jueves, 27 de febrero de 2014

EL ESTADO TERRORISTA
Gehard Cartay Ramírez
“Maldito el soldado que vuelva las armas de la República contra su pueblo”.
Simón Bolívar
Solamente gobernantes sanguinarios han utilizado la Fuerza Armada para enfrentar la protesta popular.
Y lo afirmo, conteniendo la indignación, cuando dolorosamente hoy hace lo mismo el régimen venezolano. Porque, sin duda, es una cobardía inaudita valerse de las armas de la República para atacar a un pueblo desarmado, que sólo ejerce su derecho constitucional a la protesta contra un régimen que está acabando nuestro país.
Adelantándose en el tiempo, esa cobarde actitud mereció la maldición del Libertador, tal como lo reza el epígrafe de este artículo. Y no puede ser de otra manera. Porque se supone que la Fuerza Armada de cualquier país sólo existe para confrontar un enemigo externo o un adversario interno de iguales proporciones, llegado el caso. Nunca para masacrar a la ciudadanía, y menos cuando esta protesta pacíficamente, sin armas, como ahora ocurre en Venezuela.
Toda fuerza militar, al actuar en un escenario bélico, persigue liquidar -matar- al enemigo, que, como es obvio también busca tal propósito. No está, por tanto, preparada para enfrentar civiles desarmados, a menos que se quiera producir una matanza de inocentes. Ni más ni menos. Por eso, su uso contra la ciudadanía pacífica es un crimen de lesa patria y lesa humanidad. Y eso aún en el caso -como pasó en San Cristóbal con aviones y helicópteros militares- de que sólo sea para amedrentarla.
En toda democracia que efectivamente sea tal, las manifestaciones violentas las enfrentan policías adiestrados al efecto, sin armas de fuego. En cambio aquí, el actual régimen ataca las manifestaciones pacíficas con armas de guerra en manos de Guardias Nacionales y policías, sin descartar la ayuda criminal que le prestan sus escuadrones de la muerte -eufemísticamente llamados “colectivos”-, armados y financiados por el régimen, como bandas de choque.
Todo ello constituye, sin duda, terrorismo de Estado. No otra cosa es la utilización de las armas de la República contra la ciudadanía pacífica de un país. Se trata de delitos internacionales que no prescriben y que, por tanto, pueden ser juzgados en cualquier tiempo. Sin embargo, el terrorismo del Estado siempre tiene un límite y la sensatez que aún debe existir en la Fuerza Armada en algún momento debería exigir que cese esta orgía de represión y muerte.
Por desgracia, toda esa escalada terrorista comenzó en Táchira y Mérida, cuando el régimen y sus grupos armados arremetieron contra manifestaciones estudiantiles que protestaban por el estrangulamiento financiero a que han sido sometidas las universidades autónomas y por la inseguridad que, al igual que a todo el país, también las afecta.
El 12 de febrero se realizó en Caracas una gigantesca manifestación para respaldar a los estudiantes del interior del país. Aquella enorme demostración de fuerza terminó pacíficamente, como consta a todos. Luego, un grupo de estudiantes fueron a la Fiscalía General a consignar un documento con sus peticiones. Lamentablemente, grupos armados del régimen los emboscaron a sangre y fuego, con el saldo de dos muertos y varios heridos.
Lo que ha ocurrido después ha sido la natural indignación de la ciudadanía. Y la respuesta criminal del actual Estado terrorista, en lugar de rectificar y castigar a los culpables, ha sido la de profundizar la represión de manera indiscriminada. Lo ha hecho con nocturnidad y alevosía, en forma vil y canalla. Los resultados son escandalosos: van 12 muertos, centenares de heridos aún no precisados, 560 detenidos, más de 60 denuncias de torturas, gracias a la desproporcionada actuación de la Guardia Nacional, Policía Nacional y paramilitares. No hay un solo detenido entre estos últimos.
Ha sido una actuación brutal, adobada con las mentiras recurrentes de Maduro y su claque, al denunciar un supuesto “golpe de Estado en desarrollo”, cuando bien sabemos que estos sólo pueden realizarlos los militares, mientras “santifica” a sus escuadrones de la muerte, mal llamados “colectivos”; y acusa a estudiantes y opositores de promover la violencia, cuando ha sido su régimen el que la ha ejecutado con particular saña y furia.
