PALABRAS DE GEHARD
CARTAY RAMÍREZ EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO
GANAR LA PATRIA,
ETAPAS EN LA LUCHA CÍVICA,
DEL EX PRESIDENTE
RAFAEL CALDERA
Caracas, 21 de octubre de 2016.
Quiero comenzar estas breves palabras
agradeciendo el honroso encargo que se me hizo para escribir el Prólogo del séptimo volumen de la
Biblioteca Rafael Caldera: Ganar la
Patria, Etapas en la lucha cívica.
Son catorce discursos seleccionados
cuidadosamente y que representan catorce momentos importantes, algunos
dramáticos e históricos, de nuestro reciente devenir como República.
Esta selección de discursos comienza con la
intervención de Caldera en el acto fundacional de Copei, y el último de los
mismos -casi sesenta años después- es su salutación de Año Nuevo como
presidente en su segunda gestión en enero de 1999.
Como lo afirmo en el Prólogo, lo admirable -en mi caso como lector, pero también como
estudioso de nuestra reciente historia- es la coherencia extraordinaria que
todos esos discursos señalan en un hombre que actuó casi seis décadas en la política
venezolana.
Y esto no es fácil que ocurra, porque no se
trata de una coherencia anclada en principios fosilizados o en una terquedad
que simplemente no quería cambiar de opinión. No. Se trata de una coherencia
dictada por la dinámica de los hechos, pero sobre todo -y esto para mí es lo
más importante- por la fidelidad a principios y valores fundamentales.
Tal como lo señalo en el Prólogo, hay tres grandes coordenadas
del pensamiento calderiano que están presentes en casi todos estos discursos,
desde enero de 1946 a enero de 1999.
En primer lugar, la defensa de la Democracia
y el Estado de Derecho. Este fue un principio inmutable en Caldera: la defensa
de la democracia, y no como un simple sistema que permite que el pueblo escoja
a sus gobernantes, como primigeniamente fue entendida. No; en Caldera el
concepto de democracia va mucho más allá. En Caldera la democracia no es sólo
que la gente elija a sus mandatarios, sino también el respeto a los derechos
humanos; el diálogo y el pluralismo; el parlamentarismo en su mejor expresión;
el régimen de partidos como vehículos de participación entre la ciudadanía y el
Estado; y, por supuesto, el respeto por las sociedades intermedias como
vehículos de expresión ciudadana y de sus inquietudes y planteamientos.
Este pensamiento estuvo permanentemente
presente en cada una de las intervenciones de Caldera. Hay una que, en
particular, destaco en el Prólogo. Se
trata de una conferencia televisada, si mal no recuerdo en octubre del año
1962, durante el gobierno de Rómulo Betancourt. El país vivía entonces un
momento muy difícil. Ya la extrema derecha había sido derrotada en su ofensiva
terrorista y subversiva, y en ese momento actuaba con similares métodos la
extrema izquierda castrocomunista. Habían surgido guerrillas urbanas y rurales,
así como dirigentes izquierdistas extremistas que utilizaban el frente civil y
el frente subversivo simultáneamente para atacar el gobierno de Betancourt y al
reciente experimento democrático en marcha.
Caldera, en esa conferencia televisada,
señaló entonces que existían sectores tentando al alto gobierno y al propio
presidente Betancourt a que tomara medidas, al margen de la Constitución y las
leyes, para detener a parlamentarios del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), implicados en actos
terroristas y subversivos. Y Caldera advirtió esa noche que Copei estaba
dispuesto a abandonar el gobierno si se procedía en contra de la Constitución y
del Estado de Derecho.
Es importante tener todo esto presente,
especialmente ahora cuando desde el poder, en una conducta de desprecio por la
Carta Magna, las leyes y la soberanía popular, hoy se hace exactamente todo lo
contrario a lo que entonces reclamaba el líder socialcristiano, a la sazón leal
aliado de aquel gobierno basado en el Pacto
de Puntofijo.
