miércoles, 2 de mayo de 2012

PALABRAS DEL GOBERNADOR
GEHARD CARTAY RAMÍREZ,
EN OCASIÓN DE INAUGURAR LA “AVENIDA ALBERTO ARVELO TORREALBA” DE LA CIUDAD DE BARINAS

(Barinas, 23 de septiembre de 1995)

Amigos y amigas presentes,

barineses, barinesas:

Con personal satisfacción inauguramos hoy esta hermosa y moderna Avenida “Alberto Arvelo Torrealba” en la ciudad de Barinas.
Quisiera improvisar unas breves palabras sobre el particular, antes de que el ex presidente Luis Herrera Campíns, amigo del poeta, arveliano de razón y corazón y profundo estudioso de su obra, pronuncie el Discurso de Orden que le hemos solicitado en esta trascendental ocasión y que él, de manera tan generosa, ha aceptado como un encargo muy especial. 
Quiero agradecer igualmente la presencia de Alberto y Mariela, hijos del poeta, por acompañarnos en esta oportunidad, así como de sus respectivas familias, a quienes damos nuestra más cordial bienvenida.
Obra de mi gobierno, construida en tiempo récord, esta importantísima avenida que ahora le sirve de entrada a la capital de Barinas por su parte suroeste llevará el nombre de Alberto Arvelo Torrealba, nuestro más ilustre poeta, engalanada, además, con su estatua en bronce eterno, cuya mirada otea -desde un punto de lo que alguna vez fue uno de los hatos de su familia- la ciudad que lo vio nacer. Ataviado con liqui-liqui y sombrero, el poeta parece también estar recitando algún poema suyo, en esta magnífica obra del nuestro amigo, el escultor barinés José Ignacio Vielma.
Este homenaje, justo desde todo punto de vista, lo estamos haciendo en ocasión de estarse celebrando el nonagésimo aniversario del natalicio del doctor Arvelo Torrealba.
Con esta obra cumplimos con una sentida necesidad de mis paisanos barineses. Por una parte, la metrópolis que poco a poco va siendo Barinas, requería en esta parte de la ciudad una entrada digna de su importancia y señorío, que sustituyera la vergonzosa carretera en mal estado que durante largos años recibió a quienes entraban por aquí a la capital.
Por la otra, la moderna avenida que hoy ponemos en servicio, totalmente iluminada y con sus respectivas obras de drenaje y urbanismo, con tres canales por cada vía, la convertimos hoy en un homenaje a quien habiendo nacido en esta ciudad hace ya 90 años, también la sirvió en su momento como gobernador, siendo, por cierto, hace ya algo más de cinco décadas, el último mandatario regional nativo de la capital de Barinas, hasta mi llegada por el voto popular a la primera magistratura barinesa, en junio de 1993. Curiosas coincidencias que la historia registra y que yo consigno emocionado en este momento.
Recuerdo haberlo conocido personalmente en 1968, siendo yo apenas un estudiante universitario. Arvelo Torrealba vino entonces a su tierra natal, durante la campaña electoral de aquel año, el 15 de junio de 1968. Junto al candidato presidencial Rafael Caldera, el entonces jefe parlamentario de Copei, Luis Herrera Campíns -su otrora joven amigo de Acarigua- y el también poeta Ernesto Luis Rodríguez, participó en un acto femenino y luego en un foro en el Centro de Profesionales de la ciudad.
Era ya un patriarca simpático, cuyos ojos vivaces lo captaban todo, con las ocurrencias propias de quien había convertido en una virtud cuotidiana el más fino humor y la alegría de vivir. Ese mismo día hubo una cena en la casa del ex gobernador Luciano Valero. Allí presencié una de las veladas más emocionantes de mi vida: Arvelo Torrealba y Rodríguez, ambos poetas llaneros e improvisadores de postín, protagonizaron un animado contrapunteo donde -a falta de voces recias, que obviamente no tenían- brillaron el talento, la gracia y la chispa llanera como pocas veces se ha visto. Aquello fue un verdadero homenaje a la inteligencia, promovido por dos de sus valores venezolanos más destacados, uno barinés y el otro guariqueño. Lamentablemente, no quedó para la posteridad ninguna grabación de aquel ameno ejercicio de talento y gracia.
Como dije antes, este año de 1995 estamos celebrando los noventa años del natalicio de Alberto Arvelo Torrealba, con una amplia programación que incluye la presentación -por primera vez en la tierra de nuestro ilustre paisano- de la Cantata Criolla, la versión musicalizada de su famoso romance Florentino y el Diablo, obra del maestro Antonio Estévez, con participación de Orquesta Sinfónica Juvenil de Barinas y
los más afamados coros de Venezuela.
Igualmente, mediante decreto al efecto, hemos dispuesto la creación de la Condecoración Alberto Arvelo Torrealba, distinción oficial que el Gobierno del Estado Barinas otorga a aquellos compatriotas o extranjeros cuyo esfuerzo y ejemplo en el campo de la cultura y la ciencia los hace acreedores a tal reconocimiento. También se ha reeditado el poema Florentino y el Diablo, en sus tres versiones, y la edición de un disco/compacto con algunos de sus poemas musicalizados, interpretados por cantantes barineses y nacionales, así como el sonolibro Poemas Infantiles, especialmente dedicado a los niños barineses.
Y, dentro de la misma programación, se ha incluido la construcción e inauguración de la Casa de la Cultura de Sabaneta, justamente la capital del municipio Alberto Arvelo Torrealba, puesta en servicio hace pocos meses.
Arvelo Torrealba es el poeta mayor del llano venezolano y el nativista nacional por excelencia del siglo XX. En el ancho y largo corredor llanero que se extiende desde los confines del Arauca hasta el Delta del Orinoco, su poesía sigue viva: anda en los labios de la gente, en sus cantos y en sus dichos. Y los venezolanos de la costa caribeña, de Guayana, de los Andes y del Zulia, al igual que los del centro del país, también la conocen, sobre todo, su poema más popular, Florentino y el Diablo.
Ahora, nos acompañará su figura señera en esta amplia avenida que hoy inauguramos, al igual que nos acompañan su poesía y su ejemplo.
 Muchas gracias (Aplausos). 




