martes, 21 de mayo de 2013


UNA DESASTROSA POLITICA ECONÓMICA

Gehard Cartay Ramírez

La escasez, el desabastecimiento, la inflación, la especulación y demás rigores que vienen acentuándose últimamente son la consecuencia lógica de la desastrosa política económica aplicada desde hace 14 años.
Fue su absurdo afán por controlarlo todo lo que llevó a Chávez y su combo -aconsejada por Fidel Castro como su fórmula para eternizarse en el poder- a ejecutar una política según la cual el Estado debía apoderarse de todo cuanto fuera posible. Esa fórmula maldita, que Castro copió de los regímenes comunistas y que condujo a estos a su extinción histórica, le ha funcionado al dictador cubano durante más de 50 años. El costo de tan bastarda ambición de poder ha sido criminal, pues los cubanos han sufrido en todo este tiempo, aparte de la dictadura vesánica que los oprime, los efectos genocidas del hambre y la pobreza.
En ese espejo vió Chávez reflejado su sueño de ser el amo eterno del poder. Por eso para él Cuba era “la isla de la felicidad” y su viejo dictador el modelo a seguir. Por eso, aconsejado por este, empezó por controlar los servicios básicos que estaban en manos del sector privado, como CANTV, la Electricidad de Caracas, Sidor, Alcasa y demás industrias pesadas del complejo de Guayana. También expropió y confiscó buena parte del aparato productivo nacional, tanto industrial como agropecuario. Y siendo PDVSA propiedad del Estado venezolano, echó a quienes la dirigían y la puso bajo control de sus comisarios políticos, utilizándola como instrumento financiero de sus alucinantes proyectos nacionales e internacionales.
Poco les importaba, por supuesto, si todas esas empresas estatizadas serían bien gerenciadas y, por tanto, reportarían beneficios a los venezolanos. Poco les importaba si, por el contrario, producirían pérdidas. Lo importante era controlarlas en función de un proyecto de poder vitalicio. Ponerlas a todas al servicio de la ambición de un solo hombre y su cúpula podrida.
Ahora estamos sufriendo las consecuencias. Casi todas esas empresas, comenzando por la estatal petrolera, están hoy quebradas. Bastó que burócratas ineptos y corruptos les pusieran la mano para que dejaran de producir y, por ende, se fueran al foso. Fue así como fábricas de aceite, leche en polvo y demás productos lácteos, torrefactoras de café, harina de maíz, sardinas y otros productos comestibles, fracasaron en manos del gobierno, a pesar de que cuando estaban en manos de sus anteriores dueños era productivas y rentables.
Lo mismo pasó con fincas y predios expropiados, confiscados o invadidos. Grandes emporios de producción de ganado en manos privadas, al pasar al control del régimen, dejaron de producir, se robaron los animales, acabaron con la infraestructura y hoy son monumentos a la desidia y la corrupción, como cualquiera puede constatarlo en varias regiones del país.
Entonces le echaron mano al presupuesto nacional y le inyectaron más recursos, creyendo que así podrían recuperarlas. Aquello fue echarle gasolina al fuego. Esos recursos nunca fueron aplicados a las empresas y buena parte de ellos se fueron por las cañerías de la corrupción.
Todas estas consecuencias eran previsibles. Ya se sabe que ninguna empresa estatal -industrial, agropecuaria o de servicios-, salvo contadas excepciones, alcanza niveles de productividad y eficacia. Se lo impide el hecho fundamental de que son empresas que no le duelen a nadie. Su dueño, el Estado, es una entelequia como tal. En otras palabras, son empresas sin dueño. Por eso burócratas corruptos las roban y desvalijan, no se ocupan de hacerlas productivas y por eso casi siempre terminan quebradas. Eso no ocurre con empresas de propiedad privada, pues a sus dueños si les duelen y se ocupan de hacerlas productivas.
A pesar del fracaso de las empresas estatizadas, utilizaron entonces nuestros petrodólares para suplir la falta de producción de industrias y fincas, y comenzaron la orgía de las importaciones. Aquello fue peor aún. La industria nacional terminó por desaparecer ante la avalancha de productos terminados, importados del sur del continente y de China. También acabaron igualmente con nuestra soberanía alimentaria y comenzaron a enriquecer a los ganaderos y agricultores brasileños, argentinos, uruguayos, o nicaragüenses, mientras los nuestros hoy están en la ruina y desamparados en nombre de una maldita ambición de poder.
Aún así, la ineptitud del régimen chavista descuidó los inventarios de renglones alimentarios básicos, como la carne, harina de maíz, café, crema dental y papel sanitario, entre otros, que hoy escasean en el mercado. Y, como siempre, culpó a los industriales privados que aún quedan de no producir y de acaparar, tratando de tapar su criminal responsabilidad ante la escasez y el desabastecimiento.
Por eso, ahora estamos como estamos: sometidos a un racionamiento injusto, a hacer colas para conseguir productos básicos, a abstenernos de consumir otros, toda una situación pocas veces vista antes. Y la responsabilidad es de actual régimen por haber destruido el aparato productivo nacional en aras de una absurda ambición de poder  de control total.
                                                                                                                     
(LA PRENSA de Barinas - Martes, 21 de mayo de 2013)