sábado, 23 de noviembre de 2019


EL GOLPE CONTRA EL PRESIDENTE GALLEGOS

(Este 24 de noviembre se cumplen 71 años del golpe de Estado contra el escritor Rómulo Gallegos, primer Presidente de Venezuela elegido por el voto universal, directo y secreto de los venezolanos. Fue derrocado entonces por las Fuerzas Armadas Nacionales, comandadas por los coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez. A continuación transcribo un análisis al respecto que aparece en mi libro "Caldera y Betancourt, Constructores de la democracia".)

Se derrumba un castillo de naipes

El novelista Rómulo Gallegos, primer Presidente Constitucional designado en elecciones directas, universales y secretas, solo duró nueve meses en la Jefatura del Estado venezolano.

Había tomado posesión del mando en febrero de 1948. Pero ya el sistema institucional y político acusaba un franco deterioro. Días antes de su juramentación, Rómulo Betancourt había denunciado una expedición aérea, con base desde Puerto Cabezas, Nicaragua, que bombardearía a Caracas, dentro de un plan conspirativo urdido por algunos venezolanos. Después de algunas gestiones ante Washington y Managua, el gobierno nica anunció que aquel complot había sido abortado.

Pero el presidente Gallegos heredaba, sin embargo, también un caldeado clima político estimulado por la arrogancia y prepotencia de una Acción Democrática victoriosa, sin reparar su rápido desgaste electoral, y una agresiva oposición encabezada por COPEI y URD. Al lado del frente democrático, otros sectores —ligados de una u otra forma a López Contreras y Medina Angarita—se movían en las sombras de la conspiración. El mayor peligro, sin embargo, estaba dentro del propio gobierno de Gallegos: su Ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, hombre de confianza del presidente, preparaba en silencio, a espaldas de aquel, un nuevo golpe militar. La historia, curiosa e impredecible como siempre, estaba gestando el divorcio entre los socios del 18 de octubre de 1945. Ahora, en 1948, los militares que habían apoyado a Rómulo Betancourt acechaban a Rómulo Gallegos. Y la excusa no era otra que la presencia del Rómulo joven.

Pero era simplemente una excusa. La situación era mucha más compleja. Cierto era que algunos sectores acusaban un profundo resentimiento contra Betancourt y su gobierno de factoen razón de las medidas reformistas puestas en marcha, los intereses lesionados, los famosos juicios de responsabilidad civil y administrativa, etcétera, etc. El propio Betancourt era entonces un político sumamente pugnaz y agresivo, odiado por sus enemigos y loado por sus amigos. Pero no era menos cierta la evidente incapacidad de manejo político que demostraba el presidente Gallegos ante aquellas tremendas circunstancias. Actuaba de buena fe siempre, confiando en la lealtad de Delgado Chalbaud y su grupo, sin imaginar jamás que la conspiración se desarrollaba ante su propia cara. Parecía estar incomunicado, además, con su propio partido y las demás organizaciones políticas actuantes. No tenía realmente el control de la situación.

Aquello era muy peligroso en medio del tenso ambiente reinante. AD acaba de ganar las elecciones presidenciales, pero no registraba con espíritu autocrítico su desgaste electoral. Tampoco parecía dispuesta a rectificar sus abusos de poder, su prepotencia y sectarismo como partido oficialista. Si a todas estas circunstancias añadimos la de una supuesta frialdad en las relaciones entre los dos Rómulos, bien podremos imaginarnos ahora la difícil situación de entonces. En todo caso, no se actuaba con inteligencia frente a la crisis.

Son meses de intensa actividad y no precisamente en las tareas de la Administración Pública. Esta, más bien, luce inmovilizada y paralizada. El propio estilo del presidente Gallegos ayuda a que esta impresión tenga visos de realidad. Y más que en el estilo del escritor-presidente, la gente piensa en los parámetros de la comparación entre Betancourt y Gallegos. Allí estriba, tal vez, la mayor debilidad del nuevo régimen. Lo verdaderamente activo es el frente de la oposición. Huelgas y manifestaciones en la calle, clausura de la Universidad Central, disturbios estudiantiles, son algunas de tales actividades. También el escenario parlamentario se estremece. AD y el gobierno se tranzan en una disputa contra el senador Antonio Pulido Villafañe, electo en las planchas de COPEI, a quien acusan de “incitación a la rebelión militar”. Piden el allanamiento de su inmunidad y su posterior enjuiciamiento. Con los votos de AD y el PCV esta será aprobada por el Congreso Nacional, mientras la oposición califica la medida como un peligroso precedente para la institución parlamentaria.

