TRES DÉCADAS DE ACCION POLÍTICA JUVENIL:
UNA VISIÓN COMPARATIVA
Dictadura, 23 de Enero, revolución, Los Beatles, Poder Joven, los Hippies, apatía: treinta años de
acontecer político juvenil
Gehard Cartay Ramírez
(Ensayo publicado en la revista Humanitas,
Opinión e ideas sobre juventud y política, Tercera etapa, número uno,
Enero-Abril, 1988)
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Jóvenes celebrando la caída de la dictadura pérezjimenista. |
Una explicación necesaria
Para comprender cabalmente una visión comparativa sobre las tres últimas
décadas de acción política juvenil se hace necesario, casi diría que
imprescindible, una breve explicación en torno a la actuación de las juventudes políticas a finales de la
dictadura pérezjimenista.
Como se sabe, el régimen militar que culminó el 23 de enero de 1958 vivió
lo que José Rodríguez Iturbe llamó en su libro Crónica de la década militar una etapa de “radiante autocracia”.
Fue entre 1954 y 1957, una vez desmontado el aparato clandestino de Acción
Democrática (AD) y privados de toda actividad política el Partido Social
Cristiano Copei y Unión Republicana Democrática (URD). Aquellos años parecían
inacabables, tanto que muchos llegaron a pensar, efectivamente, que la
consolidación del régimen sería mucho más duradera.
En el caso particular de AD se produjo una situación que indudablemente
haría sentir sus efectos años más tarde. El partido fundado en 1941 por Rómulo
Betancourt se había debatido en los años siguientes al golpe de Estado contra
el presidente Rómulo Gallegos –elegido en diciembre de 1947 y derrocado por los
militares el 24 de noviembre de 1948– entre dos tesis: la del putchismo, alentada en el primer momento
por quienes controlaban la organización; y la del entendimiento con las demás
fuerzas democráticas, inspirada por Leonardo Ruíz Pineda, entonces su
secretario general, que habría de imponerse en los estertores de la tiranía.
Sucedió que la eficacia del aparato represivo terminaría por liquidar a AD
como partido actuante tan temprano como en 1954. Apenas quedaron entonces dos
direcciones, la de un Comité Ejecutivo Nacional (CEN) en el exilio, y la de
otro CEN clandestino, nunca reconocido por el primero, e integrado por jóvenes
inexpertos y distanciados de la figura de los fundadores. Fue así como la
juventud de AD, que comandaba al partido dentro del país, se aproximó
mucho más a la dirigencia del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y terminó
siendo prácticamente su apéndice político e ideológico. Creció entonces entre sus
novatos líderes un verdadero sentimiento antibetancourista que culminaría
estallando en 1960 con la primera división de AD, de la que surgiría el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Por lo que respecta a Copei, su situación no era menos precaria. Había, sin
embargo, una recia unidad alrededor de Rafael Caldera, su máximo líder. Los
jóvenes copeyanos activaban en liceos y universidades, en estrecho contacto con
núcleos obreros y sindicales. Allí estaban, entre otros, Hilarión Cardozo,
Eduardo Fernández, Régulo Arias Moreno, José de la Cruz Fuentes, por citar
apenas unos pocos nombres. Su centro fundamental de actividad era la
Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, manteniendo, como ya se ha dicho,
permanente contacto con el Comité Nacional de Copei en la clandestinidad y con
las demás juventudes partidistas de entonces.
En el caso específico de sus movimientos juveniles, AD y Copei vivían entonces
una relación inversamente proporcional: mientras los jóvenes adecos se
separaban del tronco fundador, los socialcristianos mantenían una armoniosa y
coherente vinculación con los cuadros adultos de su partido. A mi juicio, ambos
hechos habrían de condicionar el destino histórico del movimiento político juvenil
venezolano de estos últimos 30 años.
