sábado, 15 de diciembre de 2012

A LA PROMOCIÓN “EDGAR CARTAY RAMÍREZ”

Discurso pronunciado por el diputado
GEHARD CARTAY RAMÍREZ
en el Acto de Graduación de Bachilleres del Liceo Raimundo Andueza Palacio

(Barinas, 13 de octubre de 1978)

Un nombre para una promoción estudiantil significa mucho. Tiene el alto sentido del más puro simbolismo. Se trata de un reconocimiento, de un homenaje, de un testimonio. Se trata, también, de un camino a seguir, de un ejemplo que se imita, de una vivencia que se hace propia.
Esta noche se reúnen ustedes para recibir sus títulos de Bachilleres de la República. Ha decidido un sector muy calificado de quienes se gradúan hoy, ofrendar su promoción a un educador, muerto en la flor de su juventud, de quien ustedes recibieron la enseñanza del maestro y el afecto del amigo. 
Trataré, por tanto, de cumplir, fiel y lealmente, un encargo lleno de emoción: ser algo así como el vaso comunicante entre Ustedes y el maestro amigo ausente. No hablaré con la palabra propia, sino prestándole a Edgar Cartay Ramírez lo mucho que dio de su juventud como educador y adivinando —casi presintiéndolo— lo que todavía pudo dar, sino hubiese encontrado tan prematuramente la muerte.
Permítanme Ustedes —y excúsenme que la emoción me haya impulsado a ello— este inicio personal para un discurso como el de esta ocasión. A Ustedes, que son la reserva de la Patria, tiene que importarles fundamentalmente la discusión de conceptos, de ideas, de argumentos, antes que la simple referencia anecdótica. También sé que esta apreciación me acompaña Edgar, quien fue siempre un hombre generoso, no sólo en el plano de la amistad, sino también en el terreno de las ideas.
Esta noche es, pues, ocasión para decir algunas cosas sobre el camino a seguir, sobre el desafío que los espera a cada uno de ustedes. Van a entrar a un mundo distinto, lleno de expectativas y sorpresas, en el cual nuevas emociones e inquietudes continuarán formando la experiencia que nos dá cada paso de la vida.
Ustedes vienen de vivir ahora otra etapa. Salen de la educación secundaria habiendo conocido buena parte de nuestro proceso educativo. Saben, en cierto modo, sus cosas buenas y sus cosas malas. Aprendieron en estos cinco años a convivir en franca camaradería, a amoldarse a nuevos métodos de estudio, a vivir la experiencia democrática de la lucha estudiantil. Vienen, pues, del comienzo de la juventud y sé que tienen conciencia de lo hermoso y útil que es esta parte de nuestras vidas.

La fuerza de la juventud
Alguien ha dicho que la juventud constituye una extraordinaria fuerza potencial, comparable a las grandes corrientes de nuestros caudalosos ríos, esos “caminos que andan” según la expresión del poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba. Utilizada esa energía en tareas creadoras y constructivas, puede realizar milagros. Desbordada, en actitud de arrase, puede ocasionar daños irreparables. Pero no aprovechada para la transformación del país, o conceptuada como factor de ruina y desolación, se nos parecería a una riqueza perdida, sin producir los extraordinarios frutos que está llamada a rendir.
En todo caso, la juventud es un concepto de mucha importancia en nuestros tiempos. A veces se la concibe como una etapa dentro de la vida del hombre y su participación social. El joven es el hombre madurado biológicamente, pero en fase de reserva y de preparación, antes de asumir de lleno los desafíos sociales que le esperan. Por eso tal vez, la juventud y la condición estudiantil se consideran siempre equivalentes.
La juventud, por otra parte, supone inquietudes, preocupaciones e impaciencias razonables y justas. Supone, además, un deseo de realizarse plenamente. De allí que el joven rechace la actitud paternalista que pretende guiarlo en sus menores detalles, imprimiéndole una orientación que viene de fuera del mismo; y por eso acepta y reclama la actitud que lo promueva y lo estimule, a fin de que, siendo él mismo, pueda poner sus ideas, sus sentimientos y sus posibilidades al servicio de la transformación del país.
Hoy más que nunca Venezuela le reclama a los jóvenes su incorporación a la lucha contra el atraso y la miseria. Para los jóvenes que no se han encandilado con la propaganda hipócrita y falaz que nos presenta como el país de las maravillas, la lucha por superar nuestra crítica situación económica, política y social sigue siendo de primer orden.