DISCURSO DE ORDEN DEL EX PRESIDENTE
 LUIS HERRERA CAMPÍNS
 EN LA INAUGURACIÓN DE LA AVENIDA “ALBERTO ARVELO TORREALBA”

(Barinas, 23 de septiembre de 1995)

Así como Maturín es la gran urbe de los Llanos Orientales, Barinas lo es de los Occidentales. Lo digo y certifico yo, acarigüeño de vida y nacimiento, por más señas.
Barinas es una ciudad hecha para crecer después de haber vivido la grandeza colonial y la decadencia decimonónica. También lo es el Estado de su nombre para la prosperidad económica si sabe prevenir y rechazar la invasión de la droga procedente de “ya-se-sabe-dónde” y para la proyección cultural si alienta, estimula y convierte en cultivado el talento silvestre de sus hijos.
Esta tierra, hermosa conjunción de gentes y de climas, eclosión de la hidrografía, de la orografía, de la floresta, llanura y pie de monte, dualidad fecunda reflejada en el modo de ser barinés. Aquí hay un impresionante crecimiento agropecuario, llamado a convertirse en emporio de riqueza no avara y mañosamente acumulada en pocas manos, para disfrute de una comunidad activa, laboriosa y pujante. Muchos jóvenes profesionales, emigrados o no de aquí, son espontáneamente coincidentes en una especie de retorno a la tierra en su más amplia acepción. Pero falta a este proceso capitanes de empresa con vinculaciones amistosas en la Gran Capital para hacer mirar hacia acá, con mayor interés, al poder político central y al poder económico, a la fuerza de la cultura y a la de los medios de comunicación social.
Parecen esas promociones haber escuchado la invitación del gran poeta llanero guariqueño Francisco Lazo Martí:

“Es tiempo de que vuelvas,
es tiempo de que tornes.
No más de insano amor en los festines
de mirto y rosas y pálidos jazmines
tu pecho varonil,
tu pecho exornes”.

