(Barinas, 23 de septiembre de 1995)
Amigos y amigas presentes,
barineses, barinesas:
Con personal satisfacción inauguramos hoy
esta hermosa y moderna Avenida “Alberto Arvelo Torrealba” en la ciudad de
Barinas.
Quisiera improvisar unas breves palabras
sobre el particular, antes de que el ex presidente Luis Herrera Campíns, amigo
del poeta, arveliano de razón y corazón y profundo estudioso de su obra,
pronuncie el Discurso de Orden que le hemos solicitado en esta trascendental
ocasión y que él, de manera tan generosa, ha aceptado como un encargo muy
especial.
Quiero agradecer igualmente la presencia de
Alberto y Mariela, hijos del poeta, por acompañarnos en esta oportunidad, así
como de sus respectivas familias, a quienes damos nuestra más cordial bienvenida.
Obra de mi gobierno, construida en tiempo
récord, esta importantísima avenida que ahora le sirve de entrada a la capital de
Barinas por su parte suroeste llevará el nombre de Alberto Arvelo Torrealba, nuestro
más ilustre poeta, engalanada, además, con su estatua en bronce eterno, cuya
mirada otea -desde un punto de lo que alguna vez fue uno de los hatos de su
familia- la ciudad que lo vio nacer. Ataviado con liqui-liqui y sombrero, el poeta parece también estar recitando
algún poema suyo, en esta magnífica obra del nuestro amigo, el escultor barinés
José Ignacio Vielma.
Este homenaje, justo desde todo punto de
vista, lo estamos haciendo en ocasión de estarse celebrando el nonagésimo
aniversario del natalicio del doctor Arvelo Torrealba.
Con esta obra cumplimos con una sentida
necesidad de mis paisanos barineses. Por una parte, la metrópolis que poco a
poco va siendo Barinas, requería en esta parte de la ciudad una entrada digna
de su importancia y señorío, que sustituyera la vergonzosa carretera en mal
estado que durante largos años recibió a quienes entraban por aquí a la
capital.
Por la otra, la moderna avenida que hoy
ponemos en servicio, totalmente iluminada y con sus respectivas obras de
drenaje y urbanismo, con tres canales por cada vía, la convertimos hoy en un
homenaje a quien habiendo nacido en esta ciudad hace ya 90 años, también la
sirvió en su momento como gobernador, siendo, por cierto, hace ya algo más de
cinco décadas, el último mandatario regional nativo de la capital de Barinas,
hasta mi llegada por el voto popular a la primera magistratura barinesa, en
junio de 1993. Curiosas coincidencias que la historia registra y que yo
consigno emocionado en este momento.
Recuerdo haberlo conocido personalmente en 1968,
siendo yo apenas un estudiante universitario. Arvelo Torrealba vino entonces a
su tierra natal, durante la campaña electoral de aquel año, el 15 de junio de
1968. Junto al candidato presidencial Rafael Caldera, el entonces jefe
parlamentario de Copei, Luis Herrera Campíns -su otrora joven amigo de
Acarigua- y el también poeta Ernesto Luis Rodríguez, participó en un acto
femenino y luego en un foro en el Centro de Profesionales de la ciudad.
Era ya un patriarca simpático, cuyos ojos
vivaces lo captaban todo, con las ocurrencias propias de quien había convertido
en una virtud cuotidiana el más fino humor y la alegría de vivir. Ese mismo día
hubo una cena en la casa del ex gobernador Luciano Valero. Allí presencié una
de las veladas más emocionantes de mi vida: Arvelo Torrealba y Rodríguez, ambos
poetas llaneros e improvisadores de postín, protagonizaron un animado
contrapunteo donde -a falta de voces recias, que obviamente no tenían-
brillaron el talento, la gracia y la chispa llanera como pocas veces se ha
visto. Aquello fue un verdadero homenaje a la inteligencia, promovido por dos
de sus valores venezolanos más destacados, uno barinés y el otro guariqueño. Lamentablemente, no quedó
para la posteridad ninguna grabación de aquel ameno ejercicio de talento y
gracia.
Como
dije antes, este año de 1995 estamos celebrando los noventa años del natalicio
de Alberto Arvelo Torrealba, con una amplia programación que incluye la
presentación -por primera vez en la tierra de nuestro ilustre paisano- de la Cantata Criolla, la versión musicalizada
de su famoso romance Florentino y el
Diablo, obra del maestro Antonio Estévez, con participación de Orquesta
Sinfónica Juvenil de Barinas y los más afamados coros de Venezuela.