El segundo principio permanente en el
pensamiento de Caldera fue el de la Justicia Social. Por cierto que en su
último Mensaje la definió con
palabras muy sencillas: “La defensa del más débil”. Pero este principio siempre
estuvo de manera permanente en sus discursos y en sus hechos. Siendo apenas un
joven de 19 años ya participaba en la elaboración de la Ley del Trabajo de
1936, y esta era muy importante en un país que salía de una larga dictadura,
donde los trabajadores no tenían ningún tipo de defensa de sus derechos y de su
estabilidad. Esa Ley del Trabajo sería también objeto de sus desvelos cincuenta
años después para adaptarla a los nuevos tiempos.
Luego, como Presidente de la República y en
sus dos gestiones de gobierno, nadie podría negar que hubo preocupación y una
obra sólida en beneficio de los más pobres, especialmente de los habitantes de
los barrios marginales, mediante la edificación de viviendas populares, así
como su equipamiento y servicios respectivos.
Hubo entonces conexión entre el pensamiento
y la acción de Caldera como estadista, gobernante y líder político.
El tercer principio -que para mi constituye
tal vez el más trascendente- fue el de la defensa de la paz. Y es que si existe
alguna razón, entre muchas otras, por la que Caldera pasará con merecidos
honores a la Historia es, justamente, por haber sido el gran pacificador de la
Venezuela de la segunda mitad del siglo XX.
La primera pacificación, como ustedes
recordarán, fue en 1969, iniciando su primer gobierno. Ya la guerrilla había
sido derrotada militar y políticamente, pero quedaban algunos remanentes que se
obstinaban en aquella absurda posición y también muchos otros que, habiéndola
abandonado, no conseguían cómo entrar en el juego democrático institucional. Y
en una medida audaz en aquel momento -porque aún tenía adversarios poderosos-,
Caldera implantó una inédita política de pacificación, no a sangre y fuego,
sino mediante el diálogo y el respeto. Muchos de aquellos ex comandantes
guerrilleros se incorporaron entonces al debate civil y electoral. Muchos de
ellos fueron más tarde diputados, senadores, ministros y candidatos
presidenciales.
Aquella fue una contribución muy importante
porque a partir de ese momento -y por varias décadas- el país vivió en paz,
algo que no se había logrado en los años precedentes. No “la paz de los
sepulcros” de la dictadura gomecista, sino una paz dinámica, creadora y
provechosa. Una paz basada en el respeto a la Constitución y las leyes, con
libre y total funcionamiento democrático de los partidos políticos, con puntual
realización de elecciones cada cinco años y pleno respeto a los derechos
humanos.
La segunda pacificación fue cumplida en su
siguiente gobierno, cuando se produjeron medidas de sobreseimiento de los
juicios a los golpistas del 4 de febrero de 1992, las cuales, por cierto, ya
habían sido antecedidas -y mucha gente parece olvidarlo- por medidas también
generosas de los presidentes Carlos Andrés Pérez y Ramón J. Velásquez
sobreseyendo también a centenares de oficiales que estuvieron vinculados con
aquel intento de golpe de Estado.
Estas tres grandes coordenadas a que he
hecho referencia marcan el pensamiento de Caldera, y las destaco en el Prólogo del libro para enmarcar entonces
esos discursos en su respectivo contexto histórico.
En mi opinión, la clasificación de los
discursos debe hacerse en dos etapas.
La primera -que denomino Por la democracia y contra la dictadura-
va de 1946 a 1958. Son discursos pronunciados en momentos muy importantes,
entre ellos, como ya lo señalé antes, la fundación de Copei; la instalación de
la Asamblea Nacional Constituyente de 1947, que aprobó la primera Constitución
moderna y democrática de Venezuela; y luego durante la lucha por la Asamblea
Nacional Constituyente de 1952, cuyo mensaje democrático estuvo en la palabra
de Jóvito Villalba y Rafael Caldera, sin duda, los dos grandes líderes de aquel
momento.
Vale la pena detenerse en este discurso.
Entonces, la consigna central del líder socialcristiano -cuando algunos decían
que participar era convalidar aquella farsa- fue la de señalar que había que
aprovechar tal circunstancia para hablarle al pueblo y denunciar lo que se
pretendía hacer y poner de bulto los obstáculos que surgían en medio esa
contienda tan importante.