Son los versos iniciales de la “Silva Criolla”, grabada para un disco - hoy se lo puede considerar un incunable- por el eximio poeta de Barinas y de Venezuela, Alberto Arvelo Torrealba, sujeto central de este homenaje.
Ese llamado a cristalizar la tarea de la fecunda creatividad de la tierra con base en el trabajo tiene su acicate, estímulo y canal de formación técnica en los institutos de la Universidad Nacional Experimental “Ezequiel Zamora”, en el Colegio “Simón Bolívar” y en la Escuela Agronómica de los Padres Salesianos, planteles beneméritos por mil justos y reconocidos títulos. En esas aulas están capacitándose, con un sentido nuevo y social del conocimiento, los contingentes de jóvenes y nuevos productores, empeñados en elevar la calidad buscando la excelencia y en encontrar tecnologías adecuadas a nuestro ambiente y posibilidades para multiplicar el rendimiento por unidad de explotación. Ellos forman parte de la avanzada de los contingentes dispuestos a ganar, por razón y orgullo de soberanía, la decisiva batalla de la seguridad alimentaria.
Hoy estamos inaugurando importantes obras de urbanismo enriquecedoras de la realidad vial de esta ciudad en expansión. Sin tener ninguna adhesión fetichista a la política de obras públicas, ostentosa y banal para unos y suntuaria para otros, el país requiere la ordenación territorial y el embellecimiento de las zonas urbanas y su utilización para ir incorporando al crecimiento moderno y global las urbanizaciones populares y los barrios surgidos por la necesidad de establecerse y buscar viviendas y servicios públicos accesibles. Las nuevas calles y avenidas ofrecidas y construidas con un concepto de modernización y transformación urbanística, al ofrecer nuevas posibilidades dentro de un urbanismo distinto, más acorde con la dignidad personal de los habitantes y con las nuevas tendencias. Estas avenidas hoy incorporadas a la red vial de la ciudad van a ser canales de tránsito automotor, de desplazamiento humano y de integración democrática.
Son hitos capaces de alentar optimismo y de estimular iniciativas de avance y de progreso. Debemos agradecerle estas obras a la administración del Gobernador Gehard Cartay Ramírez. Representan un signo de vitalidad en este tiempo de prolongada crisis, cuando la parálisis económica, la elevación del índice de desempleo, la inseguridad personal y de los bienes y la inflación y la especulación han colocado a nuestro pueblo “entre el Masparro y la Yuca”, para decirlo con una gráfica expresión de añejo contenido y sabor barinés. 
Aquí estamos, Barinas, con el cariño encendido en la visión de la ciudad, entonando los versos del gran poeta larense Alí Lameda:

“De nuevo ante mis ojos, de cumbre y de llanura,
de alta columna rubia y acediana
florida, estás naciendo, saliendo de la antigua
y arcillosa envoltura polvorienta
de cuyo seno un día
surgió tu flor de arena,
el precioso cimiento de tu animada forma.
De nuevo tú, arenosa, cintilante
Barinas, en tu palmo
solemne te levantas;
y firmemente, delicadamente
como una inmensa garza prismática, del humo
y la desolación se va extendiendo
tu ardorosa lumbrera terrenal sobre todo
el viejo llano triste que tu penumbra ciñe”1.