La hora angustiosa
Vivimos una hora angustiosa entre los venezolanos de conciencia responsable, a cuya vanguardia debe estar la juventud de la Patria. Una mirada al país que vivimos nos hace percibir un contraste que dice muy poco a favor nuestro como Nación.
Allí está en primer término, la marginalidad social y económica. Millones de compatriotas a quienes se les niega su derecho a una vida digna, pues este sistema es aún incapaz de garantizarles empleo, educación, vivienda, sanidad y alimentación. Si observamos la trágica situación de los barrios marginales de nuestras ciudades y de Barinas, particularmente, nos daremos cuenta del mal uso que se le ha dado a la riqueza del país. Los petrodólares que han hecho nuevos ricos a los aprovechadores de la fe del pueblo, no han alcanzado para elevar nuestros niveles de vida. Por eso, alguien ha dicho, no sin ironía, que Venezuela es un país rico lleno de gente pobre.
Por otra parte, vivimos en una sociedad de consumo. Y junto a esta tendencia consumista y la propaganda engañosa que nos dice que “hoy vivimos mejor” —así digamos estas cosas, agregan—, la cuantiosa riqueza de origen petrolero ha hecho posible el que vivamos un espejismo de prosperidad, cuya ilusión, por cierto, nos pretenden fijar en la mente los arquitectos electoreros de la mentira. Por esto, la imagen de la Venezuela próspera no es sino un sofisma, es decir, una verdad en apariencia y una gran mentira en la realidad.
Esta sociedad de consumo pretende encuadrarnos a los venezolanos en un esquema de valores donde el dinero ocupa lugar preponderante. Vivimos en la civilización de las vidrieras, los automóviles caros y las tarjetas de crédito. La felicidad del hombre, su espiritualidad y su libertad, han sido sustituidas por la idea de que hoy lo importante no es ser más, sino tener más.
He allí la paradoja venezolana: una sociedad de consumo al lado de una amplia mayoría de la población que sigue soportando hambre, miseria, enfermedades, falta de vivienda. He allí la ineficacia, la injusticia y la inmoralidad de un sistema que no ha sido capaz de invertir los 300 mil millones de bolívares que nos ha dado el petróleo en estos últimos años, en proyectos mediante los cuales los venezolanos pobres vivan en forma más justa y más humana.
Contra esta injusta realidad debe luchar la juventud venezolana. No podemos heredar un país con tales taras económicas, políticas y sociales. Tenemos que prepararnos a través del estudio y la lucha constante para derrotar esta critica realidad que amenaza con arrojar nuestro futuro por el despeñadero de la Historia.