El régimen parece estar en etapa terminal. Maduro no dio la talla y luce cada vez más inepto e incapaz. No quiere reconocer que la protesta popular (y el descontento silencioso de otros millones de venezolanos, incluyendo muchos chavistas) se debe a la escasez, la carestía, la inseguridad, la corrupción de la cúpula del régimen y muy especialmente a la inquietud de los jóvenes ante un futuro que se presenta cada vez más sombrío y difícil, si las cosas siguen como van.
Hay que buscar entonces una salida pacífica y democrática. Pero esta sólo será posible si implica un cambio verdadero, y no la continuación del actual orden de cosas.   
Twitter: @gehardcartay
(LA PRENSA de Barinas - Martes, 25 de febrero de 2014)

martes, 18 de febrero de 2014

MUERTE, REPRESIÓN, CENSURA Y MENTIRAS
Gehard Cartay Ramírez
Estas son las cuatro palabras que definen al presente régimen, casi desde su arribo al poder hace ya 15 años.
Pero, más que palabras, son elementos propios de toda dictadura. Y a esta situación estamos hoy enfrentados los venezolanos. Enfrentados a un régimen que ahoga las libertades públicas, apela al terrorismo contra sus ciudadanos, utiliza asesinos armados contra estudiantes, censura televisoras y radios, y miente para falsificar la realidad de sus delitos de lesa humanidad y de lesa patria.
Esa perversión dictatorial viola los derechos fundamentales de los venezolanos, comenzando por el más importante: el derecho a la vida. Ya son centenares los asesinados por organismos de seguridad del Estado desde 1999, para no referirnos a los 250.000 ciudadanos que ha matado la delincuencia en ese mismo lapso.
Porque, por desgracia, aquí somos víctimas de un Estado terrorista y criminal. Un Estado que usa todo su poder para imponer un proyecto político y económico postcomunista, ya fracasado en todas partes, incluyendo Cuba, que -como se sabe- es el modelo que copia desde hace tiempo.
Esa degeneración del chavismo está en sus cromosomas. Una secta militar golpista que armó una conspiración durante una década, traicionando su juramento de lealtad a la Constitución, no podía actuar de otra manera una vez llegada al poder. Un grupo de felones desalmados, como los del 4 de febrero de 1992, que irrumpieron en la política con ametralladoras, montados en tanques, matando venezolanos, usando indebidamente el armamento de la República y pretendiendo derrocar un gobierno legítimo, no podía nunca actuar democráticamente. Era “pedirle peras al olmo”.
Chávez y su claque siempre aspiraron el poder total, y su acción golpista de 1992 -continuada hasta hoy- demostró cuánto despreciaban (y desprecian) la democracia. Que haya habido luego elecciones -siempre bajo el signo del fraude y el ventajismo aplastante del Estado- no demuestra su supuesto espíritu democrático, pues han convertido su golpe de Estado de entonces en una “gesta heroica”, como para demostrar que mucho más importante es el asalto golpista al poder que acceder a él mediante una elección democrática. Así de sencillo.
¿Son acaso demócratas quienes, como ellos, no aceptan la disidencia, mucho menos la protesta? ¿Son acaso demócratas quienes, como ellos, infiltran terroristas en las manifestaciones estudiantiles pacíficas para luego reprimirlas a sangre y fuego? ¿Son acaso demócratas quienes, como ellos, usan armas de guerra y gases tóxicos contra estudiantes desarmados, violando la Constitución, como si estuviéramos ante un conflicto bélico y no en el ejercicio de un derecho humano fundamental?
(Y mientras todo esto acontece, la delincuencia “sigue con el moño suelto”, pues quienes deben combatirla están ocupados reprimiendo estudiantes. Por cierto, en esos mismos días dos sacerdotes salesianos fueron asesinados en Valencia por menores de edad, y un tercero resultó gravemente herido, el padre David Marín, de grata recordación en Barinas.)