Igualmente,
mediante decreto al efecto, hemos dispuesto la creación de la Condecoración Alberto Arvelo Torrealba, distinción oficial
que el Gobierno del Estado Barinas otorga a aquellos compatriotas o extranjeros
cuyo esfuerzo y ejemplo en el campo de la cultura y la ciencia los hace
acreedores a tal reconocimiento. También se ha reeditado el poema Florentino y el Diablo, en sus tres
versiones, y la edición de un disco/compacto con algunos de sus poemas
musicalizados, interpretados por cantantes barineses y nacionales, así como el
sonolibro Poemas Infantiles,
especialmente dedicado a los niños barineses.
Y,
dentro de la misma programación, se ha incluido la construcción e inauguración
de la Casa de la Cultura de Sabaneta, justamente
la capital del municipio Alberto Arvelo Torrealba, puesta en servicio hace
pocos meses.
Arvelo Torrealba es el poeta mayor del llano
venezolano y el nativista nacional por excelencia del siglo XX. En el ancho y
largo corredor llanero que se extiende desde los confines del Arauca hasta el
Delta del Orinoco, su poesía sigue viva: anda en los labios de la gente, en sus
cantos y en sus dichos. Y los venezolanos de la costa caribeña, de Guayana, de
los Andes y del Zulia, al igual que los del centro del país, también la
conocen, sobre todo, su poema más popular, Florentino
y el Diablo.
Ahora, nos acompañará su figura señera en esta
amplia avenida que hoy inauguramos, al igual que nos acompañan su poesía y su
ejemplo.
Muchas
gracias (Aplausos).
DISCURSO
DE ORDEN DEL EX PRESIDENTE
LUIS
HERRERA CAMPÍNS
EN LA
INAUGURACIÓN DE LA AVENIDA “ALBERTO ARVELO TORREALBA”
(Barinas, 23 de septiembre de
1995)
Así como Maturín es la gran urbe de los Llanos
Orientales, Barinas lo es de los Occidentales. Lo digo y certifico yo, acarigüeño
de vida y nacimiento, por más señas.
Barinas es una ciudad hecha para crecer después de
haber vivido la grandeza colonial y la decadencia decimonónica. También lo es
el Estado de su nombre para la prosperidad económica si sabe prevenir y
rechazar la invasión de la droga procedente de “ya-se-sabe-dónde” y para la proyección cultural si alienta,
estimula y convierte en cultivado
el talento silvestre de sus hijos.
Esta tierra, hermosa conjunción de gentes y de climas,
eclosión de la hidrografía, de la orografía, de la floresta, llanura y pie de
monte, dualidad fecunda reflejada en el modo de ser barinés. Aquí hay un
impresionante crecimiento agropecuario, llamado a convertirse en emporio de
riqueza no avara y mañosamente acumulada en pocas manos, para disfrute de una
comunidad activa, laboriosa y pujante. Muchos jóvenes profesionales, emigrados
o no de aquí, son espontáneamente coincidentes en una especie de retorno a la
tierra en su más amplia acepción. Pero falta a este proceso capitanes de
empresa con vinculaciones amistosas en la Gran Capital para hacer mirar hacia
acá, con mayor interés, al poder político central y al poder económico, a la fuerza
de la cultura y a la de los medios de comunicación social.
Parecen esas promociones haber escuchado la
invitación del gran poeta llanero guariqueño Francisco Lazo Martí:
“Es tiempo de que vuelvas,
es tiempo de que tornes.
No más de insano amor en los festines
de mirto y rosas y pálidos jazmines
tu pecho varonil,
tu pecho exornes”.
Son los versos iniciales de la “Silva Criolla”, grabada
para un disco - hoy se lo
puede considerar un incunable- por el
eximio poeta de Barinas y
de Venezuela, Alberto Arvelo Torrealba, sujeto central de este homenaje.