Nacido en Barinas en 1905 y fallecido en Caracas en 1971, Alberto Arvelo Torrealba le puso traje culto a los motivos folklóricos con una mezcla de lirismo e ingenio. Supo descubrir el arte escondido en lo popular, como quien sopla sobre la ceniza para dejar al descubierto la roja brillantez del fuego de la brasa. Su palabra penetró el pentagrama con la rica cadencia de su ritmo y, por eso, pudo escribir con todo acierto Beatriz Mendoza: “Ha sido el poeta que más ha nutrido la música folklórica venezolana”2. Quizá el último de sus poemas convertido en canción sea “Ojos Color de los Pozos”, en la cultivada voz de María Teresa Chacín, musicalizado por primera vez en 1976 por Guillermo Jiménez Leal, con variaciones sobre un aire llanero tradicional: “Los Diamantes”, del legendario Ignacio “Indio” Figueredo.
Familia por la sangre y por el canto de Alfredo Arvelo Larriva y de Enriqueta Arvelo, el bardo barinés supo abrirse paso entre poetas de tanta fuerza como Miguel Otero Silva, Pablo Rojas Guardia, Carlos Augusto León, Manuel Felipe Rugeles, Héctor Guillermo Villalobos, Manuel Rodríguez Cárdenas, Miguel R. Utrera y Luis Beltrán Guerrero, entre otros de la llamada “Generación del 28”, como señala en veste de crítico literario el poeta José Ramón Medina. Lo califica como “el más notable de los cultores del nuevo nativismo venezolano, cuyos libros “Cantas” (1932) y “Glosas al Cancionero” (1940) más tarde, constituyeron una insospechada revelación de temas y motivos propios de nuestros llanos, dándole categoría estética a la copla y a la décima popular y rescatando nobles materiales de nuestro folklore para la función cuita de la poesía”3.
Esta tierra llanera de Barinas, contada al detal y al mayor, por el buen decir y bien escribir de José León Tapia, además del renombrado trío de los Arvelo (Alfredo, Enriqueta y Alberto), cosecha óptima, mantiene una magnífica producción poética. Desde su refugio de Sabaneta surgen esplendorosos los versos del gran heredero paisano de Alberto Arvelo, Eduardo Alí Rangel, con voz altiva y propia. Cuando todavía podía arrancar finísimas melodías a su cordaje lírico, murió Rafael Ángel Insausti, el poeta cantor del “Desasosiego de los Horizontes”, de los “Aires de Lluvia y Luz”, de los “Conjuros a la Muerte”, “De Pie sobre la Sombra”, escuchando “Las Voces Ulusorias” en el “El Valle, la Ciudad y el Monte” y obsequiándonos su límpido y diáfano lirismo como “La Herencia Leve” al dejar de “Estar Vivo”.
La valoración de lo criollo es una constante en la literatura de Arvelo. Lo recoge con la mirada o con el oído, o con ambos a la vez, y los va vistiendo con la gala de lo culto sin hacerle perder su identidad, en una filigrana de pulitura. La belleza está en las cosas, dentro de ellas, en espera de oportunidad para salir a la luz. El poeta, en cierto sentido, guarda similitud con el escultor en piedra o en mármol. A golpes de buril y martillo va dando forma a la estatua, pero es también como si la tuviera desvistiendo de cobertura vulgar, pues pareciera estar ya hecha dentro del material rocoso y el escultor simplemente la hubiera encontrado y la limpiara para ponerla a lucir su belleza escondida. Esculpir es tallar, y tallar es quitar lo inexpresivo y permitir la afloración de lo bello. Ningún otro poeta de nuestra lengua ha logrado, como Alberto Arvelo, la proeza idiomática de elevar la calidad de lo popular sin perder el sabor ni el sentimiento. Federico García Loca trabajó también el octosílabo, métrica de lo popular, y as dejó admirables coplas y romances cultos sobre la base de motivos folklóricos. Entre nosotros, Andrés Eloy Blanco -en sus “Coplas del Amor Viajero”- supo encerrar en ese mismo metro poético el ingenio, si no de lo popular, al menos de lo popularizable, y sus glosas y “palabreos’ encierran y proyectan esos elementos con un gran acento lírico.
En Arvelo se confunde el conocimiento de pueblo y naturaleza. Sabe sus íntimas vinculaciones y, por eso, al contemplar esa dualidad, la interpreta sin adulterar su razón de ser y de expresión. Su poesía gira en torno a la valoración de lo criollo. Lo criollo: el llanero y la llanura, el paisaje humano y natural, poblado de criaturas. El orgullo de ser de una tierra plana donde al mirar se produce simultáneamente el encuentro de la luz y el horizonte. Todo cuanto está situado entre la persona y el horizonte constituye un motivo estético. La imaginación creativa se encarga de encontrar la belleza oculta en la rusticidad de los elementos o del lenguaje.
El horizonte es, en la acepción castiza, “la línea que limita la superficie terrestre a que alcanza la vista del observador, y en la cual parece que se junta el cielo con la tierra”. Esa familiaridad visual e intelectual con el horizonte hace al llanero disimular su sentido de las distancias, pues todo está “ahí mismito”, y su verdadera obsesión de lejanías y de misterio:

“Ah malaya un trotecito
que no terminara nunca.
Ah malaya si encontrara
aquello que nadie busca”.