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1958: Mientras a la candidatura presidencial Rómulo Betancourt se le opuso la propia juventud de AD, Rafael Caldera contó con la de su partido. La gráfica recoge el momento en que votaba, mientras se observa un joven Eduardo Fernández al fondo, a la derecha. |
Democracia y subversión (1958-1968)
A la caída de la dictadura, el alborozo general inicial apunta hacia una
indudable confluencia democrática. Todos los partidos políticos viven un
momento excepcional, signado por la unidad, el diálogo y el consenso. Nadie
acepta que se intente romper aquel esquema y todos sienten como suya la
aspiración unitaria que se expresa por todo el país, llegándose incluso a
pensar en la posibilidad de un solo candidato de los partidos y movimientos a
la presidencia de la República.
Estos esfuerzos, como era de esperarse, no se concretaron. Pero abrieron el
camino para un entendimiento interpartidista entre AD, URD y Copei, en el cual,
a demás, participaron las Fuerzas Armadas Nacionales y los sectores
empresariales. Ese acuerdo sería conocido posteriormente con el nombre de Pacto de Puntofijo, y suponía un acuerdo
previo a las elecciones de 1958 para respaldar al candidato presidencial
ganador, así como la integración de un gobierno de consenso nacional en base a
un programa mínimo acordado por sus firmantes. El ensayo, en verdad, tropezó
con serias dificultades desde sus inicios, primero por la ofensiva conspirativa
derechista de fuerzas internas y externas y luego, una vez fundado el MIR como
partido y aliado con el PCV, por la subversión castrocomunista que pretendió
imitar aquí la proeza guerrillera efectuada en Cuba en 1959, apenas un año
antes.
Este cuadro de violencia produjo, en mi opinión, una verdadera polarización
entre las juventudes de Copei y las fuerzas juveniles marxistas de extrema
izquierda, alzadas contra el sistema democrático y comprometidas con actos
terroristas y más tarde con la guerra de guerrillas contra el gobierno de
Betancourt. AD no tuvo entonces ninguna participación importante en aquella
lucha. La razón fue muy obvia: el partido eje del gobierno se había quedado
prácticamente sin cuadros jóvenes al desertar con el MIR la inmensa mayoría de
ellos.
Correspondió entonces a los jóvenes socialcristianos la dura tarea de
defender el gobierno de Betancourt (1959-1964), y con él al sistema democrático
frente a la embestida insurreccional alentada por comunistas y miristas,
librada no sólo desde las guerrillas, sino fundamentalmente en liceos y
universidades, donde aquellos eran entonces mayoría. Sostengo, sin hipérbole alguna, que
la democracia treintañera de estos días le debe mucho a la hidalguía, el coraje
y la convicción de los jóvenes copeyanos de aquellos días. Porque, ciertamente, si
no hubiera sido por la lealtad de Rafael Caldera y de Copei, cuya vanguardia en
los momentos más dramáticos fue la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC), aquel
difícil ensayo democrático –que también sostuvo, por supuesto, la singular entereza
del presidente Betancourt– hubiera naufragado fácilmente en medio de las
complejas circunstancias en que se desarrollaba.
Afortunadamente, el gobierno coaligado, en unión de las Fuerzas Armadas,
pudo salir airoso de la prueba que fue sometido. Derrotó militar y
políticamente a la insurrección armada y pudo garantizar la continuidad del
experimento democrático al garantizar las elecciones de diciembre de 1963,
ganadas por Raúl Leoni, candidato de AD, y en las que llegó de segundo Rafael
Caldera, abanderado de Copei. Así, los representantes de los dos partidos del
gobierno coparon el primero y segundo lugar de las preferencias
electorales, algo que demostró que la gran mayoría respaldaba la gestión de
Betancourt, AD y Copei, pues ya URD y Jóvito Villalba habían abandonado el
experimento coaligado.
Pero ese proceso de ninguna manera eliminó definitivamente la amenaza
castrocomunista, que seguiría siendo recurrente, aunque epiléptica y débil. Porque
si bien las guerrillas no emergieron exitosamente para liquidar la legalidad
democrática, mantuvieron durante algún tiempo actividades foquistas y
terroristas, especialmente a lo largo del período de gobierno de Leoni entre
1964 y 1969.
