martes, 23 de octubre de 2012


EL CLIENTELISMO COMO ARMA ELECTORAL
Gehard Cartay Ramírez
Entre las varias causas del resultado electoral del pasado siete de octubre figura una principalísima: el clientelismo impuesto por el régimen para garantizarse el apoyo de ciertos sectores.
Tal circunstancia la cité en mi artículo del martes ocho de octubre (Una y otra Venezuela), dos días después de las elecciones. Entonces me referí a una “Venezuela clientelar”, contrapuesta a “otra Venezuela que apuesta por un país moderno, plural y civilizado”. Pero no pude entonces detenerme a profundizar sobre la primera, y eso es lo que intentaré hacer en estas líneas.
Esa Venezuela clientelar la integran millones de ciudadanos que reciben becas, ayudas, servicios o bienes del Estado venezolano (incluyendo promesas de viviendas y otros favores), pagados con recursos de los presupuestos nacionales que financia nuestro petróleo y de los impuestos que pagamos al Seniat, incluyendo el IVA, el más perverso de todos, pues lo cancelan pobres y ricos.
Se trata de una peculiar asignación de recursos absolutamente discrecional por parte del régimen. Miles de millones de bolívares que, a un mismo tiempo, le sirven como un mecanismo vil para presionar, amenazar y torcer la voluntad de muchos de ellos, especialmente en época de elecciones.
Un mecanismo perverso, insisto, no sólo porque no resuelve el problema de la pobreza, sino porque además le sirve a los intereses políticos y electorales del jefe del régimen y su cúpula podrida. Tiene allí varios millones de votos a su favor, aunque buena parte de ellos no lo sean espontáneamente, sino obligados por el miedo a perder esas ayudas, ante las amenazas oficiales de quitárselas si no sufragan a favor del oficialismo.
La anterior afirmación es tan cierta que el propio régimen desconfía de la verdadera intención de esos electores, al montar toda una metodología que le permite, incluso, votar por ellos. Por eso, precisamente, el voto asistido fue una práctica generalizada el siete de octubre, ante la cobardía de muchos testigos y miembros de mesas de las fuerzas democráticas, que estaban obligados por ley a impedirlo.
Como se sabe, el voto asistido sólo lo permite la ley en beneficio del elector y, por tanto, sólo él puede decidir su utilización. Se trata de un mecanismo excepcional, por lo general para personas discapacitadas o en avanzado estado de vejez. A tales efectos, pueden ser asistidos en el acto del sufragio por una persona que ellos escogen libremente, por lo general de su absoluta confianza.
Lamentablemente, y de manera contraria a su carácter de excepción, el régimen apeló a su utilización ilegal en las pasadas elecciones. Por eso mismo, los comisarios políticos del PSUV, lista en mano, presionaban a los favorecidos por esas ayudas y los acompañaban para asegurarse de que, en efecto, votaran por el candidato reeleccionista.
Por supuesto que la cosa no llega hasta allí. Opera también a favor del régimen el explicable temor de la mayoría de esas personas -dependientes de sus políticas clientelares- a perder tales beneficios, así como el de millones de empleados públicos. A ello contribuye también el mito, estimulado por el régimen y por no pocos opositores talibanes, de que el voto no es secreto y que aquél sabe por quien votamos, lo cual es sencillamente imposible. Y todo ello, a fin de cuentas, conduce a muchos a votar a favor del oficialismo, aún en contra de su conciencia.
Estamos, entonces, en un círculo vicioso, pues el régimen presiona a millones de beneficiarios de su política clientelar para que voten a su favor -porque de lo contrario los excluirá- con el cuento chino de que el voto no es secreto.
La debilidad de esos electores temerosos, como bien lo apuntó el padre Luis Ugalde en El Nacional del 18-10-2012, los hace fácil instrumento del chantaje oficialista y, por esto mismo, los mantiene atados a una política clientelar que nunca los sacará de la pobreza, sino todo lo contrario. Ya se sabe que el cerebro económico del régimen, el inefable ministro Giordani, ha dicho que “la revolución necesita de los pobres para mantenerse”. Lo cual explica porqué no hay una verdadera lucha por erradicar la pobreza, sino un denodado esfuerzo por hacerla crecer y, de esta manera, mantener a millones de venezolanos dependiendo del régimen.
Y he aquí que nos enfrentamos entonces a dos consecuencias trágicas, a las cuales hizo referencia el investigador Luis Pedro España en un artículo que títuló Clientelismo (El Nacional, 18-10-2012). Por una parte, la actitud de un contingente de venezolanos a quienes les interesa obtener esas ayudas y favores, sin detenerse a pensar que de la pobreza sólo se sale creando riqueza, a través de empleos estables y bien remunerados, producidos a su vez por la inversión privada, la productividad, la industrialización y el fortalecimiento de la producción agropecuaria. Pero nunca a través de las migajas que el régimen reparte para asegurarse su respaldo político, lo que lamentablemente ahora ocurre. 
Por la otra, la imposibilidad a corto plazo de que el régimen pueda seguir financiando esta costosa operación de clientelismo político. Y es que “la masa no está para bollos”: un endeudamiento que sobrepasa los 120.000 millones de dólares, un déficit financiero de 19%, una explotación petrolera en declive, una política masiva de importación de bienes y alimentos imposible de mantener, unas reservas internacionales mermadas y una devaluación criminal en puertas, impedirán que el régimen pueda continuar con esas prácticas clientelares en un futuro muy próximo.
Conclusión: “pan para hoy, hambre para mañana”, por decirlo con un refrán conocido. Y lo ignominiosamente criminal es que el actual régimen desperdició una oportunidad única en estos 14 años  para sacar a millones de la pobreza, como sucede hoy en Chile, Brasil o Colombia.
Prefirió privilegiar su proyecto perverso de poder vitalicio, en lugar de mejorar la situación de los venezolanos en general y de los pobres en particular.
 LA PRENSA de Barinas - Martes, 23 de octubre de 2012.