 Esta actitud terrorista va acompañada por la mentira compulsiva. Todas las manifestaciones de protesta legítima son calificadas desde el poder como golpistas. Claro, “cada golpista juzga por su condición”, aunque ellos saben muy bien que los estudiantes no dan golpes de Estado, pues sólo los militares pueden hacerlo. Las otras mentiras contra la oposición y los estudiantes, repetidas por Maduro y combo, ya son ridículas: imperialistas, fascistas, escuálidos, apátridas y un largo sartal de estupideces.   
La semana anterior se confirmó, una vez más, lo siniestro de la cúpula podrida que ocupa el poder. Dos estudiantes asesinados por oficialistas, casi 200 detenidos sin fórmula de juicio, muchos de ellos torturados, según organismos de defensa de los derechos humanos, Amnistía Internacional y el Foro Penal Venezolano, son el trágico desenlace de su acción represiva contra manifestaciones pacíficas del estudiantado venezolano.
Como se sabe, el 12 de febrero pasado -Día de la Juventud- el estudiantado caraqueño salió a protestar por los hechos violentos, dirigidos por terroristas del régimen, ocurridos en diversos puntos del país contra manifestaciones estudiantiles, con saldo de heridos y detenidos, ninguno de ellos, por cierto, de las bandas armadas oficialistas. Fue una manifestación multitudinaria y pacífica, que terminó de la mejor manera, hasta que los llamados “colectivos” dispararon contra los estudiantes, con los lamentables resultados ya conocidos.
La acción criminal se repitió luego en Chacao, con otro estudiante muerto. Y ha continuado, pues el régimen sigue reprimiendo violentamente toda manifestación pacífica, al tiempo que adelanta una campaña de desprestigio contra los estudiantes, en medio de una feroz censura y autocensura de los medios televisivos y radiales, que han ocultado todo desde el principio. Sólo las televisoras internacionales han informado y alguna de ellas fue sacada del cable por órdenes del oficialismo.
Llegará el momento en que la cúpula del régimen será juzgada por sus crímenes de lesa humanidad. Ni que se escondan debajo de las piedras podrán impedirlo. La historia no los absolverá.
 Twitter: @gehardcartay
(LA PRENSA de Barinas - Martes, 18 de febrero de 2014)

jueves, 13 de febrero de 2014

ESTAMOS MAL Y VAMOS PEOR
Gehard Cartay Ramírez
El país está peor que antes, salvo en las épocas de las guerras de Independencia y Federación.
La anterior no es una afirmación exagerada. Basta mirar el entorno para darnos cuenta de la colosal crisis que nos agobia. Una crisis de proporciones inéditas, tanto en el campo político y moral, como en lo económico, social y general.
Esa crisis nos toca a todos, menos a la cúpula podrida del régimen en razón de su carácter de élite privilegiada en un país cuya gente se empobrece cada vez más. Los demás somos víctimas de la creciente pobreza, la inflación galopante, la inseguridad generalizada, los servicios públicos colapsados y un sin fin de calamidades.
Este fin de semana se publicaron cifras y estadísticas al respecto, dadas a conocer por empresas consultoras y reputados académicos, aparte del mismísimo Fondo Monetario Internacional. Todos sus datos coinciden en que bajo el actual régimen Venezuela es el país petrolero con los peores indicadores.
Esos estudios, por supuesto, no harían falta para darnos cuenta de la crisis que nos agobia. Basta simplemente constatar la inseguridad que produce su ración diaria de asesinatos y violencia, hacer mercado, conversar con la gente, sufrir nuestros pésimos servicios públicos -es decir, contactar nuestra dramática realidad- para confirmar que estamos peor que antes en todos los sentidos.