En aquellos años no se produjo tampoco ninguna recuperación de la Juventud
de AD. Por el contrario, dos nuevas divisiones acudieron otra vez al partido
blanco, siendo la última –encabezada por Luis Beltrán Prieto Figueroa y Jesús
Ángel Paz Galarraga– la que se llevaría otra vez los menguados cuadros jóvenes que en esos años había podido
reclutar Acción Democrática.
Por esas razones, la Juventud de Copei mantuvo su papel protagónico de
primer orden frente a una poderosa coalición de fuerzas marxistas integradas
por los jóvenes del PCV y del MIR. La lucha continuó, muchas veces encarnizada
y violenta, ya en la calle y en los centros de estudio, y no era solamente una
lucha cuerpo a cuerpo, hombre a hombre. También era una confrontación
fundamentalmente ideológica, de la cual saldrían airosos los jóvenes copeyanos,
tal como lo ha demostrado la historia de nuestros recientes días.
Se podría decir, en síntesis, que aquella competencia entre los jóvenes
socialcristianos y los jóvenes marxistas era una dura lucha entre la democracia
y la subversión. Ese era, ni más ni menos, el dilema de entonces. Unos luchaban
por fortalecer el proceso iniciado en 1958 y otros por conducirlo a un régimen
socialista marxista, calcado del esquema montado por Fidel Castro en la isla
cubana. Y el hecho paladino y claro de que todos aquellos protagonistas
combatan hoy dentro del juego democrático, habla por sí solo sobre la justicia
y la fuerza de los ideales que entonces sostuvimos los jóvenes del Partido
Social Cristiano Copei.
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De la lucha por la democracia, los jóvenes deben pasar al combate por mejorarla y ampliarla. |
Los factores exógenos (1968-1978)
1968 fue un año excepcional. En Venezuela y el mundo ocurrieron una serie
de hechos notables y fundamentales. El magazine Feriado del diario El
Nacional lo definió recientemente como “el año en que pasó casi todo”, para
referirse a la singularidad de tan insólitos acontecimientos.
¿Y qué ocurrió, en efecto? Pues ocurrieron varios hechos, desde la aparición
de The Beatles, pasando por las
muertes trágicas de Martín Luther King y Robert Kennedy; la masacre estudiantil
en la plaza de Tlatlelolco, México; la invasión soviética a Checoeslovaquia y
la inmolación del joven Jan Palach; el
mayo francés y las luchas por los Derechos Civiles en Estados Unidos, y a
partir de entonces la insurgencia de los grupos hippies , la expansión de lo que se llamó “el amor libre” –la
libertad sexual– y el auge del consumo de drogas.
En Venezuela sucedió un hecho trascendental: por primera vez en nuestra
historia republicana un gobierno legítimamente constituido era sucedido por
otro similar, pero surgido del campo de la oposición democrática, mediante el
voto popular. En este país de trágicas montoneras y caudillismos militares, un
acontecimiento de tal naturaleza era, hasta ese momento, ciertamente inusual,
extraño. Y lo realmente notorio de toda aquella circunstancia era la elección
popular de un político y estadista que por largo tiempo se había preparado para
ejercer la Presidencia de la República, con lo cual, por otra parte, se rompía
el esquema monopartidista que quería imponer Acción Democrática. La elección de
Rafael Caldera como Jefe de Estado consagró por vez primera la alternabilidad
democrática en Venezuela y abrió camino hacia la consolidación del sistema que
hoy –veinte años después– aún nos rige.