Ese llamado a cristalizar la tarea de la fecunda
creatividad de la tierra con base en el trabajo tiene su acicate, estímulo y canal de formación técnica en
los institutos de la Universidad Nacional Experimental “Ezequiel Zamora”, en el
Colegio “Simón Bolívar” y en la Escuela Agronómica de los Padres Salesianos,
planteles beneméritos por mil justos y reconocidos títulos. En esas aulas están
capacitándose, con un sentido nuevo y social del conocimiento, los contingentes
de jóvenes y nuevos productores, empeñados en elevar la calidad buscando la
excelencia y en encontrar tecnologías adecuadas a nuestro ambiente y
posibilidades para multiplicar el rendimiento por unidad de explotación. Ellos
forman parte de la avanzada de los contingentes dispuestos a ganar, por razón y
orgullo de soberanía, la decisiva batalla de la seguridad alimentaria.
Hoy estamos inaugurando importantes obras de
urbanismo enriquecedoras de la realidad vial de esta ciudad en expansión. Sin
tener ninguna adhesión fetichista a la política de obras públicas, ostentosa y
banal para unos y suntuaria para otros, el país requiere la ordenación
territorial y el embellecimiento de las zonas urbanas y su utilización para ir
incorporando al crecimiento moderno y global las urbanizaciones populares y los
barrios surgidos por la necesidad de establecerse y buscar viviendas y
servicios públicos accesibles. Las nuevas calles y avenidas ofrecidas y
construidas con un concepto de modernización y transformación urbanística, al
ofrecer nuevas posibilidades dentro de un urbanismo distinto, más acorde con la
dignidad personal de los habitantes y con las nuevas tendencias. Estas avenidas
hoy incorporadas a la red vial de la ciudad van a ser canales de tránsito
automotor, de desplazamiento humano y de integración democrática.
Son hitos capaces de alentar optimismo y de
estimular iniciativas de avance y de progreso. Debemos agradecerle estas obras
a la administración del Gobernador Gehard Cartay Ramírez. Representan un signo
de vitalidad en este tiempo de prolongada crisis, cuando la parálisis
económica, la elevación del índice de desempleo, la inseguridad personal y de
los bienes y la inflación y la especulación han colocado a nuestro pueblo “entre
el Masparro y la Yuca”, para decirlo con una gráfica
expresión de añejo contenido y sabor barinés.
Aquí estamos, Barinas, con el cariño encendido en la
visión de la ciudad, entonando los versos del gran poeta larense Alí Lameda:
“De nuevo
ante mis ojos, de cumbre y de llanura,
de alta columna rubia y acediana
florida, estás naciendo, saliendo de la antigua
y arcillosa envoltura polvorienta
de cuyo seno un día
surgió tu flor de arena,
el precioso cimiento de tu animada forma.
De nuevo tú, arenosa, cintilante
Barinas, en tu palmo
solemne te levantas;
y firmemente, delicadamente
como una inmensa garza prismática, del humo
y la desolación se va extendiendo
tu ardorosa lumbrera terrenal sobre todo
el viejo llano triste que tu penumbra ciñe”1.
Nacido en Barinas en 1905 y fallecido en Caracas en
1971, Alberto Arvelo Torrealba
le puso traje culto a los motivos folklóricos con una mezcla de lirismo e
ingenio. Supo descubrir el arte escondido en lo popular, como quien sopla sobre
la ceniza para dejar al descubierto la roja brillantez del fuego de la brasa.
Su palabra penetró el pentagrama con la rica
cadencia de su ritmo y, por eso, pudo escribir con todo acierto Beatriz
Mendoza: “Ha sido el poeta que más ha
nutrido la música folklórica venezolana”2. Quizá el último
de sus poemas convertido en canción sea “Ojos
Color de los Pozos”, en la cultivada voz de María Teresa Chacín,
musicalizado por primera vez en 1976 por Guillermo Jiménez Leal, con
variaciones sobre un aire llanero tradicional: “Los Diamantes”, del legendario Ignacio “Indio” Figueredo.
Familia por la sangre y por el canto de Alfredo
Arvelo Larriva y de Enriqueta Arvelo, el bardo barinés supo abrirse paso entre
poetas de tanta fuerza como Miguel Otero Silva, Pablo Rojas Guardia, Carlos
Augusto León, Manuel Felipe Rugeles, Héctor Guillermo Villalobos, Manuel Rodríguez
Cárdenas, Miguel R. Utrera y Luis Beltrán Guerrero, entre otros de la llamada
“Generación del 28”, como señala en veste de crítico literario el poeta José
Ramón Medina. Lo califica como “el más notable de los cultores del nuevo nativismo
venezolano, cuyos libros “Cantas” (1932) y “Glosas al Cancionero” (1940) más
tarde, constituyeron una insospechada revelación de temas y motivos propios de
nuestros llanos, dándole categoría estética a la copla y a la décima popular y
rescatando nobles materiales de nuestro folklore para la función cuita de la
poesía”3.