Sin embargo, los datos a que hago referencia reflejan la profundidad de la problemática venezolana. Veamos algunos: “En 15 años el precio del petróleo venezolano aumentó 363% y lo que vemos es escasez de divisas y una inflación 9 veces más alta que el promedio de América Latina y 41 veces por encima de los países industrializados”, dijo David Alayón, de Director de Kapital Consultores (El Nacional, 09-02-2014)
Dicho en lenguaje llano lo que afirma es que mientras nuestro petróleo ha sido vendido cada vez más caro desde que el chavismo llegó al poder, esos dólares han sido despilfarrados, robados y regalados. Por desgracia, esos petrodólares ahora son escasos y los precios de alimentos, bienes y servicios cada vez más caros, por lo que Venezuela tiene hoy la más alta inflación de América y del mundo.
Por su parte, British Petroleum informó que mientras la producción de los demás países petroleros aumentó en 27%, “la de Venezuela cayó 18% entre 1997 y 2012”. El Fondo Monetario Internacional también informó que la economía venezolana registró en 2013 una brusca desaceleración; que su tasa de inflación es de 56,2%, la más alta del mundo; y que su déficit fiscal (15%) es el más elevado del planeta.
Por contraste, agrega el informe, Noruega, un país petrolero como Venezuela, tiene en cambio una inflación de apenas el 1,73%, superávit fiscal de 12,3% del Producto Interno Bruto y ahorros superiores a los 800 mil millones de dólares por concepto de venta de petróleo. ¡Todo lo contrario a Venezuela!
Otros datos vergonzosos para el régimen de Maduro y su combo es que Venezuela tiene peores indicadores económicos que Libia, un país en guerra civil, luego de la dictadura de Kaddafi, e Irán, al que se le han impuesto ahora sanciones económicas por su programa nuclear. ¡Y aún así estamos peores que ellos!
Mientras tanto, un grupo de países latinoamericanos se aprovechan de la crisis de Venezuela, producida por el chavismo desde 1999. Así, Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Nicaragua nos venden comida, luego de que el extinto presidente y sus compinches destruyeran nuestra producción agropecuaria e industrial. México, por su parte, abre parte de su industria petrolera a la inversión privada y avanza en esta materia, mientras PDVSA está prácticamente hoy en ruinas si se la compara con su pasado esplendoroso.
Estamos, pues, cada vez peor. Esta es una realidad que nadie puede negar. Que no necesita estudios ni estadísticas para corroborarlas. A los venezolanos sólo nos basta sufrirla en carne propia, como lo venimos haciendo desde largos años ya.
Sin embargo, es importante que desde afuera lo analicen y comenten. Hoy Venezuela es un ejemplo de lo que no debe ser un país que estaba condenado al éxito y hoy vive su más dramática crisis en mucho tiempo.

(LA PRENSA de Barinas - Martes, 11 de febrero de 2014)

jueves, 6 de febrero de 2014

¿HASTA CUÁNDO?
Gehard Cartay Ramírez
Leí hace poco una afirmación que me llamó a reflexión: la destrucción del país le está saliendo “barata” al régimen (Alonso Moleiro, Tal Cual, 02-02-2014).
Lo de “barata” aludía al conformismo, la apatía y el miedo  de algunos sectores y también a la inexplicable posición de la cúpula de la MUD, negada a hacer oposición de calle ante el desgobierno actual, que nos lleva aceleradamente al desastre.
Y es que, en verdad, si nada hacemos ante esta criminal actitud del régimen; si no somos capaces de salir a protestar ante los gravísimos problemas que nos azotan; si dejamos que esta tragedia continúe… será muy “barato” para Maduro y su combo completar la destrucción del país iniciada en 1999.
En cambio, a los venezolanos nos va a salir muy costoso no enfrentar al régimen, ahora y aquí, para impedir que se salga con la suya. Y no podrá extrañarnos que quienes vengan después nos califiquen de cobardes y de no haber asumido nuestra responsabilidad histórica en esta hora aciaga que vive Venezuela.
Por eso, cuando se afirma que al régimen de Maduro le está saliendo “barato” su empeño en seguir destruyendo al país, nos estamos refiriendo a la falta de una respuesta enérgica ante esta auténtica traición a la patria que significa tronchar el futuro de los venezolanos. Porque si en cualquier otra nación estuviera ocurriendo el desastre que hoy sufrimos aquí, lo más seguro es que ya el pueblo hubiera obligado al régimen cuando menos a rectificar, si no es que tal vez habría logrado su sustitución.