Un cambio profundo
Y aquí está el otro reto fundamental para los jóvenes. No sólo se trata de tomar conciencia sobre la caótica situación que nos rodea, sino de prepararnos para cambiarla en el porvenir. Por ello, a la juventud responsable se le exige, junta a la tarea de estar al lado del pueblo, el compromiso de luchar para superar esta realidad vergonzante.
Y no se trata de hacer simple gimnasia revolucionaria. Ya pasaron los tiempos de los vocingleros de oficio, revolucionarios en el liceo o en la universidad, y defensores del status una vez incorporados al mercado de trabajo. Ahora de lo que se trata es de prepararnos para dar nuestro aporte al país del mañana, mediante el estudio y la investigación que les brindará la educación superior.
Tenemos que hacer de nuestra educación un camino con vocación de Patria. Por eso, debemos también estar concientes de la situación exacta de nuestro proceso educativo. Tal vez el próximo paso en la formación de Ustedes se encuentre con el obstáculo de la falta de cupo en nuestras universidades. Miles de jóvenes que salieron del bachillerato con la ilusión de la Universidad, aún esperan la posibilidad de ingresar a ella. Otros no han podido entrar a la secundaria y quién sabe cuántos más no lo harán en la educación primaria.
Y todo ello porque hay crisis en la educación. No se trata tan sólo de crisis en la infraestructura, equipos, personal docente o del fenómeno de la deserción estudiantil, problemas todos que se repiten año tras año, multiplicándose en sus magnitudes. Se trata, también, de otra crisis, mucho más profunda, que ataca sustancialmente al concepto educativo que priva en Venezuela. Se trata de lo que Paulo Freire, un autor cristiano brasilero, ha llamado la educación bancaria, según la cual “la educación es el acto de depositar, de transferir, de transmitir valores y conocimientos...” En ella “el saber es una donación de los que se juzgan sabios a los que juzgan que no saben nada”. Este es el modelo educativo venezolano. Aquí, en este país, no se educa para la libertad, para estimular la creación y la inteligencia, sino para trasmitir mecánicamente algunos conocimientos al educando. Lo que quiere decir que no hay espacio para el diálogo, ni la participación activa de los estudiantes, al poner todo su énfasis en la mera información –por lo general insuficiente-, pero ignorando su deber de formar conciencia y capacidad propia para pensar, reflexionar y decidir. 
Deben, entonces, estar concientes de que el camino de la educación aún presenta fallas y lunares que debemos erradicar en un futuro no muy lejano. Pero deben continuar porque sólo serán hombres y mujeres útiles a Venezuela en la medida en que sean capaces de coronar con éxito sus estudios, no sólo para satisfacción de sus familiares, que han hecho quién sabe cuántos esfuerzos y sacrificios para que ustedes se eduquen, sino para tranquilidad de la propia conciencia y para no olvidar el compromiso que todos tenemos con el país y sus gentes.

Perfeccionar nuestra democracia
Otras preocupaciones también deben estar presentes en la mente y el corazón de los jóvenes.
Una de ellas, la que más nos vincula con el presente y el futuro, es la de perfeccionar nuestra democracia. Bien sabemos que desde el punto de vista de su duración en el tiempo, el experimento democrático venezolano ha sido exitoso. Nunca antes en nuestra historia hablamos disfrutado de un período tan prolongado de ejercicio de las libertades públicas. Han sido derrotadas las aberrantes formas de gobierno dictatorial y ya nadie —como antes lo propiciaron intelectuales, historiadores y sociólogos— sostiene tesis políticas en favor de las tiranías militares como “únicas” formas de gobernar a los pueblos latinoamericanos. ¡Y maldito sea el venezolano que vuelva intentarlo en el futuro!
Pero los jóvenes no podemos contentarnos simplemente con eso. Para nosotros no tiene sentido la democracia como simple disfrute de libertades públicas. Con el debido respeto por quienes en un tiempo las consideraron su único objetivo de lucha, la democracia representativa ya no llena las aspiraciones del venezolano común. Lo que algunos han calificado como “sueños de futuro” en el pasado y que ahora pretenden arrogarse como propiedad de un partido político, hoy son formas democráticas obsoletas, ávidas de transformación y de cambios. Los jóvenes no podemos adorar en el templo de la historia lo que otros construyeron, sino mejorarlo y perfeccionarlo en lo posible. Debemos revisar toda la armazón democrática y renovar todo cuanto exija, no una simple pintura de fachada, sino una transformación profunda
No se defiende a la democracia permitiendo que se cultiven en su seno virus que puedan matarla. Uno de esos virus es la tendencia hegemónica del bonapartismo delirante. Se pretende manejar el país con sentido de mesianismo megalómano, como en los viejos tiempos en que los reyes manejaban los asuntos del Estado como si se trataran de sus haciendas particulares.
Por esto, fundamentalmente, la democracia tiene otro sentido para nosotros los jóvenes. Creemos que ella debe dejar de ser representativa para ser participativa. Sólo así el pueblo podrá sentir que su rol es como actor, y no como espectador, tal como es hoy. Sólo así la democracia podrá asegurarnos a todos, no sólo la libertad de expresión de prensa, de reunión, sino también el derecho de millones a vivir mejor, a estudiar, a comer bien, a la salud, al trabajo, e incluso a soñar con una nueva sociedad.
Y junto a todas estas inquietudes, la preocupación también por nuestra región. Muchos de ustedes nacieron aquí, otros en distintas regiones, pero a todos nos une un acendrado amor por nuestro Estado Barinas. También él espera mucho de ustedes. No olviden que la tierra barinesa es tierra de promisión. Barinas está llamada a ser un gran polo de desarrollo en la región suroccidental del país. Tiene inmensas riquezas en el aspecto agropecuario, hidrológico, en sus suelos, en sus gentes. Apenas ahora, después de estar al margen del progreso, Barinas, por obra de sus potencialidades, y no por otra razón, puede despegar hacia el futuro. Ustedes, que van ahora a las aulas universitarias a formarse para las tareas del mañana, no olviden que aquí esta tierra espera confiada en que no olvidarán el compromiso para hacerla más próspera y desarrollada.

