoridad si, al
final, Maduro y compañía terminan burlándose de su esfuerzo.
Finalmente
hay que advertir que el diálogo no sustituye la lucha en las calles. Lo afirmo
porque nadie está en capacidad de asegurar que aquel tendrá éxito, aunque casi
todos lo deseemos. Pero si fracasara -ojalá que no-, la lucha debe
intensificarse, y la calle es el mejor escenario de la protesta pacífica,
vigorosa y contundente contra este infierno en que nos ha metido el régimen,
empobreciéndonos a todos, mientras ellos cada día se hacen más ricos.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela) - Martes, 08 de noviembre de 2016.