Ojo: que nadie se equivoque, como decía el extinto. No estamos llamando a la guerra civil, ni a la violencia, ni al enfrentamiento entre venezolanos. Nada de eso. Ni a la guerra, porque aquí quienes tienen las armas son el régimen y los malandros; ni a la violencia, porque hemos demostrado que nuestro camino siempre ha sido -a pesar del fraude y el ventajismo- por la vía electoral; ni al enfrentamiento, porque el discurso del odio ha sido siempre monopolio exclusivo del chavismo.
Hoy en Venezuela hay protestas todos los días y en todas partes por el desastre que sufrimos desde 1999. Pero ha llegado la hora de organizar un movimiento de resistencia multitudinario y eficaz, pacífico y ciudadano, capaz de producir el cambio democrático del régimen, como lo demanda la mayoría de los venezolanos.
Esa protesta popular en las calles, pacífica y responsable -insisto-, está garantizada por la Constitución Nacional. Es nuestro derecho y nuestro deber. Hacer uso de ambos es lo que exige la hora actual, en lugar de estar cayendo en la trampa del supuesto diálogo con el régimen.
Ya está muy claro que el régimen no cree en el diálogo verdadero. Lo suyo siempre ha sido y sigue siendo la confrontación. Y está más que demostrado que cuando invita a “dialogar” es otra treta más, porque luego insulta y amenaza a la oposición y la sigue cercando, tal como lo recomiendan sus patrones castrocomunistas.
Por esa misma razón, hay que movilizar a la gente. Si continuamos como hasta ahora, las consecuencias podrían ser las de acostumbrar a los venezolanos a que acepten esta pesadilla y, lo que sería peor, que se acostumbren a vivir con ella. Por si acaso, hay algunos signos al respecto, como las largas colas para comprar ciertos productos cada vez más escasos, y que la gente las haga con una cierta resignación que ya es preocupante. Los cubanos tienen más de 50 años en eso, y se acostumbraron a vivir cada vez peor. 
Uno de los más grandes pacifistas del siglo XX, Mohamma Gandhi, apeló a la resistencia pacífica en las calles para combatir al imperialismo británico y lograr la independencia de la India. Y lo logró, sin armas -porque no las tenía-, ni violencia, porque no creía en ella.
Ahora mismo, en Ucrania, antigua República Soviética, el pueblo acaba de demostrar nuevamente la eficacia de la resistencia pacífica en las calles, derrotando el empeño del gobierno ucraniano en unirse a Rusia y no a la Unión Europea. Y eso que sus problemas tal vez sean menores que los nuestros, pero la resistencia en Ucrania es una lección para nosotros, al demostrar lo que vale el coraje del pueblo en las calles, detrás de una idea y una lucha poderosas contra el despotismo.    
Aquí en Venezuela, con una gravísima crisis que nos empobrece cada vez más, con la delincuencia matando a venezolanos cada día, con la más alta inflación del continente, con especulación y desabastecimiento como nunca, con corruptos e ineptos en el poder bajo la tutela castrocomunista de Cuba, entre otros males, debemos movilizarnos ya si no queremos terminar como el pobre pueblo cubano.
Twitter: @gehardcartay
(LA PRENSA de Barinas - Martes, 04 de febrero de 2014)

sábado, 1 de febrero de 2014

CULPABLES DE NADA
Gehard Cartay Ramírez
El actual régimen viene destruyendo el país desde hace ya 15 años, y sin embargo todavía tiene el tupé de culpar a los demás de la plasta que han puesto. 
Los culpables, según ellos, siempre son los demás. Los culpables siempre han sido, son y serán -según dice su discurso mentiroso- “el imperialismo”, “la Cuarta República”, el “Puntofijismo”, “la derecha”, “la CIA”, “los escuálidos”, “los traidores a la patria”, y un largo etcétera de estupideces. Pero nunca son ellos.