La herencia moral
Les dejo, así, a grandes trazos, lo que pudiéramos considerar la herencia moral de Edgar Alirio Cartay Ramírez, el padrino de esta promoción que ustedes integran.
Sé que todas estas cosas las hubiera dicho él si estuviera en el lugar que ocupo —en su nombre— en este momento. Porque Edgar fue siempre un hombre comprometido con sus inquietudes y sus ideas. Llevaba por dentro una luz de esperanza y a cada cual daba un poco de esa luz. Fue siempre un hombre modesto, humilde y hasta silencioso. Para él no siempre las palabras eran lo importante. Prefería traducir en los hechos lo que daba de sí mismo y sé que ustedes fueron testigos de excepción de la calidad humana del Profesor Cartay.
Edgar fue siempre el más ingenioso de sus cinco hermanos. Perdónenme esta cita familiar que hago para enfatizar la contextura espiritual del hombre cuyo nombre ostenta esta promoción de bachilleres que ustedes integran. Recuerdo que siendo él un joven liceísta —yo apenas un escolar— reunía a su alrededor a todos sus compañeros en una comunión permanente de alegría y optimismo. Fue siempre el animador de su grupo, cuya palabra de estimulo a los demás ayudaba a superar problemas y dificultades.
Su ingenio, decía, fue superior al de sus hermanos. Edgar siempre ayudaba en nuestros juegos infantiles construyendo juguetes o permitiendo el vuelo de nuestra imaginación. Sabíamos, los más pequeños, que era un aliado permanente y leal, como después lo supieron quienes trataron con él y se ganaron su amistad.
Esa calidad humana que transmitió a sus condiscípulos le permitió después ocupar posiciones de liderazgo. Fue así como sus compañeros lo eligieron Presidente del Centro de Estudiantes del Liceo O’Leary, su vieja casa de estudios. Allí, en aquellas aulas y pasillos tan familiares, supo ganarse el cariño de todos, profesores y estudiantes. Allí también comenzó su vocación por la Historia y recuerdo que en alguna ocasión fue Presidente de un Centro de Estudios Históricos.
Cuando ingresó a la Universidad de los Andes, Edgar quiso ser Abogado, pero pudo más su vocación por la Historia. Llevó por dentro siempre su amor por la patria chica, hasta el punto de que vivió por largos años en una residencia estudiantil —que más tarde compartimos juntos— en la vieja carrera ocho de Mérida, justamente en un sector llamado Barinitas, en los aledaños de la primera Estación del Teleférico.
Muchos aún recuerdan su presencia constructiva y laboriosa. En Mérida, Edgar fue motor principal para que se fundara la Asociación de Estudiantes Barineses de la Universidad de los Andes. Animó este proyecto entre sus amigos y paisanos, sin decir discursos —no fue nunca hombre de discursos—, apelando a la buena voluntad de quienes lo escucharan. Sus compañeros de entonces lo recuerdan siempre afanado en todos aquellos proyectos en los cuales ponía lo mejor de sí y de su esfuerzo.