Esta tierra llanera de Barinas, contada al detal y
al mayor, por el buen decir y bien escribir de José León Tapia, además del
renombrado trío de los Arvelo (Alfredo, Enriqueta y Alberto), cosecha óptima,
mantiene una magnífica producción poética. Desde su refugio de Sabaneta surgen
esplendorosos los versos del gran heredero paisano de Alberto Arvelo, Eduardo
Alí Rangel, con voz altiva y propia. Cuando todavía podía arrancar finísimas
melodías a su cordaje lírico,
murió Rafael Ángel Insausti, el poeta cantor del “Desasosiego de los Horizontes”, de los “Aires de Lluvia y Luz”, de los “Conjuros a la Muerte”, “De Pie sobre la Sombra”, escuchando “Las Voces
Ulusorias” en el “El Valle, la
Ciudad y el Monte” y obsequiándonos su límpido y diáfano
lirismo como “La Herencia Leve” al
dejar de “Estar Vivo”.
La valoración de lo criollo es una constante en la
literatura de Arvelo. Lo recoge con la mirada o con el oído, o con ambos a la
vez, y los va vistiendo con la gala de lo culto sin hacerle perder su
identidad, en una filigrana de pulitura. La belleza está en las cosas, dentro
de ellas, en espera de oportunidad para salir a la luz. El poeta, en cierto
sentido, guarda similitud con el escultor en piedra o en mármol. A golpes de
buril y martillo va dando forma a la estatua, pero es también como si la
tuviera desvistiendo de cobertura vulgar, pues pareciera estar ya hecha dentro
del material rocoso y el escultor simplemente la hubiera encontrado y la
limpiara para ponerla a lucir su belleza escondida. Esculpir es tallar, y
tallar es quitar lo inexpresivo y permitir la afloración de lo bello. Ningún
otro poeta de nuestra lengua ha logrado, como Alberto Arvelo, la proeza idiomática
de elevar la calidad de lo popular sin perder el sabor ni el sentimiento.
Federico García Loca trabajó también el octosílabo, métrica de lo popular, y nos
dejó admirables coplas y romances cultos sobre la base de motivos folklóricos.
Entre nosotros, Andrés Eloy Blanco -en sus “Coplas del Amor Viajero”- supo
encerrar en ese mismo metro poético el ingenio, si no de lo popular, al menos
de lo popularizable, y sus glosas y “palabreos’ encierran y proyectan esos
elementos con un gran acento lírico.
En Arvelo se confunde el conocimiento de pueblo y
naturaleza. Sabe sus íntimas vinculaciones y, por eso, al contemplar esa dualidad,
la interpreta sin adulterar su razón de ser y de expresión. Su poesía gira en
torno a la valoración de lo criollo. Lo criollo: el llanero y la llanura, el
paisaje humano y natural, poblado de criaturas. El orgullo de ser de una tierra
plana donde al mirar se produce simultáneamente el encuentro de la luz y el
horizonte. Todo cuanto está situado entre la persona y el horizonte constituye
un motivo estético. La imaginación creativa se encarga de encontrar la belleza
oculta en la rusticidad de los elementos o del lenguaje.
El horizonte es, en la acepción castiza, “la línea
que limita la superficie terrestre a que alcanza la vista del observador, y en
la cual parece que se junta el cielo con la tierra”. Esa familiaridad visual e
intelectual con el
horizonte hace al llanero disimular su sentido de las distancias, pues todo
está “ahí mismito”, y
su verdadera obsesión de lejanías y de misterio:
“Ah
malaya un trotecito
que no
terminara nunca.
Ah malaya
si encontrara
aquello
que nadie busca”.
Hondura lirica y profundidad metafórica son
características de Arvelo, con un dejo filosófico como al desgaire. No lo
abandona la soledad -no la desolación- como ambiente y el horizonte como
paisaje vital. Una de sus “Cantas” me
complazco en repetirla por la fácil plasticidad de la metáfora, esa ocurrencia
de la imaginación cuando observa algo y lo transforma por asociación de ideas,
revistiéndolo de belleza expresiva no siempre captada de primera impresión por
el lector:
“El
horizonte y yo vamos
Solos por
la llana tierra.