Hondura lirica y profundidad metafórica son características de Arvelo, con un dejo filosófico como al desgaire. No lo abandona la soledad -no la desolación- como ambiente y el horizonte como paisaje vital. Una de sus “Cantas” me complazco en repetirla por la fácil plasticidad de la metáfora, esa ocurrencia de la imaginación cuando observa algo y lo transforma por asociación de ideas, revistiéndolo de belleza expresiva no siempre captada de primera impresión por el lector:

“El horizonte y yo vamos
Solos por la llana tierra.
Me enlazó todos los rumbos
Su audacia de soga abierta”.

Al horizonte lo relaciona con la soga. La soga no hace recordar al horizonte en puridad de verdad; pero el horizonte sí hace recordar la soga abierta; en él caben sin estorbarse material o metafóricamente todos los infinitos caminos del Llano.
En las glosas -la copia central la brinda cada uno de sus versos para ser el final de cada décima-, se va desarrollando una secuencia salpicada de gracia y de ingenio. La copla dice, por ejemplo:

“Cuatro veces te he mentado,
Ya ningún has respondido:
¿Quién me manda a andar buscando
lo que no se me ha perdido?”

Y la segunda décima oscila entre un llamado al amor y una respuesta del desamor, sin desentrañar el enigma:

“Por eso quiero saber
Para acabar mis porfías,
si hace mucho me querías
o me empiezas a querer,
o si me quisiste ayer
y ya me echaste al olvido,
o si nunca me has querido.
Con todas las ansias juntas
Te hice las cuatro preguntas
Y a ninguna has respondido.”

Estoy lejos de ser un crítico literario. En esta materia, mi oficio es de lector. Cuando uno lee las versiones de su magno poema “Florentino y el Diablo” en las versiones de 1940, 1950 y 1957, uno observa cómo el afán de perfeccionamiento y de darle mayor contenido, en ningún momento lo hace sacrificar la estampa del Diablo en la Versión de 1949:

“Súbito un hombre en la puerta,
indio de grave postura,
ojos negros, pelo negro,
frente de cálida arruga,
pelo de guama luciente
que con el candil relumbra.
Un golpe de viento guapo
le pone a volar la blusa
y se le ve jeme y medio 
de puñal en la cintura.
´Oiga, vale, ese es el Diablo´
-la voz por la sala cruza”.

Y en la enriquecida Versión de 1957:

“Súbito un hombre en la puerta,
indio de grave postura,
ojos negros, pelo negro,
frente de cálida arruga,
pelo de guama luciente
que con el candil relumbra,
faja de hebilla lustrosa
con letras que se entrecruzan,
mano de sobrio tatuaje,
lunar de sangre en la nuca.
Un golpe de viento guapo
le pone a volar la blusa
y se le ve jeme y medio 
de puñal en la cintura.
Entra callado y se aposta
para el lado de la música. 
Dos dientes de oro le aclaran
la sonrisa taciturna.
´Oiga, vale, ese es el Diablo´
-la voz por la sala cruza-“.

No morirá la tradición mientras la gente recuerde vivencias llaneras convertidas en paisaje poético, chispa de ingenio florido en pleno contrapunteo. Dos muestras parciales son elocuentes.


Así cantó Florentino:

“Huracán lo zarandea.
El hasta siempre está firme
cuando el pabellón ondea.
Si el despecho lo atolondra
tómese esta panacea:
Prefiero entenderle al mudo
y no al que tartamudea
Loro con ala cortada
es el que más aletea.
¡Quién ha visto indio en Guayana
lavando oro sin batea!
¡Quién ha visto peón de llano
que ni enlaza ni colea!
Le dijo la negra Clara
a la catira Matea:
´Si no va a comprar los gofios
¿pa´ que me los manosea?´
Yo que le atravieso el golpe
Y el arpa que bordonea.”

Así el Diablo contestó:

“Y el arpa que bordonea.
Si porque tuerce clavijas
presume tanta ralea,
ya yo le voy a enseñar
cómo el traste se puntea,
haciéndole las escalas
en fusa y semicorchea.
También le araño la armónica
por muy abajo que sea
como le subo quintales
sin mecate y sin polea
y le conozco el gritico
del que eriza y cacarea.
Gallero que entiende su arte
amolando se recrea:
sabe que con bulla de ala
no se cobra la pelea;
se cobra con puñalada
cuando la sangre chorrea,
cuando el vencedor se empina
y el vencido patalea.
Vaya poniéndose adelante
Pa´ que en lo oscuro me vea”.