En junio, ya avanzada la conspiración, Gallegos viaja a Estados Unidos, dejando encargado de la Presidencia a Delgado Chalbaud. Al regresar de su gira norteamericana, elogia la actitud de los militares ante aquella demostración de confianza dada por él a su Ministro de la Defensa y a las Fuerzas Armadas. Más tarde habrá violencia en los Estados andinos, a causa de enfrentamientos entre gente de AD y COPEI. Por si fuera poco, el Ministro del Interior, Eligio Anzola, introduce al Congreso un proyecto de Ley de Organización Provisional de los Servicios de Policía. La oposición lo califica de atentatorio e inconstitucional. Se denuncia, incluso, que servirá para legalizar unas supuestas brigadas armadas del partido de gobierno.

El 18 de octubre, al cumplirse el tercer aniversario del derroca¬miento de Medina, Rafael Caldera —desde las páginas de "El Gráfico"— opina sobre el sentido de aquel proceso. A juicio del líder socialcristiano, el proceso revolucionario había comenzado mucho antes de aquella fecha. Esta solo fue el paso decisivo. Pero desde antes de 1945 el país había venido marchando hacia una transformación revolucionaria. Solo que AD capitalizó aquel movimiento, pero derrochando posteriormente todo el inmenso capital político que significó el 18 de octubre y el respaldo que obtuvo de todos aquellos que pensaban que el país debía cambiar. “No comprendió AD, escribió Caldera, que su fuerza estaba en el deseo del pueblo hacia una viva armonía fecunda. Sacrificó caras consignas y no en aras del bienestar popular que no ha logrado, sino en aras del afán hegemónico. Por eso, el tercer aniversario de una fecha que fue nacional, se ha convertido en una celebración partidista” . "El Nacional" opinaba más o menos igual en su mancheta diaria: “Si algo puede ofrecer la Revolución de Octubre en su tercer aniversario, es una rectificación de sus errores que son muchos y una ratificación de sus aciertos que son los menos”.

Los primeros días de noviembre producen nuevos encontronazos entre AD y COPEI. En Cúa, Mérida, y otros sitios del país son saboteados mítines del partido socialcristiano. Caldera protesta por los atropellos del gobierno contra COPEI y su persona. El 9 es asesinado el dirigente copeyano Víctor Baptista. Ya el 20 de noviembre son insistentes los rumores de un golpe contra Gallegos. El Gobierno, tercamente, niega tal versión. Pero el mismo día suspende las garantías constitucionales.

Días antes, el 17, se había producido una dramática reunión entre Gallegos, Gonzalo Barrios, Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez. Estos plantearon al Presidente cinco exigencias: l) Expulsión del país de Rómulo Betancourt; 2) Impedir el regreso del Comandante Mario Ricardo Vargas; 3) Remoción del jefe de la guarnición de Maracay; 4) Cambio de los edecanes presidenciales; y 5) Desvincu-lación con AD. Gallegos rechazó todas y cada una de las exigencias . Los militares retrocedieron entonces y prometieron nueva¬mente lealtad al gobierno.

El 24 de noviembre se produjo el golpe. No hubo tiros, ni combates. Fue un golpe frío, anunciado con muchísima antelación, y conocido y previsto por todos los sectores políticos y de opinión. No hubo, pues, sorpresas a la hora en que los venezolanos escucharon por la radio que los mismos militares del 18 de octubre de 1945 se apoderaban de nuevo del mando en noviembre de 1948.

¿Cómo se explica, entonces, la ruptura entre los protagonistas del movimiento octubrista? ¿Cómo entender que habiendo ganado AD tres elecciones consecutivas por una amplia mayoría se dejara arrebatar el poder sin ni siquiera haber intentado movilizaciones populares? Más aún, ¿cómo es posible que aquel inmenso poder electoral moldeado por los dirigentes de AD no hubiera contenido las ambiciones de los golpistas de 1948, si se suponía, en sana lógica, que el piso político del partido de Betancourt era ahora más sólido y estable?

La historia se encargaría en el futuro de explicar estas interrogantes.