En este sentido, el mérito fundamental del gobierno del presidente Caldera (1969-1974),
por lo que se refiere al proceso democrático, lo constituye la política de
pacificación inspirada y ejecutada por él. Esa histórica decisión contribuyó a
consolidar la democracia, al estimular y permitir el retorno a la vida legal de
quienes se habían levantado en armas contra las instituciones y el Estado de
Derecho. Esa política de pacificación desarticuló en forma definitiva la
insurgencia armada y la lucha guerrillera, legalizó al PCV y al MIR
–inhabilitados bajo el gobierno de Betancourt– y abrió la puerta de todos los
sectores a la participación plena dentro del juego democrático y electoral.
Este trascedente hecho, lógicamente, tenía que producir consecuencias
importantes dentro del proceso político del país, al cual, como es natural, no
podían escapar las juventudes partidistas.
Una de ellas fue la emergencia de sectores juveniles no ligados a las
organizaciones partidistas. La existencia de una nueva cultura “existencial”
–por llamarla de alguna manera– a nivel juvenil, impulsada por los movimientos hippies y la masificación del consumo de
drogas en casi todo el mundo, trajo consigo la irrupción de posturas radicales
y escépticas frente a la política y los partidos. En Venezuela alcanzó cierta
notoriedad el llamado Poder Joven, corriente
amorfa e iconoclasta que ganó algún terreno entre los jóvenes. Por si fuera
poco, una onda cuestionadora comenzó a insurgir en nuestras universidades
clamando por la renovación total de los estudios superiores. Todos estos
factores de alguna forma afectaron el desarrollo de los movimientos juveniles y
trastornaron, a ratos, el momento político venezolano de entonces.
Lo cierto fue, en todo caso, que se inició un proceso de cuestionamiento de
nuestras juventudes partidistas, las cuales, por su parte, intensificaron su
actividad interna y dejaron de insistir en la lucha hacia fuera. El
planteamiento no era ya –como lo fue entre 1958 y 1968– combatir a favor o en
contra de la democracia, sino otro más elástico y menos trascendente. La
“rutina democrática” que entonces comenzaba movería a los dirigentes jóvenes
hacia otras áreas del quehacer político.
Entre 1974 y 1079 los movimientos juveniles de izquierda comienzan a perder
terreno e influencia, mientras se produce una cierta recuperación de la
juventud de AD y repunta aún más la JRC. La situación, empero, se caracteriza
–a mi juicio– por la aparición de nuevos elementos que comportan modificaciones
importantes en la lucha estudiantil, entre ellos la de un incipiente
escepticismo de los jóvenes frente a los partidos y la de un notable
crecimiento de sectores independientes en esa amplia franja social del país, la
más importante y decisoria.
¿Escepticismo vs. Activismo? (1978-1988)
La última década de estos breves comentarios se enmarca entre 1978 y 1988.
Estos últimos diez años, al igual como sucedió entre 1968 y 1978, se inician
con un nuevo ascenso al poder por parte de del Partido Social Cristiano Copei,
a través del triunfo de Luis Herrera Campíns en las elecciones presidenciales
de 1978.
Al culminar ese año el país estaba quebrantado económica y moralmente, bajo
la conducción errática y mesiánica del presidente Carlos Andrés Pérez, elegido
en 1973. Fue algo absurdo, pues su período presidencial fue precisamente el tiempo de las vacas gordas, producto
de los altos precios petroleros, nunca antes percibidos por ningún gobierno
anterior. Así, la revolución de las magnitudes,
como las calificó el presidente Rafael Caldera al terminar su período en 1974,
es decir, toda aquella inaudita bonanza petrolera, no fue bien administrada y,
al finalizar el gobierno de CAP, la deuda pública se había multiplicado exponencial
e irresponsablemente, a pesar de los altos ingresos por concepto de venta del
petróleo.
Por desgracia, esta situación continuó bajo los
gobiernos siguientes, a pesar de que se mantuvieron los altos precios en el
mercado petrolero por lo menos hasta el final de la década, bajo el gobierno de
Jaime Lusinchi (1984-1989).