Me enlazó todos los rumbos
Su audacia de soga abierta”.
Al horizonte lo relaciona con la soga. La soga no
hace recordar al horizonte en puridad de verdad; pero el horizonte sí hace
recordar la soga abierta; en él caben sin estorbarse material o metafóricamente
todos los infinitos caminos del Llano.
En las glosas -la copia central la brinda cada uno
de sus versos para ser el final de cada décima-, se va desarrollando una secuencia
salpicada de gracia y de ingenio. La copla dice, por ejemplo:
“Cuatro veces te he mentado,
Ya ningún has respondido:
¿Quién me manda a andar buscando
lo que no se me ha perdido?”
Y la segunda décima oscila entre un
llamado al amor y una respuesta del desamor, sin desentrañar el enigma:
“Por eso quiero saber
Para acabar mis porfías,
si hace mucho me querías
o me empiezas a querer,
o si me quisiste ayer
y ya me echaste al olvido,
o si nunca me has querido.
Con todas las ansias juntas
Te hice las cuatro preguntas
Y a ninguna has respondido.”
Estoy lejos de ser un crítico literario. En esta
materia, mi oficio es de lector. Cuando uno lee las versiones de su magno poema
“Florentino y el Diablo” en las versiones de 1940, 1950 y 1957, uno observa
cómo el afán de perfeccionamiento y de darle mayor contenido, en ningún momento
lo hace sacrificar la estampa del Diablo en la Versión de 1949:
“Súbito
un hombre en la puerta,
indio de
grave postura,
ojos
negros, pelo negro,
frente de
cálida arruga,
pelo de
guama luciente
que con
el candil relumbra.
Un golpe de viento guapo
le pone a
volar la blusa
y se le
ve jeme y medio
de puñal en la cintura.
´Oiga, vale, ese es el Diablo´
-la voz por la sala cruza”.
Y en la enriquecida Versión de 1957:
“Súbito
un hombre en la puerta,
indio de
grave postura,
ojos
negros, pelo negro,
frente de
cálida arruga,
pelo de guama
luciente
que con
el candil relumbra,
faja de
hebilla lustrosa
con
letras que se entrecruzan,
mano de sobrio tatuaje,
lunar de sangre en la nuca.
Un golpe de viento guapo
le pone a
volar la blusa
y se le
ve jeme y medio
de puñal en la cintura.
Entra callado y se aposta
para el
lado de la música.
Dos dientes de oro le aclaran
la sonrisa taciturna.
´Oiga, vale, ese es el Diablo´
-la voz por la sala cruza-“.
No morirá la tradición mientras la gente recuerde
vivencias llaneras convertidas en paisaje poético, chispa de ingenio florido en
pleno contrapunteo. Dos muestras parciales son elocuentes.
Así cantó Florentino:
“Huracán
lo zarandea.
El hasta
siempre está firme
cuando el
pabellón ondea.
Si el
despecho lo atolondra
tómese
esta panacea:
Prefiero
entenderle al mudo
y no al que
tartamudea
Loro con
ala cortada
es el que
más aletea.
¡Quién ha
visto indio en Guayana
lavando
oro sin batea!
¡Quién ha
visto peón de llano
que ni
enlaza ni colea!
Le dijo
la negra Clara
a la
catira Matea:
´Si no va
a comprar los gofios
¿pa´ que
me los manosea?´
Yo que le
atravieso el golpe
Y el arpa
que bordonea.”
Así el Diablo contestó:
“Y el
arpa que bordonea.
Si porque
tuerce clavijas
presume
tanta ralea,
ya yo le
voy a enseñar
cómo el
traste se puntea,
haciéndole
las escalas
en fusa y
semicorchea.
También le araño la armónica
por muy
abajo que sea
como le subo quintales
sin mecate y sin polea
y le conozco el gritico
del que eriza y cacarea.
Gallero que entiende su arte
amolando se recrea:
sabe que con bulla de ala
no se cobra la pelea;
se cobra con puñalada
cuando la sangre chorrea,
cuando el vencedor se empina
y el vencido patalea.
