sábado, 13 de abril de 2013

EN PRESENCIA DE ANDRES BELLO


DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL DIPUTADO
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DE LA PLAZA “ANDRES BELLO”  DE LA CIUDAD DE BARINAS


(Barinas, 29 de junio de 1983)

En gesto que compromete nuevamente mi gratitud y solidaridad el Concejo Municipal del Distrito Barinas, que preside el doctor Ezequiel Mota Cárdenas, me ha honrado al designarme orador de orden con motivo de inaugurarse -como parte de la programación aniversaria especial de la ciudad- la plaza que llevará el nombre de Don Andrés Bello.
Ha querido de esta manera el Ilustre Cabildo barinés rendir homenaje al más notable hombre de letras que ha dado el país. Y lo hace, justamente, con una obra de ornato y de esparcimiento para la ciudadanía. Esta plaza, sin duda, es un símbolo, no sólo de eficacia y progreso, sino, además, de esfuerzo humanizador para la ciudad en que vivimos.
Encuentro, pues, que esta iniciativa que hoy felizmente se pone en servicio público está, al propio tiempo, justificada dentro de lo que recibimos por herencia de Don Andrés Bello: el amor, el cultivo y el respeto a la naturaleza, dominándola, sí, sin violentarla; armonizándola, sí, con otros elementos de progreso, sin dejar, desde luego, que pierda su natural encanto y su lozanía. 0 como la describía Bello en La Agricultura de la Zona Tórrida:

Salve, fecunda zona,
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!


Naturaleza y hombre, paisaje y humanidad, allí están unidos. Así como esta plaza que modestamente también conjuga los dos elementos. Y que expresa, por otra parte, una voluntad de hacer y de crear, a pesar de las limitaciones presupuestarias pero poniendo en movimiento la imaginación y la vocación de servir a los demás.

***

Se trata de una empresa difícil esta de hablar hoy de Don Andrés Bello. La dimensión política, literaria y humana del personaje constituye una verdadera tentación para quien la asuma con pasión.
Se trata de una vida provechosa y fructífera, agitada en sus inicios y reflexiva en sus últimos veinte años. Una vida prematuramente aventajada, tanto que siendo maestro del joven Simón Bolívar no media entre ellos sino una corta diferencia de edades. El de Bello es un talento excepcional, brillante, genial y hasta extraño en aquel ambiente bucólico de la Caracas anterior a la lucha de Independencia.
La quietud y pasividad de aquellos años, los últimos de la etapa colonial, tal vez sirvieron para que se desbordara la fuerza arrolladora de la inteligencia de Bello. Su contacto permanente con la naturaleza y el paisaje de la Caracas de entonces, la ciudad de la eterna primavera, le permitirá atesorar una exquisita sensibilidad que luego verterá en su poesía naturalista. Al igual que otros hombres de su época, Bello asumirá con obsesionada imaginación la tarea de estudiar lo que le rodea, trátese del pensamiento o del paisaje tropical que está a su alrededor.
Todo aquello que absorbieron sus ojos y su clara inteligencia, lo llevará por siempre consigo. Y no abandonará jamás lo que la naturaleza de su tierra le exhibió y entregó para que la tradujera en poesía. Donde quiere que esté en los años futuros, también lo acompañará la visión permanente del paisaje venezolano. Porque, como dice Pedro Grases, “Andrés Bello llevará para siempre impreso en el alma el paisaje de su tierra, que habrá de darle el tema fundamental de sus más grandes poemas, escritos en Londres, del mismo modo que las cercanías de Caracas le habían dado el motivo de naturaleza en sus primeras composiciones”.
El joven Andrés Bello, si sus compatriotas lo juzgáramos con criterios de hoy, fue un caso excepcional pocas veces visto en la historia de la inteligencia. No sólo estudia la naturaleza y, lo que es más importante, la interpreta, sino que además aprende francés e inglés, ciencias médicas, geografía -de la que fue maestro de Bolívar-, matemática, filosofía e historia, aparte de las ya sabidas investigaciones sobre latín y las ciencias escolásticas.
Al lado de ese espíritu que todo lo quiere aprender y al mismo tiempo enseñar, está también su conciencia revolucionaria. Junto a otros jóvenes de entonces, Andrés Bello lucha contra el colonialismo y por la libertad. Estará al lado de los conspiradores que tratan de derrumbar la opresión española. Participa en reuniones, hace sugerencias sobre la forma de conducir el proceso, en fin, está activo al lado de la causa independentista.
En 1810 saldrá para Londres, en compañía de Simón Bolívar, a gestionar el reconocimiento para el nuevo gobierno venezolano instaurado luego de la obtención de la independencia. Y allí se quedará 19 largos años, siempre en contacto con poetas, escritores y literatos. Allí producirá buena parte de su obra, Alocución a la Poesía y Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, entre otras, aparte de los estudios sobre gramática y sus trabajos periodísticos. También por estos años, Andrés Bello acometerá sus trabajos sobre Derecho Internacional y otras materias jurídicas que alcanzarán su esplendor cuando resida en Chile, años más tarde.
En 1829 volverá a pisar el continente americano, al residenciarse en tierra chilena. Ya no es el joven de Caracas o Londres. Es el hombre en toda su plenitud de facultades y de objetivos. Tiene 48 años y viene precedido por una justa fama que se ha ganado con su talento y su trabajo. Y los chilenos saben que reciben a un hombre excepcional, que ya quisieran para sí otros países del nuevo continente.
En el país austral, Bello despliega una afanosa actividad, febril e intensa. Trabajará en diversos campos y en todos ellos dejará huella indeleble. Bello será múltiple en su esfuerzo: periodista, gramático, legislador, poeta, filósofo, educador, organizador, político. Su talento generoso entrega a su segunda patria, Chile, todo lo que pueda dar su inteligencia, agradecido, sin duda, de la hospitalidad y el cariño que le rodean.
Y allí morirá, colmado de honores, tanto o más de los que pudo recibir aquí en su país. En el fondo, su ejemplo en tierra extraña a la que lo vio nacer, no deja de ser también una forma de demostrar lo mucho que su país podía darle, y le dio, en efecto, a la causa latinoamericana.

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A este hombre, esbozado así a grandes rasgos, par las limitaciones de tiempo y de conocimiento, es a quien venimos hoy rendir nuevamente el homenaje de la inmortalidad y el reconocimiento de todos los tiempos.
Con estas breves palabras, dichas en alta voz por quien siente profundamente los valores de la venezolanidad, y Bello es una de sus mayores glorias, cumplo el honroso encargo que sobre mis hombros pone el Concejo Municipal del Distrito Barinas. Permítanme decir, finalmente, que se trata de una tarea grata y feliz. Yo me siento estrechamente vinculado a sus directivos, y los sé ansiosos por hacer una obra de contenido popular y social. La han cumplido, a pesar de todas las dificultades de orden económico, poniendo especial énfasis en la imaginación y en la vocación de servicio que deberían ser la norma de todos los que asumen responsabilidades de dirección pública.
Aquí la dejamos, Don Andrés, en compañía de su paisaje y de su sol, cobijado por el follaje de los árboles y el arrullo de los pájaros. Permítanos sentirnos orgullosos de su presencia en esta ciudad llanera que mañana celebra un nuevo aniversario de su fundación.
Muchas gracias.