miércoles, 21 de agosto de 2013

LA SALIDA CONSTITUYENTE
Gehard Cartay Ramírez
La propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente anima por estos días el ambiente político y produce algunas reacciones fácilmente rebatibles.
La primera de ellas descalifica tal iniciativa por considerarla inefectiva, vistos los fracasos que han significado anteriores Asambleas Constituyentes en Venezuela y el mundo. Se trata de un argumento inconsistente, sin duda. Si fuera así, entonces no valdría la pena aprobar nuevas Constituciones porque algunas nunca se aplicaron en el pasado. Tampoco tendría sentido luchar democráticamente para llegar al poder, visto que la mayoría de los gobernantes anteriores han fracasado.
Quienes así opinan también afirman que son “remedios” que ya se probaron sin resultados positivos. Este es un juicio de valor absoluto y ya sabemos que en política todo es relativo. Hubo casos en que no resolvió alguna crisis institucional y otros en que, por el contrario, sí lo logró, con resultados positivos. Ejemplos abundan al respecto.
Una segunda reacción juzga que el planteamiento de una Constituyente por parte de sectores democráticos sería una “provocación” al régimen, que entonces la convocaría y elaboraría una Constitución peor que la actual en todo sentido. Apartando lo meramente especulativo al respecto, hay un hecho cierto: la actual Constitución (Artículo 348) faculta al régimen para convocar una Constituyente. Si quisiera, sólo con aprobar la convocatoria en Consejo de Ministros, lo haría. La pregunta sería: ¿Por qué no lo ha hecho?
Partamos de la base cierta de que el régimen la convoque entonces. ¿No estaríamos obligados a ir a ese proceso, con claras posibilidades de triunfar? Si eso es así, entonces con mayor razón deberíamos convocarla, apelando a la iniciativa popular, prevista también en el Artículo 348, a partir del 15 por ciento de los electores que firmen su convocatoria.
Otra reacción contraria es su “inconveniencia” ahora porque “distrae” a los sectores democráticos de cara a las elecciones municipales. La verdad es que una cosa no tiene nada que ver con la otra. La elección de alcaldes y concejales tiene ya una fecha determinada y en cualquier caso se realizaría primero que la eventual convocatoria de una Constituyente. Así que este argumento no tiene mayor peso.
En cambio, las consideraciones a favor de la Asamblea Constituyente sí parecen tener mayor relevancia. Comencemos por el principio: ¿Cuál es su finalidad? El artículo 347 lo señala expresamente: “transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución”. En consecuencia, si usted, amigo lector, piensa que el Estado que padecemos, sus leyes y hasta esta Constitución colman sus aspiraciones, entonces no tendría porque estar de acuerdo con la Constituyente. Pero si es al contrario, es decir, si usted no está de acuerdo con el actual estado de cosas, entonces la vía democrática para producir un cambio sustancial puede ser la de la Asamblea Constituyente.
Si se aprueba esta vía, la soberanía popular, representada por la Constituyente, nos ahorraría tener que esperar hasta el 2019 para salir de este régimen inepto, castrocomunista y corrupto. La Constituyente tendría luego que convocar elecciones pulcras y verdaderamente democráticas, con otro CNE y unas reglas respetuosas de la voluntad mayoritaria de los venezolanos.
Y todo este proceso deberá ser acatado por el actual régimen, pues no lo podrá objetar de acuerdo al artículo 349. Ahora bien, sin pecar de ingenuos, pues sabemos que quienes ahora ejercen el poder lo hacen inescrupulosamente, todo esto supondría una decidida actuación que pase por encima de cualquier obstáculo y haga respetar, de una vez por todas, lo que decida el pueblo venezolano. No cabe otra actitud.
La Constituyente, desde luego, deberá vencer dos adversarios que desde ahora aparecen en el horizonte: los que desde la oposición se oponen a ella y califican a quienes la promueven como “radicales”, aunque simplemente apelen a una norma constitucional (por cierto que quienes así opinan se limitan a negar la Constituyente, sin  ofrecer otra alternativa, como no sea la de esperar); y los que desde el régimen la enfrentan, pues tienen motivos poderosos y están a la vista.
Que el proceso constituyente comporta sus riesgos, resulta, sin duda, una verdad colosal. Pero en la política toda posición asumida los tiene. ¿No los hemos tenido, acaso, en los procesos electorales recientes, el último de los cuales estuvo signado por el fraude y el ventajismo del régimen? Sin embargo, lo peor que podríamos hacer es permanecer inactivos y resignados ante esos riesgos.
La propuesta de una Asamblea Constituyente está ya en la calle y debe discutirse ampliamente. No puede ser despachada con una simple negativa en el campo opositor. Y ello por una razón: la oposición no puede ser como el régimen, que impone una sola “verdad” que nadie discute y todos acatan. Nosotros somos todo lo contrario: unidad en la diversidad, sin dogmas, sin imposiciones y sin caudillos, donde todo debe discutirse y decidirse por mayoría.
Discutámosla, pues, sin prejuicios ni temores. Lo exige así el más alto interés nacional.

(LA PRENSA de Barinas -Martes, 20 de agosto de 2013)