Vaya poniéndose adelante
Pa´ que en lo oscuro me vea”.
Más adelante volvió Florentino:
“Quien mejor contrapuntea
hace sus tratos de día
y trabaja por tarea,
sin andar averiguando
si el caballo corcovea,
ni si el patrón tiene atajo
y dónde lo veranea,
ni si a la mona le gusta
el panal de matajea,
ni los unguentos del brujo
faculto en farmacopa
con nervios de terecay
y corazón de hicotea,
ni si se
roba el novillo
el que lo
cachilapea,
ni quién
desuella la vaca
ni quién
pica la correa,
ni quien
siembra los guayabos,
ni quién
saca la jalea,
ni a
dónde diablo va a dar
la bala
que chaflanea.
´Cójame
ese trompo en la uña,
a ver si
tataratea´.
Ni que yo
fuera lechuza
en
campanario de aldea
para
cantar en lo oscuro
con esta
noche tan fea”.
El Diablo volvió al ataque:
“Con esta
noche tan fea
el
destino de mi sombra
con el
suyo se carea.
La ley
por la que yo cobro,
si el
fallido regatea,
echándosela
de libre
el que
nació con librea,
ni da
plazo, ni da quita,
ni avala,
ni prorratea.
No se
cancela en un día
lo que
por vida flaquea.
Mercaderes
del milagro
contra
huracán y marea
besan el
escapulario
cuando el
bongo se voltea.
Se
acuerdan de Santa Bárbara
sólo si
relampaguea”4.
Señoras y señores: aquí estamos realizando un acto
de justicia al erigir esta estatua e inaugurar la Avenida “Alberto Arvelo Torrealba”,
inolvidable poeta.
Dispénsenme
por recordar aquí su figura de hombre de letras y de amigo, con las palabras
pronunciadas por mí el 27 de Mayo de 1971 en la Casa de la Cultura de Barinas,
con motivo de clausurarse la semana de homenajes al poeta:
“¿Quién que lo conoció no recuerda su estampa de hombre bueno?
`Pesaroso en el paso´, nasal la voz que adquiría impensado humor en las
anécdotas y énfasis retórico en la declamación, un aire de melancolía que le
invadía todo el rostro le daba cierto aletazo de tristeza a la sonrisa y hacía
que con aquel típico rictus de su nariz diera la impresión de que estaba
aspirando `la dulce flor del ocaso´. En su semblante distraído, llamaban la
atención los ojos, como si un impulso de curiosidad los proyectara hacia fuera,
más que a buscar lo que encontraba y otros no veían, a captar la esencia de lo
encontrado, su voz y su mensaje. Muchas veces al contemplar aquella mirada, me
venía a la memoria la explicación que Florentino, el fantaseador, daba a José
Luis, el positivista, en Cantaclaro, sobre la facilidad de su versificación:
-Es muy fácil, hermano. Los
versos están en las cosas de la sabana; tú te la quedas mirando y ella te los
va diciendo…”
Aquí está desafiando el tiempo: la poderosa
posteridad del recuerdo proyectada en la más débil posteridad del bronce. Por
si acaso asomara como retador algún fantasma en una “noche de oscuro chubasco”, alzaría la voz varonil de su canto
alardoso sin miedo:
“Sepa el
cantador sombrío
que yo
cumplo con mi ley,
y que si
canté con todos
tengo
que cantar con él”.
1 El Corazón de Venezuela, por Alí Lameda, Obra Poética, Volumen II,
ediciones Centauro, Caracas, 1979, página 106.
2 La
Infancia en la Poesía Venezolana, Compilación, selección, prólogo y notas de
Beatriz Mendoza Sagarzazu,
Ediciones de la Presidencia de la República para la Fundación del Niño,
Caracas, 1983, página 176.
3 Ochenta años de Literatura Venezolana, por José Ramón Medina, Monte
Ávila Editores, Caracas, 1980, página 131.
4 Florentino y el Diablo, por Alberto Arvelo Torrealba, edición a cargo de
Alberto Arvelo Ramos y Mariela Arvelo de Rodríguez Tamayo, Publicación del
Banco Industrial de Venezuela, Caracas, 1980, páginas 39-43, 90 92.
5 Alberto Arvelo Torrealba, Poeta Vital de la Llanura, por Luis Herrera Campíns, Caracas,
1971, página 7.