Más adelante volvió Florentino:

“Quien mejor contrapuntea
hace sus tratos de día
y trabaja por tarea,
sin andar averiguando
si el caballo corcovea,
ni si el patrón tiene atajo
y dónde lo veranea,
ni si a la mona le gusta
el panal de matajea,
ni los unguentos del brujo
faculto en farmacopa
con nervios de terecay
y corazón de hicotea,
ni si se roba el novillo
el que lo cachilapea,
ni quién desuella la vaca
ni quién pica la correa,
ni quien siembra los guayabos,
ni quién saca la jalea,
ni a dónde diablo va a dar
la bala que chaflanea.
´Cójame ese trompo en la uña,
a ver si tataratea´.
Ni que yo fuera lechuza
en campanario de aldea
para cantar en lo oscuro
con esta noche tan fea”.

El Diablo volvió al ataque:

“Con esta noche tan fea
el destino de mi sombra
con el suyo se carea.
La ley por la que yo cobro,
si el fallido regatea,
echándosela de libre
el que nació con librea,
ni da plazo, ni da quita,
ni avala, ni prorratea.
No se cancela en un día
lo que por vida flaquea.
Mercaderes del milagro
contra huracán y marea
besan el escapulario
cuando el bongo se voltea.
Se acuerdan de Santa Bárbara
sólo si relampaguea”4.

Señoras y señores: aquí estamos realizando un acto de justicia al erigir esta estatua e inaugurar la Avenida “Alberto Arvelo Torrealba”, inolvidable poeta.
Dispénsenme por recordar aquí su figura de hombre de letras y de amigo, con las palabras pronunciadas por mí el 27 de Mayo de 1971 en la Casa de la Cultura de Barinas, con motivo de clausurarse la semana de homenajes al poeta:

“¿Quién que lo conoció no recuerda su estampa de hombre bueno? `Pesaroso en el paso´, nasal la voz que adquiría impensado humor en las anécdotas y énfasis retórico en la declamación, un aire de melancolía que le invadía todo el rostro le daba cierto aletazo de tristeza a la sonrisa y hacía que con aquel típico rictus de su nariz diera la impresión de que estaba aspirando `la dulce flor del ocaso´. En su semblante distraído, llamaban la atención los ojos, como si un impulso de curiosidad los proyectara hacia fuera, más que a buscar lo que encontraba y otros no veían, a captar la esencia de lo encontrado, su voz y su mensaje. Muchas veces al contemplar aquella mirada, me venía a la memoria la explicación que Florentino, el fantaseador, daba a José Luis, el positivista, en Cantaclaro, sobre la facilidad de su versificación:
 -Es muy fácil, hermano. Los versos están en las cosas de la sabana; tú te la quedas mirando y ella te los va diciendo…”
   
Aquí está desafiando el tiempo: la poderosa posteridad del recuerdo proyectada en la más débil posteridad del bronce. Por si acaso asomara como retador algún fantasma en una “noche de oscuro chubasco”, alzaría la voz varonil de su canto alardoso sin miedo:

“Sepa el cantador sombrío
que yo cumplo con mi ley,
y que si canté con todos
tengo que cantar con él”.




1 El Corazón de Venezuela, por Alí Lameda, Obra Poética, Volumen II, ediciones Centauro, Caracas, 1979, página 106.
2  La Infancia en la Poesía Venezolana, Compilación, selección, prólogo y notas de Beatriz Mendoza Sagarzazu, Ediciones de la Presidencia de la República para la Fundación del Niño, Caracas, 1983, página 176.
3 Ochenta años de Literatura Venezolana, por José Ramón Medina, Monte Ávila Editores, Caracas, 1980, página 131.
4 Florentino y el Diablo, por Alberto Arvelo Torrealba, edición a cargo de Alberto Arvelo Ramos y Mariela Arvelo de Rodríguez Tamayo, Publicación del Banco Industrial de Venezuela, Caracas, 1980, páginas 39-43, 90 92.
5 Alberto Arvelo Torrealba, Poeta Vital de la Llanura, por Luis Herrera Campíns, Caracas, 1971, página 7.