Edgar, por qué no decirlo, fue siempre un bohemio. Enemigo de formalidades y de etiquetas, alejado de ese mundo rígido, almidonado y fatuo que ha creado la vanidad humana, prefirió siempre el gesto espontáneo y la camaradería franca y sencilla de quienes lo estimaban.
Así siguió siendo una vez que obtuvo su Licenciatura en Historia. Así fue en Guanare, donde llegó a ser uno más del grupo de sus alumnos. Así lo fue aquí, con ustedes y con otros, en el Liceo “Raimundo Andueza Palacio”. Porque siempre fue un hombre transparente, sin nada que ocultar a los demás. Edgar Alirio Cartay Ramírez fue siempre el mismo, con sus colegas, con sus amigos y con sus alumnos. De todos fue amigo y compañero. A todos dio algo de su humildad y de su bondad. Siempre puso el acento de su pasta humana no en la palabra —detrás de la cual pueden esconderse la hipocresía y la insinceridad—, sino en el testimonio de lo que podía dar de sí. Porque fue también un hombre de espíritu generoso con todos, sin nunca pedir nada a cambio. Tal vez por eso recibió poco y la vida le dio duros coletazos en algunas circunstancias.
Este fue el hombre a quien ustedes conocieron en las aulas liceístas. Este fue el amigo y maestro de ustedes. Sé que muchos de ustedes comparten este rápido retrato del Padrino escogido en ausencia. Y aún sé que bastantes otros testimonios sobre la labor cumplida por el profesor Cartay pudiéramos escuchar de ustedes.
La voluntad divina, ese designio imponderable que nos ata a todos y a la cual no nos resignamos a aceptar como irreversible, lo escogió en la flor de su juventud. Acababa de cumplir apenas 32 años cuando lo sorprendió la fatalidad. Nos lo cobró una noche de octubre, cuando aún no había despertado el alba, y apenas si pudo su recia fibra de hombre joven luchar contra la adversidad algunas cuantas horas.
Ahora que más nunca estará con nosotros su presencia física, nos queda el recuerdo de su presencia espiritual. Animados por esa presencia suya hemos venido esta noche a decir estas cosas y a agradecer infinitamente, en nombre de su esposa e hijo, de sus padres y hermanos, el noble gesto de ustedes, y a decirles que pueden llevar con orgullo su nombre como padrino de esta promoción porque fue un hombre de bien.
Muchas gracias.
***
Integrantes de la Promoción
 “Licenciado Edgar Cartay Ramírez”

Andrade Gómez, Yovanny
Angulo Inciarte, Plinio
Arroyo Pérez, Ramón
Betancourt Vidal, Ana Elisa
Camacho S., Edilia
Chirinos D., Jhonny
García Camacho, Carmen
Montoya D., José Faustino
Oropeza, Alicia Leonor
Panza Ostos, José Ramón
Peñaloza Flores, Ana María
Ramírez C., Valdemar A.
Ramos Yépez, Ligia R.
Romero Izquierdo, Marberys
Sánchez A., Celia
Silva Araque, Yraima
Silveira, Gregoria A.
Sivira, Yomen
Soto Guido, Yovanny
Vivas Landaeta, Mery
Medina Bastardo, Yoel José
Sanguinetti, Manuel