EL CLIENTELISMO COMO ARMA ELECTORAL
Gehard Cartay Ramírez
Entre las varias causas del
resultado electoral del pasado siete de octubre figura una principalísima: el
clientelismo impuesto por el régimen para garantizarse el apoyo de ciertos
sectores.
Tal circunstancia la cité en
mi artículo del martes ocho de octubre (Una
y otra Venezuela), dos días después de las elecciones. Entonces me
referí a una “Venezuela clientelar”, contrapuesta a “otra Venezuela que apuesta
por un país moderno, plural y civilizado”. Pero no pude entonces detenerme a
profundizar sobre la primera, y eso es lo que intentaré hacer en estas líneas.
Esa Venezuela clientelar la integran
millones de ciudadanos que reciben becas, ayudas, servicios o bienes del Estado
venezolano (incluyendo promesas de viviendas y otros favores), pagados con
recursos de los presupuestos nacionales que financia nuestro petróleo y de los
impuestos que pagamos al Seniat, incluyendo el IVA, el más perverso de todos,
pues lo cancelan pobres y ricos.
Se trata de una peculiar asignación
de recursos absolutamente discrecional por parte del régimen. Miles de millones
de bolívares que, a un mismo tiempo, le sirven como un mecanismo vil para
presionar, amenazar y torcer la voluntad de muchos de ellos, especialmente en
época de elecciones.
Un mecanismo perverso, insisto, no
sólo porque no resuelve el problema de la pobreza, sino porque además le sirve a
los intereses políticos y electorales del jefe del régimen y su cúpula podrida.
Tiene allí varios millones de votos a su favor, aunque buena parte de ellos no
lo sean espontáneamente, sino obligados por el miedo a perder esas ayudas, ante
las amenazas oficiales de quitárselas si no sufragan a favor del oficialismo.
La anterior afirmación es tan cierta
que el propio régimen desconfía de la verdadera intención de esos electores, al
montar toda una metodología que le permite, incluso, votar por ellos. Por eso,
precisamente, el voto asistido fue una práctica generalizada el siete de
octubre, ante la cobardía de muchos testigos y miembros de mesas de las fuerzas
democráticas, que estaban obligados por ley a impedirlo.
Como
se sabe, el voto asistido sólo lo permite la ley en beneficio del elector y,
por tanto, sólo él puede decidir su utilización. Se trata de un mecanismo
excepcional, por lo general para personas discapacitadas o en avanzado estado
de vejez. A tales efectos, pueden ser asistidos en el acto del sufragio por una
persona que ellos escogen libremente, por lo general de su absoluta confianza.
Lamentablemente,
y de manera contraria a su carácter de excepción, el régimen apeló a su
utilización ilegal en las pasadas elecciones. Por eso mismo, los comisarios
políticos del PSUV, lista en mano, presionaban a los favorecidos por esas
ayudas y los acompañaban para asegurarse de que, en efecto, votaran por el
candidato reeleccionista.
Por
supuesto que la cosa no llega hasta allí. Opera también a favor del régimen el
explicable temor de la mayoría de esas personas -dependientes de sus políticas
clientelares- a perder tales beneficios, así como el de millones de empleados
públicos. A ello contribuye también el mito, estimulado por el régimen y por no
pocos opositores talibanes, de que el voto no es secreto y que aquél sabe por
quien votamos, lo cual es sencillamente imposible. Y todo ello, a fin de cuentas,
conduce a muchos a votar a favor del oficialismo, aún en contra de su
conciencia.
Estamos,
entonces, en un círculo vicioso, pues el régimen presiona a millones de
beneficiarios de su política clientelar para que voten a su favor -porque de lo
contrario los excluirá- con el cuento chino de que el voto no es secreto.
La debilidad de esos electores
temerosos, como bien lo apuntó el padre Luis Ugalde en El Nacional del 18-10-2012, los hace fácil instrumento del chantaje
oficialista y, por esto mismo, los mantiene atados a una política clientelar
que nunca los sacará de la pobreza, sino todo lo contrario. Ya se sabe que el
cerebro económico del régimen, el inefable ministro Giordani, ha dicho que “la
revolución necesita de los pobres para mantenerse”. Lo cual explica porqué no
hay una verdadera lucha por erradicar la pobreza, sino un denodado esfuerzo por
hacerla crecer y, de esta manera, mantener a millones de venezolanos
dependiendo del régimen.
Y he aquí que nos enfrentamos
entonces a dos consecuencias trágicas, a las cuales hizo referencia el investigador
Luis Pedro España en un artículo que títuló Clientelismo
(El Nacional, 18-10-2012). Por una
parte, la actitud de un contingente de venezolanos a quienes les interesa
obtener esas ayudas y favores, sin detenerse a pensar que de la pobreza sólo se
sale creando riqueza, a través de empleos estables y bien remunerados,
producidos a su vez por la inversión privada, la productividad, la industrialización
y el fortalecimiento de la producción agropecuaria. Pero nunca a través de las
migajas que el régimen reparte para asegurarse su respaldo político, lo que
lamentablemente ahora ocurre.
Por la otra, la imposibilidad a
corto plazo de que el régimen pueda seguir financiando esta costosa operación
de clientelismo político. Y es que “la masa no está para bollos”: un
endeudamiento que sobrepasa los 120.000 millones de dólares, un déficit
financiero de 19%, una explotación petrolera en declive, una política masiva de
importación de bienes y alimentos imposible de mantener, unas reservas
internacionales mermadas y una devaluación criminal en puertas, impedirán que
el régimen pueda continuar con esas prácticas clientelares en un futuro muy
próximo.
Conclusión: “pan para hoy, hambre para
mañana”, por decirlo con un refrán conocido. Y lo ignominiosamente criminal es
que el actual régimen desperdició una oportunidad única en estos 14 años para sacar a millones de la pobreza, como
sucede hoy en Chile, Brasil o Colombia.
Prefirió privilegiar su proyecto
perverso de poder vitalicio, en lugar de mejorar la situación de los
venezolanos en general y de los pobres en particular.