domingo, 8 de noviembre de 2015

HACIA UNA MEJOR VENEZUELA
Gehard Cartay Ramírez
El peor gobierno de la República Civil, entre 1959 y 1998, es mejor que el régimen que sufrimos desde 1999.
Lo rotundo de esta afirmación ya explica porqué Venezuela sufre hoy su peor crisis en todos los sentidos. En apenas 17 años, con colosales ingresos de petrodólares como nunca antes, el actual régimen destruyó la Venezuela en ascenso que veníamos siendo. Por contraste, y al estilo de una maldición gitana, el chavomadurismo nos dejará como ominoso legado un país arruinado e hipotecado, empobrecido y miserable, con los viejos problemas de siempre y los nuevos que crearon desde 1999.
Conste que nada de esto lo afirmo por simple “oposicionismo” o con el propósito de exagerar. La conclusión a que hago referencia surge al examinar la lista de sus posibles aciertos y sus evidentes errores. Un análisis de ambos, hecho con objetividad, arroja automáticamente lo que el desaparecido Jorge Olavarría bautizara como la peorrocracia. No crea el lector que se trata de un adjetivo escatológico. Nada de eso. Olavarría definía con este término al gobierno de los peores. Y al presente régimen le calza, como anillo al dedo, tal definición. Veamos por qué.
Lo primero que hay que poner de relieve es el contexto en que se ha desarrollado su ejercicio político y administrativo. Por un lado, les tocó ejercer el poder en un país con altos ingresos petroleros -en promedio 100 dólares por cada barril durante más de 10 años. Tamaña riqueza, bien administrada, hubiera servido para resolver todos nuestros problemas (sí, amigo, lector, ¡todos!) y garantizar así un mejor destino para los venezolanos.
Y por el otro lado, el actual régimen ha sido uno de los que más tiempo ha detentado el poder, después de la autocracia guzmancista del siglo XIX y la tiranía gomecista del siguiente. Ya son 17 años de ejercicio pleno y absoluto del poder, sin que hayan tenido contrapesos de ninguna especie y, como ya se señaló, en medio de una super abundancia de recursos económicos como nunca antes.  
Cuando hablo de problemas que se pudieron resolver resalto, en primer término, aquellos que han impedido mejorar la calidad de vida de los venezolanos: empleo digno para todos, reducción de los altos niveles de pobreza, eficiencia en la prestación de los servicios públicos, funcionamiento cabal de los centros de salud pública y guerra contra la delincuencia -que, por cierto, ha asesinado más de 250 mil venezolanos desde 1999-, entre otros retos a superar.
Y al lado de estos grandes objetivos, la continuación del mejoramiento de la infraestructura física del país, un esfuerzo que se venía haciendo de manera eficaz desde la década de los años cincuenta del siglo pasado. En otras palabras, construcción de modernos hospitales, centros de salud y medicaturas rurales y urbanas, escuelas, liceos y universidades, viviendas populares y de clase media, equipamiento y consolidación de barrios en ciudades y pueblos, redes de electrificación en todas partes, autopistas y carreteras, vías de penetración en zonas de producción agropecuaria, creación de fuentes alternas de energía, etc., etcétera.
Todo ello sin olvidar el mejoramiento y consolidación de nuestra producción agropecuaria e industrial, no sólo para satisfacer la demanda interna de alimentos y bienes, sino con el propósito de exportarlos. Y, en paralelo, el desarrollo de nuestra industria turística, aprovechando las extraordinarias condiciones que Venezuela tiene en esta materia y que podrían crear centenares de miles de empleos y producir abundantes divisas, con lo cual podríamos diversificar los ingresos del país, que siempre han provenido -hoy más que nunca- exclusivamente de la venta de petróleo, y hacer posible el sueño uslariano de su “siembra”.
¿Le parece a usted, amigo lector, que todo esto es irrealizable por demasiado ambicioso? Si otros países, con menos recursos que Venezuela y en menor tiempo, lo han logrado o están por lograrlo, ¿por qué nosotros no podemos intentarlo?
Véase, por ejemplo, a Chile y Brasil en nuestro continente, que avanzan raudamente en la superación de sus dificultades. Recordemos los casos de Alemania y Japón, países que perdieron la II Guerra Mundial y de sus ruinas emergieron en menos de 20 años como potencias mundiales en el campo económico y tecnológico. Más recientemente, Vietnam se ha convertido en una economía próspera, luego de haber sido escenario de una guerra devastadora, hace apenas 30 años.
Claro que Venezuela también puede lograrlo. Pero para que eso sea posible, lo primero que tenemos que hacer es derrotar a la peorrocracia chavomadurista que sufrimos desde hace 17 largos años.
Y una vez logrado ese objetivo fundamental, debemos elegir gobernantes capaces, preparados y honestos, como lo pedía Bolívar. Ya basta de tantos improvisados, habladores de pendejadas y sin preparación para gobernar.
Hay que abrir paso a los mejores para que gobiernen y sepultar definitivamente a la peorrocracia venezolana.
@gehardcartay
LA PRENSA de Barinas (Venezuela)- Martes, 03 de octubre de 2015.