En todo caso, la década que culmina ahora en 1988 replanteó en términos
realmente preocupantes la excesiva partidización de la vida venezolana. Surgía,
así, un cansancio evidente por la tendencia de los partidos a arropar todas las
áreas del acontecer nacional, sin respetar la autonomía de las sociedades
intermedias, y traspasando ciertos límites que el pluralismo y los derechos
ciudadanos imponían respetar. Si a este hecho unimos la característica ya
anotada de cierto escepticismo hacia los partidos por parte de los jóvenes,
bien podemos apreciar entonces las causas de esta falta de combatividad que
todos percibimos hoy en día en el ámbito juvenil.
Una cuestión que vale la pena destacar se refiere también al excesivo afán
político que pareciera apoderarse de los dirigentes juveniles de los partidos
políticos venezolanos. Son, o parecieran querer serlo, políticos antes que
nada, asignando relativa importancia a áreas muy sensibles para la juventud
venezolana, como la educación, la música, el deporte, la actividad ecológica o
recreacional, etc. Y esto es fundamental, a mi juicio, porque ser líder juvenil
de un partido político comporta una vivencia y un profundo sentido testimonial
de todo lo que mueve y conmueve a los jóvenes. En paralelo, y seguramente por
eso mismo, hay que reconocer también que la actual política partidaria no
pareciera ocupar el primer lugar entre los intereses y sentimientos de la
juventud venezolana a que hago referencia.
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La presencia de la juventud venezolana en la calle fue una constante desde 1958. |
La democracia nuestra de cada día: renovarla y mejorarla
Conviene también apuntar otro hecho complementario
para explicar ese escepticismo entre gran parte de nuestros jóvenes: la
democracia es hoy un hecho común y corriente.
Espero que se me entienda cabalmente el sentido de
esta expresión. Digo “común y corriente” por contrario a aquel sueño que movió a los
jóvenes bajo la dictadura pérezjimenista. Esta generación de hoy, en cambio, ha
vivido en democracia, la ha conocido y sentido y, por esto mismo, forma parte
de su cotidianidad. Esto tal vez explique también por qué no entiende los reiterados
golpes de pecho de algunos “mártires de la resistencia” resurrectos y no hace
suya –tal vez no tendría por qué hacerlo, en verdad– toda esa carga romántica,
a veces épica y epopéyica, que pudo haber tenido en su momento esa lucha, hoy
lejana en el tiempo para ellos. No se trata, por tanto, de discutir si los
jóvenes de ahora creen o no en la democracia. Hay que entender entonces que la
conciben como una forma de vida, bajo la cual se han educado y formado y, por
tanto, como una vivencia de todos los días.
Sin embargo, este mismo hecho tendría como característica
positiva la mayor perspicacia y agudeza de los jóvenes de hoy para sentir también
las fallas y carencias del sistema democrático. Si antes la juventud antiperezjimenista
luchó por la democracia, al igual que
lo hicieron luego los jóvenes socialcristianos y adecos para fortalecerla frente
a los embates de la derecha golpista y la guerrilla castro comunista a principios
de los años sesenta, hoy el reto no es otro que combatir por mejorar la democracia , profundizándola y ampliándola.
Podríamos decir, finalmente, que hoy estamos frente
a un cuadro preocupante debido a la cada vez mayor indiferencia de los jóvenes ante
los partidos y la política. Debemos procurar revertir esa tendencia, abriendo espacios
cada vez más amplios a quienes quieren luchar en áreas no necesariamente exclusivas
de las organizaciones partidistas, y formando un liderazgo juvenil que interprete
a la mayor porción de la juventud del país, no mediante artificios mecánicos e inauténticos,
sino a través de un combate que se proponga, de verdad, hacer suyos los sueños y
angustias de la juventud venezolana de nuestros días.
Sólo faltaría decir que ese esfuerzo debe tener como
ingrediente de primer orden la fuerza de un mensaje fresco y sincero, capaz de adentrarse
en la conciencia y el corazón de nuestros jóvenes y de conmoverlos para lograr su
efectiva y real participación en los asuntos del país, de la política y de los partidos.