Todo esto a pesar de que el régimen controla desde hace tiempo todo el poder y todas las instituciones, como pocas veces lo hicieron algunos gobiernos anteriores. Habría que advertir que estos últimos nunca manejaron la montaña de petrodólares que el chavismo ha despilfarrado y robado desde 1999. Esto demuestra que, a pesar de que han tenido todo el poder y mil millonarios recursos, en lugar de resolver los problemas del país, los agravaron… y de qué manera, amigo lector.
También demuestra la colosal mentira en que se sostiene ese discurso chavista que culpa a los otros de su fracaso. Ninguno de esos presuntos culpables tiene nada que ver con la crisis creada desde 1999. Porque si bien es cierto que entonces quienes hoy mandan heredaron muchos problemas, también es cierto -insisto- que en todo este largo tiempo y con la montaña de petrodólares que malgastaron y dilapidaron no han podido resolverlos satisfactoriamente.
Véase a este respecto cómo Alemania, que quedó en la más absoluta ruina al terminar la Segunda Guerra Mundial en 1945,  resolvió en 15 años su gravísima crisis… y todo ello con mucho menos recursos que los que ha malgastado el chavismo. Japón, tan arruinado como Alemania luego de aquella guerra, en sólo 15 años se puso de pie. Hoy ambos países son formidables potencias económicas del mundo moderno.
Sirvan estos dos ejemplos para poner de manifiesto la gigantesca incapacidad e ineptitud del actual régimen, que en 15 años ha destruido a Venezuela, a pesar de que han manejado y dilapidado muchísimo más dinero y más tiempo que el que invirtieron alemanes y japoneses para reconstruir sus países. 
En cambio, aquí el chavismo hizo todo lo contrario. Convirtió a una nación petrolera y en vías de desarrollo, como lo éramos en 1998 -con problemas, claro está, pero nunca de la magnitud de los de ahora-, en lo que hoy por desgracia somos: un país con una economía destruida; una deuda colosal, después de haber dilapidado los más cuantiosos recursos que hemos tenido en nuestra historia; más pobreza, miseria y desempleo que antes; servicios públicos colapsados, desabastecimiento, carestía e inflación como nunca y, por si fuera poco, más de 250.000 asesinatos en 15 años.
La explicación a este desastre está en que el régimen siempre ha tenido un sólo propósito: permanecer en el poder a toda costa, para lo cual pretende controlarlo todo, liquidando la economía privada y su aparato productivo, y destruyendo, por tanto, la iniciativa particular de los ciudadanos.
 Fíjese usted, amigo lector, lo que ahora sucede con el control de cambios, una política económica errada y absurda, pero que le permite al régimen especular y controlar el manejo de nuestros dólares. Pues bien, luego de haber encarecido el dólar en el mercado paralelo y de sucesivas devaluaciones que han liquidado el valor del bolívar como signo monetario, ahora el régimen convierte en “chivos expiatorios” a los venezolanos que han utilizado sus cupos de CADIVI en dólares para viajar al exterior, culpándolos de la escasez y la carestía de la moneda estadounidense.
Esta es otra mentira más que, como siempre, pretende trasladar a los demás lo que es de la exclusiva responsabilidad del régimen y sus desacertadas políticas económicas, al tiempo que utiliza la situación de CADIVI para limitar a los venezolanos la compra de dólares para viajar al exterior. Como siempre ocurre, aquí “la soga revienta por lo más delgado…”
 Porque la verdad es que los dólares para viajeros apenas alcanzan el 6% del gasto total de las divisas en dólares. En cambio, CADIVI autorizó en 2012 importaciones fraudulentas por 23.000 millones de dólares, según denuncia del economista José Guerra (Tal Cual, 25-01-2014). Por si fuera poco, el Sistema de Transacciones con Títulos en Moneda Extranjera (SITME) entregó entre 2010 y 2012 la bicoca de 27.000 millones de dólares, “y no se sabe dónde están esas importaciones”, advirtió también Guerra.
Como siempre sucede, y al igual que en este caso concreto, el régimen vuelve a culpar a los demás de lo que son sus exclusivos errores. Afortunadamente, cada vez son menos quienes creen esos cuentos chinos.
 Twitter: @gehardcartay
LA PRENSA de Barinas - Martes, 28 de enero de 2014.