Y obviamente que la Historia le dio la
razón. Si bien es cierto que hubo un fraude monstruoso, no lo es menos que
aquel momento el pueblo venezolano se manifestó democráticamente y tuvo la
valentía de ejercer el voto, a pesar de las dificultades y las adversidades de
entonces.
Finalmente, encontramos el discurso de
Caldera al regresar al país el primero de febrero de 1958. Hizo entonces una
serie de planteamientos de la mayor trascendencia. Entre ellos, destaco en el Prólogo la prédica contra la tesis del gendarme necesario. Justamente en aquel
momento, cuando Venezuela sale de otra dictadura militar, Caldera advierte
entonces la necesidad de no olvidar la amenaza del gendarme necesario, siempre presente. Y lo seguirá haciendo en las
próximas décadas, con ocasión y sin ella.
En la segunda parte del libro -cuyos
discursos abarcan la etapa que denomino La consolidación democrática y las
necesarias advertencias- se incluyen también importantes piezas oratorias,
entre ellas, dos que me llamaron la atención particularmente: una, en defensa
de la institucionalidad democrática, pronunciada en octubre de 1962, a la que
hice referencia antes; y otra, una conferencia ante la Asociación Venezolana de
Ejecutivos, en la que Caldera advierte -tan temprano como en enero de 1978-
sobre los riesgos que corre el sistema democrático por el crecimiento de la
marginalidad, la pobreza, la corrupción y la ineficiencia de la gestión
gubernamental. Tal vez en ese momento muchos pensaban -o pensábamos- que la
democracia venezolana estaba ya consolidada y que vivíamos una etapa de
progreso institucional sin regreso. Y fíjense ustedes cómo pocos años después
se demostró que aquello no era exactamente así.
Están también sus memorables discursos ante
los sucesos del Caracazo de 1989 y de
la intentona golpista del 4 de febrero de 1992. Existe entre ambos una perfecta
coherencia que debe destacarse, pues en aquellas intervenciones ante el
Congreso de la República el senador Caldera insistió en las dificultades,
amenazas y acechanzas que se le presentaban entonces al sistema democrático
venezolano.
Es importante, ahora cuando estamos viviendo
estas consecuencias tan nefastas para el país y en este momento tan ominoso y
tan difícil, volver sobre aquellas reflexiones, aquellas advertencias y
aquellas admoniciones de Caldera. Precisamente él, que fue uno de los
constructores de la democracia en Venezuela, no se cansó nunca de alertar a
tiempo y en todo lugar sobre los riesgos que el sistema democrático podía
enfrentar. Y aquí vuelvo sobre una de las líneas maestras de su pensamiento: el
de la defensa de la democracia y el Estado de Derecho.
Su último discurso -con el cual se cierra
este libro Ganar la Patria, Etapas en la
lucha cívica- fue el Mensaje de Año Nuevo de 1999 como Presidente de la
República. Se trata de una intervención breve, pero sustanciosa. Destacó
entonces tres conceptos: el primero, la defensa de la alternancia democrática,
no sólo en el ejercicio del poder sino también en el cumplimiento estricto de
los calendarios electorales previstos constitucionalmente, algo que hoy no se
respeta como los estamos comprobando. El segundo concepto lo constituye “el
respeto por los victoriosos y los no victoriosos”: respeto por los que ganan y
también por los que pierden. Y, finalmente, “el respeto a las instituciones
como condición ineludible para que la democracia exista”. Por desgracia,
estamos asistiendo ahora al sepelio de las instituciones democráticas: hoy son
sólo simples parapetos que el ejercicio gansteril de la cúpula que desgobierna
se lleva por delante: la Constitución, las leyes, el respeto por las
instituciones y todos los valores que implica el ejercicio democrático.
Por tales razones creo firmemente que todas
estas reflexiones del Presidente Rafael Caldera conservan plena vigencia en un momento tan difícil como el que vive Venezuela y deben ser motivo de inspiración
en la lucha de las próximas generaciones.
Muchas gracias.